Hoy me levanté temprano. Bueno, más o menos, porque cuando me levanté fui hacia la habitación de Elisa y Damen, y Elisa ya no estaba.
Y como Damen dormía, no quise despertarlo, así que me dirigí a la cocina.
Yo no sabía preparar leche con cereales, pero me fijé en un paquete plano encima de la encimera, y las tripas me rugieron. Fui hacia allí, me puse de puntillas e intenté cogerlo, pero no llegaba.
Al final cogí una silla, me subí y lo cogí. Era chocolate en tableta. Cogí un trozo y lo probé.
Me gustó mucho. Era tan dulce y suave… que al final me comí toda la tableta, manchándome las manos.
Entonces sentí una sensación extraña detrás de mí. Pero no vi nada.
Hasta que tocaron al timbre de la puerta. Con un poco de miedo, fui hacia la puerta, cogí el pomo de un salto, manchándolo de chocolate, y la abrí.
Una anciana de pelo canoso, rellenita y aire juvenil esperaba fuera. Al verme sonrió.
-Vaya, así que ya estás aquí –me dijo.
Alcé las cejas un poco sorprendida, pero no dije nada. Me aparté para dejarla pasar, entró y cerró la puerta detrás de ella.
-Kira, ¿verdad? –Asentí mientras la anciana se sentaba en el enorme sofá-. Si te preguntas que por qué te conozco, entonces espera, porque ya lo descubrirás.
Sentí unos pasos que venían de la habitación, y por el salón apareció Damen bostezando mientras se rascaba la cabeza.
-Kira, ¿quién…? –Miró a la anciana, se cruzó de brazos y sonrió con burla-. Vaya, Adalia, hacía tiempo que no nos veíamos. Ya sé que me echabas de menos, mujer. Pero no te culpo, es normal.
-Veo que sigues siendo tan arrogante como siempre, Damen.
Damen sonrió, y se fue hacia la cocina.
-¿Quieres tomar algo?
-Un vaso de agua sólo, gracias –contestó.
-¿Y tú, Kira? ¿Ya desayunaste?
Instintivamente miré el pomo manchado de la puerta, y la anciana Adalia siguió la dirección de mi mirada, divertida.
-Me da la impresión de que ya desayunó, sí –y rió.
Me hizo sonreír. Damen frunció el ceño, y miró el pomo, y luego mis manos manchadas todavía.
-¡Kira! ¿No podías esperar?
Cogió un paño, limpió mis manos y luego el pomo, y volvió a la cocina. Adalia sonrió.
-Vaya, Damen, te comportas como su padre –comentó.
Éste salió de la cocina con una taza y un vaso. Le tendió éste último a Adalia, y dio un sorbo a la taza.
-Qué bien, es un alivio saber eso –suspiró, y me miró. Yo me senté al lado de la anciana-. Pero qué le voy a hacer. Elisa quiere que se quede aquí.
-Ya lo sé.
-¡¿Lo sabías y no me dijiste nada?!
-Sabía que tendríais a esta pequeña inquilina y quién era, nada más.
-Nada más, dice. Eso es prácticamente… -sacudió la cabeza, y se apoyó en el posa brazos del sillón al lado del sofá-. Da igual. Y bien, ¿a qué has venido aquí? Porque no creo que hayas venido sólo por una visita ni, aunque parezca mentira, mi cara bonita. Así que di.
-Tuve… tuve una visión extraña, muy extraña. Sobre Elisa.
Se me puso el vello de punta al pensar que algo malo le pudiera pasar a Elisa, y sin duda a Damen también. Dio un sorbo a su taza, y suspiró.
-¿Qué… viste? –preguntó con la voz crispada.
-A ella inconsciente, tendida sobre una cama en una habitación que nunca he visto. Y a un hombre besarla, y que no eras tú. Luego ya nada más.
Miré a Damen. Estaba pálido, y miraba a la taza. Su expresión parecía serena, pero sus manos decían lo contrario, ya que sus nudillos se tornaron completamente blancos, y se le notaban los músculos de los brazos. Respiró hondo, apretó los labios y se levantó. Fue hacia la cocina.
Adalia también se levantó y le siguió, y yo con ella. Parpadeé un poco sorprendida por todo.
Damen tenía las manos apoyadas en el extremo de la encimera, mirando hacia allí, de espaldas a nosotras.
-¿Estás bien? –le preguntó colocándole una mano en el hombro.
Damen se sacudió su mano de encima con suavidad, y la miró, inexpresivo.
-Claro que sí. ¿Por qué iba a…?
-Damen, te conozco desde que tenías quince años. A mí no me engañas. Puede ser que yo me haya equivocado. O a lo mejor lo estamos malinterpretando.
-No… da igual, hablaré con ella por la noche. No pasa nada. Estoy bien.
Pero se notaba que estaba destrozado, carcomido quizá por los celos.
Adalia asintió.
-Bien, bueno, me tengo que ir. Y recuerda Damen, que quizá me esté equivocando.
Le dio unas palmaditas en la espalda, me revolvió con cariño el pelo y se fue. Miré a Damen, y éste a mí.
-Yo tengo que irme, así que te dejo aquí con el gato. Mira –fue hacia su habitación y volvió con un aparato cuadrado y blanco. Se dirigió al salón, y yo con él. Me senté en el sofá, y me puso el aparato en mi regazo. Lo abrió, encendió, y me explicó en pocas pero suficientes palabras cómo funcionaba. Luego se fue por la puerta sin decir nada más.