¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

martes, 31 de agosto de 2010

Capítulo 37 (E)

Cuando entré por la puerta, vi primero a Damen, de pie en medio del despacho, y a Devon sentado en su sillón.
-Damen –dije casi sin aliento. Había subido ochenta y siete pisos por las escaleras corriendo, ya que el ascensor estaba estropeado-. Espera.
-¿Elisa? –preguntó sorprendido. Me miraba como… como sorprendido, pero no por lo obvio, si no por otra cosa…
Devon se levantó y aplaudió.
-¡Bravo, Elisa! ¡Increíble! En realidad me acabas de sorprender, pero sabía que lo harías.
Le miré ceñuda, lo mismo que Damen.
-¿Cómo? –preguntó éste.
-¿Quieres que seamos sinceros, Damen? Bien. Sabía perfectamente que Elisa vendría –me miró-. La verdad es que lo dudaba un poco, pero después de que recordaras sería imposible de que no vinieras corriendo a por tu chico.
Damen parpadeó al escuchar las últimas palabras de Devon.
-¿Tú lo sabías…? –pregunté anonadada.
-¿Qué te creías? Pues claro. Lo supe desde el principio.
-Esperad. Yo me perdí. ¿De qué estáis hablando? –Damen miró hacia mí, y alzó las cejas-. ¿Ya… has recordado tu pasado?
Asentí sin poder decir nada más. Me demoraba entre decírselo o no. Devon decidió por mí.
-¿Es que no tenías pensado decírselo, Elisa?
-¿Decirme el qué? –Damen me miró y luego a él.
-Adelante, Kate.
Dejé de respirar, y por la cara de Damen, no fui la única. Me miró despacio, sin responder. Se volvió tan pálido como su pelo, y me miraba de hito en hito.
-¿K… Kate? –balbuceó-. ¿Có… cómo… cómo que Kate?
Damen nunca balbuceaba o vacilaba. Él siempre era directo, pero esta vez parecía como si le hubiesen abofeteado. O que le iba a dar un ataque.
No. Parecía vulnerable. Y eso era grave, ya que él nunca en la vida dejaría que los demás creyesen que era débil.
-¿Cómo puedes ser tú? ¿Cómo no pude darme cuenta?
-Damen, escucha…
-Tú sabes… cuánto… ¿sabes cuánto he esperado este momento… y ahora que ha llegado, no sé qué decir ni qué hacer? –No dejaba de mirarme, asegurándose que lo que veían sus ojos era real-. Me dejaste. Después de todo lo que hice por ti, me abandonaste. ¡Sufrí por ti, y tú me lo pagaste así!
-¡No te dejé! Damen, ¡no sabía que te habían castigado, y ni siquiera sabía que querías… seguir conmigo! ¡No lo sabía!
-¡¿Cómo no ibas a saberlo?! ¡¡Lo eras todo para mí, todo, y lo que más me jode –me encogí ante la palabrota- es que después de todo lo que me has hecho, todavía lo eres!! ¡Eres… eres la única persona capaz de hacerme caer de rodillas, de hacer que me ruborice, de que me entre un escalofrío cuando pronuncias mi nombre, la única! ¡¿Cómo no iba a querer que siguieras a mi lado?! ¡¿Quién…?!
Después del medio shock que sufrí al escuchar todas esas palabras, miré a Devon con ojos entrecerrados. Damen siguió la dirección de mi mirada.
-Devon… Sabía que no eras de fiar –masculló.
-¿Y qué te esperabas?
-Pero si nos separaste tú –dije-, ¿por qué hiciste a Damen mi ángel? ¿Y cómo sabías lo de mis recuerdos? ¿Qué sabes tú de todo esto?
-Lo sé todo. Soy omnisciente en tu caso, Elisa. Fui yo quien provocó el accidente. Fui yo quién te dejó en coma dos años y fui yo quién te lo quitó todo, como tus recuerdos. E incluso lo intenté con los de Damen, pero no fui capaz completamente.
-¿Por qué? –preguntó Damen.
-Lo tuyo Damen, de verdad fue extraño. Nunca me había pasado lo que a ti. Intenté quitarte todos los recuerdos como a ella, pero sólo pude la mitad. Por eso no la reconociste desde el principio, ni tampoco su nombre completo. Pero sabías que existía, y todo en lo referente a ella –frunció el ceño, frustrado-. Supongo que tu mente se negaba profundamente a olvidarse de ella, y no eres el único –miró hacia mí-. Intenté borrarte de la memoria de toda la ciudad, pero me fue imposible, y como Damen, saben de tu existencia, pero no recuerdan cómo eres exactamente. Supongo que dejas huella en cualquiera. Lo único que quiero es acabar con tu vida, Elisa. Sólo debes de saber eso. Y estoy dispuesto a hacerlo ahora.
Damen avanzó hasta a mí, protegiéndome.
-Ni se te ocurra, Devon, o me las pagarás.
En su voz podía reflejarse toda la rabia contenida de todos estos años. Estaba segura que uno de los motivos por su enfado es que creía que le había abandonado.
Y yo que le había reprochado hacía dos meses que me había ido:

-Emmm...bueno, en realidad sí que perdí a alguien, pero no como imaginas. Ya te he hablado de ella.
-Kate, ¿no? -asintió con pesar.
-Ojalá... si sólo me hubiera esforzado un poco más... ahora mismo podría tenerla a mi lado, abrazarla... -se dio cuenta de lo que decía, y carraspeó-. Bueno, no, quiero decir... -suspiró-. Quiero decir que ojalá no la hubiera perdido. Emmm... pero bueno, da igual.
-¿Te has... enamorado alguna otra vez de otra chica? -pregunté con voz dulce. No quería herirle.
-No -dijo mientras negaba con la cabeza-. Normalmente son ellas las que se enamoran de mí, pero yo... no soy capaz -chasqueó la lengua con rabia-. Ni siquiera sé porqué te estoy diciendo esto. No es de tu incumbencia, idiota.
Bufé.
-Pues vale. Dios, no me extraña que ella se fuera. ¡No te aguanta ni tu madre! -me acosté en la cama, y apagué la luz-. ¡Buenas noches!


Y él no me había respondido. Cada vez que lo recordaba se me rompía el corazón en trocitos…
Qué equivocada estaba.
-Vamos, Damen, ella te dejó, dos veces, ¿y todavía quieres protegerla? No seas ridículo.
Damen apretó los dientes, pero no dijo nada. Entonces una sombra apareció en el cielo nublado, y se estrelló contra el cristal ya medio roto, rompiéndolo completamente.
Era una especie de pájaro, pero completamente negro. Me buscó con la mirada, y al encontrarme, abrió el pico y me amenazó.
Damen me cogió de la mano, un poco tembloroso, y salimos por la puerta hacia las escaleras. Mientras bajábamos corriendo, él cogió su móvil y llamó a Jack.
-¡Jack, ir todos a la sala del Portal, ya! –gritó.
Colgó y se lo guardó. Como la oficina era de cristal, podíamos ver como el pájaro bajaba como nosotros, pero afuera.
Al final llegamos a la planta -1º, la habitación del Portal. Para mi sorpresa, Jack, Jonan, Brad, Andrew, Cecil y Susan estaban ya allí, esperando.
Al vernos aparecer sin aliento por allí, se sorprendieron.
-¿Qué…? –dijo Andrew.
-¡Meteos en el Portal, corred! ¡A casa de Adalia!
Todos asintieron y nos fuimos metiendo. Podía oír el “rugido” del pájaro desde allí, pero luego me metí con los demás, en dirección a la casa.

viernes, 27 de agosto de 2010

Capítulo 36 (E)---(D)

Devon se llevó a Damen del juzgado, y todos, un poco trastornados, se fueron de allí. Pero yo me quedé sentada, temblando. Sobre todo pensando en todo lo que me había olvidado. Jack me puso una mano en el hombro.
-Elisa, vamos –me zarandeó con suavidad-. ¿Elisa?
-Jack –le miré con ojos asustados. Él se puso nervioso.
-¿Te encuentras bien?
Susan y los demás me miraron al escuchar el tono preocupado de Jack.
-¿Qué le pasa? –preguntó Jonan.
Ellos seguían preguntando, pero dejé de escucharles cuando empecé a recordar más cosas.
Cómo me había encontrado con Damen la primera vez, como me contó hace tiempo. En la playa. Yo me dirigía hacia el agua cuando lo encontré inconsciente, mojado por las pequeñas olas, y con sus alitas pequeñas y blancas asomando en su espalda. Y me había explicado todo. Lo más curioso es que sólo lo veía yo, ya que no había más niños en esa playa… Cuando me caí del columpio en la casa de campo de mi abuela con siete años. Había empezado a llorar como loca, y Damen fue el único que consiguió consolarme, contándome un cuento y cantándome la canción de “Había un barquito chiquitito”. Nuestro primer beso… Lo más bonito que recuerdo de mi corta vida. Cuando me compuso una canción con la guitarra… O cómo se sonrojó la primera vez que me llamó “cariño” sin querer en vez de mi nombre, o cuando se había puesto celoso al darme un niño de mi clase una carta de amor... y él me había escrito otra más larga y sin duda más bonita, y que me había leído personalmente. Incluso cuando me presentó a todos al llevarme a Saints la primera vez. Me había encariñado con todos ellos, y ellos, conmigo.
Y el por qué Damen era el único que me llamaba Kate. Mi nombre completo es Elisabeth Katherine, y como todo el mundo me llamaba Elisa, él quiso ser una persona más importante en mi mundo y decidió llamarme Kate. El caso es que no entendía por qué él no recordaba que mi primer nombre era Elisabeth. Ni por qué no me reconoció.
Empecé a temblar. Ese niño, ese chico al que amaba tanto que incluso me dolía, iba a ser desterrado de su mundo, y todo por mi culpa.
Apreté los puños y me levanté con decisión.
-¿Estás…?
-Sí, estoy bien –interrumpí con la voz algo irritada por la monótona pregunta-. Tengo que irme –salí de allí en dirección al edificio Celeste.

(D) Devon me había llevado a su despacho, en Celeste. En realidad todo me daba igual ya.
¿De qué me servía vivir ahora mismo? No tenía a la mujer que amaba, ni a la chica, la única después de Kate que se había metido en mi corazón, que se había ido. No me dejaban ir junto mis amigos, e iba ser desterrado del mundo que en general conocía.
Al pasar, cerré la puerta detrás de mí. Devon se sentó en su sillón, detrás del escritorio, y yo me quedé de pie, en medio de la sala. No miraba a nada en concreto.
Empezó a hablar:
-Damen… Siento mucho todo esto, en serio, pero…
-Deja de mentir para quedar bien, Devon –le miré con una sonrisa arrogante-. Seamos sinceros. Tú estás encantado de que me convierta en un ángel caído. Pero tranquilo, estoy acostumbrado a que la gente me odie. No es nada nuevo.
Devon me sonrió, y sacudió la cabeza.
-Ay… Damen, sin duda tienes una inteligencia brillante, y creo que te echaré de menos.
-Ya, claro, sobre todo tú.
-Pues…
Sus palabras fueron apagadas por el repiqueo de unas zapatillas de deporte que subían las escaleras del último piso a toda velocidad. Entonces la puerta se abrió.
Sentí como el mundo se me caía encima. Elisa estaba encorvada, con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en su rodilla.
Qué mayor estaba. Y qué guapa.
Entonces, en una milésima de segundo, me vino el rostro de Kate a la cabeza, y era muy parecido…
Elisa intentaba respirar, con dificultad. Se recuperó al momento.
Pero yo todavía no me había recuperado.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Doble capítulo

-Capítulo 34 (E)

Había pasado un año y medio. Ya estudiaba en segundo de bachillerato y estaba a medio trimestre. Y dentro de poco me iría a la universidad. Estaba muy contenta, porque mis notas mejoraban cada vez más, y además me alegraba de que Susan siguiera conmigo, ya que las demás habían repetido curso. Salvo que a veces, cuando miraba el sofá de mi habitación vacío, sin Damen sonriendo de forma burlona o sus bromas… Lo echaba de menos. Incluso alguna vez no pude soportarlo y lloré.
De todos modos, para mí era casi todo perfecto.
Hasta que recibí la noticia.
Acabábamos de salir del instituto, y yo me quedé a comer a casa de Susan. En el camino hablamos:
-Elisa, es el tercer tío al que rechazas. ¿Se puede saber por qué? Además que este… mal no estaba.
Suspiré.
-Por ahora nada de chicos. No me interesan.
-Hum… ¿No será que te gusta uno…?
-Puede.
Susan me miró, y cayó en la cuenta. Desvió la mirada.
-Sabes que ya no…
-Ya lo sé, Susan. No pasa nada –sonreí con tristeza-. Bueno, ¿y qué tiene preparado tu abuela para comer?
Susan sonrió. Cambiar de tema me iría bien. Al llegar, Adalia nos recibió entusiasmada y comimos. Luego fuimos al jardín trasero, dónde tenían el estanque con peces japoneses y demás. Nos sentamos en la hierba. Empezamos a hablar de temas diversos.
-Y bueno, pero por lo menos… -dijo Susan, pero se interrumpió porque ambas escuchamos ruidos raros.
Miramos al interior de la casa.
-No puede ser la abuela. Se acaba de ir a la tienda…
-A lo mejor fue un gato o algo…
Delante nuestra, encima del estanque, apareció un agujero suspendido en el aire. El corazón me empezó a latir con furia. Supongo que en el fondo de mi corazón creía que podría ser Damen, pero la realidad acabó con ese pensamiento.
Era un Portal, y de él salió Jack, que sin darse cuenta de que estaba en el aire, cayó de bruces contra el agua.
-¡Jack! –gritamos al unísono.
Nos levantamos, y él también, completamente mojado. Los peces se asustaban de él. Salió del estanque y miró su ropa. Suspiró y se volvió hacia nosotras.
-Da igual.
-¿Qué… qué haces aquí? –preguntó Susan.
-Elisa, es Damen.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Le había pasado algo, estaba segura.
-¿Qué le…? -tragué saliva. Me temblaba la voz-. ¿Qué le pasó?
-Le han sometido a juicio.
-¿A juicio? –no entendía.
Susan miró con horror a Jack.
-¡¿Un… un juicio?! -la miró.
-Sí, y el problema es que tiene todas las de perder.
-Esperad, esperad. ¿Qué… qué tiene de malo un juicio? –pregunté.
-Brad me lo explicó –dijo Susan-. El juicio se utiliza para condenar a un ángel problemático de si debe… ser expulsado.
-¡¿Cómo?!
-Sí –Jack también estaba nervioso-. Como dijo Susan, Damen podría ser expulsado y… bueno, convertirse en… en un ángel caído –me horroricé-. Todos los ángeles tememos eso. Antes de expulsarnos del cielo, somos presentados ante la Inquisición, que lo presiden los arcángeles. Y te arrancan las alas. Luego te condenan a vagar por el mundo, siempre inmortal, pero ya no puedes sentir ni nada parecido. Serás como un humano, pero odiado por los tuyos eternamente.
-Pe… pero… pero…
No podía hablar. Ni respirar. Estaba segura de que me iba a desmayar del susto.
-¿Y cuando… cuando… lo van a…?
-Mañana a primera hora... -se le fue apagando la voz.
Era comprensible; aunque Damen no sea lo que se dice el mejor en el tema de la amistad, era su mejor amigo.
Asentí sin pensármelo dos veces. Miré a Susan, que también asintió.
-Vamos –dije decidida.
Jack sonrió débilmente y suspiró aliviado. Creó un portal y los tres nos metimos.

-Capítulo 35 (E)

Aparecimos en el piso del Portal del edificio Celeste, pero…
La ventana estaba rota. Salimos por el pasillo, y el ascensor igual. Así que subimos por las escaleras hasta la planta 0º. Nos fuimos hacia la casa de los chicos. Al entrar, nos encontramos a todos nerviosos. Se sorprendieron de vernos.
-¡Elisa, Susan! ¡Cuánto tiempo! –dijo Andrew con las cejas alzadas.
-Sí… Venimos por el juicio.
-Nos lo imaginábamos –contestó Jonan.
Incluso Cecil parecía nervioso.
-Vaya, Cecil, no sabía que le tenías aprecio a Damen –comentó Susan.
-No es por eso. Vale que le odie, pero es que no le deseo a nadie que le sometan a ese juicio. Es demasiado.
Ambas asentimos. Era comprensible.
-¿Y dónde está?
-En prisión. Hasta mañana, no puede salir.
Me horroricé. ¡¿En prisión...?!
Suspiré.
Por la noche, me quedé a pensar. ¿Y si ya no… se acordaba de mí? Vale, eso es improbable. Pero la confianza que teníamos seguramente se fundió con los años. De repente tuve miedo. Miedo de que le pasara algo, de que le condenaran, incluso miedo por mis fuertes sentimientos hacia él, que aunque al parecer el cuerpo de Damen era para prácticamente todas las chicas, su mente y corazón sólo pertenecían a esa maldita Kate.
Los celos me reconcomieron por dentro,pero sin embargo me quedé dormida.

Por la mañana, Jack nos levantó temprano para que pudiésemos ir los primeros al juzgado. Estaba seguro de que iba a ir todo Saints, por eso nos dimos prisa.
A los pocos minutos, ya estábamos todos fuera en camino hacia allí. Era un edificio enorme, que brillaba como un diamante, y que estaba un poco apartado de los demás. Entramos dentro, seguidos de más gente que iba a presenciar el juicio. Nos sentamos en las primeras filas.
Y entre el completo bullicio de toda la ciudad, apareció él, acompañado de dos guardias. Pero no tenía expresión de miedo, ni asombro, ni nervios… nada, absolutamente nada. Inexpresivo.
Lo llevaron al centro del juzgado, y el juez –un ángel superior- dio un golpe con el mazo.
-A ver… silencio. ¡Silencio!
Todo el mundo calló. Y empezó. Pero Damen empezó a hablar antes. Como siempre, fastidiándola.
-Perdone. ¿Nos hemos visto antes?
-Chico, claro que me has visto. ¿Acaso no lo recuerdas?
-Oh… Disculpe por olvidarme de su rostro. Es que al ver tanto mi maravillosa cara en el espejo se me olvidan las demás.
El juez apretó la mandíbula, ignorando su egocéntrico comentario como un caballero.
-Ángel guardián Damen, ¿sabes lo que has hecho?
-Sí, señoría. Destrozar Saints, pero…
-¿Y el motivo?
-Intentaba escapar de…
-¿Intentabas escapar? ¿No sería que estabas jugando tranquilamente y decidiste que, por qué no, acabar con los edificios de la ciudad por pura diversión?
-Yo no he dicho eso.
-No, pero lo has insinuado.
-Eso no es cierto. Sólo porque usted haya malinterpretado…
-¿Me estás diciendo que me equivoco?
-Si eso implica a un viejo y estúpido que se cree un dios sólo por llevar túnica y un mazo, entonces sí, se equivoca.
Todo el mundo se quedó con la boca abierta. Jack se llevó una mano a la frente. Cecil masculló algo que sonaba a “imbécil”, y los demás se exasperaban.
-¿Ha insultado a mi persona?
-Sí, así es. Pero sólo porque usted…
-¡Déjalo! Muy bien, Damen. ¿Saben tus padres que estás aquí?
-¿A usted qué le parece? Claro que no. Pero no me ponga esa cara. Mis padres me hicieron con mucho, mucho, mucho amor. Con sólo ver mi cara ya se nota.
-Insultar al juez, por si no lo sabes, se considera delito.
-¡¿Cómo?! Pero…
-Damen, serás expulsado del cielo en mi nombre y en el de todos los presentes. Te arrebataremos las alas en el nombre del arcángel Gabriel y estarás toda la eternidad y más vagando por el mundo.
Y dio un golpe con el mazo. Me asusté. Me asusté mucho. Uno, porque a Damen lo iban a desterrar del cielo, y dos…
Porque acababa de recordar algo de mi pasado. Y cuando empezaba a recordar ese algo, recordaba más cosas.
Hasta que me di cuenta de qué significaba realmente Damen para mí, y quién era yo en realidad.
Yo era Kate.

domingo, 22 de agosto de 2010

Capítulo 33 (D)

-¡Aaaaah! –gritó mi protegida.
Estaba a punto de caer por un barranco con el coche. Entonces la salvé. La volví a dejar en la carretera, mientras esperaba a que una persona la viera. Una familia la vio y llamaron a una ambulancia. Entonces creé un Portal y me fui. Llegué al edificio Celeste en poco tiempo, y después de guiñarle el ojo a la guardiana del Portal, me dirigí a casa. Al entrar, me topé con Jack. Tenía los brazos cruzados, el ceño fruncido y mi móvil en la mano.
Le saludé con la mano, y le sonreí.
-¡Hola! Vaya, sabía que era irresistible, pero tanto como para que un hombre espere por mí… Cada día me supero.
Jack respiró hondo.
-¿Sabes cuántas chicas te han llamado desde que estás fuera?
-No. ¿He superado mi récord?
-Con creces. Quince, Damen. ¡Quince en sólo dos días! ¿Pero en qué estás pensando?
-Bueno, ahora mismo pensaba en la secretaria de la oficina de Celeste. Pero si te refieres a antes, pues…
-¡¿Estás loco?! ¿No ves que esas chicas se han enamorado de ti?
-Tranquilo, ya sabes lo que dicen. ¿Por qué hacer feliz a una cuando puedes hacer felices a todas?
-Estás haciendo lo mismo que cuando Kate se fue, Damen. Pero esta vez con Elisa.
Apreté la mandíbula, y aparté la mirada.
-No seas ridículo. Ha pasado un año y medio desde que se fue. Y no me hacía falta superarlo, porque nunca tuve que hacerlo.
Subí a mi habitación. Todo esto era ridículo. Pero lo ignoré.
El problema fue por la noche. Era una de las noches en las que me transformaba en dragón. Así que antes de que dieran las doce en punto, salí de casa y esperé. Entonces cambié. Por suerte no había nadie por la calle, así que no había problema de si me descubrían. De todos modos, todos los ángeles sabían de mi castigo.
Entonces escuché. Siseos y ruidos. Cuando miré hacia el cielo, me horroricé.
Pequeños murciélagos como los que persiguieron a Elisa hace tiempo se dirigían hacia aquí, a Saints.
Más concretamente hacia mí. Cogí carrerilla y empecé a volar. Los murciélagos me siguieron por toda la ciudad, pero tuve descuidos. Cuando miré hacia atrás, no me seguían. Me extrañé. Volví a mirar hacia delante, y ahí estaban, así que me di media vuelta y me choqué contra un edificio. Empezaron a acorralarme, y volví a chocar contra otro; y así hasta que finalmente, sin poder frenar, me choqué contra el edificio Celeste.
Esto iba a ser grave.
Alejé a los murciélagos de allí y me deshice de ellos.
Cuando llegó el amanecer, volví a mi forma normal. Pero los ángeles estaban como locos. Veían los edificios destrozados por mi culpa, pero lo que de verdad les enfadó fue el destrozo de Celeste. Me acerqué allí, pero sólo porque era el único camino para llegar a casa.
Sin embargo, cuando pensé que me iba a librar gracias a la gente que había allí y me tapaba, alguien me cogió del brazo. Me volví, pero era un guardia. Le sonreí.
-Holaaaa… ¿Todo bien?
-Devon te busca. Y está muy cabreado contigo.
Chasqueé la lengua.
-Venga, que aquí todos somos amigos. Qué te parece si me sueltas…
Sacudió la cabeza y me arrastró hasta la puerta principal del edificio, dónde me esperaba Devon. Jack, Brad, Cecil, Jonan y Andrew se colocaron detrás de mí.
El guardia me soltó.
-Aquí está, señor.
-Damen… -tenía los puños apretados, y me miraba con fuego en los ojos.
-¿De qué te sorprendes? Además…
-¡Calla! ¡¿Eres consciente de lo que acabas de hacer?! ¡Mira todo este desastre!
-Lo sé, pero…
-¡De pero nada! Esto es más de lo que puedo aguantar. Sabes que siempre soy tolerante, pero esto es demasiado. Te voy a someter a juicio.
Todo el mundo lanzó un grito ahogado.
Una sensación de desasosiego me recorrió el cuerpo. ¿Un juicio?
Jonan intervino, colocándome una mano en el hombro.
-Devon, sus razones tendrá para haber hecho esto…
-No, Jonan, olvídalo. Se acabó. Lo siento Damen, pero esto fue la gota que colmó el vaso. Será dentro de dos días.

jueves, 19 de agosto de 2010

Capítulo 32 (D)---(E)

Antes de que se marchase, Elisa me besó en la mejilla. Parece una tontería, pero cuando sentí sus labios cálidos en mi piel, un escalofrío me recorrió la espalda. Entonces me derrumbé.
Cuando se iba a marchar al Portal, a su casa, en ese mismo momento pensé que podría con ello. Podría resistir que se fuera. Pero ese beso lo estropeó todo. Ahora sabía que ya no podría con ello.
Sinceramente me demoré entre seguirla o no. Al final me decidí que no. Elisa merecía tener una vida, una vida normal. Sin que yo interfiriera para nada. Seguiría buscando el paradero de Kate, y así podría distraerme.
Kate… Un dolor agudo me inundó el pecho. No recordaba cuánto la echaba de menos. Sus besos, sus abrazos… Incluso juraría que tenía dos nombres en realidad, pero mi memoria estaba medio borrosa. Me fui rápidamente de allí, antes de hacer algo que me avergonzara más tarde. Bajé en el ascensor y me fui a dar un paseo por la ciudad.

(E) Caí sobre el césped. Pero esta vez me dolió mucho porque caí encima del estómago. Pero lo ignoré. Entré dentro de la casa. No se escuchaba nada. ¿Me habría engañado Devon?
Entonces comprendí que todavía era muy temprano. Miré el reloj de la cocina: las 7.30. Claro.
Subí sin hacer ruido las escaleras y fui primero a la habitación de mis padres. Dormían. Suspiré aliviada, pero luego fui hacia la habitación de Tommy. También dormía. Entonces sonreí. Por fin estaba en casa, pero seguía sin recordar nada…
Pero me daba la impresión de que se me olvidaba algo…
Y caí en la cuenta.
¡Susan! ¡Me había olvidado de ella!
Cogí mi móvil mientras iba hacia mi habitación, y la llamé. Me cogió en diez segundos justos:
-¿Díííí… game?
-¿Susan?
-¡Elisa! Vaya, ¿dónde estás?
-En casa. ¿Y… y tú?
-¡También! Verás, Brad me acompañó hacia el lugar ese raro… Bueno, una puerta o algo así.
-Portal…
-Eso. ¡Y dijo que ya no tendría que protegerme más! Que había más personas…
-Qué raro. Eso es exactamente lo que le dijo Devon a Damen…
-Sí, bueno, y estoy en casa. Y tu gato conmigo.
¡Yin Yang! Menuda cabeza la mía…
-Es… verdad. Está bien, gracias Susan. Iré a recogerlo hoy por la tarde.
-Muy bien. Aquí te esperaré. ¡Hasta ahora!
Y colgó. Nos veríamos ahora en el instituto. Menos mal.
Y aquí volvió a empezar mi vida normal.

lunes, 16 de agosto de 2010

Capítulo 31 (E)

Me levanté temprano en la habitación de invitados. Susan dormía en la cama gemela a la mía. Intenté no despertarla. Me vestí y salí en cuclillas de la casa. Pero fuera, de pie con los brazos cruzados y cara de impaciencia y sueño, me esperaba Damen. Cerré la puerta despacio mientras le miraba.
-¿Qué haces aquí? ¿No decías que no querías volver a verme?
-He decidido acompañarte.
-¿Por?
-Bueno, siempre me ha gustado levantarme temprano y dar un paseo, ver como los pájaros cantan… y todas esas chorradas.
-Si tú lo dices…
Bajé los escalones y me dirigí hacia el edificio seguida de Damen.
Durante el camino me fijé que éste iba por la sombra.
-¿Tienes complejo de vampiro? –le pregunté.
-¿Hum?
-Es que… por qué vas…
-Ah. ¿Qué por qué camino por la sombra? Fácil. Porque los bombones nos derretimos al sol.
Me sonrió. Yo puse los ojos en blanco.
Al llegar, entramos en el vestíbulo, hablé con la chica para la cita que tenía a mi nombre con…
Qué raro. Ayer no me dijo su nombre.
Bueno, ella lo llamó sencillamente “jefe”. Subimos por el ascensor hasta la planta 87º, dónde el hombre nos esperaba. Antes de entrar, peté.
-¡Pasa! –dijo desde dentro.
Abrí la puerta, y el hombre me sonrió. Pero al pasar y ver a Damen detrás de mí, su sonrisa se borró de la cara y dio paso a la incredulidad.
-¿Damen? ¿Qué haces aquí?
-¿A ti qué te parece, Devon?
Al escuchar su nombre, un recuerdo vago me vino a la cabeza. Me sonaba. Me sonaba muchísimo. Como cuando escuchas el nombre de alguien famoso e intentas recordar su rostro, pero no eres capaz. Y eso da mucha rabia.
Devon debió de darse cuenta de mi reacción, ya que cuando Damen pronunció su nombre, apretó la mandíbula. Pero volvió a sonreír.
-Ya, entiendo. Bien…
-¿Y mi familia? –pregunté.
-Oh, eh, tu familia… Pues ya están en casa.
Parpadeé sorprendida, mirándolo anonadada.
-¿Cómo?
-Sí, es que decidí que a lo mejor… querrías despedirte de Damen antes de marcharte porque… -miró hacia él-. Damen, vas a dejar de protegerla.
Estaba segura que eso fue un duro golpe para él, porque se quedó paralizado al escuchar esas palabras. Y, para ser sinceros, a mí también me dolieron.
-Por qué –dijo Damen secamente.
-No es sólo por qué…
-¡Dime la maldita razón!
-Hay más personas que debes proteger.
-Y también hay más ángeles que ahora mismo pueden hacerlo.
-Y tú eres uno de ellos. Así que acompáñala al Portal, despedíos y luego vuelves.
-Pero mi familia entonces…
-Están a salvo en tu casa.
Suspiré aliviada, y Damen y yo nos volvimos hacia la puerta. Bajamos por el ascensor hasta la habitación del Portal. Recorrimos el pasillo, saludamos a la guardiana –Damen no se molestó ni en coquetear- y entramos. Cerró la puerta detrás de él. Le miré.
Estaba apoyado de espaldas a ella, mirando al suelo. Su pelo plateado le tapaba la cara.
Abrí la boca para decir algo, pero él hizo un ademán para que callara.
-¿Sabes por qué me enfado tanto contigo?
Negué con la cabeza, un poco sorprendida.
-No, ¿por qué?
-¿Sabes por qué una madre le riñe a su hijo cuando va a cruzar una carretera solo y casi lo atropella un camión, pero él sale ileso?
-Porque le quiere –susurré.
Se incorporó, y me miró con una sonrisa torcida.
-Y porque le importa –dejó de sonreír-. Eso es básicamente lo que me pasa contigo, Elisa. Eres una de las pocas personas con las que me enfado cuando hacen algo perjudicial para ellas. Porque me importas. Y no sólo porque sea mi obligación protegerte, sino por… Bueno, por ti.
Sonreí. Avanzó unos pasos hasta quedar a mi lado, en frente del Portal.
-Bien, como esta será… supongo, la última vez que nos veamos, que por cierto todavía no comprendo por qué Devon quiere eso, pues… -carraspeó, y apartó la mirada del Portal para mirarme a los ojos-, ha sido… un placer conocerte. Y… -bufó-, no puedo creer que vaya decir esto –respiró hondo, y suspiró-, te echaré de menos.
Unos débiles sollozos surgían dentro de mí, e intenté apaciguarlos, pero me fue imposible. Y lo que temía: empecé a llorar.
Damen abrió mucho los ojos y alzó las manos para que parara.
-Está bien, ¡está bien! ¿Qué hice mal? ¿Acaso dije algo…? Pero deja de llorar…
Me reí. Era divertidísimo ver cómo Damen intentaba que parara. Y entonces me di cuenta de que le iba a echar mucho, muchísimo de menos. Que quizá nunca conocería a alguien tan narcisista, egoísta, creído y divertido como él, que está ahí en los mejores y peores momentos.
Y por un impulso rodeé su cintura con mis brazos y le abracé, apoyando mi cabeza en su pecho. Y más lágrimas me resbalaron por las mejillas. Después del pequeño shock que sufrió por mi comportamiento, me abrazó por los hombros y me apretó contra él, con fuerza, como si temiera que me fuera en cualquier momento. Yo seguía llorando. Deseé que este momento durara para siempre, pero estaba claro que eso era imposible. Me separé de él y me enjuagué las lágrimas con una mano. Damen me dejó ir a regañadientes, pero mantuvo agarrada mi otra mano libre con la suya. No quería soltarme, pero tenía que ir a por mi familia, así que me solté de él.
Di un paso hacia el Portal, pero antes de entrar, me volví.
-¿Sabes? Quizá incluso… No me extrañaría que los demás sintiesen envidia de ti.
-Ay, Elisa. Si la envidia matase, todos estarían muertos sólo por mi existencia.
-Tan modesto como siempre -sonreí-. Y espero que... bueno, que puedas encontrar pronto a esa tal Kate que te vuelve loco. Me gustaría conocerla algún día.
Sonrió, y suspiró.
-Elisa, antes de nada, te diré que tus padres no recordarán absolutamente nada de esto.
Le sonreí.
-Damen, eres un gran amigo.
Me volví a acercar, le di un beso en la mejilla y entré dentro.

viernes, 13 de agosto de 2010

Capítulo 30 (E)

Antes de petar, vacilé. ¿Y si de verdad estaba enfadado? Quiero decir, que no quiere dirigirme la palabra, o que no quiera volver a verme…
Tragué saliva, y peté. Nada. Volví a petar. Ninguna respuesta. Me decidí a abrir la puerta con cuidado, sin hacer ruido, y cuando entré, la cerré. Luego me di la vuelta y me encontré con que Damen estaba… completamente dormido, con un libro abierto sobre el pecho, un brazo detrás de la cabeza y los tobillos cruzados. Su pelo plateado parecía brillar bañado con la luz de la luna y el reflejo del cristal de los edificios desde la ventana, creando sobre él un efecto mágico.
El corazón me empezó a latir desbocado, pero me mantuve firme. Me acerqué con cuidado a la cama, y me senté en el borde, a su lado.
-Damen… - hizo un pequeño gruñido-. Damen.
Le toqué una mejilla, y él, quizá por instinto, puso la mano libre encima de la mía, con suavidad. Me ruboricé, e intenté quitarla, pero mi cuerpo no reaccionaba.
-Kate… -murmuró con voz profunda.
Puse los ojos en blanco. Otra vez con Kate. Quité mi mano de su mejilla con fuerza, dejando caer la suya sobre la almohada, y se despertó de repente. Se incorporó, dejando caer el libro abierto a un lado de la cama, y con ojos entrecerrados, me miró:
-¿Kate…?
-Nooooooo… Siento decírtelo, pero soy Elisa. ¡Sorpresa!
Bufó y volvió a acostarse, frotándose la cara con las dos manos.
-Lárgate.
-No me voy a ir sin que hablemos.
Chasqueó la lengua, se sentó y se cruzó de brazos
-No hay nada de lo que hablar. Ya puedes irte.
-Damen…
-Eres estúpida y estás arrepentida. Hala, ya aclaramos todo. Venga, vete.
Suspiré, pero no me iba a dejar intimidar.
-¡Damen, escúchame! Lo siento, lo siento muchísimo, y sinceramente no sabía que te ibas a poner así por…
-¡¿Cómo no me iba a poner así, so burra?! ¡Es que tú no sabes nada de este mundo! A ti puede parecerte una maravilla, un sueño hecho realidad, pero para nosotros, los residentes, es una lucha constante como cualquier otro lugar. Y aquí también hay gente traicionera, aunque no lo creas.
-Está bien, entonces yo… perdóname.
-Perdonada. Ahora vete.
-No lo dices en serio. Sólo lo dices para que me vaya.
-Vaya, qué sagaz. Es increíble cómo funciona tu mente, ¿eh?
Apreté los labios.
-Oye, todos cometemos errores, y todos tenemos defectos. Tú tienes defectos, y siempre te los perdono.
-Eso es mentira. Porque mi único defecto es que soy perfecto.
-La perfección no existe, Damen.
-Quién se inventó esa frase no me conocía.
Suspiré.
-Damen, mañana voy a ir a por mi familia, y si por un casual me ocurriera algo, me gustaría que me perdonaras ahora.
Frunció el ceño, y miró hacia otro lado. Lancé un suspiro cansado y me levanté.
-Está bien, como quieras. Visto lo visto no me vas a ayudar con mi memoria, ¿eh?
-Que te ayude tu padre.
Puse los ojos en blanco y me dirigí hacia la puerta.
-Está bien, como quieras. Hasta… bueno, hasta cuando sea.
Y salí de allí, pero estaba completamente segura de que había visto preocupación en sus ojos cuando me levanté. Aunque claro, era Damen, y con él nunca se sabe.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Capítulo 29 (E)

Damen tenía el ceño fruncido, los brazos cruzados y los puños y la mandíbula apretados. Incluso los nudillos los tenía blancos. Empecé a temblar. Esperé en la puerta a que él se acercara, pero no lo hizo. Así que avancé unos pocos pasos, y tragué saliva del miedo.
-Damen… lo… lo siento muchísimo, sé que te dije que no… -intenté explicarme, pero la voz se me fue apagando a medida que veía sus ojos.
Suspiré. Él siguió escrutándome con la mirada unos segundos más, mirándome de hito en hito, y empezó a hablar:
-Tú sabes… ¿tienes una simple idea, una milésima idea, de lo que acabas de hacer? –susurró, pero estaba claro que tenía ganas de gritar.
-Pu… pues… yo… Bueno, quizá…
-¡No, no la tienes, porque eres simple y sencillamente estúpida! ¡¿Sabes el susto que me has dado?! Oh, no, ¿cómo la iba a tener si la señorita estaba ocupada escapándose de casa?
La gente que pasaba se volteaba para ver de dónde venían los gritos. Se sorprendían un poco de que vinieran de Damen.
-Es… está bien, mira…
-No, ni se te ocurra excusarte ahora. Ya es muy tarde. Demasiado tarde. Y espero que esto te sirva de lección por tu estúpida insensatez. Que lo disfrutes, porque si lo que querías era cabrearme, enhorabuena, lo has conseguido. Pero sobre todo, me has decepcionado.
Guardó las manos en los bolsillos del pantalón, se dio media vuelta y se fue. Yo me había quedado sin palabras. Y un ramalazo de arrepentimiento apareció en mí, pero lo hecho, hecho estaba.
Volví a suspirar. Todo esto es una locura, pensé. ¿Por qué iba a molestarse tanto si…? El señor fue muy amable, y no…
El guardia de la derecha se acercó a mí.
-Oye, he visto cómo Damen te gritaba. Jo, chica, ¿pero cómo hiciste para enfadarlo tanto?
-Sinceramente, no lo sé.
Me miró a conciencia.
-Hum. Por un casual, te llamas… nah, no puede ser.
Le miré.
-¿Qué?
-No, nada, pero venga, que seguro que te perdona.
Sacudí la cabeza, y me fui hacia la casa. Al entrar, Susan se lanzó hacia mí, dándome un fuerte abrazo que incluso me levantó del suelo.
-¡Elisa! ¿Dónde te habías metido? ¿Sabes lo preocupados que estábamos?
Jack y Cecil se acercaron. Me sonrieron.
-Menos mal que estás bien. Pero me parece que cuando Damen entró no parecía muy contento. ¿Te riñó? –dijo Jack.
-Sí –suspiré-, y estoy completamente segura de que ahora me odia con toda su alma.
Cecil soltó una risotada.
-¡Ja! Ya sabía yo que me caías bien por algo.
Jack puso los ojos en blanco, y me miró.
-¿Y qué vas a hacer?
-Hablaré con él. Será difícil, pero por lo menos…
Asintió. Susan me soltó y me dio una suave palmada en la espalda.
-Venga, chica, que sé que tú puedes con él.
Sonreí débilmente.
-Pero espera a la noche, no creo que ahora esté dispuesto a nada –me previno Jack.
-Quizá tengas razón.
Damen no bajó en toda la tarde. Cuando eran más o menos las diez u once, no estaba segura, decidí que ya era hora de hablar. Mientras los demás veían la televisión, yo subí las escaleras y me dirigí a su habitación.

lunes, 9 de agosto de 2010

Capítulo 25/26 (Final)

Por la mañana, nos despedimos de Victoria y nos fuimos en dirección a casa.
Y por fin habíamos llegado.
Cuando se veía el castillo de Ralph a lo lejos, él me lo señaló.
-Mira, ya estamos –dijo sonriente.
Yo le abracé. Al llegar, los guardias que nos buscaban, al vernos, gritaron de alegría. Nos llevaron al castillo de Ralph, y sus padres nos recibieron también alegres. La madre incluso lloraba.
-¡¡Hijo mío!! –sollozó-. ¡Estáis bien! ¡Menos mal!
-Sí –respondió éste-. Pero tranquila…
Su padre intervino. Tom apareció detrás de él, con los ojos dilatados de la alegría. Ralph le revolvió el pelo cariñosamente.
-¿Entonces… seguís queriendo casaros? –preguntó el rey.
Ralph me miró interrogante. Me acerqué a él y le abracé.
-Yo estoy dispuesta –dije.
-Yo lo mismo –respondió él mientras me daba un beso en el pelo.
El rey dio una palmada.
-¡Perfecto! Y habéis aparecido justo en el momento adecuado.
-Claro –dijo Ralph pensativo-. Mañana es la boda.
-¡Sí! Venga, Raquel, te llevaremos con tus padres. Están muy preocupados por ti.
Yo asentí, y me llevaron en carruaje hasta mi casa. Al verme aparecer, mis padres se lanzaron a abrazarme.
-¡¡Ay, mi niña!! ¡Estás bien! –dijo mi madre.
-¡Creímos que te había pasado algo! –exclamó mi padre.
Sonrieron. Mi madre, después del abrazo, me miró preocupada:
-Pero… ¿no quieres casarte con el príncipe?
Sonreí.
-Mamá, no hay nada que desee más que casarme con él. He descubierto que… él también tiene corazón, aunque no lo demuestre a menudo.
Mis padres empezaron a saltar felices. Yo sonreí.
Por la noche, Silvia probaba con mi pelo varios peinados. Y mientras hablábamos:
-Silvia, nadie me lo había dicho, pero… ¿Recuerdas el niño del que te hablé la noche anterior en la que conocí a Ralph?
-Claro que sí.
-¡Pues es él!
-Lo sé.
La miré por el espejo.
-¿Cómo que… lo sabes?
-Cielo, llevo cuidándote desde que naciste. Te he visto crecer como he visto crecer también a Ralph. Sin duda tiene la misma cara de niño que siempre.
-¿Y por qué no me lo dijiste?
-Quería que lo descubrieras tú misma.
-Vaya, gracias mujer –suspiré-. De todos modos… Gracias por todo, Silvia.
Sonrió. Al final me dejó un moño como peinado para mañana. Luego se fue, y yo me acosté.
Hasta que a medianoche escuché ruidos en la ventana. La abrí, salí al balcón y me encontré con Edward.
Me horroricé.


-¡Raquel! –susurró.
-Ed… Edward, ¿qué… qué haces aquí?
¡Ya no me acordaba de él!
-¿Qué crees? ¡A liberarte! ¡No tendrás que casarte con ese bastardo si vienes conmigo!
A ver cómo le decía yo ahora a éste que en realidad sí quería casarme con Ralph.
-¿Cómo has llegado…?
-Os seguí. ¡Venga, baja!
Suspiré.
-No, Edward.
Me miró ceñudo.
-¿Qué?
-Edward… me voy a casar mañana con Ralph.
-¿Es que quieres pasar el resto de tu vida con él?
-Sí, eso es lo que quiero. Me… me he enamorado de él. ¡Lo siento! No pretendía…
Miró al suelo, y luego a mí, de hito en hito.
-Primero me roba a mi hermano, y luego a la mujer que amo –suspiró-. Está bien. No haré nada. Ni diré nada. Pero que sepas que estás cometiendo un grave error.
-No lo creo. Lo siento, Edward. Nunca imaginé que… que yo pudiera… Lo siento.
Asintió y se fue sin decir nada más. Estaba segura de que no lo volvería a ver más, y eso me creaba una gran agonía. Me hubiera gustado que pudiéramos ser amigos.
Después de esto, me volví a acostar y me dormí.
Por la mañana seguía pensando en ello, pero de todos modos lo olvidé.
Mi padre me despertó personalmente.
-¡Cariño, hoy es el día! -me dijo cuando me hube levantado de la cama-. ¡Hoy es la boda!
-Papá, ya me he dado cuenta.
Sonrió ampliamente, y yo me fui a desayunar.
Finalmente, subí a mi habitación con Silvia. Mientras me vestía y me peinaba, estuvimos hablando.
-¿Emocionada, señorita? -me preguntó.
Suspiré, pero asentí, sin poderlo evitar, con una sonrisa. El corazón me iba a mil.
-La verdad es que sí. Me alegro muchísimo de casarme con él, pero también estoy nerviosa. ¿Y si... y si es Ralph el que se echa atrás?
-Pero no diga eso, señorita. Ralph la quiere mucho. No sería capaz de hacer algo así.
-Eso espero, de verdad.
Después de dos o tres horas más o menos, ya estaba lista. La boda empezaba dentro de media hora, y mi corazón iba muchísimo más rápido que antes.
Silvia me acompañó a la carroza tirada por dos caballos. El conductor me saludó quitándose el sombrero. Yo le sonreí y subí.
Lo peor fue cuando llegamos a la iglesia. Pensé que iba a desmayarme de los nervios. El estómago me dolía horriblemente, así que respiré hondo para calmarme.
Las puertas estaban ya abiertas, con todo el mundo esperando, expectante. Bajé de la carroza con cuidado y con ayuda del conductor. Caminé hacia las puertas, y escuché algunos grititos y susurros que decían: "¡Aquí está la novia"
Mi padre vino a mi encuentro, me tendió su brazo y yo se lo cogí. Me sonrió y me dio un beso en la mejilla. Las pequeñas damas de honor caminaban detrás de nosotros.
-Cariño, estoy muy orgulloso de ti -murmuró.
-Gracias, padre -le sonreí.
Entonces, mientras avanzábamos, alcé la mirada al altar, y me encontré con los brillantes ojos de Ralph, que sonreía feliz y no me quitaba el ojo de encima, maravillado. No pude evitar ruborizarme y mirar al suelo, hasta que me encontré con la mirada de mi hermana, Jess, y su marido. Entonces supe que era afortunada de casarme con el hombre al que amaba.
Al llegar al altar, mi padre nos juntó las manos, y retrocedió a un lado.
-Estás preciosa... -susurró Ralph-. Bueno, no. Preciosa es poco comparado contigo.
Sonreí, y todos mis miedos se fueron de repente. Me hubiera gustado besarle ya mismo, pero tendría que esperar.
El sacerdote dijo el sermón antes de llegar a los sí quiero.
Y llegaron. Cuando le preguntó a Ralph, éste dijo "sí quiero" sin vacilar, sin embargo, cuando me preguntó a mí, yo miré por la iglesia hasta posarse en los ojos azules de Edward. Me impresioné de que estuviera allí, que pudiera soportar esto. Me miraba entre apenado y feliz, quizá por verme feliz a mí. Y entonces miré otra vez a Ralph, con cara de preocupado. Le sonreí, y asentí.
-Sí, quiero -dije finalmente.
Suspiró aliviado. Entonces nos tendieron los anillos. Yo se lo puse a Ralph, y él a mí, obviamente. Y por fin, el sacerdote dijo:
-Puedes besar a la novia -Ralph no se lo pensó dos veces, me rodeó la cintura con los brazos, y levantándome un poco del suelo, me besó.
Todos estallaron en gritos de júbilo y demás. Y aunque después de besarnos me moría de la vergüenza, sonreí. Pero no pude evitar enterrar el rostro en el pecho de Ralph, mientras éste me miraba con toda la ternura posible.
-Te quiero -me dijo Ralph y, si no me equivocaba, fue la primera vez que me lo dijo.
-Es... la primera vez que...
-Lo sé, pero quería esperar al final. Te quiero, te quiero, te quiero -me volvió a besar.
-Qué suerte tenerte a mi lado...
-Y yo de tenerte a ti... Quizá fue el destino volver a encontrarnos, quién sabe. Sólo sé que estoy en deuda con él.

*Bueno, y aquí termina la historia de Destino. Si a alguien le entra nostalgia o quiere volver a leer la historia o cualquier cosa, lo pondré aquí, en este blog, en formato PDF para quién quiera, que lo descargue, y para no estar buscándolo en los archivos ;)
La próxima entrada será la continuación de Night of Angels, y si alguien no recuerda dónde quedé, pues lo mira y listo xD
Bueno, y esto es todo. ¡Gracias por leerme! ^^

sábado, 7 de agosto de 2010

Capítulo 23/24

*Antes de nada, me gustaría comentar algunas cosas.
Chiara, quizá sí, ése suele ser mi tipo de chico favorito, y como los de los demás son tan... no sé, unos santos, pues yo decidí hacerlos malos ;)
Y Melanie, sinceramente estoy totalmente de acuerdo contigo. No quería ni quiero ser grosera, pero yo hago este tipo de historias para que sean una sorpresa. Si, como ha dicho ella antes en el anterior comentario, sabéis lo que pasará más adelante, por favor, guardároslo para vosotras, y no se los desveléis a las que todavía no lo saben, porque entonces la sorpresa se fastidia. Así que por favor, no digáis nada. Me gusta que comentéis, lo sabéis todas perfectamente, pero no arruinando la historia. Como dijo Melanie, opinar que sabréis lo que pasará, pero no lo digáis ;)
Gracias, y ahí van los capítulos:


Ralph y yo llegamos esta vez a un pueblecito pequeño que parecía que él lo conocía perfectamente. Al entrar, nos bajamos del caballo y Ralph me cogió de la mano. Me llevó hasta una casa que había más o menos en el centro, y ató las riendas del caballo en un poste.
-¿Dónde estamos? –pregunté intimidada.
-Te quiero presentar a alguien.
Petó en la puerta. A los cuatro segundos, una chica de facciones bastante parecidas a Ralph apareció por ella. Al verlo, sonrió ampliamente.
-¡Primo!
-Hola, Victoria.
-¿Pero qué haces aquí? ¿No estás algo lejos de tu casa?
-La verdad es que sí, pero ya que volvíamos, decidí venir a visitarte.
Se dieron dos besos en las mejillas y luego la chica reparó en mí. Sonrió todavía más.
-Vaya, vaya, ¿pero quién es la niña de tus ojos?
Yo no dije nada. Seguramente estaba ruborizada, porque sentía arder la cara por el comentario que dijo. Ralph sonrió al ver mi timidez, y me dio un beso en el pelo.
-Es Raquel, ¿la recuerdas? La niña con la que yo pasaba todo el día cuando éramos pequeños.
Un brillo de comprensión apareció por los ojos de Victoria.
-¡No me digas que es esa niña tan mona! –se acercó a mí y me abrazó-. ¡Pero bueno, qué digo, si ahora todavía estás más guapa! Ah, ¡pero pasad! No os quedéis ahí.
Ambos pasamos.
Al rato, nos vimos sentados alrededor de una mesa tomando té delante de un fuego. La verdad es que se estaba genial ahí dentro.
-Increíble –Victoria no me quitaba los ojos de encima.
Le sonreí un poco incómoda, y empecé a beber de mi té.
-¿Increíble qué? –preguntó Ralph.
-¿Tú qué crees? Nunca habría creído que tú, exactamente tú, cayeras en las redes de Cupido.
Ralph empezó a reír.
-¿Por qué lo dices?
-¿No se nota? Sin duda estás muy enamorado de ella –dijo señalándome con la cabeza.
Por la sorpresa, escupí el té de mi boca, manchando el mantel de la mesa. Empecé a toser. Ralph se levantó rápidamente y me dio palmadas en la espalda.
-¡¿Estás bien?! ¡Raquel!
Dejé de toser. Asentí débilmente. Ralph suspiró y se volvió a sentar en su sitio, bastante nervioso.
-Un día vas a matarme del susto.
-Lo siento –me disculpé avergonzada.
Victoria estaba intentando limpiar el mantel con un paño.
-Por favor, déjame ayudarte… -dije con un hilo de voz.
-No te preocupes, esto se seca como si no hubiera pasado nada –se sentó, y yo con ella-. Pero bueno, ¿y esa reacción? Ralph, ¿todavía no le has dicho que la quieres?
Me quedé con la boca abierta. Vaya, Victoria no se andaba por las ramas, y aunque sé que su intención era buena, me estaba empezando a poner nerviosa.
Ralph miró a la mesa.
-Bueno, yo…
-Es… esto… ¿podéis disculparme? Vuelvo ahora –dije.
Bajo sus miradas preocupadas, salí de la casa rápidamente. Como era casi de noche, no había nadie por la calle. Me senté en un banco de piedra que había por allí, viendo las estrellas del cielo junto con la luna llena. Una noche muy romántica, sin duda.
Suspiré. Después de un rato, sentí unos pasos detrás de mí.


Me volví despacio al escuchar los pasos, y me encontré con los ojos preocupados de Ralph. Me sonrió débilmente y se sentó a mi lado, en el banco. Miró al cielo.
-Vaya, menuda luna, ¿eh? Bonita noche.
-Sí, supongo.
Posó sus ojos en los míos, pero yo aparté la mirada al suelo. Él alzó mi barbilla para obligarme a verle.
-Eh, Raquel, por favor, mírame. Hablemos, ¿de acuerdo? –suspiré-. ¿Qué te pasa?
-Nada.
Bufó.
-Cuando las mujeres decís que nada, es que es algo, así que…
Le miré directamente a los ojos, y noté cómo se estremecía.
-Está bien. Victoria tiene razón. ¿Por qué nunca me has dicho que me quieres?
-Bueno, ¿tú me lo has dicho a mí?
Apreté los labios.
-No –contesté con un hilo de voz-, pero tú ya sabes… bueno, eso…
-¿Qué sé el qué?
-Eso.
-Eso pueden ser muchas cosas, Raquel.
Ralph sabía perfectamente lo que quería decir, pero estaba segura de que quería escucharlo.
-Eso… que te quiero… -contesté rápidamente y muy, muy bajito.
Me miró divertido, y con una sonrisa burlona.
-No me he enterado de nada.
-Que te quiero –otra vez muy rápido pero un poquito más alto.
-¿Eh?
-¡Que te quiero! –grité. Me tapé la boca con las manos.
Me sonrió con dulzura y maldad sana.
-Eso era lo que quería.
Se levantó, se cruzó de brazos y miró al cielo.
El corazón me empezó a latir con rapidez, ya que la luz de la luna le daba reflejos plateados a su pelo dorado y le hacía brillar los ojos de un modo mágico. Me miró y sonrió antes de volver a mirar la luna. Me levanté y me coloqué a su lado.
-Te eché muchísimo de menos todos estos anteriores años –dijo-, pero todo ese sufrimiento habrá valido la pena si paso los años que nos quedan juntos.
Sentí cómo me ruborizaba. Me cogió de la mano y las miró debajo de la luz. Yo me perdí en sus ojos. Esto que sentía por él era demasiado fuerte. Quizá por todos estos años que permanecimos separados. Y estaba segura de que él sentía lo mismo.
Alzó la otra mano y me acarició la mejilla. Se inclinó y apoyó su frente sobre la mía, cerrando los ojos. Yo también los cerré, disfrutando de ese momento único.
-¿Sólo… eres así conmigo? –susurré.
-¿Así cómo? –dijo todavía con los ojos cerrados.
-Bueno… este lado tuyo tan tierno… no sé, desde el baile nunca te había visto… así, como ahora.
-Tampoco hacía falta –los abrió-. ¿O prefieres compartirlo con las demás personas?
Me acerqué más a él y apoyé mi cabeza en su hombro. Él, un poco sorprendido, apoyó su mejilla en mi pelo, rodeándome con los brazos.
-Si te dijera que no… ¿creerías que soy una egoísta?
-No. Sólo pensaría que me quieres para ti sola.
-Entonces no. No quiero compartirlo…
Sentí cómo sonreía, y miró la luna.
-Me encantaría regalarte la luna…
-No tienes que prometerme la luna.... Me basta si sólo te quedas conmigo un rato debajo de ella.
Rió débilmente.
-Entonces deseo concedido.
Y nos besamos, hasta que empezó a hacer frío de verdad y entramos dentro.

viernes, 6 de agosto de 2010

Capítulo 21/22 (un poco largo, quizá ^^")

Me desperté en medio de mucha gente enferma. Los monjes y algunas mujeres cuidaban de ellos, y llevaban una máscara en la cara hecha de piel. Buen método para no contagiarse.
Me erguí despacio, pero me dolía todo, estaba sudando y el estómago lo tenía revuelto. Se podían escuchar gritos de enfado detrás de la puerta.
-¡¿Cómo que no puedo entrar?! ¡¡A mí no me prohíbes nada!! ¡¡Déjame entrar!!
-Pero señor, no podéis…
-¡¡Mi amiga está dentro!! ¡Déjame entrar o te juro…!
La puerta se abrió de repente, llamando la atención de todos los que estaban conscientes, y Ralph apareció por ella corriendo hacia mí, seguido de dos monjes que intentaban frenarlo.
-¡Raquel! ¡Me habías asustado! –Gritó bufando de cansancio cuando llegó-. ¡No vuelvas a hacerme eso!
-Lo siento… -dije sin fuerzas.
Me tocó la frente, e hizo una mueca.
-Estás ardiendo –susurró más para sí que para ambos.
Miró a su alrededor, y frunció el ceño. Una monja vino a nuestro lado, y se extrañó de que Ralph no tuviera la mascarilla.
-Oh, ¿vienes a ayudar? –le preguntó.
Ralph bufó.
-¿Yo, ayudar a estos moribundos? Qué más da, si total se van a morir igual –una señora que sudaba a chorros se giró hacia él asustada-. No, no me mire así, señora. A usted le doy cinco horas, así que yo si fuera usted no dormiría –y le guiñó un ojo.
La señora se desmayó del susto.
-¡Ralph, calla! –grité susurrando.
Se giró hacia mí, y me miró nervioso.
-No me refería a ti. Seguro que sobrevives, pero es que los demás tienen una pinta horrible. Mira ése, que incluso le sale pus de la piel. Y ese niño tiene unas manchas horribles en el cuerpo, y eso significa que se morirá dentro de poc…
De repente enmudeció, y se me quedó mirando horrorizado. No, no a mí, sino a mis brazos. Yo dirigí mi mirada a dónde él veía, y también me asusté. Me cogió rápidamente un brazo, y luego me miró despacio a los ojos.
-Significa que le queda poco de vida –concluyó ahora sin un atisbo de humor-. Y tú también tienes esos hematomas.
Tragué saliva con miedo, y pude notar que él también.
-Ralph… tengo miedo… -lloriqueé.
Él me abrazó con todas sus fuerzas, mientras me acariciaba el pelo con una mano.
-No puedo… no puedo perderte otra vez… -dijo con notable dolor en la voz.
Se separó de mí, y puso sus manos en mis mejillas mientras me apartaba el pelo mojado por el sudor hacia atrás.
-Te vas a recuperar, ¿me oyes? No te preocupes. Cuidaré de ti.
Reí débilmente.
-Pero Ralph, siempre has dependido de alguien y apenas eres capaz de cuidar de ti mismo… Además, ¿no decías que tú no te preocuparías nunca de cualquier persona que se te pusiera por delante aunque le cogieras cariño?
Sonrió levemente, pero con tristeza.
-Sí, pero hay una ligera diferencia. Tú no eres cualquier persona.
Me quedé embobada al escuchar sus palabras a la vez que me quedaba mirando sus preciosos ojos, pero un dolor repentino en el estómago y en la cabeza me consumía por dentro. Llevé mis manos a mi estómago, y me encogí de dolor.
-Raquel, ¿qué…? ¡Acuéstate!
Me empujó levemente, y me tendí en la cama. Y me volví a desmayar.


Abrí los ojos con cuidado, mirando el techo de piedra del convento. Y me sorprendí al descubrir que ya no me dolía nada. Me erguí, y me miré los brazos. Ya estaba bien. Sin embargo, miré a mi alrededor, ya que no había casi nadie; sólo una mujer y algún que otro hombre o niño dormidos, pero nadie más. ¿Qué había pasado?
Un monje apareció por la puerta, y al verme despierta, sonrió.
-¡Vaya! ¡Has sobrevivido!
-¿Cómo? –dije con un hilo de voz.
-Sí; la mayoría de las personas murieron con la enfermedad. Las personas que quedáis seguís vivas. Y tienes suerte, ya no puedes volver a contagiarte. No puedes contraerla dos veces. Y también, incluso, algunas personas ya ni la cogen –se cruzó de brazos pensativo-. Realmente extraño y fascinante. Pero bueno. Puedes irte.
Asentí sonriente. Bajé de la cama.
-Pero… ¿sabes dónde está un chico llamado Ralph?
-Emmm… ¿te refieres a ese joven rubio que intentaba por todos los medios entrar otra vez –dijo remarcando las dos últimas palabras- mientras maldecía y se cagaba en nuestro Señor? -Asentí un poco avergonzada-. Sí, seguramente estará afuera. Ah, y hazme un favor, enséñale modales, si no te importa.
Me mordí el labio inferior y asentí con una sonrisa.
Salí del convento, y lo busqué por todas partes. Al final me lo encontré en un banco, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Me acerqué a él despacio. Estaba segura de que me había sentido, pero ni se había molestado en mirar quién era. Me senté a su lado y le acaricié su pelo dorado. Él levantó la cabeza bruscamente, y al ver que era yo, abrió mucho los ojos y sonrió.
-¡Raquel!
Me atrajo hacia él por un brazo y me abrazó. Luego se separó, me miró de arriba abajo, y suspiró.
-Pensaba que… Bah, yo que sé qué pensaba ya.
-¿Cuánto tiempo llevo dormida? –pregunté.
-Tres días.
-¿¡Tres días?!
-Sí.
-Y… ¿y esperaste por mí… cuando podrías estar ahora mismo en tu casa?
Se encogió de hombros y bajó la mirada avergonzado.
¿Ralph, avergonzado de algo? ¿Pero quién es este y qué ha hecho con el verdadero Ralph?
Chasqueó la lengua.
-¿No recuerdas que te dejé bien claro que si no me casaba específicamente contigo no obtendría mi premio? –y sonrió con burla.
-Agh, ha vuelto el Ralph de siempre –mascullé.
Me miró interrogante, pero luego lo entendió, y se echó a reír.
-¿Qué te esperabas? Yo soy como soy, y al que no le guste, mando que lo ahorquen, y listo.
-Ah… por eso nadie te contradice…
-Vaya, qué sagaz estás últimamente, ¿no?
Ambos reímos otra vez, y nos levantamos.
-Venga –empezó-, ya que estás bien, habrá que seguir, ¿no crees?
Asentí, y nos subimos al caballo. Cuando empezamos a cabalgar, me vino una pregunta.
-¿Y dónde dormiste?
-Ah, en el hostal que había al lado, pero quería largarme de ahí cuanto antes. La hija de la mujer me tiraba los tejos. Y la mujer también.
Apreté la mandíbula, y carraspeé.
-Vaya, vaya, vaya. ¿Estás celosa?
-¿Yo, celosa? Por favor, no seas ridículo… En-en serio, no… ¿por qué debería…? –pero se me fue apagando la voz a medida que inventaba.
Él sonrió.
-Quizá, entonces, debería hablar más con jovencitas guapas para…
-¡Ni se te ocurra! –solté sin querer.
Me mordí la lengua, y me giré levemente para mirarle mejor.
Pero en vez de encontrarme con su mirada burlona, me topé con sus labios sobre los míos.
Al momento, los separó.
-Que te quede bien claro que te quiero a ti y sólo a ti.
Y me volvió a besar. Llevó una mano a mi pelo y otra a mi cintura, acercándome más a él, hasta que, sin darnos cuenta, nos caímos del caballo. Éste se quedó parado en el camino, y nosotros en el suelo. Ralph había caído de espaldas, y yo encima de él, aún así había dolido.
-Ay… -dijo sin respiración.
-¡¿Estás bien?! –dije mientras me incorporaba.
Pero él me envolvió entre sus brazos y me siguió besando, hasta que nos dimos cuenta de que llevábamos mucho rato todavía tirados en el suelo.
Nos levantamos. Yo sacudí mi capa. Luego le miré. Él sólo sonreía sin apartar los ojos de mí.
-De vez en cuando está bien que te pongas celosa, por cierto –concretó-. ¿Vamos?
Sonreí, asentí y nos volvimos a subir al caballo. Y esta vez espero que no nos volvamos a caer.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Capítulo 19/20

-Así que era eso, ¿eh? –se rió-. Al parecer, y después de algún esfuerzo, te caigo bien.
-Siempre me caíste… bueno, casi siempre me caíste bien. Es sólo que… eres tan… no sé cómo decirte…
-¿Imprevisible? Ésa es la impresión que quiero causar. No me gusta la gente. Y eso que debo tratar con ella.
-Oh. Entiendo.
Flexionó la pierna y apoyó el antebrazo en la rodilla, respaldándose en el tronco del árbol. Yo también me apoyé. Y ambos a la vez nos miramos.
Sentía cómo el corazón me iba a cien por hora, como loco, y cómo me ruborizaba. Pero no quería parar de mirarle. Me era imposible. Él sonrió levemente, alzó la mano que tenía encima de la rodilla y me tocó la mejilla ruborizada, vacilante por si yo apartaba la cara, con suavidad y ternura, algo que parecía imposible en él. Luego se apartó.
-Quiero contarte algo –dijo serio-. De pequeño creyeron que yo era… autista. Ese tipo de niños que no responden a nada.
-¿Y por qué?
-Porque, como ya dije, no hacía caso. Estaba todo el día en mi habitación. No me gustaban los otros niños, y siempre que me preguntaban algo los ignoraba. No me gustaba el mundo, a decir verdad. Pero cuando tú llegaste a él… Nuestros padres eran viejos amigos, ya sabes, y tu padre le dio la gran noticia al mío de que ya habías nacido. Pero mi padre no podía ir, así que tardamos un año entero en ir a verte. Con dos años, yo racionalizaba las cosas a mi manera. Mis padres todavía no habían perdido la esperanza conmigo. Y entonces, fue cuando te vi por primera vez. Estabas durmiendo en tu cuna. Yo no quería ir a verte, pero mis padres me obligaron. Eras… en ese momento creí que eras la cosita más bonita que había visto en mi vida. Al final no me separé de ti en todo el día. Y fue cuando dije mi primera palabra.
-¿Cuál…?
Miré hacia él, y me sonrió con dulzura.
-Mi nombre… -susurré. Él asintió.
Unas lágrimas aparecieron por mis ojos, pero intenté no derramarlas, aunque sin mucho éxito.
-Así fue como reaccionaron mis padres. Pero no quiero verte llorar –me enjuagó las lágrimas-. Se sentían tan contentos, que al final nos mudamos a tu ciudad. Y tú y yo crecimos juntos. Nos pasábamos todo el día jugando y demás. Hasta que, ya sabes, cuando cumplí los siete años, tuve que irme.
Suspiré.
-Sí… recuerdo que al día siguiente, al ver que no venías a jugar, me puse muy triste. Había llorado todo el día –dije.
-Lo siento. Aunque yo también lo pasé fatal. Supongo que descargaba mi ira sobre otros. Por eso soy así de… cruel.
-Ahora mismo no lo parece.
-Eso es porque… no sé, siento que estoy en deuda contigo. Fuiste la primera persona en el mundo que me hizo sonreír.
Después de todo esto, subimos al caballo y empezamos a avanzar otra vez. Pero esta vez yo rebosaba de felicidad.


Después de más camino, nos encontramos con otro pueblo. Me extrañó que no hubiera nadie por la calle. Pero Ralph parecía confundido.
-¿Qué pasa? –le pregunté mientras, en la entrada, bajábamos del caballo.
Frunció el ceño, y se cruzó de brazos.
-Es… es imposible. Se suponía que el camino por el que íbamos orientados tendría que habernos llevado a… -miró a su alrededor, y cerró los ojos, comprendiendo algo que yo no sabía-. Hemos ido hacia el sur. Nosotros vivimos en el norte. ¿Cómo he podido equivocarme?
-¿Puedo ayudaros? –preguntó una voz masculina detrás nuestra.
Di un respingo por el susto, y ambos nos volvimos. Era un hombre de mediana edad, que sonreía confiado, y que llevaba traje de monje, aunque tenía cara de cansancio y sombras bajo los ojos.
-Bueno, sí. Nos hemos perdido –contestó Ralph cauteloso-. ¿Por dónde se va hacia el nordeste?
-Oh. No estoy muy seguro. Pero el obispo Henry lo sabe. El problema es que ahora mismo está en misa.
-Bien. Le preguntaremos a él. Asistiremos a misa si es necesario. Vamos.
Sin darle ni las gracias al monje, fuimos a la catedral.
-¿Por qué no hay nadie por la calle? ¿Qué es lo que pasa?
-La enfermedad.
-¿Qué…?
-Es una enfermedad muy rara. Escuché que se expandió desde el extranjero hasta Italia, y de ahí al resto del continente. En ese país, la enfermedad es completamente mortal. Sólo resistieron unos pocos. En Alemania, Francia, España e Irlanda, ya son más de la mitad. Y aquí… está llegando. Lo que nunca pensé es que llegaría tan pronto. El monje debía de estar ocupado cuidando de los enfermos. Por eso estaba tan cansado.
Como el monje dijo, estaban en misa. Ralph y yo entramos con cuidado y nos sentamos en uno de los bancos libres. Había poca gente que rezaba con intensidad.
Una niña estornudó.
En ese momento fue cuando me empecé a encontrar mal. Se me revolvía el estómago, pero no dije nada. Durante el sermón, Ralph me miró preocupado.
-¿Estás bien? –me susurró.
-S… sí, sí, estoy… -carraspeé-. Estoy bien.
Frunció el ceño indicándome que no lo veía así, pero asintió. Al final de todo, cuando el obispo terminó, la poca gente salió de allí. Y de repente, la niña pequeña que había estornudado antes, entre el gentío, cayó al suelo.
Todos se sorprendieron, y la madre de la niña se arrodilló junto a ella.
-¡Está sangrando! –dijo entre sollozos.
-¡Hay que llevarla al convento! –dijo un hombre.
La mujer la cogió en brazos y salieron. Miré a Ralph, pero éste estaba en el altar hablando con el obispo.
De repente, me entró un calor repentino. Y empecé a toser. Cuando aparté la mano de la boca, me horroricé: tenía sangre. La cabeza me empezó a dar vueltas, pero resistí estando de pie. Aunque me tambaleaba ligeramente. No se lo diría a Ralph. El pobre ya tenía bastantes preocupaciones por culpa mía.
Me acerqué a ellos a paso lento, para intentar no caerme y delatarme.
-Bien. Ya está todo. Gracias.
-Muy bien, hijo mío, ¿pero no os gustaría confesaros y quitaros todos vuestros pecados?
-No. Mis pecados y yo estamos muy bien juntos. Ya sabe, no nos gusta que nos separen –miró hacia mí, y frunció el ceño-. Raquel, ¿te encuentras bien? Estás pálida. Y estás sudando.
-Sí… es que… bueno, aquí hace calor, ya sabes. Es normal…
-Estamos a finales del año.
-Lo sé, pero es que… Bueno, -carraspeé, aunque me escocía la garganta- ¿nos vamos?
Apretó los labios, pero luego asintió.
-Bien. Nos vamos ya. Chao.
-Muy bien, hasta pronto, príncipe Ralph. Espero que encontréis pronto vuestro lugar.
-Sí, sí, yo también.
Bajó del altar, y me empujó suavemente la espalda para que empezara a andar, pero yo casi doy un traspié por lo mal que me sentía. Al salir, seguía sin haber nadie. La gente debía de tener miedo por la epidemia. Pero quedándose en casa tampoco iban a conseguir mucho.
Al final no pude soportar el calor y el dolor y me desmayé.

domingo, 1 de agosto de 2010

Capítulo 17/18

Andamos durante toda la noche. Bueno, yo me había quedado dormida, y al despertarme me encontré con un brazo protector de Ralph rodeándome la cintura, y mi cabeza apoyada en su pecho. Y él tenía su mejilla apoyada en mi pelo. Empecé a sonrojarme, y el estómago me hacía cosquillas, pero me hice la dormida un poco más. Quería disfrutar del maravilloso momento…
Pero el tiempo pasaba muy rápido, así que al final me erguí, bostecé un poco y me froté los ojos. Ralph me miró con ternura, y para mi pesar, cogió las riendas con el brazo que antes me rodeaba.
-Lo siento. Te habías quedado dormida… Supuse que estarías más cómoda apoyada.
-¿No… no has dormido en toda la noche?
-No. Tranquila. Estoy acostumbrado. Además que es peligroso dormirse en este lugar. Pueden haber proscritos o bandidos. Nunca se sabe. Toda precaución es poca.
Asentí débilmente.
-Oye. Hace tiempo que no me dices que me odias. ¿Te pasa algo? –me preguntó divertido.
-No… -dije entre débiles risas-. No. Sólo es que quizá esté preparando un insulto muy grande para cuando llegue el momento… nunca se sabe…
-Ya te dije que, aunque parezca raro, me gusta que me insultes porque sé que has pensado en mí en ese segundo.
-¿Pero lo decías en serio?
-¿Y por qué no? Intento que te sea más cómodo asimilar todo esto, Raquel. Y creo que lo estoy consiguiendo.
“Sigue siendo el mismo de siempre”, pensé feliz.
Quizá por fuera se comportara como un arrogante, egoísta, hipócrita, con una dura piedra en vez de corazón, cruel, maltratador de animales y niños, asesino… y demás. Pero cuando le conoces mejor sabes que sólo es una máscara.
O quizá sólo se comporte así conmigo. Sonreí ante ese pensamiento.
-Mira, ya llegamos. Aquí es.
Miré hacia dónde él miraba. Y me quedé con la boca abierta. Era una ciudad enorme, y sin duda se estaba realizando una feria.
Nos bajamos del caballo cuando entramos. Era muy bonita. ¿Cómo es que no sabía que existía este lugar?
La gente iba feliz de un lado a otro, comprando en los puestos y demás. Una chica que vendía huevos en una cesta se quedó mirando a Ralph, intentado llamar su atención.
Me reconcomieron los celos. ¿Es que no veía que iba acompañado? Pero supongo que eso le daba exactamente igual.
Ralph buscaba con la mirada, y al final encontró lo que quería. Me cogió de la mano y me llevó hasta un castillo. Los guardias, al ver a Ralph, le hicieron una reverencia al reconocerlo.
-Alteza, el conde le espera.
-Sí, ya lo sé -contestó bruscamente.
El hombre tierno de hace unos momentos se había ido, dejando a uno muy diferente delante de mí.
-Pase, por favor. Déjeme, nos encargaremos personalmente de su caballo.
Ralph le tendió las riendas, y el guardia lo cogió y lo llevó a la parte de atrás del castillo.
Ambos entramos. El conde nos recibió en el vestíbulo.
-¡Oh, Dios mío! Príncipe Ralph, cuantísimo tiempo que hace sin veros. Sin duda habéis crecido para mejor.
-Gracias, conde William. Usted también…
El hombre estaba algo gordo.
-… también habéis crecido mucho –acabó.
El conde sonrió, y luego me miró.
-Vaya, y esta bella señorita debe de ser la hija de Jack, Raquel, ¿verdad?
-Sí. Mi prometida –agregó Ralph.
-Cómo habéis cambiado. Estáis muy guapa. Venga, es mediodía, y sin duda tendréis hambre. Querría invitaros a comer.
-No… no hace falta… sólo…
-¡Por favor! Ya tenemos todo preparado.
-Es… está bien… -dijo Ralph suspirando-. Vamos.
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Los tres pasamos al comedor. El conde William se colocó en la cabeza de la mesa, Ralph a su derecha, y yo a su lado.
Por la puerta aparecieron dos chicas jóvenes, una niña y, quién suponía, la mujer del conde.
La primera hija debía de tener unos veinticinco años, la segunda unos diecinueve o veinte, y la pequeña… siete u ocho. Se sentaron en frente nuestra, ya la mujer del conde a su izquierda de éste.
-¡Vaya, príncipe Ralph! Cuánto tiempo. Sin duda estáis más guapo.
La segunda hija del conde no le quitaba los ojos de encima, pero Ralph la ignoraba.
-Gracias por invitarnos, pero realmente no hacía falta todo esto, conde William.
-Sí que hacía falta. Vos y vuestro padre habéis hecho mucho por mí, y ya era hora de que os lo devolviera. Aunque por supuesto no es sólo esto.
-William, quizá en otro momento.
Mientras Ralph, el conde y su mujer hablaban, yo miraba con los ojos entrecerrados a la chica de diecinueve años, y ésta me fulminaba también con la mirada. En un momento dado me sacó la lengua. Yo fruncí el ceño.
-… ¿verdad, cariño? –le preguntó el conde a ésta.
Pestañeó y le miró.
-¿Cómo, padre?
-Digo que estás buscando a un marido que tengas sus ideas bien puestas, como el príncipe.
Ésta miró a Ralph, y sonrió como una estúpida.
-Por supuesto. Incluso me gustaría que fuera exactamente igual a vos, alteza.
Apreté la mandíbula. Ralph me miró de reojo, y sonrió divertido.
-Sí… eso está bien. Pero os recuerdo que yo ya tengo una prometida –se levantó-. Bueno, sin más dilación, y lo lamento mucho, pero debemos irnos. Queremos llegar cuanto antes a casa.
-¿Pero no queréis pasar aquí la noche? Veo que tenéis ojeras del cansancio. Sería bueno que recuperarais fuerzas.
Ralph vaciló, luego me miró y asintió derrotado.
-Está bien. Nos quedaremos. Gracias por vuestra hospitalidad.
-¡Un placer!
Al final nos quedamos dormidos por la mañana. Pero de todos modos estuvo bien, ya que descansamos como nunca. Aunque yo… había soñado por la noche. Con Ralph.
Y según mi sueño, vivía felizmente casada con él. Lo adoraba.
Cuando salimos del castillo del conde ya preparados, no me atrevía a mirarle a la cara.
Aunque no quisiera, sabía que cada vez me estaba enamorando más de él.
Y mirarle sabiendo todo lo que sentía por él me daba algo de vergüenza, como si le estuviera ocultando un secreto. O quizá porque me daba la impresión de que podía mirar a través de mí.
Durante el camino, montados en el caballo, tampoco me había atrevido a mirarle.
-¿Te acuerdas… -empezó él al ver que yo no decía nada- de cuando bailamos por primera vez?
-Sí…
-¿Y lo que te dije? ¿Que si yo te intimidaba porque no eras capaz de mirarme a los ojos?
-Ajá… -dije con un hilo de voz.
-Bien. ¿Te intimido… otra vez?
Fruncí el ceño, y me giré para verle, pero me volví otra vez al recordar el sueño.
-No… no es eso… yo…
-Oye, si te doy miedo me lo dices. Intentaré que no… -suspiró cansado-, hablaré con mis padres para que suspendan la boda.
Me estremecí del terror.
-¡¡No!!
El caballo, al oír mi desesperado grito, se asustó y empezó a trotar veloz.
-¡Hey, quieto! –dijo Ralph agarrando bien las riendas.
Sabía que era un experto jinete, así que controló al caballo en poco tiempo, pero éste frenó y ambos salimos disparados hacia delante.
-¡¡Ay!! –exclamamos al unísono al caer.
Nos incorporamos, quedando sentados, y Ralph miró hacia mí.
-¿Estás bien? –me preguntó con lo que parecía, para mi gran sorpresa, preocupación.
Consideraba a Ralph una persona de ésas que no se preocupan de los demás, sino de sí mismo. Lo había juzgado mal al parecer.
-Sí… ¿y tú?
Asintió, y miró al caballo, que se había ido al lado del camino a pastar otra vez.
Al pensar en nuestra caída, me entró la risa. Ralph me miró con una ceja alzada serio, pero no pudo resistirse y también se rió. Luego se levantó y me tendió una mano para ayudarme.
Me limpié la capa y el vestido, y me ruboricé un poco.
-Así que… -dijo-, al fin y al cabo sí quieres casarte conmigo. Porque ese grito incluso asustó al caballo.
Me reí otra vez, y él sonrió.
-Es bueno saberlo.
-Sí, bueno, es que… -aparté la mirada. El sueño me perseguía como loco, apareciendo en mi mente. Ralph se dio cuenta.
-¿Qué te pasa? ¿He hecho algo mal? –Suspiró-. Lo siento si te he ofendido con algo, pero es que…
-No, no. No es por ti… Bueno sí. Es por ti, pero no es nada malo.
-Entonces me gustaría escucharlo.
Nos sentamos debajo de un árbol, y le empecé a contar.