(D)Esa noche tuve una pesadilla. Horrible, sobre todo.
Estaba todo oscuro, y no veía nada ni a nadie. Entonces aparecía Elisa con un vestido blanco, hermosa como siempre, pero tenía los ojos tristes. Yo me acercaba para consolarla, abrazarla, besarla… pero en vez de eso, sacaba, sin querer, un cuchillo de filo transparente, y se la clavaba en el corazón, haciéndola caer.
Entonces me desperté sobresaltado. Me incorporé de repente. Elisa también se incorporó, soñolienta.
-Damen… ¿estás… estás bien? –me preguntó preocupada.
No se puede tener una clara idea de lo aliviado que me sentí en ese momento al verla a mi lado. La abracé rápidamente, enterrando mi cara en su pelo.
-No te maté… -susurré-. Pensé… pensé que… -suspiré, y la solté, aunque todavía tenía las manos temblorosas.
Elisa alzó una mano y me apartó el pelo mojado por el sudor, de la frente. Luego me besó.
-No te preocupes, estoy bien. Ven, volvamos a dormir.
Nos volvimos a tender en la cama, y Elisa me rodeó el cuello con los brazos, dejando sus manos en mi pelo, mientras yo apoyaba mi cabeza en su pecho. Eso me relajaba, y ella lo sabía.
Si esa pesadilla llegara a pasar de verdad, me muero, literalmente.
Por la mañana me desperté, y palpé el colchón buscando a la niña de mis ojos, pero estaba vacío.
Abrí los ojos con el ceño fruncido, pero entonces recordé que se había ido a la universidad. Suspiré. Me levanté, y chasqueé los dedos: la cama se hizo sola en un momento. Luego me dirigí al cuarto dónde dormía Kira; seguía durmiendo como una marmota.
Me fui a la cocina, y le preparé el desayuno.
Sinceramente no me hacía ninguna gracia que un demonio estuviera viviendo en mi casa, pero esta niña tenía algo especial.
Yin Yang se acercó a mí, y enroscó su cola en mi tobillo. Busqué la comida para gatos que había comprado hace poco Elisa, que estaba en uno de los armarios de abajo, y se lo serví en un cuenco. Fue directamente hacia él. Yo me preparé mi habitual taza de café.
(K)Me desperté con la luz del sol. Era reconfortante. Normalmente solía despertarme con el ruido de la gente o incluso de un perro, pero esto relajaba.
Bajé de la cama, me estiré y salí de la habitación hasta la cocina.
Allí me encontré con una taza de leche sobre la mesa, como ayer por la noche, con toda la comida –galletas, cereales, esos polvos extraños pero muy ricos y demás-, a Yin Yang comiendo de un cuenco, y a Damen apoyado en la encimera bebiendo de una taza azul. Iba vestido con sólo unos pantalones de pijama, así que no pude evitar ruborizarme. Pero la vista se me iba directamente a mi taza de leche. Cuando reparó en mí, me indicó con la cabeza que me sentara.
-Buenos días –me dijo después de darle un sorbo al líquido de la taza-. Venga, desayuna, que tenemos que irnos. Ya que tengo que aguantarte todo el día, por lo menos no me hagas perder el tiempo.
Asentí despacio, e intimidada, me senté en la silla y empecé a comer. Damen había dejado su taza de café en el fregadero, y me miraba con los brazos cruzados, todavía apoyado en la encimera.
-¿Te importaría no mirarme mientras como? –pregunté sin mirarle-. Resulta bastante molesto…
-Pero bueno, ¿no era yo quién ponía las reglas en mi casa?
Sin decir nada más, se fue hacia su habitación.
Era un personaje extraño, pero no preguntaría nada.
Yo terminé de desayunar, bajé de la silla con la taza y la llevé al fregadero, pero como no llegaba, lo dejé encima de la encimera.
Luego me quedé mirando al gato. No sabía qué hacer. Entonces apareció Damen vestido con una blusa negra mientras se la abotonaba y unos vaqueros oscuros, que hacían contraste con su extraño pelo plateado y con el pendiente que llevaba en una oreja.
La verdad es que el negro le sentaba muy, pero que muy bien. Pero opinaba de manera objetiva. No sentía atracción alguna por nadie.
Mientras se ataba el botón de la muñeca, habló:
-¿No tienes nada que ponerte? –dijo sin mirarme.
-No.
-¿Ni siquiera calzado?
-No.
-Bueno, pues habrá que empezar a comprar muchas cosas. Ven.
Me acerqué a él con cuidado, ya que temía, la verdad, que me hiciera daño, ya que Elisa no estaba ahora para protegerme. Me cogió en brazos.
-Ya que no tienes zapatos, será mejor que te lleve así. Por lo menos no te harás daño.
No respondí. Cogió su cartera, la guardó en el bolsillo trasero del pantalón, luego sus llaves y nos fuimos.
La verdad es que estar rodeada por unos brazos bastante fuertes como los suyos me reconfortaba, protegiéndome. Era como… como si fuera mi papá.