Me escondí en las sombras. Corrí de un lado para otro, asustando a mi presa.
Notaba su miedo y ansiedad, y aunque parezca raro, me gustaba esa sensación. Que me temieran.
Después de todos los seres con los que hemos eliminado yo y mis ángeles, por fin han empezado a acojonarse de verdad. Y cada vez éramos más.
El demonio, que tenía forma de persona normal pero con el pelo teñido de rosa fucsia, corrió por el callejón, persiguiendo a una chica joven.
Cuando ya la tenía acorralada, se abalanzó sobre ella, y justo cuando iba a hacerle daño de verdad, le cogí el cuello del jersey y le estampé contra la pared.
-¿Qué…? –murmuró mirándome con los ojos dilatados del miedo.
Sonreí tétricamente.
-¿No sabes que no se le hace daño a las personas? Porque deberías –lo tiré al suelo de un golpe.
Me acerqué a él y le puse un pie sobre el pecho, impidiéndole incorporarse y respirar. Gimió de dolor.
-¡Basta, por favor! ¡Te juro que…!
De la nada, creé un puñal y se lo clavé en el corazón, sin dejarle explicarse. Ya me conocía demasiado sus trucos. Se desintegró en polvo. Me volví hacia la chica, que estaba encogida en la pared.
-No voy a hacerte daño, pero piénsatelo dos veces antes de ir por callejones oscuros de noche –dije.
-Tú… ¿cómo…? ¿Has… cómo hiciste lo del cuchillo? ¿Qué eres?
-Créeme, no te gustaría saberlo. Y ahora estate quietecita.
Me remangué las mangas de la camisa hasta los codos, le toqué la frente y absorbí sus recuerdos de estos últimos cinco minutos. Luego me largué de allí.
Mientras iba por la calle ausente de personas e iluminada por las farolas, decidí que sería mejor sacar a mi demonio de su sueño. Frené el paso, y cogí el colgante que colgaba de mi cuello.
-Kira, sal –susurré.
El colgante se tornó de un azul cielo y una especie de espíritu salió de él, hasta caer al suelo y convertirse en una niña de diez años con alas de murciélago y cola acabada en flecha.
Me miró con ojos soñolientos, y bostezó, estirándose todo lo que pudo.
-Damen –murmuró-. Ya era hora. Estaba muy aburrida…
Había pasado ya dos años desde que Kira había decidido ser nuestra demonio por voluntad propia, y siempre me ayudaba en las peleas.
-Lo siento, tuve que ocuparme de un asunto.
Empecé a andar otra vez, y Kira me siguió con los brazos cruzados detrás de la espalda, sonriendo ampliamente.
-No se te ve muy contento –dijo al cabo de unos segundos.
Guardé las manos en los bolsillos del pantalón y me encogí de hombros.
-Es por Elisa, ¿verdad?
Suspiré, y asentí.
-Damen, ya sabes que a lo mejor sólo está pasando por un período complicado para ella. Eso que tienen las humanas cada mes… -me reí, y Kira me miró con el ceño fruncido-. No entiendo cómo puede tenerlo si es tan inmortal como nosotros… -se cruzó de brazos, y suspiró.
-No es tan inmortal como nosotros, Kira. Ella sigue siendo una humana normal y corriente, sólo que no envejece.
-Ah.
La miré. Ella también estaba preocupada por Elisa.
Yo lo único que quería era volver a casa. El cansancio me estaba matando.