El chico de pelo plateado, que quizá era Damen, al verme, se alarmó y sacó una pistola del bolsillo interior de su chaqueta. Me apuntó con ella, pero Elisa se colocó delante de mí, protegiéndome.
-Elisa, apártate.
-No.
-¡Es peligrosa! ¡Es un demonio! Puede matarte.
-Déjala, Damen. No pienso dejar que la mates.
Damen frunció el ceño, y apretó la mandíbula.
-Cómo sabes que no es peligrosa.
-Jonan vino aquí con ella. Prometí que la cuidaría.
-Si está aquí es por tres cosas: por estar protegiendo a alguien, por ser uno de mis ángeles o por ser un caído, un demonio o un nefilim. ¿A ti te parece que es alguna de las dos primeras?
-Por favor, Damen, confía en mí.
El tal Damen la miró de hito en hito, inexpresivo, y bajó los tensos hombros. Suspiró, y se guardó la pistola. Me miró.
-Te haré caso, Elisa. Pero si ella te hace algo, luego no me vengas suplicando que te ayude.
Sin embargo, los tres sabíamos perfectamente que la ayudaría de todos modos.
-Muy bien –constató ella.
Elisa me cogió de la mano y me llevó a una habitación, dónde había una cama y algún que otro mueble. Supuse que no utilizaban este cuarto para nada.
-Por ahora puedes dormir aquí. Mejor que el sofá… -dijo mirándome preocupada.
La miré, me solté de ella, fui hacia la cama y me senté encima. Estaba mullida.
-Es más de lo que he tenido estos últimos años, así que muchas gracias.
Damen apareció por la puerta, abrazó la cintura de Elisa por detrás y me miró.
-¿Está bien?
-Sí, gracias –contesté-. Es curioso vivir en una casa, bueno, apartamento como una casa, dónde hay alguien que desea asesinarte.
Damen soltó una carcajada, y Elisa le miró sonriendo.
-¿Sabes? Hasta incluso me vas a caer bien y todo.
Elisa se soltó de él, le dio un beso y me miró.
-Seguro que tienes hambre. Voy a prepararte leche con cola cao.
Asentí, y ella se fue. Damen me miró, se acercó un poco a dónde yo estaba y se acuclilló enfrente de mí, pero todavía seguía estando a mayor altura que yo.
-Por lo que has dicho antes, debo suponer que eres el Dominio jefe –dije casi sin inmutarme. Aunque su expresión y la posición de ataque me ponía un poco nerviosa.
-Sí, has acertado.
-Mi antiguo amo te anda buscando.
-¿Quién era tu antiguo amo?
-El señor Devon.
Para mi sorpresa, no se alteró. No movió ni un músculo; sólo se quedó ahí quieto, pensativo, y alzó las cejas.
-Entiendo. Debió de ser muy duro para ti.
-Lo fue.
-Te diría lo siento, pero no encuentro el sentido a decírtelo.
Me encogí de hombros.
-Estoy acostumbrada.
Damen se levantó, guardó las manos en los bolsillos del pantalón y me indicó con la cabeza que fuera a la cocina. Le seguí, y me encontré con un cuenco lleno de leche, y la mesa llena de comida.
Mi estómago lanzó un rugido, que hasta a mí me sorprendió. Elisa echó al cuenco unos polvos de un bote y los revolvió con una cuchara. Damen me llevó hasta la silla, me subí con dificultad y me senté.
-Come lo que quieras, Kira –me dijo Elisa acercándome de todo.
Asentí y empecé a comer. El gusto que sentí al aliviar el dolor de mi estómago fue increíble. Casi imposible, después de tanto tiempo.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? –preguntó Damen.
-No lo sé, el tiempo que haga falta.
-¿Tiene ropa o algo?
-No vino con nada. Sólo con la túnica y la capa aquella. Nada más.
-Hum. Entonces será mejor comprarle cosas.
-Pues Damen, tendrás que ir tú, porque yo mañana tengo clase. Mañana es martes.
Damen alzó las cejas y me miró. Yo le miré con la boca llena de leche y cereales.
-Hum… -suspiró, recordando seguramente nuestra conversación anterior-. Si no queda más remedio.
Elisa sonrió. Después de terminar mi cena, me llevó a la cama. Era estupendo dormir con el estómago lleno, sin temer que alguien pueda hacerte daño, ya que Damen no parecía tener intención de hacerme nada. Por ahora.
Elisa se quedó conmigo mientras intentaba dormir. Con los ojos cerrados, la escuchaba hablar con Damen, también presente en la habitación.
-Vamos, Damen, aunque no te gusten los niños, sé que tú siempre quisiste tener hijos.
Damen carraspeó.
-No. Para tener a alguien que gime, se caga, come y duerme ya tenemos a tu gato.
Elisa ignoró su cruel comentario.
-Concretamente una niña, ¿verdad? –como Elisa estaba tendida a mi lado, abrazándome, pude sentir cómo reía.
-Bueno, bueno… Venga, vamos a la cama, que ya es tarde.
Elisa deshizo con cuidado su abrazo, ambos se fueron y cerraron la puerta.
Entonces me di cuenta de la rapidez con la que les había cogido confianza. Pero extrañamente, no me preocupó.