-¡Ay, Dios, no! –gritó Rubí al mirarse en el espejo de su habitación.
Se había acabado de levantar, tenía el pelo revuelto alrededor de la cabeza y todavía llevaba pijama. Pero no era eso lo que captaba su atención, sino el pequeño bulto rojo que le había salido en la punta de la nariz.
-No, no, no… ¡No!
-¡Cariño! ¿Qué pasa?
Su madre había entrado rápidamente en la habitación al escuchar los gritos de su hija. Ésta se volvió hacia la mujer señalándose la nariz.
-¡¡Mira!! ¡Me ha salido un grano enorme en la nariz! ¿Por qué? ¿Por qué a mí?
La mujer suspiró aliviada. Así que era sólo eso. Negó con la cabeza.
-No seas tonta.
-¡Pero es que hoy es el primer día de curso! ¡No puedo ir con esto así!
-Anda, ven, y no te lo exprimas, sino te quedará la marca.
-¡Pero…!
Genial, sus planes habían fallado. Josh se reiría de ella hasta hartarse, ya lo estaba viendo… Su madre le puso la pomada, y Rubí suspiró angustiada. Se puso el uniforme del colegio –una cosa horrible que constituía en una falda verde y gris a cuadros, con el polo blanco y la chaqueta verde oscuro-, se colocó la mochila al hombro y cogió una magdalena para desayunar. Sus dos hermanos mayores y su padre ya estaban en la mesa.
Harry, el mayor de todos, con veinte años y estudiando en la universidad, y Nick, el mediano, con dieciocho, y en el instituto. Ella era la pequeña, con diecisiete, en un curso menos que su hermano.
Al verla, los dos se echaron a reír.
-¿Pero qué te pasa en la cara? –soltó Nick.
-Nick, vamos, calla –masculló Harry dándole un codazo, pero también riendo entre dientes.
Rubí apretó los dientes y se fue ya al instituto, sin esperar por su hermano. ¿Por qué justo tuvo que salirle hoy ese grano horrendo?
Mierda de adolescencia, pensó ella mientras esperaba en la parada del autobús. Josh apareció corriendo a lo lejos y saludándola con la mano, con una sonrisa de oreja a oreja.
Se colocó a su lado, se inclinó un poco y le dio un beso en los labios.
-¡Tu primer día de bachillerato! ¿No estás emocionada, cariño?
-Sí, bueno… –Contestó Rubí abatida.
-¿Qué te pasa?
-¡Mira!
-¿Lo qué? ¿El grano que tienes en la nariz? Sí, lo he visto desde allá abajo.
Rubí se le quedó mirando, y luego giró la cara.
-Va, venga, que es broma…
Rubí puso los ojos en blanco. Y el autobús llegó por fin. Ambos se subieron.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
miércoles, 7 de diciembre de 2011
jueves, 1 de diciembre de 2011
Prólogo
-¡Por tus muertos, corre!
Los dos jóvenes se encaminaron por las calles de la ciudad, a medianoche, corriendo como alma que lleva el diablo, hacia un lugar seguro. Uno de ellos, la chica, llevaba escondida la llave maestra en su puño, húmedo por el sudor del esfuerzo y del miedo. Pero ellos no son los únicos que la quieren.
Tres hombres vestidos de negro les perseguían. Y por poco les alcanzan, pero los jóvenes estaban bien entrenados para ocasiones como esa.
El chico encontró una tienda con sólo un candado, perfecto para esconderse.
Alargó la mano, cogió el candado cerrado, y con un poco de esfuerzo con la mente, consiguió abrirlo. El objeto cayó al suelo con un pequeño estruendo. El joven abrió la puerta con rapidez, dejando pasar primero a su compañera, y entró después de ella. Sus respiraciones estaban agitadas por la carrera, y para empeorarlo, la tienda estaba completamente a oscuras. Pero olía a dulce.
-¿Dónde estamos? –preguntó ella.
-Parece… parece que estamos en una tienda de golosinas. Da igual –se giró hacia ella-. Venga, date prisa, teletraspórtanos a casa.
La chica asintió en la oscuridad, y abrió su puño. Las llaves brillaban con lucidez, dejándose ver entre la penumbra, creando sombras en las caras de ambos. Los ojos negros de él absorbieron los colores que desprendían, creando un efecto especial en ellos. Volvió a cerrar la mano, y la joven, antes de teletransportarse, abrió la caja de plástico de las llaves de golosina, dejando escapar algunas, rellenas completamente de azúcar, se las guardó en los bolsillos y tendió su mano hacia la de él, que la miraba con extrañeza, poniendo los ojos en blanco.
-¿En un momento como este y te pones a coger golosinas?
-Es que me entró el hambre…
El chico suspiró, ambos se cogieron las manos, y desaparecieron de la tienda.
Lo que no sabían era que las llaves especiales habían resbalado de la mano de la chica, quedándose encerrada en el cubículo de las golosinas…
Los dos jóvenes se encaminaron por las calles de la ciudad, a medianoche, corriendo como alma que lleva el diablo, hacia un lugar seguro. Uno de ellos, la chica, llevaba escondida la llave maestra en su puño, húmedo por el sudor del esfuerzo y del miedo. Pero ellos no son los únicos que la quieren.
Tres hombres vestidos de negro les perseguían. Y por poco les alcanzan, pero los jóvenes estaban bien entrenados para ocasiones como esa.
El chico encontró una tienda con sólo un candado, perfecto para esconderse.
Alargó la mano, cogió el candado cerrado, y con un poco de esfuerzo con la mente, consiguió abrirlo. El objeto cayó al suelo con un pequeño estruendo. El joven abrió la puerta con rapidez, dejando pasar primero a su compañera, y entró después de ella. Sus respiraciones estaban agitadas por la carrera, y para empeorarlo, la tienda estaba completamente a oscuras. Pero olía a dulce.
-¿Dónde estamos? –preguntó ella.
-Parece… parece que estamos en una tienda de golosinas. Da igual –se giró hacia ella-. Venga, date prisa, teletraspórtanos a casa.
La chica asintió en la oscuridad, y abrió su puño. Las llaves brillaban con lucidez, dejándose ver entre la penumbra, creando sombras en las caras de ambos. Los ojos negros de él absorbieron los colores que desprendían, creando un efecto especial en ellos. Volvió a cerrar la mano, y la joven, antes de teletransportarse, abrió la caja de plástico de las llaves de golosina, dejando escapar algunas, rellenas completamente de azúcar, se las guardó en los bolsillos y tendió su mano hacia la de él, que la miraba con extrañeza, poniendo los ojos en blanco.
-¿En un momento como este y te pones a coger golosinas?
-Es que me entró el hambre…
El chico suspiró, ambos se cogieron las manos, y desaparecieron de la tienda.
Lo que no sabían era que las llaves especiales habían resbalado de la mano de la chica, quedándose encerrada en el cubículo de las golosinas…
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