¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

viernes, 28 de enero de 2011

Capítulo 73 (D)

Cuando caí del Portal, lo hice de pie, pero de repente algo impactó contra mi espalda, haciéndome caer de bruces contra el suelo.
Entonces, en una milésima de segundo, deduje que quizá sería Elisa. Conociéndola.
Mientras me reincorporaba, rezaba porque no fuera ella.
Maldita suerte.
Era ella.
Apreté con fuerza la mandíbula. Cuando se levantó, y alzó despacio la mirada para verme, se estremeció, y me sonrió débilmente.
-Je, al final… al final vine… -dijo.
-¡¡Elisa!! ¡¡¡¡¡¡¡¿¿¿¿Yo qué te dije????!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Que no vinieras!!!!!! Te juro que como te pase algo…
-Damen… lo siento, de verdad, pero es que no te puedes imaginar lo que sentí cuando te vi marcharte y pensar que quizá… yo que sé… que no volvieras o… o algo peor… Yo… -empezó a sollozar.
Suspiré, y la abracé.
-Bueno, venga, tranquila… Pero de verdad que no gano en disgustos. Tú siempre haciéndome sufrir…
-¿Quién ha dicho que el amor es sólo cosas bonitas? También tiene lados malos, y el sufrimiento es uno de ellos.
-Lo sé. Vale, ven, pero ni se te ocurra separarte de mí.
-Bien.
-Te lo vuelvo a repetir, Elisa. No. Te. Separes. De. Mí.
-¡Vale, entendido! Si es que en realidad vine aquí porque quería que estuviésemos juntos.
Sonreí. Me encantaba cuando decía esas cosas.
Entonces oímos un débil grito, y cuando miré al cielo, algo cayó sobre mí, otra vez. Pero conseguí cogerlo en brazos sin caerme.
Kira.
Nos miró a Elisa y a mí alternativamente, se encogió de hombros y se revolvió para que la dejara en el suelo.
-No pensaba dejaros ir sin mí.
Apreté los dientes, y me pellizqué el puente de la nariz mientras cerraba los ojos.
-¿Y Penny? –preguntó Elisa.
-Hum… con Yin Yang… creo…
Abrí los ojos, y hundí los hombros. Ahora ya estaba hecho. Intentaría no enfadarme con ninguna…
Los tres nos volvimos y examinamos el paisaje. Habíamos aterrizado en el año 1860, en una ciudad… Pero no sabía cuál. En realidad no había pensado en ninguna, así que no sé cómo habíamos llegado hasta aquí. La gente que pasaba se volteaba para vernos, quizá por nuestra ropa… poco actual dónde estábamos.
Entonces nos dimos la vuelta y la vimos con la boca abierta: la catedral de Notre Dame.
-Hostia –solté sin querer.
Elisa me miró.
-¿Esa es…?
-Esa es, sí. Estamos en París. Lo que no entiendo es por qué. Quizá…
Por intuición, quizá, llevé la mano al bolsillo de mi pantalón, y saqué la carta que había encontrado en el buzón. La invitación, y que decía que fuera a París.
Ahora lo entendía.
-Hum.
-Es aterrador –comentó Kira.
-Sí, y me parece que le haremos una visita.
-Eh… ¿sabes la leyenda del jorobado de Notre Dame? –preguntó Elisa. Asentí sonriente-. Bueno, pues… ¿no crees que a lo mejor… bueno, exista?
-¿Entonces a qué crees que le vamos a dar una visita?
Elisa empezó a temblar.
-Damen, ¿no podríamos esperar al verano? ¡O a que sea de día simplemente! Tío, que no te pido mucho.
Me reí, y miré al cielo. Era verdad: estábamos en pleno invierno, viendo el ambiente y la temperatura, y en el cielo sólo había nubes y un pequeño resquicio de la luz de la luna.
-Venga, vamos, no hay mucho tiempo.
-Damen…
-Pues no hubieras venido –contesté de forma brusca.
Elisa me miró con arrepentimiento en los ojos, y puso una mano en su brazo, mirando al suelo. Kira miró a un escaparate, un tanto incómoda. Suspiré.
-Lo siento, pero de verdad que me cabreaste, Elisa. Te dije que no vinieras porque de verdad temía que te pasara algo, y te la resbaló. No me hiciste ni puñetero caso, y viniste por propia voluntad y en contra de la mía, aún sabiendo que me enfadarías. Y ahora quieres volver a casa sabiendo que no puedes.
-¡¡No!! –me abrazó con fuerza.
Confundido, le devolví el abrazo.
-¿Qué…?
-Damen, no quiero irme a casa sin ti. Yo me quedo aquí, contigo. Es sólo que… -suspiró-. Da igual. Vamos.
-Primero de todo tenemos que preguntar dónde vive el rubio. El que mató a… -se me crispó la voz.
Elisa me besó brevemente, y yo suspiré bastante aliviado por su cariño. Sinceramente no sé qué haría sin ella.
-Gracias –dije.
Sonrió.
-Vamos a preguntar a la gente.
Asentí. Elisa cogió la mano de Kira y paramos a un hombre con un niño pequeño. Obviamente iban vestidos con ropa de esa época.
-Hum, perdone, ¿sabe quién es, por casualidad… hum…? –Elisa me miró, y luego a mi mano. Cogió la invitación y me enseñó el nombre que aparecía en él-. ¿Lord Keiran?
El hombre me miró con ojos aterrados.
-¿Lord Keiran? Me suena, pero de todos modos podéis preguntarle a… -señaló la catedral con un dedo tembloroso-. Pero tenga cuidado, dicen que no es un hombre, sino un demonio…
-No se preocupe. Digamos que se me da bien tratar… con demonios –sonreí mientras me cruzaba de brazos.
Elisa tragó saliva sonoramente. El niño que acompañaba al hombre no le quitaba ojo a Kira. Ésta miraba fascinada la catedral, ignorándole.
-Los que le preguntan… se los come vivos o si les cae bien, por así decirlo, se lo dice, pero luego los tira de una de las torres.
-Entiendo –dije asintiendo-. Muchas gracias.
-Tengan cuidado.
-Lo tendremos.
Cuando el hombre y su hijo se fueron, me volví hacia Kira.
-Quédate aquí.
-¿Por qué?
-Eres muy pequeña para venir a la catedral.
-Sé cuidarme sola, Damen. Sabes perfectamente que aunque los aparente, no tengo siete años.
-Kira, no seas cabezota tú también. Espéranos en la entrada.
Suspiró, y derrotada, asintió. Cogí a Elisa de la mano y nos volvimos hacia Notre
Dame.
-¿Estás preparada? –le pregunté.
-Bueno… Nunca lo estaré, así que vamos.