Ya allí, nos bajamos y entramos. La música del piano, del violín y demás instrumentos se escuchaba desde fuera. Los padres de Ralph nos recibieron.
-¡Oh! ¡Ya habéis llegado! –Exclamó el hombre-. Os estábamos esperando –me miró-. Oh, ¡pero qué bella te has puesto, Raquel!
-Gracias, alteza –contesté secamente.
Un niño de unos doce años, rubio y de ojos verdes apareció entre los reyes.
-¡Madre, te estaba buscando!
Miró a mis padres sonrientes y luego a mí.
-Mira, cariño, ésta es Raquel, la futura esposa de tu hermano.
-Encantado, Raquel. Soy el príncipe Tomás –me dijo.
Me quedé con la boca abierta. Nunca había escuchado a un niño de doce años ser tan educado.
-Pero por favor, ¡pasad! No os quedéis ahí.
Mis padres asintieron y los reyes nos llevaron a la gran sala dónde se celebraba la fiesta. Estaba a rebosar de gente.
La reina se acercó a mí:
-Espera un poco, Ralph viene ahora.
-Está bien.
Por mí que tardara más de cuatro horas, que me daba igual.
La gente bailaba animadamente, con paso lento y a ritmo de la música, aunque no era mucha, ya que era muy suave.
Y de repente, en las enormes escaleras, apareció él.
Todos se volvieron, y sonreían, comentaban y demás.
El príncipe Ralph era de tez morena, de pelo rubio, pero a diferencia de su hermano, tenía los ojos azul oscuro. Supuestamente era apuesto, pero se notaba que también era muy serio.
Las personas le hacían alguna reverencia cuando pasaba por su lado, pero él ni se inmutaba.
Y mi odio hacia él se acrecentó.
Avistó a sus padres, y vino hacia ellos. Se colocó a su lado, con las manos detrás de la espalda y la cabeza altiva.
Empezamos bien.
-Hijo, esta es Raquel. Tu prometida.
Dios, qué asco me daba esa palabra en estos momentos. A él tampoco parecía agradarle mucho, pero sonrió con picardía.
-Así que ésta es mi futura esposa, ¿eh? Qué bien. Al menos tiene buen porte.
Capullo.
-Sí, lo mismo digo, “alteza” –comenté.
-¿No me vas a hacer ni siquiera una reverencia?
-¿Es que te hace falta? Porque yo creo que no.
Mis padres y los suyos me miraron con los ojos muy abiertos. Ralph sonrió divertido.
-Al menos sabes defenderte, lingüísticamente hablando.
-He tenido mucho tiempo para aprender durante todos estos años.
-¿Me concedes este baile? –me tendió la mano.
-Si no queda más remedio… -mi padre me miró serio. Carraspeé-. Esto… sí, por supuesto.
Le tomé la mano a regañadientes. Esta sería una noche horrible.