Hoy me levanté temprano. Bueno, más o menos, porque cuando me levanté fui hacia la habitación de Elisa y Damen, y Elisa ya no estaba.
Y como Damen dormía, no quise despertarlo, así que me dirigí a la cocina.
Yo no sabía preparar leche con cereales, pero me fijé en un paquete plano encima de la encimera, y las tripas me rugieron. Fui hacia allí, me puse de puntillas e intenté cogerlo, pero no llegaba.
Al final cogí una silla, me subí y lo cogí. Era chocolate en tableta. Cogí un trozo y lo probé.
Me gustó mucho. Era tan dulce y suave… que al final me comí toda la tableta, manchándome las manos.
Entonces sentí una sensación extraña detrás de mí. Pero no vi nada.
Hasta que tocaron al timbre de la puerta. Con un poco de miedo, fui hacia la puerta, cogí el pomo de un salto, manchándolo de chocolate, y la abrí.
Una anciana de pelo canoso, rellenita y aire juvenil esperaba fuera. Al verme sonrió.
-Vaya, así que ya estás aquí –me dijo.
Alcé las cejas un poco sorprendida, pero no dije nada. Me aparté para dejarla pasar, entró y cerró la puerta detrás de ella.
-Kira, ¿verdad? –Asentí mientras la anciana se sentaba en el enorme sofá-. Si te preguntas que por qué te conozco, entonces espera, porque ya lo descubrirás.
Sentí unos pasos que venían de la habitación, y por el salón apareció Damen bostezando mientras se rascaba la cabeza.
-Kira, ¿quién…? –Miró a la anciana, se cruzó de brazos y sonrió con burla-. Vaya, Adalia, hacía tiempo que no nos veíamos. Ya sé que me echabas de menos, mujer. Pero no te culpo, es normal.
-Veo que sigues siendo tan arrogante como siempre, Damen.
Damen sonrió, y se fue hacia la cocina.
-¿Quieres tomar algo?
-Un vaso de agua sólo, gracias –contestó.
-¿Y tú, Kira? ¿Ya desayunaste?
Instintivamente miré el pomo manchado de la puerta, y la anciana Adalia siguió la dirección de mi mirada, divertida.
-Me da la impresión de que ya desayunó, sí –y rió.
Me hizo sonreír. Damen frunció el ceño, y miró el pomo, y luego mis manos manchadas todavía.
-¡Kira! ¿No podías esperar?
Cogió un paño, limpió mis manos y luego el pomo, y volvió a la cocina. Adalia sonrió.
-Vaya, Damen, te comportas como su padre –comentó.
Éste salió de la cocina con una taza y un vaso. Le tendió éste último a Adalia, y dio un sorbo a la taza.
-Qué bien, es un alivio saber eso –suspiró, y me miró. Yo me senté al lado de la anciana-. Pero qué le voy a hacer. Elisa quiere que se quede aquí.
-Ya lo sé.
-¡¿Lo sabías y no me dijiste nada?!
-Sabía que tendríais a esta pequeña inquilina y quién era, nada más.
-Nada más, dice. Eso es prácticamente… -sacudió la cabeza, y se apoyó en el posa brazos del sillón al lado del sofá-. Da igual. Y bien, ¿a qué has venido aquí? Porque no creo que hayas venido sólo por una visita ni, aunque parezca mentira, mi cara bonita. Así que di.
-Tuve… tuve una visión extraña, muy extraña. Sobre Elisa.
Se me puso el vello de punta al pensar que algo malo le pudiera pasar a Elisa, y sin duda a Damen también. Dio un sorbo a su taza, y suspiró.
-¿Qué… viste? –preguntó con la voz crispada.
-A ella inconsciente, tendida sobre una cama en una habitación que nunca he visto. Y a un hombre besarla, y que no eras tú. Luego ya nada más.
Miré a Damen. Estaba pálido, y miraba a la taza. Su expresión parecía serena, pero sus manos decían lo contrario, ya que sus nudillos se tornaron completamente blancos, y se le notaban los músculos de los brazos. Respiró hondo, apretó los labios y se levantó. Fue hacia la cocina.
Adalia también se levantó y le siguió, y yo con ella. Parpadeé un poco sorprendida por todo.
Damen tenía las manos apoyadas en el extremo de la encimera, mirando hacia allí, de espaldas a nosotras.
-¿Estás bien? –le preguntó colocándole una mano en el hombro.
Damen se sacudió su mano de encima con suavidad, y la miró, inexpresivo.
-Claro que sí. ¿Por qué iba a…?
-Damen, te conozco desde que tenías quince años. A mí no me engañas. Puede ser que yo me haya equivocado. O a lo mejor lo estamos malinterpretando.
-No… da igual, hablaré con ella por la noche. No pasa nada. Estoy bien.
Pero se notaba que estaba destrozado, carcomido quizá por los celos.
Adalia asintió.
-Bien, bueno, me tengo que ir. Y recuerda Damen, que quizá me esté equivocando.
Le dio unas palmaditas en la espalda, me revolvió con cariño el pelo y se fue. Miré a Damen, y éste a mí.
-Yo tengo que irme, así que te dejo aquí con el gato. Mira –fue hacia su habitación y volvió con un aparato cuadrado y blanco. Se dirigió al salón, y yo con él. Me senté en el sofá, y me puso el aparato en mi regazo. Lo abrió, encendió, y me explicó en pocas pero suficientes palabras cómo funcionaba. Luego se fue por la puerta sin decir nada más.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
martes, 28 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Capítulo 67 (D)
-¿No te peso? –me preguntó Kira cuando íbamos a medio camino del garaje.
Estaba un poco lejos, pero era el mejor que había en la ciudad, por eso guardaba mi coche allí.
-No. Eres bastante ligera.
-Hum.
Kira a veces se quedaba mirando a la gente, asombrada, y a los animales. Cuando llegamos al garaje, la coloqué en la parte de atrás del coche, luego me monté yo y nos dirigimos al centro comercial.
Aparqué en el parking al llegar. Volví a coger a Kira en brazos, cerré el coche y fuimos al interior del centro.
Primero nos dirigimos hacia la tienda de ropa, dónde ella eligió todo lo que quiso.
En realidad, sólo quería un pantalón y una camiseta, pero yo le cogí quince más de cada cosa.
Finalmente se vistió con una camiseta rosa pastel sobre una de manga larga gris, y una falda también rosa. Luego nos dirigimos a la zapatería, dónde también ella sólo quería un par, y yo le cogí muchos más. Se puso unas botas blancas que le llegaban por debajo de la rodilla.
Disimuladamente para que nadie me viera, chasqueé los dedos e hice desaparecer las múltiples bolsas, dejándolas aparecer ya en casa.
Después fuimos hacia la tienda de muebles, y le compré un escritorio, una silla, una mesa… Bueno, lo normal en una habitación. Los encargué para ese mismo día.
Luego pasamos por delante de una heladería. Miré a Kira, que tenía la vista fijada en el helado de un niño sentado con sus padres.
Pero no supe si era por el helado, o por si echaba de menos a sus propios padres.
-¿Quieres uno?
-Nunca los probé.
Asentí, y le compré un helado de chocolate y nata para ella y uno de chocolate solo para mí.
Cuando lo probó, se relamió del gusto y se lo terminó en seguida. No pude evitar sonreír.
-¿Está rico? –pregunté.
-Sí, mucho –contestó con una sonrisa.
No quería encariñarme con ella, pero sabía perfectamente que no podría evitarlo. Porque ya estaba empezando. Mientras, Kira también se fijaba en los ángeles guardianes de las personas, invisibles para el ojo humano, que llevaban su actual uniforme de pantalones oscuros y blusa blanca, como lo había llevado yo hace tiempo.
Cuando terminamos de comprar todo, volvimos a casa.
Ya era casi noche, y la verdad, se me había pasado volando. Cuando bajé del coche y abrí la puerta, me encontré con que Kira se había quedado dormida en la silla que le había comprado para el coche. Sonreí, le desabroché el cinturón y la cogí en brazos. Cerré el coche, y me fui hacia casa.
Me encontré con Elisa acostada en el sofá, también dormida. Dejé a Kira en su cama, me fui de la habitación y luego fui al salón, hacia mi vida.
Me acuclillé y la observé dormir. Entonces recordé el sueño de esa noche. Me estremecí. Sinceramente pensé que me moría cuando la vi caer al suelo con la daga en el corazón, completamente desangrada.
La besé ligeramente en los labios, y abrió los ojos.
-¿Damen…?
-Sí, amor, soy yo.
Se incorporó mientras bostezaba, y miró a su alrededor.
-¿Y Kira?
-Ya dormida. La dejé en su habitación.
Sonrió, y yo la ayudé a levantarse.
Mientras íbamos a nuestra habitación, no pude evitar preocuparme un poco, ya que no me había encontrado con ningún nefilim ni nada parecido.
Pero lo dejé pasar.
Estaba un poco lejos, pero era el mejor que había en la ciudad, por eso guardaba mi coche allí.
-No. Eres bastante ligera.
-Hum.
Kira a veces se quedaba mirando a la gente, asombrada, y a los animales. Cuando llegamos al garaje, la coloqué en la parte de atrás del coche, luego me monté yo y nos dirigimos al centro comercial.
Aparqué en el parking al llegar. Volví a coger a Kira en brazos, cerré el coche y fuimos al interior del centro.
Primero nos dirigimos hacia la tienda de ropa, dónde ella eligió todo lo que quiso.
En realidad, sólo quería un pantalón y una camiseta, pero yo le cogí quince más de cada cosa.
Finalmente se vistió con una camiseta rosa pastel sobre una de manga larga gris, y una falda también rosa. Luego nos dirigimos a la zapatería, dónde también ella sólo quería un par, y yo le cogí muchos más. Se puso unas botas blancas que le llegaban por debajo de la rodilla.
Disimuladamente para que nadie me viera, chasqueé los dedos e hice desaparecer las múltiples bolsas, dejándolas aparecer ya en casa.
Después fuimos hacia la tienda de muebles, y le compré un escritorio, una silla, una mesa… Bueno, lo normal en una habitación. Los encargué para ese mismo día.
Luego pasamos por delante de una heladería. Miré a Kira, que tenía la vista fijada en el helado de un niño sentado con sus padres.
Pero no supe si era por el helado, o por si echaba de menos a sus propios padres.
-¿Quieres uno?
-Nunca los probé.
Asentí, y le compré un helado de chocolate y nata para ella y uno de chocolate solo para mí.
Cuando lo probó, se relamió del gusto y se lo terminó en seguida. No pude evitar sonreír.
-¿Está rico? –pregunté.
-Sí, mucho –contestó con una sonrisa.
No quería encariñarme con ella, pero sabía perfectamente que no podría evitarlo. Porque ya estaba empezando. Mientras, Kira también se fijaba en los ángeles guardianes de las personas, invisibles para el ojo humano, que llevaban su actual uniforme de pantalones oscuros y blusa blanca, como lo había llevado yo hace tiempo.
Cuando terminamos de comprar todo, volvimos a casa.
Ya era casi noche, y la verdad, se me había pasado volando. Cuando bajé del coche y abrí la puerta, me encontré con que Kira se había quedado dormida en la silla que le había comprado para el coche. Sonreí, le desabroché el cinturón y la cogí en brazos. Cerré el coche, y me fui hacia casa.
Me encontré con Elisa acostada en el sofá, también dormida. Dejé a Kira en su cama, me fui de la habitación y luego fui al salón, hacia mi vida.
Me acuclillé y la observé dormir. Entonces recordé el sueño de esa noche. Me estremecí. Sinceramente pensé que me moría cuando la vi caer al suelo con la daga en el corazón, completamente desangrada.
La besé ligeramente en los labios, y abrió los ojos.
-¿Damen…?
-Sí, amor, soy yo.
Se incorporó mientras bostezaba, y miró a su alrededor.
-¿Y Kira?
-Ya dormida. La dejé en su habitación.
Sonrió, y yo la ayudé a levantarse.
Mientras íbamos a nuestra habitación, no pude evitar preocuparme un poco, ya que no me había encontrado con ningún nefilim ni nada parecido.
Pero lo dejé pasar.
martes, 14 de diciembre de 2010
Capítulo 66 (D)---(K)
(D)Esa noche tuve una pesadilla. Horrible, sobre todo.
Estaba todo oscuro, y no veía nada ni a nadie. Entonces aparecía Elisa con un vestido blanco, hermosa como siempre, pero tenía los ojos tristes. Yo me acercaba para consolarla, abrazarla, besarla… pero en vez de eso, sacaba, sin querer, un cuchillo de filo transparente, y se la clavaba en el corazón, haciéndola caer.
Entonces me desperté sobresaltado. Me incorporé de repente. Elisa también se incorporó, soñolienta.
-Damen… ¿estás… estás bien? –me preguntó preocupada.
No se puede tener una clara idea de lo aliviado que me sentí en ese momento al verla a mi lado. La abracé rápidamente, enterrando mi cara en su pelo.
-No te maté… -susurré-. Pensé… pensé que… -suspiré, y la solté, aunque todavía tenía las manos temblorosas.
Elisa alzó una mano y me apartó el pelo mojado por el sudor, de la frente. Luego me besó.
-No te preocupes, estoy bien. Ven, volvamos a dormir.
Nos volvimos a tender en la cama, y Elisa me rodeó el cuello con los brazos, dejando sus manos en mi pelo, mientras yo apoyaba mi cabeza en su pecho. Eso me relajaba, y ella lo sabía.
Si esa pesadilla llegara a pasar de verdad, me muero, literalmente.
Por la mañana me desperté, y palpé el colchón buscando a la niña de mis ojos, pero estaba vacío.
Abrí los ojos con el ceño fruncido, pero entonces recordé que se había ido a la universidad. Suspiré. Me levanté, y chasqueé los dedos: la cama se hizo sola en un momento. Luego me dirigí al cuarto dónde dormía Kira; seguía durmiendo como una marmota.
Me fui a la cocina, y le preparé el desayuno.
Sinceramente no me hacía ninguna gracia que un demonio estuviera viviendo en mi casa, pero esta niña tenía algo especial.
Yin Yang se acercó a mí, y enroscó su cola en mi tobillo. Busqué la comida para gatos que había comprado hace poco Elisa, que estaba en uno de los armarios de abajo, y se lo serví en un cuenco. Fue directamente hacia él. Yo me preparé mi habitual taza de café.
(K)Me desperté con la luz del sol. Era reconfortante. Normalmente solía despertarme con el ruido de la gente o incluso de un perro, pero esto relajaba.
Bajé de la cama, me estiré y salí de la habitación hasta la cocina.
Allí me encontré con una taza de leche sobre la mesa, como ayer por la noche, con toda la comida –galletas, cereales, esos polvos extraños pero muy ricos y demás-, a Yin Yang comiendo de un cuenco, y a Damen apoyado en la encimera bebiendo de una taza azul. Iba vestido con sólo unos pantalones de pijama, así que no pude evitar ruborizarme. Pero la vista se me iba directamente a mi taza de leche. Cuando reparó en mí, me indicó con la cabeza que me sentara.
-Buenos días –me dijo después de darle un sorbo al líquido de la taza-. Venga, desayuna, que tenemos que irnos. Ya que tengo que aguantarte todo el día, por lo menos no me hagas perder el tiempo.
Asentí despacio, e intimidada, me senté en la silla y empecé a comer. Damen había dejado su taza de café en el fregadero, y me miraba con los brazos cruzados, todavía apoyado en la encimera.
-¿Te importaría no mirarme mientras como? –pregunté sin mirarle-. Resulta bastante molesto…
-Pero bueno, ¿no era yo quién ponía las reglas en mi casa?
Sin decir nada más, se fue hacia su habitación.
Era un personaje extraño, pero no preguntaría nada.
Yo terminé de desayunar, bajé de la silla con la taza y la llevé al fregadero, pero como no llegaba, lo dejé encima de la encimera.
Luego me quedé mirando al gato. No sabía qué hacer. Entonces apareció Damen vestido con una blusa negra mientras se la abotonaba y unos vaqueros oscuros, que hacían contraste con su extraño pelo plateado y con el pendiente que llevaba en una oreja.
La verdad es que el negro le sentaba muy, pero que muy bien. Pero opinaba de manera objetiva. No sentía atracción alguna por nadie.
Mientras se ataba el botón de la muñeca, habló:
-¿No tienes nada que ponerte? –dijo sin mirarme.
-No.
-¿Ni siquiera calzado?
-No.
-Bueno, pues habrá que empezar a comprar muchas cosas. Ven.
Me acerqué a él con cuidado, ya que temía, la verdad, que me hiciera daño, ya que Elisa no estaba ahora para protegerme. Me cogió en brazos.
-Ya que no tienes zapatos, será mejor que te lleve así. Por lo menos no te harás daño.
No respondí. Cogió su cartera, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón, luego sus llaves y nos fuimos.
La verdad es que estar rodeada por unos brazos bastante fuertes como los suyos me reconfortaba, protegiéndome. Era como… como si fuera mi papá.
Estaba todo oscuro, y no veía nada ni a nadie. Entonces aparecía Elisa con un vestido blanco, hermosa como siempre, pero tenía los ojos tristes. Yo me acercaba para consolarla, abrazarla, besarla… pero en vez de eso, sacaba, sin querer, un cuchillo de filo transparente, y se la clavaba en el corazón, haciéndola caer.
Entonces me desperté sobresaltado. Me incorporé de repente. Elisa también se incorporó, soñolienta.
-Damen… ¿estás… estás bien? –me preguntó preocupada.
No se puede tener una clara idea de lo aliviado que me sentí en ese momento al verla a mi lado. La abracé rápidamente, enterrando mi cara en su pelo.
-No te maté… -susurré-. Pensé… pensé que… -suspiré, y la solté, aunque todavía tenía las manos temblorosas.
Elisa alzó una mano y me apartó el pelo mojado por el sudor, de la frente. Luego me besó.
-No te preocupes, estoy bien. Ven, volvamos a dormir.
Nos volvimos a tender en la cama, y Elisa me rodeó el cuello con los brazos, dejando sus manos en mi pelo, mientras yo apoyaba mi cabeza en su pecho. Eso me relajaba, y ella lo sabía.
Si esa pesadilla llegara a pasar de verdad, me muero, literalmente.
Por la mañana me desperté, y palpé el colchón buscando a la niña de mis ojos, pero estaba vacío.
Abrí los ojos con el ceño fruncido, pero entonces recordé que se había ido a la universidad. Suspiré. Me levanté, y chasqueé los dedos: la cama se hizo sola en un momento. Luego me dirigí al cuarto dónde dormía Kira; seguía durmiendo como una marmota.
Me fui a la cocina, y le preparé el desayuno.
Sinceramente no me hacía ninguna gracia que un demonio estuviera viviendo en mi casa, pero esta niña tenía algo especial.
Yin Yang se acercó a mí, y enroscó su cola en mi tobillo. Busqué la comida para gatos que había comprado hace poco Elisa, que estaba en uno de los armarios de abajo, y se lo serví en un cuenco. Fue directamente hacia él. Yo me preparé mi habitual taza de café.
(K)Me desperté con la luz del sol. Era reconfortante. Normalmente solía despertarme con el ruido de la gente o incluso de un perro, pero esto relajaba.
Bajé de la cama, me estiré y salí de la habitación hasta la cocina.
Allí me encontré con una taza de leche sobre la mesa, como ayer por la noche, con toda la comida –galletas, cereales, esos polvos extraños pero muy ricos y demás-, a Yin Yang comiendo de un cuenco, y a Damen apoyado en la encimera bebiendo de una taza azul. Iba vestido con sólo unos pantalones de pijama, así que no pude evitar ruborizarme. Pero la vista se me iba directamente a mi taza de leche. Cuando reparó en mí, me indicó con la cabeza que me sentara.
-Buenos días –me dijo después de darle un sorbo al líquido de la taza-. Venga, desayuna, que tenemos que irnos. Ya que tengo que aguantarte todo el día, por lo menos no me hagas perder el tiempo.
Asentí despacio, e intimidada, me senté en la silla y empecé a comer. Damen había dejado su taza de café en el fregadero, y me miraba con los brazos cruzados, todavía apoyado en la encimera.
-¿Te importaría no mirarme mientras como? –pregunté sin mirarle-. Resulta bastante molesto…
-Pero bueno, ¿no era yo quién ponía las reglas en mi casa?
Sin decir nada más, se fue hacia su habitación.
Era un personaje extraño, pero no preguntaría nada.
Yo terminé de desayunar, bajé de la silla con la taza y la llevé al fregadero, pero como no llegaba, lo dejé encima de la encimera.
Luego me quedé mirando al gato. No sabía qué hacer. Entonces apareció Damen vestido con una blusa negra mientras se la abotonaba y unos vaqueros oscuros, que hacían contraste con su extraño pelo plateado y con el pendiente que llevaba en una oreja.
La verdad es que el negro le sentaba muy, pero que muy bien. Pero opinaba de manera objetiva. No sentía atracción alguna por nadie.
Mientras se ataba el botón de la muñeca, habló:
-¿No tienes nada que ponerte? –dijo sin mirarme.
-No.
-¿Ni siquiera calzado?
-No.
-Bueno, pues habrá que empezar a comprar muchas cosas. Ven.
Me acerqué a él con cuidado, ya que temía, la verdad, que me hiciera daño, ya que Elisa no estaba ahora para protegerme. Me cogió en brazos.
-Ya que no tienes zapatos, será mejor que te lleve así. Por lo menos no te harás daño.
No respondí. Cogió su cartera, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón, luego sus llaves y nos fuimos.
La verdad es que estar rodeada por unos brazos bastante fuertes como los suyos me reconfortaba, protegiéndome. Era como… como si fuera mi papá.
domingo, 5 de diciembre de 2010
Capítulo 65 (K)
El chico de pelo plateado, que quizá era Damen, al verme, se alarmó y sacó una pistola del bolsillo interior de su chaqueta. Me apuntó con ella, pero Elisa se colocó delante de mí, protegiéndome.
-Elisa, apártate.
-No.
-¡Es peligrosa! ¡Es un demonio! Puede matarte.
-Déjala, Damen. No pienso dejar que la mates.
Damen frunció el ceño, y apretó la mandíbula.
-Cómo sabes que no es peligrosa.
-Jonan vino aquí con ella. Prometí que la cuidaría.
-Si está aquí es por tres cosas: por estar protegiendo a alguien, por ser uno de mis ángeles o por ser un caído, un demonio o un nefilim. ¿A ti te parece que es alguna de las dos primeras?
-Por favor, Damen, confía en mí.
El tal Damen la miró de hito en hito, inexpresivo, y bajó los tensos hombros. Suspiró, y se guardó la pistola. Me miró.
-Te haré caso, Elisa. Pero si ella te hace algo, luego no me vengas suplicando que te ayude.
Sin embargo, los tres sabíamos perfectamente que la ayudaría de todos modos.
-Muy bien –constató ella.
Elisa me cogió de la mano y me llevó a una habitación, dónde había una cama y algún que otro mueble. Supuse que no utilizaban este cuarto para nada.
-Por ahora puedes dormir aquí. Mejor que el sofá… -dijo mirándome preocupada.
La miré, me solté de ella, fui hacia la cama y me senté encima. Estaba mullida.
-Es más de lo que he tenido estos últimos años, así que muchas gracias.
Damen apareció por la puerta, abrazó la cintura de Elisa por detrás y me miró.
-¿Está bien?
-Sí, gracias –contesté-. Es curioso vivir en una casa, bueno, apartamento como una casa, dónde hay alguien que desea asesinarte.
Damen soltó una carcajada, y Elisa le miró sonriendo.
-¿Sabes? Hasta incluso me vas a caer bien y todo.
Elisa se soltó de él, le dio un beso y me miró.
-Seguro que tienes hambre. Voy a prepararte leche con cola cao.
Asentí, y ella se fue. Damen me miró, se acercó un poco a dónde yo estaba y se acuclilló enfrente de mí, pero todavía seguía estando a mayor altura que yo.
-Por lo que has dicho antes, debo suponer que eres el Dominio jefe –dije casi sin inmutarme. Aunque su expresión y la posición de ataque me ponía un poco nerviosa.
-Sí, has acertado.
-Mi antiguo amo te anda buscando.
-¿Quién era tu antiguo amo?
-El señor Devon.
Para mi sorpresa, no se alteró. No movió ni un músculo; sólo se quedó ahí quieto, pensativo, y alzó las cejas.
-Entiendo. Debió de ser muy duro para ti.
-Lo fue.
-Te diría lo siento, pero no encuentro el sentido a decírtelo.
Me encogí de hombros.
-Estoy acostumbrada.
Damen se levantó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y me indicó con la cabeza que fuera a la cocina. Le seguí, y me encontré con un cuenco lleno de leche, y la mesa llena de comida.
Mi estómago lanzó un rugido, que hasta a mí me sorprendió. Elisa echó al cuenco unos polvos de un bote y los revolvió con una cuchara. Damen me llevó hasta la silla, me subí con dificultad y me senté.
-Come lo que quieras, Kira –me dijo Elisa acercándome de todo.
Asentí y empecé a comer. El gusto que sentí al aliviar el dolor de mi estómago fue increíble. Casi imposible, después de tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –preguntó Damen.
-No lo sé, el tiempo que haga falta.
-¿Tiene ropa o algo?
-No vino con nada. Sólo con la túnica y la capa aquella. Nada más.
-Hum. Entonces será mejor comprarle cosas.
-Pues Damen, tendrás que ir tú, porque yo mañana tengo clase. Mañana es martes.
Damen alzó las cejas y me miró. Yo le miré con la boca llena de leche y cereales.
-Hum… -suspiró, recordando seguramente nuestra conversación anterior-. Si no queda más remedio.
Elisa sonrió. Después de terminar mi cena, me llevó a la cama. Era estupendo dormir con el estómago lleno, sin temer que alguien pueda hacerte daño, ya que Damen no parecía tener intención de hacerme nada. Por ahora.
Elisa se quedó conmigo mientras intentaba dormir. Con los ojos cerrados, la escuchaba hablar con Damen, también presente en la habitación.
-Vamos, Damen, aunque no te gusten los niños, sé que tú siempre quisiste tener hijos.
Damen carraspeó.
-No. Para tener a alguien que gime, se caga, come y duerme ya tenemos a tu gato.
Elisa ignoró su cruel comentario.
-Concretamente una niña, ¿verdad? –como Elisa estaba tendida a mi lado, abrazándome, pude sentir cómo reía.
-Bueno, bueno… Venga, vamos a la cama, que ya es tarde.
Elisa deshizo con cuidado su abrazo, ambos se fueron y cerraron la puerta.
Entonces me di cuenta de la rapidez con la que les había cogido confianza. Pero extrañamente, no me preocupó.
-Elisa, apártate.
-No.
-¡Es peligrosa! ¡Es un demonio! Puede matarte.
-Déjala, Damen. No pienso dejar que la mates.
Damen frunció el ceño, y apretó la mandíbula.
-Cómo sabes que no es peligrosa.
-Jonan vino aquí con ella. Prometí que la cuidaría.
-Si está aquí es por tres cosas: por estar protegiendo a alguien, por ser uno de mis ángeles o por ser un caído, un demonio o un nefilim. ¿A ti te parece que es alguna de las dos primeras?
-Por favor, Damen, confía en mí.
El tal Damen la miró de hito en hito, inexpresivo, y bajó los tensos hombros. Suspiró, y se guardó la pistola. Me miró.
-Te haré caso, Elisa. Pero si ella te hace algo, luego no me vengas suplicando que te ayude.
Sin embargo, los tres sabíamos perfectamente que la ayudaría de todos modos.
-Muy bien –constató ella.
Elisa me cogió de la mano y me llevó a una habitación, dónde había una cama y algún que otro mueble. Supuse que no utilizaban este cuarto para nada.
-Por ahora puedes dormir aquí. Mejor que el sofá… -dijo mirándome preocupada.
La miré, me solté de ella, fui hacia la cama y me senté encima. Estaba mullida.
-Es más de lo que he tenido estos últimos años, así que muchas gracias.
Damen apareció por la puerta, abrazó la cintura de Elisa por detrás y me miró.
-¿Está bien?
-Sí, gracias –contesté-. Es curioso vivir en una casa, bueno, apartamento como una casa, dónde hay alguien que desea asesinarte.
Damen soltó una carcajada, y Elisa le miró sonriendo.
-¿Sabes? Hasta incluso me vas a caer bien y todo.
Elisa se soltó de él, le dio un beso y me miró.
-Seguro que tienes hambre. Voy a prepararte leche con cola cao.
Asentí, y ella se fue. Damen me miró, se acercó un poco a dónde yo estaba y se acuclilló enfrente de mí, pero todavía seguía estando a mayor altura que yo.
-Por lo que has dicho antes, debo suponer que eres el Dominio jefe –dije casi sin inmutarme. Aunque su expresión y la posición de ataque me ponía un poco nerviosa.
-Sí, has acertado.
-Mi antiguo amo te anda buscando.
-¿Quién era tu antiguo amo?
-El señor Devon.
Para mi sorpresa, no se alteró. No movió ni un músculo; sólo se quedó ahí quieto, pensativo, y alzó las cejas.
-Entiendo. Debió de ser muy duro para ti.
-Lo fue.
-Te diría lo siento, pero no encuentro el sentido a decírtelo.
Me encogí de hombros.
-Estoy acostumbrada.
Damen se levantó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y me indicó con la cabeza que fuera a la cocina. Le seguí, y me encontré con un cuenco lleno de leche, y la mesa llena de comida.
Mi estómago lanzó un rugido, que hasta a mí me sorprendió. Elisa echó al cuenco unos polvos de un bote y los revolvió con una cuchara. Damen me llevó hasta la silla, me subí con dificultad y me senté.
-Come lo que quieras, Kira –me dijo Elisa acercándome de todo.
Asentí y empecé a comer. El gusto que sentí al aliviar el dolor de mi estómago fue increíble. Casi imposible, después de tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –preguntó Damen.
-No lo sé, el tiempo que haga falta.
-¿Tiene ropa o algo?
-No vino con nada. Sólo con la túnica y la capa aquella. Nada más.
-Hum. Entonces será mejor comprarle cosas.
-Pues Damen, tendrás que ir tú, porque yo mañana tengo clase. Mañana es martes.
Damen alzó las cejas y me miró. Yo le miré con la boca llena de leche y cereales.
-Hum… -suspiró, recordando seguramente nuestra conversación anterior-. Si no queda más remedio.
Elisa sonrió. Después de terminar mi cena, me llevó a la cama. Era estupendo dormir con el estómago lleno, sin temer que alguien pueda hacerte daño, ya que Damen no parecía tener intención de hacerme nada. Por ahora.
Elisa se quedó conmigo mientras intentaba dormir. Con los ojos cerrados, la escuchaba hablar con Damen, también presente en la habitación.
-Vamos, Damen, aunque no te gusten los niños, sé que tú siempre quisiste tener hijos.
Damen carraspeó.
-No. Para tener a alguien que gime, se caga, come y duerme ya tenemos a tu gato.
Elisa ignoró su cruel comentario.
-Concretamente una niña, ¿verdad? –como Elisa estaba tendida a mi lado, abrazándome, pude sentir cómo reía.
-Bueno, bueno… Venga, vamos a la cama, que ya es tarde.
Elisa deshizo con cuidado su abrazo, ambos se fueron y cerraron la puerta.
Entonces me di cuenta de la rapidez con la que les había cogido confianza. Pero extrañamente, no me preocupó.
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