Por la mañana, me desperté en mi cama pensando en la noche anterior. Al final había acabado bien. Y sabía perfectamente que Ralph tenía tantas ganas de casarse como yo ahora mismo.
Sobre el mediodía, había llegado alguien de visita. Supongo que comería con nosotros.
Y me horroricé cuando le vi en la puerta de mi casa, acompañado de sus padres, pero sin su hermano pequeño.
Mis padres los recibieron encantados. Yo maldecía por lo bajo.
-¡Bienvenidos! Por favor, sentíos como en vuestra propia casa.
“Y una porra”, pensé.
Ralph, al verme enfurruñada, sonrió divertido, se acercó a mí, me cogió la mano y me besó los nudillos. Yo hice una mueca de desagrado, pero no dije nada.
-Vaya, Raquel, al parecer cada día que pasa tu belleza crece –me soltó.
Nuestros padres sonrieron entusiasmados, y yo también sonreí, pero forzadamente.
-Y tú parece que cada día que pasa estás… esto… eres más educado.
Me contuve para no decirle una blasfemia.
Me sonrió con burla, y todos nos sentamos en la mesa.
Durante la comida, debo reconocer a mi pesar que Ralph tenía modales, pero aún así me parecía un maleducado.
-Bueno, Raquel –empezó el rey-, dime, ¿estás contenta con la propuesta de matrimonio?
-Sí, por supuesto, alteza, es… para mí todo un honor… casarme con…
“Este asqueroso individuo”.
-…con este maravilloso príncipe. No puedo esperar a la boda –y sonreí falsamente.
Miré a mis padres, que suspiraban aliviados, y luego a Ralph, que no podía aguantar la risa, pero se pudo contener. Carraspeó.
-Por supuesto, mi princesa, era prácticamente lo que esperaba de ti. Y es estupendo que no me hayas defraudado. Sobre todo ayer, ¿no? Pero bueno, no te preocupes, que si no puedes esperar, podemos adelantar la boda, ¿no es así, padre?
Miró hacia el rey, que sonrió y asintió enérgicamente.
-¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Propongo que la boda sea… ¡dentro de dos días!
-¡Pero eso es pasado mañana! –comenté nerviosa.
-Vaya, parece que sabes contar y llamar al recuento de días por un nombre objetivo. No lo parecía –dijo Ralph.
Apreté los dientes. Dejé la servilleta encima de la mesa, aparté la silla hacia atrás y me levanté.
-Si me disculpáis. No tengo hambre.
Y les dejé a todos allí, completamente desconcertados menos a ese imbécil.