¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

martes, 26 de octubre de 2010

Capítulo 55/56

Capítulo 55 (J)


Me había despertado un poco cansado después de las peleas que tuve ayer con tres demonios, pero estaba perfectamente.
A eso de las doce y media de la mañana, fui a dar una vuelta por las calles de Roma. Un poco de aire me vendría bien.
Pasé por la carretera y demás, por los parques, hasta llegar al puente Milvio, dónde estaba lleno de candados de las parejas que sellan su amor eterno.
Nunca me había parado a pensar si yo quería una compañera. Había visto, hace mucho, claro, a Damen ligar con cualquier mujer que fuera guapa. Pero yo no sería capaz de hacer algo así.
Mientras caminaba por el puente, me fijé en un candado azul dónde ponía las letras “J&A”.
Entonces me choqué con alguien.
Yo quedé de pie, pero ese alguien se cayó sentada al suelo. Y se le cayeron unas gafas.
-Scusa ma! –dije en italiano mientras me arrodillaba a su lado y la ayudaba a levantarse-. No era mi intención…
-No… no te preocupes, estoy bien. Fue un fallo mío. Es que me quedé mirando un candado… -la chica tenía un fuerte acento propio de los italianos.
-Sí, yo también, y sin querer…
Ambos miramos el candado azul de “J&A”, y nos volvimos a mirar. Sonreímos.
-Vaya… esto… ¿Hablas español?
-Sí, bueno… Mi madre es de España, y me enseñó desde pequeñita hablarlo…
-Oh, bueno, perdona. Hum. Soy un maleducado. Me llamo Jack –le tendí la mano.
-Yo… yo Amanda –me tomó la mano, y yo le besé los nudillos antes de responder.
-Precioso nombre, si me permites decirlo.
Amanda se quedó un poco en estado de shock, pero le volví a sonreír. Se ruborizó violentamente y volvió a mirar el candado.
-Vaya, qué casualidad, ¿no crees? Las mismas iniciales que en el candado –carraspeó avergonzada.
Me fijé en las gafas que estaban en el suelo, las cogí y se las tendí. Ella, agradecida, me sonrió y se las puso.
-Deberías tener más cuidado con ellas –le dije con voz dulce-. Podrías perderlas.
-Lo sé, es que siempre tengo la cabeza puesta en otro sitio –se rió.
Ése me pareció el sonido más maravilloso que había escuchado en la vida. El corazón me empezó a latir frenético.
Entonces la miré mejor. Era de tez morena, tostada, con unos ojos pequeños y azules detrás de unas gafas rosa pastel, y de pelo marrón chocolate.
Ansiaba alzar la mano y acariciarle la mejilla, para saber si era tan suave como parecía. Estaba seguro de que sí, pero me temía que sería de mala educación, así que me contuve.
Me di cuenta de que nos habíamos quedado mirando el uno al otro, y que todavía seguíamos en el puente.
Sacudí la cabeza, y le sonreí otra vez.
-Esto… te… ¿te apetece… no sé… -me rasqué la nuca, mirando al suelo-, tomar… algo? Una disculpa por el pequeño empujón…
-Pero no te preocupes, no fue nada.
-Pero no me quedaría tranquilo.
Sonrió y asintió.
-Me encantaría.
Fue increíble el poder que tuvieron sobre mí esas dos simples palabras.

Capítulo 55 (E)

Tommy y yo nos dirigimos al parque de atracciones. Era un sitio fantástico, incluso para pasar un rato con tu hermanito pequeño.
Nos montamos en todas las atracciones que pudimos.
Como por ejemplo, a los columpios que dan vueltas en el aire. Aunque de ahí salimos bastante mareados.
O también en dos montañas rusas increíblemente grandes, altas y largas, que iban a una velocidad impresionante. Aunque yo le tenía un pánico terrible a este tipo de cacharros, Tommy deseaba con todas sus fuerzas poder montar, así que no pude negarme.
Me recordaban a cuando caía por los Portales, y sentí un pequeño ramalazo de añoranza. Le pediría a Damen que hiciera alguno alguna vez.
Comimos en el McDonald’s que había cerca de un pequeño cine, también dentro del parque.
Luego fuimos a dar una vuelta para que nos hiciera la digestión y para no intentar vomitar, al menos yo, en cualquier atracción que montaríamos al cabo del rato.
Fuimos a los coches de choque, jugamos al Air-Hockey –que por cierto, me dio varias palizas-, y ya por la noche, la atracción más temida para mí: el Huracán, una lanzadera de ochenta metros de alto y que bajaba a una velocidad mayor que la gravedad. Muchísimo mayor.
Pero por supuesto, Tommy no podía esperar para montar.
Mientras hacíamos cola, sentí algo extraño en el estómago, aparte de los nervios. Una sensación extraña que sentía en la espalda. Miré a mi alrededor, encontrándome con alguna que otra mirada curiosa de un niño o un chico, pero no vi nada raro.
Hasta que miré al suelo, a mis pies, y me encontré con una especie de hadita corretear por allí, dirigiéndose, entre la gente, a la atracción. Alcé las cejas sorprendida, y miré a Tommy. Él también la había visto –gracias a mí o por mi culpa, todavía no lo tenía muy claro-, y se había quedado con la boca abierta.
-¿Has visto eso? –me preguntó.
-Sí, sí que lo he visto…
Damen nunca me había hablado de la existencia de esos seres. Aunque bueno, si sabías que los ángeles existían y que tu novio, compañero tuyo durante toda la eternidad, fuera el líder de un nivel importante de éstos, supongo que también habría que creer en seres diminutos y alados.
La cola acabó después de media hora, y subimos.
Empezamos a ascender. Sentía el corazón martilleándome el pecho rítmicamente, y la sangre palpitando en mis oídos con fuerza. Miré mis manos: temblaban, y cometí el enorme error de mirar más allá de ellas, al suelo, que ya estaba más o menos a cincuenta metros de mí. Tragué saliva, y miré hacia arriba.
Abrí mucho los ojos. El hada que había visto antes estaba quitando varios tornillos de la columna. Intenté gritar, pero no me salía ningún sonido. Avisé a Tommy, pero éste ya lo miraba. Empezó a tornarse pálido. Era increíble que las demás personas que habían subido con nosotros no eran conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.
Pensé rápido: hoy, en vez las Converse, había traído bailarinas, así que balanceé el pie, dejándola colgada por los dedos, y después del cuarto, impulsé el pie hacia arriba, con lo que la bailarina salió disparada hacia el hada.
No le dio. Y estábamos a punto de llegar arriba.
Lo intenté con el otro. Lo mismo, dejé colgar la bailarina por los dedos, y con un enorme impulso…
-Vamos… vamos… -susurré.
Salió disparada otra vez, y esta vez, por suerte o precisión –creo que por suerte-, le dio al hada, dejándola entumecida y confusa, y cayó al suelo.
-¡Oh, Dios mío! –solté sin querer. Por favor, que esté bien, que esté bien…
Las personas que se me habían quedado mirando por lo de las bailarinas miraron abajo, creyendo que gritaba porque ya estábamos arriba.
Y caímos.
La caída duró más o menos tres milésimas de segundo, pero bastó para dejarme temblando al bajarme. Tommy me ayudó con cuidado, y fuimos al dependiente de la atracción para que me devolviera las bailarinas, que según él, cayeron del cielo. Ejem.
Mi hermano y yo, después de calzarme y bajarnos del elevador, buscamos con la mirada al hada. No estaba. Eso quería decir que seguía viva. Suspiré aliviada.
Tomamos un helado sin hablar del tema, y volvimos a casa. Le acompañé al hotel donde se alojaba, y luego volví yo a casa.
Subí en el ascensor, abrí la puerta con las llaves y la cerré detrás de mí con los ojos cerrados, ya cansada. Me apoyé en la puerta, y suspiré. Luego abrí los ojos despacio, y me quedé con la boca abierta por lo que estaba viendo.
Delante de mí, en el suelo, doce rosas rojas formaban una flecha, rodeada de velas granate que alumbraban el salón, y que ésta señalaba un Portal.
Me planteé no entrar, pero algo tan especial como esto sólo lo podría haber hecho Damen.
Pasé por encima de las rosas y entré dentro.

martes, 19 de octubre de 2010

Capítulo 54 (D)

Me levanté del sofá al terminar el café, lo dejé en el fregadero y me fui a la habitación. Elisa había terminado justo de hacer la cama.
Me acerqué y le abracé la cintura por detrás, susurrándole al oído:
-¿Sabes que con un chasquido de dedos habría podido hacer yo la cama?
-Pero prefiero hacerla yo por mí misma, gracias.
-No entiendo por qué.
Suspiró, e intentó deshacer mi abrazo, pero yo no la dejé. Al contrario, la apreté más contra mí, y le besé un hombro desnudo, ya que la parte de arriba de su pijama era de asas.
-¿Estás enfadada?
-¿Por qué siempre me preguntas eso?
-Porque me interesa saberlo.
-Pensaba que lo único que te interesaba era tu propia felicidad y tu aspecto –me replicó.
Dejé caer los brazos a los costados, y ella se volvió hacia mí. Fruncí el ceño.
-¿Por qué crees eso?
-¿Por qué crees tú que yo creo eso?
-Sabes que bromeo.
-A veces no lo parece.
-Si hago eso es porque… Bueno –suspiré-. Elisa, últimamente no hacemos más que discutir.
-Eso es lo que haces con todos.
-Con todos menos tú. Y no me gusta nada discutir contigo.
-¿Tú… tú me quieres de verdad?
-¿Qué pregunta estúpida es esa? ¿Acaso no te acuerdas lo que te dije ayer en el coche?
-Sí, pero eso es el pasado. Lo que me importa es el futuro. Ambos sabemos que el amor eterno no existe, Damen.
-Lo que te debe importar ahora es el presente. Y… te aseguro que existe. Te lo demostraré.
-Eso es imposible. ¿Cómo vas…?
-El tiempo es el único aliado que me queda para demostrártelo.
Me miró de hito en hito, pero finalmente asintió.
-¿Me crees? –pregunté un poco sorprendido.
Sinceramente pensé que me mandaría a la mierda automáticamente.
-Te creo –se acercó a mí y me abrazó-. Siento ser tan… irritable, pero es que con la presión de todo en general… Me está matando –le devolví el abrazo, y le besé el pelo.
-No te preocupes, mi vida. Yo estaré contigo todo el tiempo.
Le cogí el rostro entre mis manos y la besé en los labios apasionadamente, pero el timbre nos interrumpió.
Gruñí disgustado, y Elisa sonrió.
-Debe de ser Tommy –dijo.
-Debí mandar a ese maldito gato más lejos –murmuré.
Posé mi frente en la suya y suspiré.
-Nunca dudes de lo que siento por ti –le susurré, y me dirigí a la puerta.
La abrí, y en efecto, me encontré con la cara roja de Tommy y su gato en brazos. Respiraba rápido, y me miró con el ceño fruncido.
-Pasa, anda –le apremié, dejándole sitio.
Él, con la cabeza alta, muy digno –reprimí una sonrisa-, entró, y Elisa apareció vestida con sus típicos vaqueros pitillo y su sudadera con capucha, y abrazó a Tommy.
Algún día le pediría que se vistiera una minifalda y una camiseta corta. Sonreí ante ese pensamiento.
-¿Estás bien? –Le preguntó a su hermano-. ¿Te costó mucho encontrarlo?
-No, qué va. Yin Yang estaba en la perrera más alejada de todas y dentro de la jaula de tres perros Doberman hambrientos. Pero por lo demás, bien.
Elisa suspiró y me miró. Yo me encogí de hombros.
-Que no me hubiera molestado –dije, y miré la hora-. Bueno, yo me piro vampiro, que tengo cosas que hacer.
-Bien –miró a Tommy-. Pasaremos el día juntos.
Éste asintió feliz, y yo me crucé de brazos.
-Ah, claro. Para pasar el día con él no tienes que terminar tu proyecto, ¿verdad? –dije medio en broma, medio serio. Aunque no quería decirlo, me molestaba un poco.
Pero que quede claro que yo no soy celoso.
Elisa puso los ojos en blanco, se acercó a mí y me dio un fugaz beso en los labios.
-Ya sabes que hace mucho tiempo que no le veo, y a ti te veo todos los días. Bueno, quizá casi todos, pero es prácticamente lo mismo. Así que no te quejes.
Suspiré, pero luego sonreí. Me dirigí a Tommy.
-Bueno, chaval. Me parece que no nos volveremos a ver en un tiempo, así que… Chao, y hasta pronto –él asintió, y miré al gato-. Y la próxima vez que vengas no traigas a ese bicho contigo.
Yin Yang sacó las pequeñas garras de sus patas, pero no le hice caso. Me despedí y me fui.

viernes, 15 de octubre de 2010

Capítulo 53 (E)

Por la mañana, me desperté por los rayos de sol que se reflejaban por la ventana.
Pero no sólo con eso. Un suave pelaje me acarició la mejilla. Y el suave tintineo de un cascabel.
Abrí los ojos y me encontré con los ojos verdes de un gato negro…
¡¡Yin Yang!!
Me incorporé, y Yin Yang maulló.
-¡¡Yin Yang!! –Grité cogiéndolo en brazos-. ¿Pero qué haces tú aquí? ¡Cómo te echaba de menos!
Yin Yang ronroneó.
-Me alegro de que te guste la sorpresa.
Alcé la mirada y me encontré a Damen apoyado, con los brazos cruzados, en el marco de la puerta, sonriendo.
-Damen… -sonreí.
Se incorporó, se acercó a la cama y se sentó a mi lado. Acarició la cabeza de Yin Yang.
-¿Cómo lo has…? ¿Y por qué…?
-Hum… Supongo que esto es mi disculpa por lo de ayer.
-Pero Damen, fui yo la que…
Negó con la cabeza.
-Te grité y demás, y bueno… No quería… Ayer fue la primera vez en la vida que me viste acabar con tres vidas a sangre fría… -suspiró-. Quiero que lo olvides. Y con respecto a cómo lo traje… Adivina quién vino.
Le miré confusa. Por la puerta apareció un niño de doce años.
Abrí mucho los ojos.
-¡¿Tommy?! –grité dejando a Yin Yang en la cama y levantándome.
Tommy sonrió ampliamente y asintió.
-Dios mío… qué mayor estás –comenté incrédula. Hacía prácticamente cuatro años que no le veía, por el hecho de que ahora vivía muy lejos de casa y que mis padres se extrañarían de que siguiera teniendo la apariencia de una chica de diecisiete años, en vez de una de veintiuno.
Tommy vino corriendo hacia mí y me abrazó. Yo le besé en el pelo.
-Cómo te eché de menos… -susurró.
-Y yo a ti, pequeño.
-Bueno, aquí el gato y yo sobramos, así que nos vamos. Estaremos en el salón –dijo Damen mientras cogía a Yin Yang en brazos y se iba.
Tommy y yo nos separamos, y le revolví el pelo negro con cariño.
-¿Cómo es que estás aquí? –le pregunté.
-Pues verás. Cuando te fuiste empecé a jugar al tenis. ¡Y se me da tan bien que voy a campeonatos! Cuando me enteré que el próximo iba a ser aquí, me alegré tanto que le supliqué a mi entrenador que me dejara venir. Y a papá y mamá también.
-¿Qué tal están?
-¿Papá y mamá? Bueno… Todavía siguen queriendo que vuelvas a casa, y no se fían de Damen, pero por lo demás, bien.
-Hum… La verdad es que me siento fatal por ello… -suspiré.
-Tranquila –miró a su alrededor-. Y bueno, qué bien os lo montáis. ¿Y este apartamento? Parece una casa dentro de un edificio –me miró-. ¿Crees que hay un hueco para mí en eso de lo que hace Damen?
-Ni se te ocurra. Es muy peligroso.
-Lo sé… Era broma.
Sonreí no muy contenta por su comentario y nos fuimos hacia el salón. Nos encontramos con Damen apartando a Yin Yang con una mano en el sofá mientras con la otra sostenía su café.
-¡Aparta, bicho! ¡Lárgate! ¡Fus, vete!
Yin Yang lo ignoraba e intentaba llegar por todos los medios a la taza de café, así que Damen chasqueó los dedos y Yin Yang desapareció de repente.
Tommy y yo nos asustamos.
Damen bebió de su café recostado en el sofá, tan tranquilo.
-¡¿Qué has hecho con Yin Yang?! –le pregunté nerviosa.
Dio otro sorbo al café, y me miró. Se encogió de hombros.
-Digamos que ahora está en un lugar mejor.
-¡¿Lo has matado?! –gritó Tommy con ojos llorosos.
-¿Hum? Ah, no. Lo mandé a una perrera.
-Pero… en la perrera sólo hay perros…
-Por eso mismo.
Tommy abrió mucho los ojos y se fue por la puerta a buscar a Yin Yang. Me crucé de brazos y miré a Damen.
-¿Te parece bonito?
-Lo qué. ¿Mi reflejo? Precioso. Pero claro, más bonito que mi reflejo soy yo mismo –y sonrió.
Puse los ojos en blanco y me fui a la habitación.
-¡Pero oye, tranquila, que después de mí y mi reflejo, lo más bonito eres tú!
-¡Olvídame! –le grité desde allí.
Escuché su risa, pero de todos modos daba igual, era un pesado.
Pero sinceramente no sé lo que haría sin él.

martes, 12 de octubre de 2010

Capítulo 52 (D)---(E)

(D)-Bien. Tú irás por el lado oeste. Vosotros dos por el sur. ¡Venga! –ordené.
Los Dominios asintieron y me obedecieron. Iba a irme a vigilar por el norte cuando me encontré con Jake. Seguramente querría preguntarme por alguna chorrada de las suyas, pero me miraba muy, muy preocupado y con miedo.
Entonces empecé a asustarme de verdad.
-Qué ocurre, Jake.
-Elisa… ¡Elisa no está en casa!
El corazón empezó a latirme frenético.
-¡¿Qué es eso de que no está en casa?!
-¡No, y no sé dónde está! ¡Hace una hora que no viene!
Tenía los ojos llorosos. Apreté la mandíbula.
-Jake, espero que esto sea una de estas estúpidas bromas tuyas y me estés tomando el pelo, por tus muertos.
El crío negó con la cabeza, tembloroso.
-Está bien. Vamos a llamar a los demás.
Salimos corriendo rápidamente de allí.
Tenía miedo de que le hubiera pasado algo. Muchísimo miedo.

(E)El rubio me agarró el brazo, y el moreno cogió una especie de navaja suiza y me la acercó al antebrazo. Temblé como una hoja.
Me hizo un corte en la muñeca, justo en una vena visible a través de la piel, que empezó a sangrar abundantemente. Entonces manchó su dedo índice con mi sangre y la probó.
-Hum. Tiene sangre de arcángel recorriéndole por las venas. Y está deliciosa –se volvió a manchar el dedo, y volvió a probarla.
Intenté apartar el brazo, pero el rubio me tenía bien agarrada.
Entonces apareció. No, aparecieron.
Detrás del nefilim moreno se acercaron dos ángeles Dominios. Los nefilim emitieron un gruñido, pero sonrieron.
-Bah. ¿Sólo dos? Podremos con ellos perfectamente.
Pero detrás del rubio aparecieron veinte más. Se fueron acercando poco a poco, y agarraron a los nefilim. Yo, por instinto, me llevé la mano izquierda a mi muñeca, intentando frenar la hemorragia. Pero me era imposible.
Entonces los Dominios se abrieron mecánicamente dejando paso a alguien.
A Damen.
Enfurecido, se acercó a los nefilim y creó, de la nada, dos cuchillos. Sin piedad, y con toda la furia contenida, se los clavó, a cada uno, en el corazón.
-Espero que os pudráis en el infierno –susurró.
Los nefilim cayeron al suelo, y se desintegraron.
Damen indicó con un movimiento de cabeza a los Dominios que se fueran. Miré a Jake detrás de él, que me miraba tímido y entristecido.
-Elisa, lo siento…
-No fue tu culpa Jake. No te preocupes –contesté con un hilo de voz.
-Lárgate –le dijo Damen sin mirarle.
Jake asintió y se fue corriendo. Damen se volvió hacia mí. Me miró inexpresivo, pero con un débil deje de pánico en los ojos. Y luego a mi herida. Se arrodilló a mi lado, ya que yo estaba sentada, pues me mareé tanto que no aguantaba de pie, y me cogió la muñeca.
Mientras examinaba la herida, habló.
-¿De verdad que siempre tengo que enfadarme contigo porque te escapas de casa? –dijo sin mirarme-. Porque si lo que buscas es una buena bronca, lo estás consiguiendo.
-Damen, lo siento. Pero es que me había quedado sin bolígrafos, y como mañana no abrían las tiendas…
Eso le enfadó, frunció el ceño y me miró.
-¿Unos bolígrafos, Elisa? ¡¿Unos puñeteros bolígrafos merecen arriesgar tu vida?!
-¡Sino mañana no podría terminar el trabajo!
-Elisabeth Katherine –soltó entre dientes, intentando controlarse.
Le miré. Sólo me llamaba por mi nombre completo cuando realmente estaba disgustado.
-Perdóname –susurré.
Sacudió la cabeza, y se levantó conmigo en brazos. Me llevó a casa, y me hizo sentar en el sofá. Se acuclilló en frente mía y volvió a examinar la herida.
-Hum… es un corte limpio, pero justamente te cortó en una arteria y una vena a la vez. Ese hijo de perra… -masculló.
Se llevó el dedo índice y corazón a los labios y luego los posó en la herida, que seguía sangrando sin control.
Como por arte de magia, la herida se fue cerrando hasta quedar solamente una ligera cicatriz.
Pero yo seguía mareada. Miré a mis pies. La alfombra se había manchado.
-Estás pálida –suspiró-. Has perdido mucha sangre. Espera.
Se levantó, y al cabo de un rato me trajo agua con azúcar. Me lo bebí, y Damen me llevó a la habitación y me tendió en la cama. Me dormí enseguida.

domingo, 10 de octubre de 2010

Capítulo 51 (E)

Damen se había ido a vigilar toda la noche, ya que le tocaba. Y para mantenerme vigilada a mí por si ocurría algo, mandó a ese tal Jake del que tanto había oído hablar.
Él prefería haber llamado a Jack, pero hacía varios meses que no le veíamos ya que tuvo que viajar a Italia, por falta de Dominios. Brad estaba en México, Jonan en Argentina, Andrew en Corea del Sur, Cecil… bueno, de Cecil no se fiaba. Y Susan… Nadie sabía su paradero. Ni siquiera su abuela Adalia.
Jake era, con todo, un niño. Tenía dieciséis tiernos años, de pelo rubio y ojos negros, con el rostro siempre ruborizado ligeramente. Pero servía perfectamente para avisar a Damen si algo malo ocurría.
Pero el niño se había quedado dormido en el sofá.
Entonces se me acabó la tinta del boli. Me desesperé.
-¡No! –dije llevándome las manos a la cabeza.
Puede que pareciera una estupidez, pero para mí esto era muy importante. Mañana era domingo, y las tiendas estaban cerradas. Me puse a buscar más bolígrafos que fueran del mismo tono que el mío. Un simple bolígrafo Bic, pero no había.
Miré la hora: las diez menos cuarto.
La librería cerraba a las diez, así que… Quizá me diera tiempo.
Iba a avisar a Jake, pero el pobre se notaba que no dormía lo suficiente, ya que tenía ojeras bajo los ojos. Así que le dejé en casa durmiendo.
Cogí las llaves de casa, algún que otro euro para cogerme al menos tres bolígrafos y salí del apartamento. Bajé por las escaleras corriendo y salí a la calle. Como era invierno, ya era noche cerrada. Me subí la cremallera de la sudadera hasta el cuello, metí las manos en los bolsillos de ésta y empecé a andar.
Tardé unos minutos en llegar a la librería, y estaban a punto de cerrar, así que corrí.
-¡Espere! –grité-. ¡No cierre! ¡Espere!
La chica se volvió, y yo llegué a su lado.
-Lo… siento… -balbuceé por el cansancio-. Pero… Yo… Necesito… bolis… ¡Por favor!
La chica, obviamente, me miró sorprendida, pero asintió. Le pedí tres bolígrafos, y le tendí el euro.
-Quédese con el cambio. ¡Muchísimas gracias!
La chica asintió sonriendo y cerró finalmente la librería. Y se fue.
Me volví y empecé a andar, pero por la oscuridad y, la verdad, el miedo que tenía porque no había nadie por la calle, me hicieron desorientarme. Y eso que hacía tres años y varios meses que andaba por estas calles, pero estaba aterrada. Al final divisé un callejón para llegar antes a casa, así que fui hacia él y me metí.
Pero al final de ésta me aguardaba una sorpresa.
Un hombre vestido de negro apareció por él. Aterrada, me volví y me encontré con otro también vestido de negro. Uno era rubio y otro moreno, más o menos. No distinguía bien.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí. Una chica perdida. ¿Quieres que te ayudemos, pequeña?
-Lucas, la estás asustando. Y si se nos asusta, la cosa no tendrá ninguna gracia.
El corazón me latía a cien por hora. Sentía la sangre latir en mis oídos. Tragué saliva del miedo, y hablé.
-Sois… sois… nefilim, ¿verdad? ¿Pero qué hacéis aquí por la noche?
Los hombres se miraron confusos entre ellos, y luego me volvieron a mirar.
-¿Cómo sabes tú de eso? Eres una simple humana…
El moreno me examinó con ojos entrecerrados.
-No, no es humana. Tiene algo… ¿Quién eres?
Apreté los labios e intenté escabullirme por un lado del callejón, pero me fue imposible. Me agarraron. Cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Capítulo 50 (D)

El ángel caído se cruzó de brazos y sonrió burlonamente.
Yo, por mi parte, me guardé las manos en los bolsillos del pantalón y también le sonreí con sorna. Pero también me coloqué disimuladamente delante de Elisa. Sólo por si acaso, ya que temía…
-Vaya, por fin conozco al líder de los Dominios. Es un placer conocerte.
-Entiendo que lo sea –dije.
-Hum, menudo egocentrismo.
-Yo no soy egocéntrico. Simplemente soy realista.
-No seas tan gallito, Dominio. Estoy aquí para descubrir qué es lo que te atañe –miró a Elisa-. Y me parece que lo he encontrado –volvió a mirarme, pero yo ya no sonreía-. Estoy seguro de que a los demás les hará muchísima gracia y alegría saberlo.
Esto, obviamente, significaba que sabía lo que era Elisa para mí.
Debía deshacerme de él.
-Eso no va a pasar.
-¿Ah, no? ¿Y por qué?
-Porque antes estarás muerto.
Y me lancé a por él. Empezamos a pelear.
-Maldito idiota… -dijo.
-¿Idiota yo? Idiota el destino que te hizo inferior.
Eso le cabreó. Pero yo fui más rápido, me coloqué detrás de él y le cogí las muñecas. En la espalda tenía la cicatriz en forma de V al revés de las alas arrebatadas. Y pensar que yo estuve a punto de pasar lo mismo que él...
Le retorcí las muñecas.
-¡¡Ayy!! –Exclamó arqueándose del dolor-. Te crees el más fuerte… -balbuceó-. Pero no lo eres. No todo el mundo quiere ser como tú. Yo no te envidio.
-¡Ja! Chaval, la envidia que sientes hacia mí no te deja dormir. Sin embargo, alimenta mi ego todavía más. Así que ni te esfuerces en ocultarlo.
De repente vi las luces de un coche que iba a pasar por allí. Miré a Elisa, y le indiqué que se apartara. Ella asintió y se acercó a una columna.
Yo me hice invisible al ojo humano, así que justo cuando el coche iba a pasar por mi lado, arrojé al caído hacia delante.
Por supuesto, el coche lo atropelló. La cosa era que a los ángeles caídos sí podían verlos.
Pero éste ya estaba muerto. Avancé hasta Elisa cuando el conductor salía del coche, y me hice visible otra vez. Montamos en el nuestro, arranqué y salí de allí.
Mientras iba por la carretera, Elisa me miró.
-Damen, ¿qué está pasando? El chico ese me miró de una forma… extraña. Y tú te lanzaste a matarlo sin pensar siquiera.
Apreté el volante con las dos manos. Incluso los nudillos se me quedaron blancos. Elisa colocó su mano en mi hombro, y eso me relajó notablemente. La miré alternativamente con la carretera.
-Mira… Sí, hay un problema. No podía dejarlo vivir.
-Por qué. ¿Por qué era inferior a ti? –dijo con sarcasmo.
-¡No, porque te quería a ti! –solté sin pensar.
Elisa abrió mucho sus grandes ojos, y se quedó muda.
-¿A mí? –susurró-. ¿Pero por qué?
-Por mi culpa –dije sin mirarla-. Intentan encontrar mi punto débil.
-Que yo sepa tú no tienes… -se le fue apagando la voz poco a poco hasta que cayó en la cuenta-. ¿Yo… me consideras… de verdad me consideras tu único punto débil?
Asentí despacio. Elisa sonrió.
-Es lo más bonito que me has dicho en la vida. Bueno, en realidad lo acabo de decir yo, pero ya me entiendes.
-Claro que lo entiendo, Elisa. Claro que sí. Y ya que nos hemos puesto “pastelosos”, te seré sincero: aunque sabes que yo sólo muestro sentimientos de afecto hacia mí mismo a menudo, que no me interesa nadie más que mi belleza, es mentira. Tú me importas más que todo eso. Muchísimo más. Y si tengo que ir al fin del mundo, al infierno, matar a todo ser viviente que se cruce en mi camino o incluso hacerme daño a mí mismo, lo haré. Lo haré si eso te mantiene toda la eternidad a mi lado. Porque te quiero.
La miré. Tenía los ojos llorosos, y desvió la mirada hacia la ventana, mirando la noche y las luces de la ciudad que destacaban entre las estrellas y la oscuridad, provocando un efecto mágico en ello.
-Tú… ejem. Me… me pareces… Me pareces más… más perfecta que yo –dije, sin todavía poderlo creer, ni ella tampoco. Suspiré-. Y te quiero. Te quiero muchísimo. Pero no te acostumbres a que te diga esto, porque oye: tengo una reputación que mantener.
Elisa me miró y sonrió. Se inclinó en el asiento y me besó en la mejilla, provocándome, y a ella misma, un ligero rubor. Carraspeé.
Al final llegamos a casa, y Elisa ya se lanzó a por su proyecto.
Le había prometido que si pasaba el día conmigo, podría seguir con él por la noche. Y si hay algo que siempre cumplo, son las promesas, aunque me fastidien tanto como esta.

sábado, 2 de octubre de 2010

Capítulo 49 (E)

Damen se había sacado el carnet de conducir, y se había comprado un Lamborghini Diablo negro con dinero creado por él mismo. Vamos, un chollo.
Cuando me lo enseñó la primera vez, casi me da un ataque:
>Me había tapado los ojos y me llevaba afuera, en la calle.
-Espera, todavía no los abras –me dijo.
Me soltó, y después de unos segundos, los abrí. Me quedé con la boca abierta mirando ese pedazo coche. Damen lo miró orgulloso.
-¿Qué te parece?
-Que estás loco. Bueno, quizá más que eso.
Me sonrió encantado. A él le hacía feliz, así que…<
De eso había pasado más o menos siete meses. Y el coche seguía igual. Lo cuidaba mucho.
Mientras conducía, sacó el móvil, marcó y se lo acercó a la oreja izquierda, dónde, desde que se había hecho líder, se hizo un piercing, dónde lucía un pendiente pequeño, con la forma de un diamante, y transparente y brillante como tal. Eso sí que me había gustado.
-¿Cecil? –preguntó cuando le descolgaron-. ¡¿Yo qué te dije, pedazo de imbécil?! ¡Que te encargaras de ese novato! (…) ¡Sí, de Jake! Ayer estaba siendo atacado por un demonio. Pequeño, pero el chaval no sabía luchar. ¡¿Dónde estabas tú?! (…) Oh, ya claro, entiendo. Estar con una mujer que apenas conoces desde hace veinte minutos en la cama es mucho, pero que mucho más importante que tu responsabilidad. (…) Mira, olvídalo. Se lo encargaré a otro que tenga más cerebro que tú –y colgó.
Le miré con las cejas alzadas. Frenó en un semáforo en rojo, y me miró también. Parecía que se relajaba.
-Bueno… Esto ocurre a menudo, ya sabes.
-Sí, supongo –le sonreí.
Me parecía muy divertido verlo enfadado y hablando por teléfono.
Arrancó de nuevo cuando se puso en verde.
-Sigo sin entender por qué quieres que pasemos el día juntos.
-¿Es que no puedo tener algún detalle con mi niña?
Le miré con los ojos entrecerrados.
-No. Tú no sueles hacer esas cosas.
Suspiró.
-Es verdad, no suelo hacerlo. Por eso quiero que ahora… No lo estropees, ¿quieres?
Miré por la ventana sin decir nada. Llegamos a un centro comercial.
-¿El centro? ¿Por qué?
-¿No es el sueño de toda mujer quedarse encerrada en un centro comercial con todas las tiendas abiertas?
-Probablemente, pero no de todas.
-Bueno, da igual. Esto lo hago por ti.
Encontró un sitio y aparcó. Cuando salimos del coche y lo cerró, le contesté.
-No, perdona. Esto no lo haces por mí. Lo haces por ti.
Puso los ojos en blanco y me pasó un brazo por los hombros.
-Venga, no quiero discutir.
Una chica de quince años que iba con sus padres no era consciente de que tenía detrás a un ángel de la guarda. Éste, al ver a Damen, abrió mucho los ojos y sonrió débilmente. La chica también se le quedó mirando.
-Ay… -murmuró él-. Debe de ser horrible poder verme pero no poder tenerme… ¿No crees?
Sacudí la cabeza.
Ahora Damen podía hacerse visible e invisible cuando le diera la gana, cosa que cuando era un ángel normal no podía.
Luego pasamos al lado de un niño pequeño en brazos de su padre. Damen lo miró.
-¿Estás bien? –le pregunté preocupada.
-¿Hum? Sí. Sólo pensaba… De pequeño siempre quise ser como mi padre.
-¿En serio?
Realmente no me imaginaba a Damen… de esa manera.
-Sí.
-¿Y… se puede saber por qué?
-¿Cómo que por qué? ¿Acaso no es obvio? Para tener un hijo tan guapo e inteligente como yo.
Puse los ojos en blanco, y él se rió.
Al final pasamos todo el día sin separarnos. Aunque yo le decía que volviéramos pronto a casa porque tenía que terminar mi proyecto, él me ignoraba. Incluso me arrastró, literalmente, al cine y a un restaurante italiano. Casi me da algo.
Hasta que, ya por la noche -¡al fin!-, vimos algo muy curioso.
El parking del centro comercial era subterráneo, y sin embargo, no había nadie. Ni un alma. Sin pensar, me agarré al brazo de Damen. Éste sonrió satisfecho, pero también estaba segura de estaba preocupado por algo.
Entonces apareció. Delante de nosotros, a unos siete metros, un chico joven, de pelo negro y corto y vestido solamente con unos vaqueros negros. Y por supuesto, estaba segura de que eso no era nada, pero nada bueno…