¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

viernes, 15 de abril de 2011

Capítulo 85 (E)

El chico de pelo extraño sonrió. Y eso le daba un aspecto aterrador…
-No voy a arrodillarme. Tengo demasiado orgullo para eso –dijo.
La niña que estaba a su lado no me quitaba el ojo de encima. Mirándome nostálgica. La cosa es que cada vez que los veía, me daban punzones en la cabeza.
-Muy bien –dijo Keiran-. Tú te lo has buscado. -Me miró-. Elisa, hazme el favor de ir a tu cuarto. Yo voy ahora –dijo las últimas palabras mirando de reojo al chico guapo, y éste se puso tenso. Dejó de sonreír.
El mayordomo se acercó a mí, me cogió delicadamente del codo y me condujo hacia la puerta, y yo seguí mirando al chico, intentando recordar dónde lo había visto… Y él me devolvía la mirada, llena de temor.
-¡Espera!
Interrumpió. Todos le miramos. Adelantó un paso, cerró los ojos, apretó los puños con fuerza y, con un suspiro cansado, se dejó caer de rodillas al suelo.
-¿Contento? –masculló entre dientes.
-Hum, todavía falta hacer una cosa.
Se volvió, cogió una especie de espada de fina hoja y me la tendió.
-Mátale.
-¡¿Qué?!
Me solté de las manos del mayordomo, y retrocedí unos pasos, pero éste no me dejó.
-¡Keiran, no puedo hacer eso! ¡Soy incapaz de matar a nadie! –dije asustada.
-¿Confías en mí, Elisa? Por favor, sabes que yo no haría nada que te perjudicara. Vamos.
Miré la espada un largo rato, y luego a sus oscuros ojos, tan diferentes a los del chico arrodillado.
-Sabes que si muero, Keiran, la raza de los Dominios se extinguirá, y con ellos, tu amada.
Keiran abrió mucho los ojos y le miró furioso.
-Tú lo sabías –dijo-. Sabías quién era yo.
-Después de analizarte mejor, estaba claro. Pero recuerda que fue elección suya, no mía.
Keiran apretó los labios con fuerza, y me hizo una señal con la cabeza.
Al final asentí y cogí la espada.
-¡No!
La niña pequeña fue hacia su… ¿padre? ¿Hermano? Bueno, hacia el chico para protegerle, pero otro mayordomo la cogió por la cintura, agarrándola con fuerza. Ella se revolvió en sus brazos, pataleando, pero no pudo hacer nada.
-¡Damen, no! ¡No, no, no! ¡Elisa, no lo hagas! –lloriqueó-. ¡Damen, puedes defenderte perfectamente! ¡¿Por qué no te defiendes?!
No le hice caso. Me coloqué delante del arrodillado, y él me miró desde abajo.
Lo que más me sorprendió no fue que no dijera nada, sino que parecía… orgulloso. Como si no le importara que estuviera a punto de arrebatarle su vida.
Levanté la espada, con la punta del filo hacia abajo, cerré los ojos, e iba a descargarla sobre él si no fuera porque sus palabras me frenaron.
-Morir a manos de tu amor verdadero. Hum, yo creo que es el sueño de todo amante –susurró para sí con la cabeza gacha, mirando al suelo.
Abrí los ojos despacio, sorprendida. Bajé la mirada hacia su cara. Su pelo plateado caía a ambos lados de ésta, impidiéndome ver sus ojos.
-¿Qué… qué has dicho? –balbuceé-. ¿Tu amor? ¿Crees que yo… soy tu…?
Dejé la frase flotando entre nosotros. Atisbé una sonrisa arrogante en su rostro…
Levantó la cabeza, para luego volver a bajarla.
-Sí. Pero no lo creo; lo sé. No sabes lo que está pasando, Elisabeth. Lo sé todo sobre ti, aunque creas que no.
-Tú no me conoces, no sabes nada acerca de mí –mascullé.
Se rió débilmente.
-Si tú supieras… Sé que te encanta que te llamen por Elisa, porque tu nombre completo te parece demasiado largo. Odias a los hombres idiotas, egoístas y egocéntricos, pero sin embargo, en el fondo, amas a uno más que a tu vida, y ni siquiera lo sabes en estos momentos. Te encanta comer cereales con leche fría por las tardes, y dormir hasta las doce de la mañana. Que te abracen cuando estás triste, incluso que te besen, pero también te gusta estar sola de vez en cuando. Quieres mucho a tu gato, pero siempre le riñes cuando le hace daño a algún ratón o un pájaro. Adoras tu ordenador, y sobre todo hacerme enfadar por cosas insignificantes, pero siempre consigues tranquilizarme con sólo sonreírme. –Hizo una pausa, y susurró-: Que te rodee la cintura con un brazo cuando estás casi dormida, y despertarte con la luz del sol. O que te calle con un beso.
-¿Cómo… cómo sabes todas esas cosas…? Que, por cierto, no creo que…
No sabía qué decir. Me quedé sorprendida por sus palabras. El chico se fue levantando poco a poco a medida que hablaba.
-Tú me enseñaste tantas cosas… La felicidad se puede encontrar en cosas que apenas carecen de importancia. Las cosas hermosas que están siempre ahí y nosotros no nos damos cuenta. Me enseñaste que uno mismo no lo es todo, y otra forma de amar. Que no hacer nada a tu lado lo es todo para mí. Que el sonido de tu voz y la forma con que pronuncias mi nombre entre suspiro y suspiro es suficiente para ponerme la piel de gallina. Que la pronunciación de tu nombre es suficiente para hacerme caer de rodillas. Me has hecho soñar. Y me has hecho más feliz de lo que he sido nunca.
Ya se había levantado, completamente de pie, y ahora era él el que me miraba desde arriba. No sabía qué hacer, qué responder, nada… Me había hipnotizado por completo.
-Por favor, Elisa, no te olvides de mí, porque no podría soportarlo otra vez. Esto es diferente. La primera vez que me olvidaste, yo tampoco te recordaba a ti, y no era consciente de quién eras. Ahora sí. Y me está matando.
¿La primera vez? ¿Es que ya me había pasado antes?
La cabeza me empezó a latir con fuerza. Hasta que varias imágenes se arremolinaron, y pude comprender todo lo que me decía.