-¿No te peso? –me preguntó Kira cuando íbamos a medio camino del garaje.
Estaba un poco lejos, pero era el mejor que había en la ciudad, por eso guardaba mi coche allí.
-No. Eres bastante ligera.
-Hum.
Kira a veces se quedaba mirando a la gente, asombrada, y a los animales. Cuando llegamos al garaje, la coloqué en la parte de atrás del coche, luego me monté yo y nos dirigimos al centro comercial.
Aparqué en el parking al llegar. Volví a coger a Kira en brazos, cerré el coche y fuimos al interior del centro.
Primero nos dirigimos hacia la tienda de ropa, dónde ella eligió todo lo que quiso.
En realidad, sólo quería un pantalón y una camiseta, pero yo le cogí quince más de cada cosa.
Finalmente se vistió con una camiseta rosa pastel sobre una de manga larga gris, y una falda también rosa. Luego nos dirigimos a la zapatería, dónde también ella sólo quería un par, y yo le cogí muchos más. Se puso unas botas blancas que le llegaban por debajo de la rodilla.
Disimuladamente para que nadie me viera, chasqueé los dedos e hice desaparecer las múltiples bolsas, dejándolas aparecer ya en casa.
Después fuimos hacia la tienda de muebles, y le compré un escritorio, una silla, una mesa… Bueno, lo normal en una habitación. Los encargué para ese mismo día.
Luego pasamos por delante de una heladería. Miré a Kira, que tenía la vista fijada en el helado de un niño sentado con sus padres.
Pero no supe si era por el helado, o por si echaba de menos a sus propios padres.
-¿Quieres uno?
-Nunca los probé.
Asentí, y le compré un helado de chocolate y nata para ella y uno de chocolate solo para mí.
Cuando lo probó, se relamió del gusto y se lo terminó en seguida. No pude evitar sonreír.
-¿Está rico? –pregunté.
-Sí, mucho –contestó con una sonrisa.
No quería encariñarme con ella, pero sabía perfectamente que no podría evitarlo. Porque ya estaba empezando. Mientras, Kira también se fijaba en los ángeles guardianes de las personas, invisibles para el ojo humano, que llevaban su actual uniforme de pantalones oscuros y blusa blanca, como lo había llevado yo hace tiempo.
Cuando terminamos de comprar todo, volvimos a casa.
Ya era casi noche, y la verdad, se me había pasado volando. Cuando bajé del coche y abrí la puerta, me encontré con que Kira se había quedado dormida en la silla que le había comprado para el coche. Sonreí, le desabroché el cinturón y la cogí en brazos. Cerré el coche, y me fui hacia casa.
Me encontré con Elisa acostada en el sofá, también dormida. Dejé a Kira en su cama, me fui de la habitación y luego fui al salón, hacia mi vida.
Me acuclillé y la observé dormir. Entonces recordé el sueño de esa noche. Me estremecí. Sinceramente pensé que me moría cuando la vi caer al suelo con la daga en el corazón, completamente desangrada.
La besé ligeramente en los labios, y abrió los ojos.
-¿Damen…?
-Sí, amor, soy yo.
Se incorporó mientras bostezaba, y miró a su alrededor.
-¿Y Kira?
-Ya dormida. La dejé en su habitación.
Sonrió, y yo la ayudé a levantarse.
Mientras íbamos a nuestra habitación, no pude evitar preocuparme un poco, ya que no me había encontrado con ningún nefilim ni nada parecido.
Pero lo dejé pasar.