Mientras corría como una posesa hacia la torre, me tropezaba a veces con el suelo, que estaba algo resbaladizo por causa de la lluvia de la noche anterior. Los ángeles, al verme pasar, se volteaban para ver quién era, pero ni les daba tiempo a verme la cara.
Al llegar a la torre, me paré delante de la puerta, dónde dos hombres fornidos vestidos de uniforme blanco me prohibían el paso.
-¿Y tú qué quieres? -preguntó el de la derecha.
-Emmm... tengo que ir. Es que... mi familia está ahí dentro.
-Mira, niña, ¿esa es la mejor excusa que se te ocurre? Muchos han... -me miró fijamente- un momento, ¿tú eres de aquí?
-Bueno... n... sí, soy de aquí.
-¿Estás segura? ¿Puedes demostrarlo?
Respiré hondo.
-Sí, puedo demostrarlo. Preguntad... lo que queráis.
-¿Cuántos años tienes? -me preguntó el de la derecha.
¿Y eso qué tenía que ver?
-Dieciséis... ¿por?
-¿Cómo que por? ¿Segura de que eres de Saints?
-¡Sí, estoy segura, es sólo que...! Bueno... ¿qué me iba a preguntar?
-¿En qué casa vives? ¿Y con quiénes la compartes?
-Pues... pues... -pensé rápido, algo que no ocurría muy seguido-. Vi-vivo en aquella casa -les señalé la casa de dónde acababa de salir-, con... con Damen, Andrew, eh... -vamos, recuerda, recuerda-, Jo-Jonan, Cecil, Jack y... y Brad.
Los hombres asintieron.
-Vaya, debe de ser muy duro que la Inquisición te pusiera con chicos. Bien, está bien. No nos fiamos un pelo de ti, pero pareces decir la verdad, así que... pasa.
Sonreí, y las puertas se abrieron al pisar la alfombrilla. Dentro del edificio, suspiré de alivio mientras cerraba los ojos. Qué porquería de seguridad. Al abrirlos, miré toda la planta.
Era enorme, dónde había gente que iban de aquí para allá con papeles o simplemente para pedirles a las secretarias o a los guardias dónde estaba cualquier sitio. Había un mostrador bastante largo que rodeaba una gran columna justo en el centro del lugar. Y muchas secretarias detrás de él, dónde me acerqué a una de ellas.
Al verme acercarme, me sonrió.
-Dime, ¿qué desea? –preguntó.
-Me gustaría saber en qué planta está el despacho del jefe de… esto… de este edificio, si me lo permite –no recordaba el nombre del lugar, y eso que se lo había escuchado alguna vez a Damen.
-Es el piso 87, el último. ¿Ha pedido cita?
-Sí, claro –mentí-. Si no me equivoco… -miré mi reloj- dentro de dos… minutos. Puede mirarlo si quiere –dije convencida.
Que no lo mire, que no lo mire, que no lo mire…
-Ah, bueno, si es así, pase.
-¿No lo va a comprobar? –pregunté sorprendida.
-No, me fío de su cara angelical –y se rió.
Qué chistazo. Carraspeé, sonreí y asentí, antes de largarme de allí. Busqué las escaleras o un ascensor, y tuve la suerte de encontrarme uno, aunque había muchos más en varias esquinas. Le di al botón y esperé, y al llegar subí y le di al botón –entre otros muchos- ochenta y siete. El ascensor era de cristal, y se podía ver todo el exterior. Mientras ascendía, me quedé embobada mirando toda la ciudad y más allá, dónde había bosques, colinas, campos verdes con casas apartadas de aquí y demás. Pero algo –una intuición, quizá-, hizo que mirase abajo y me horroricé: Damen, Susan y los demás me estaban buscando. Se habían separado, y no es que éste estuviera lo que se dice contento…
Tragué saliva y miré hacia arriba, ya me quedaba poco para llegar a esa planta tan elevada. Cuando por fin estuve ya allí, salí del ascensor y entré en la planta. Era un pasillo largo. Caminé y caminé, hasta llegar a dos puertas. Peté, y la abrí al escuchar un fuerte “¡Pasa!” al otro lado. Era un despacho bastante bien proporcionado, con muchos libros en las estanterías de cristal y una mesa llena de papeles con un hombre sentado en un gran sillón de cuero negro y escribiendo detrás de ésta. Al sentirme, levantó la vista y sonrió, aunque no pude interpretar muy bien esa sonrisa…
-Vaya, ¿tú eres…? –preguntó el hombre.
-Soy Elisa, y… ¿fue usted quién…?
-¿Quién…?
-¿Quién me llamó para que viniera a por mi familia?
-¿Tu… familia? –se quedó pensativo, pero luego abrió mucho los ojos-. ¡Ah! Es verdad, encontramos a un hombre, su esposa y su hijo humanos perdidos en el bosque, y los trajimos aquí. ¿Pueden ser…?
-¡Sí! ¡Son ellos!
-Pero… si son tu familia y son humanos… eso quiere decir que tú también lo eres, y que no deberías estar aquí, ¿no crees? ¿Es que mentiste a los guardias de abajo?
Mierda, caí como idiota.
-Bueno, yo… es que… tenía que venir a por ellos.
-¿Y cómo sabías que estaban aquí?
Pregunta trampa. Pero esta vez no sería tan estúpida como para delatar a Damen y los demás.
-Pues… verá, vine aquí por un ángel que no conocía de nada y… bueno… hizo un portal y me metí, y luego encontré la ciudad y llegué hasta este edificio… y vi a mi hermano acompañado de un guardia…
-Ah, ya entiendo, está bien, te creo.
Pero su mirada le delataba: no se lo creía para nada, pero si era así, ¿por qué no me decía nada?
-Está bien, mira, ahora mismo no pueden ir contigo, pero si vuelves mañana por la mañana, podréis iros todos a casa. ¿Te parece?
-Sí… supongo que sí… -respondí sin mucho énfasis.
-Bien, entonces hasta mañana. Puedes irte.
Cabizbaja, volví al ascensor y bajé las plantas.
Al salir de él, me esperaba Damen. Empecé a temblar. La bronca que iba a recibir...