Como hoy debía vigilar por la noche, dejé a Elisa en la cama durmiendo y me fui. Pero al bajar en el ascensor y mirar el buzón, me encontré con varias cartas.
Fui hacia allí, y las cogí. Una vecina pasó por mi lado.
-Hola –me dijo mirándome con la boca abierta.
-Hola –dije, y volví mi atención a las cartas.
Factura, factura, factura, propaganda…
Hum, una carta desde París. La abrí. Era una invitación. Fruncí el ceño. El papel era viejo, como el que hacían antiguamente, y estaba escrito con letras elegantes. Pero no sabía para qué. Me encogí de hombros y me la guardé en el bolsillo. Las demás las tiré a la basura.
Salí a la calle, y vigilé por todas partes. Lo extraño era que no había visto nada. Sólo humanos que paseaban, se divertían y demás, pero ningún demonio. Entonces me decidí a ir otra vez a ese bar dónde curé a aquella chica.
Pero no había nadie.
Hum. Extraño.
Pero entonces un hombre rubio, de ojos azules y de apariencia tan joven como la mía, apareció por una puerta del interior del local. Me miró, y me sonrió, pero una sonrisa fría que te hace estremecer del terror.
Fruncí el ceño, y me crucé de brazos.
-Quién eres. ¿Y dónde está todo el mundo?
-¿No lo sabes?
-¿Debería?
-Están secuestrados, Damen. Ah, espera. Tu amigo… Jack, ¿verdad? ¿Cuánto hace que no le ves? ¿Cuatro, cinco años?
-Está en Italia.
-Ya no.
Tragué saliva. ¿Qué quería decir “ya no”?
-¿Qué?
Chasqueó los dedos, y el cuerpo de Jack apareció inerte a sus pies.
La mayor sensación de desasosiego que sentí al verlo sangrando.
No podía apartar la mirada de mi mejor amigo.
-¿Qué te parece? Desconcertante, ¿no? Es una pena. Bueno, me voy, y ten cuidado, porque también puede ocurrirle algo a la mujer que amas.
Y desapareció. Fui rápidamente hacia Jack, me arrodillé a su lado y le tomé el pulso. No latía, pero el mío se volvió frenético.
Jack… mi mejor amigo, tantas cosas que habíamos pasado juntos…
Unas lágrimas aparecieron por mis ojos, que resbalaron por mis mejillas y cayeron en su ropa.
-Jack… -susurré-. Jack, tú no… Cualquiera, pero tú…
Entonces escuché pasos detrás de mí. Lleno de rabia, saqué rápidamente mi pistola del bolsillo interior de la chaqueta, me levanté y apunté al intruso.
Pero era la chica del otro día, a la que curé. Tenía los ojos dilatados del miedo.
Apreté la mandíbula, y bajé poco a poco la pistola. Con un tembloroso suspiro me la guardé.
-Usted es…
-Sí.
-¿Está llorando?
Me di cuenta de que sí, así que alcé la mano y me enjugué las lágrimas. Odiaba llorar, sobre todo delante de la gente, pero es que esto… esto me superaba.
-¿Qué… qué pasó… qué pasó aquí? –pregunté con la voz rota por el dolor.
-Ese hombre se llevó a todos los ángeles. Yo conseguí esconderme.
Volví a mirar a Jack. Una forma… tenía que haber una forma para salvarle. No podía morir, él no.
Entonces recordé a Adalia.
-Ven conmigo –apremié a la chica.
Ella asintió, y ambos primero nos dirigimos a mi casa. En el portal del edificio, me volví hacia ella.
-Quédate aquí, ahora vuelvo.
Volvió a asentir, y yo subí en el ascensor.
Venga, vamos… No puede tardar tanto…
Por fin llegué a mi piso, abrí la puerta con rapidez y me encontré a Elisa y a Kira sentadas en el sofá con el portátil. Suspiré lleno de alivio. Me miraron.
-¿Damen? ¿Estás bien? –me preguntó Elisa.
Se levantó. Me acerqué a ella y la abracé, cerrando los ojos con fuerza. Sin poderlo evitar, otra lágrima me resbaló por la mejilla. Elisa se dio cuenta, y me miró llena de pánico. Me tocó la mejilla, y sin dejar de abrazarme miró a Kira, que también nos miraba, con la boca abierta.
-Kira, ve a jugar a la habitación con Yin Yang. Corre.
Kira asintió, dejó el portátil a un lado, cogió a Yin Yang en brazos y se fue a su habitación. Elisa se volvió hacia mí y me llevó hasta el sofá. Nos sentamos. Apoyé los codos en las rodillas y enterré la cara en las manos. Elisa puso una mano en mi espalda.
-Damen, por favor, cuéntame qué pasó.
-Jack… -susurré.
-¿Jack? ¿Qué le pasa a Jack? ¿Está bien, no…? –la miré-. Oh, dios mío, no… No será que…
Ella también empezó a llorar.
-¡Pero es imposible! ¡Es Jack! ¡Él no puede… es que no puede…! –sollozó.
La abracé.
-Creo que todavía podemos hacer algo –dije.
-¿Lo qué?
-Vamos a ver a Adalia. Venga.
Asintió, y nos levantamos. Llamamos a Kira, salimos del piso y bajamos. La chica nos esperaba en la entrada.
-Señor –dijo.
-Elisa, esta es una de las mías. Hum…
-Penny, encantada –le dijo.
-Bien. Vamos.
Sin perder el tiempo, fuimos a su casa. Adalia se había mudado a las afueras de la ciudad, cerca de nosotros. No quería seguir viviendo en el pueblo dónde podía recordarle a Susan.
Llegamos en mi coche, y llamamos. Sólo deseo que ella sepa qué hacer…