¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
domingo, 27 de febrero de 2011
Premio...
Ya sabéis que usualmente no suelo poner los maravillosos premios que me dais en las entradas, por el hecho de no interrumpir la historia y que los coloco en el lateral derecho del blog, pero este al parecer es un poquito especial xD
Este premio es del foro de The Fallen Angels, ¡a los que se lo agradezco mucho!
Y gracias a Mely por avisarme :D
Aquí hay una encuesta que me piden que haga, así que allá voy:
1-¿Cómo nació tu blog?
Pues fue gracias a la saga de Cazadores de Sombras, ya que estaba harta de que los protagonistas de las historias fueran siempre vampiros, y los ángeles les dan un toque de glamour xD
2-¿Por qué decidiste empezar a publicar tus historias?
Gracias a mi amiga Paula, que después de la fiebre de Crepúsculo y leer los libros, empezó mi pasión por las letras y ella me dijo que podía escribir historias y publicarlas en blogs.
3-¿Cuál es tu género preferido?
Fantástico *-* Bueno, y romántico también, pero no me gusta que los personajes sean muy ñoños.
4-Si pudieras por un día estar con algún personaje ya sea tuyo o de otro autor. ¿Quién sería?
Hombre, a ver... Patch, el de Hush Hush o Jace, el de Cazadores de sombras, que no me importaría nada... (jijiji), y míos... supongo que Damen o el de mi otro blog, Axel xD ¡Es que son tantos...!
5-Ahora dinos cual fue el reto más grande al cual te enfrentaste al escribir tu historia.
El reto más grande... Sin duda saber sobre qué tema escribir. Porque o bien ya está cogido, o también pasa que empiezas a escribir la historia toda emocionada, pero llegan los tres días y ya no sabes cómo seguirla, y tienes que empezar de nuevo. Y quizá se me haya escapado alguna cosa xD
Bueno, esto es todo =)
¡Por cierto, gracias por vuestros comentarios! Visitaré vuestros blogs lo antes que pueda *-* ¡Lo estoy deseando! *3* =D
jueves, 24 de febrero de 2011
Capítulo 77 (D)---(E)
Elisa estaba tardando demasiado. Miré a Kira, y ella a mí.
-Ve a ver qué está haciendo –le dije.
Ella asintió y se fue.
Al poco rato, vino hacia mí corriendo, sin Elisa por ninguna parte.
-¿Qué…?
-¡No está! –dijo alarmada-. No la encuentro.
-¿Has buscado bien?
-¡Sí!
Suspiré. Le indiqué con la cabeza que me siguiera y ambos caminamos por todo el barco buscando a Elisa, preguntando a la gente que había…
Pero en efecto, no estaba. Entonces empecé a asustarme de verdad.
Volvimos a rebuscar separados todo el barco, de arriba abajo, pero seguía desaparecida.
Me empezaba a agobiar, y subí otra vez afuera, dónde estábamos antes los tres mirando las olas, y Kira encontró una carta.
La cogí, la saqué del sobre y la leí.
Era un desafío. Habían capturado a Elisa, sin duda ese tal Keiran, y me desafiaba a encontrarla. Decía que él incluso me ayudaría. Sin duda estaba loco.
Pero no dejaría que ahora me arrebatara también a mi razón de vivir. Ya me quitó a mi mejor amigo, y esta vez no fallaré.
La media hora que quedaba para llegar la pasamos fatal, tanto Kira como yo, consumidos por la preocupación. Sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, un vacío, realmente doloroso e insoportable, pensando en que como ese hombre le tocara un solo pelo a mi niña, a mi vida, estaría muerto.
Al llegar bajamos. Desde la mañana hasta la tarde caminamos hasta Londres, dónde salía el tren. Sobre las nueve llegamos a la estación. El tren salía a las diez de la noche, así que saqué los billetes –y esta vez con compartimento, ya que se iba a hacer de noche e iba a ser un viaje de bastantes horas.
El hombre nos atendió, aunque primero nos examinó con la mirada nuestra ropa fuera de lugar en la época y mi pelo.
-¿Señor? –dijo finalmente.
-Deme dos billetes de tren con compartimento, por favor –contesté.
-¿Primera o segunda clase?
-Primera.
-Muy bien, señor.
Metí la mano en el bolsillo vacío de mis vaqueros e hice aparecer por magia muchas libras en monedas. Se las tendí, y él me dio los billetes.
Para matar el tiempo, nos dirigimos a un café. Aunque yo sentía el mismo ardor en el pecho por la pérdida, preguntándome cómo pude ser tan estúpido de dejarla ir sola.
Suspiré. Ahora lamentarme no me servía de nada.
Sentados en una mesa, dónde pronto el lugar iba a cerrar, justo cuando estaba dando el último sorbo al café, Kira dijo las primeras palabras desde que salimos del barco. No había hablado en todo el día.
-Tengo miedo –dijo mirando a su taza de té, que por cierto, yo no le veía la gracia de beber algo salido de una bolsita de hierbas.
-Mientras estés a mi lado, no te pasará nada. No dejaré que te arrebaten de mi lado a ti también –dejé la taza de café vacía en la mesa.
-No por mí, sino por Elisa. ¿Estará bien?
-No lo sé, Kira, no lo sé. Y ahora acábate eso.
Kira apretó los labios, asintió despacio y se lo bebió. Luego nos levantamos y fuimos a la estación.
El tren acababa de llegar justo ahora, y mientras, a unos pocos metros de nosotros, había una familia entristecida despidiéndose de una chica con gafas de unos catorce o quince años.
Sacudí la cabeza, y el tren justo acababa de llegar. Las puertas se abrieron a unos pocos pasos de nosotros, y todos los futuros pasajeros subieron al interior de éste. Miré a Kira. Ella me tendió una mano, y yo, un poco confuso, se la cogí.
-Así me siento más segura –dijo, y sonrió, pero con tristeza.
Echaba de menos a Elisa. Suspiré. No era la única.
Al final subimos también.
(E) Me desperté, pero por el terror que sentía, no abrí los ojos. No quería. Pero sentía que estaba acostada en algo mullido, sin duda una cama. Pero tenía un poco de frío, como si tuviera los brazos desnudos. Y juraría que yo llevaba una sudadera de manga larga.
Ay, madre, a saber en qué lío me había metido ahora.
-Ve a ver qué está haciendo –le dije.
Ella asintió y se fue.
Al poco rato, vino hacia mí corriendo, sin Elisa por ninguna parte.
-¿Qué…?
-¡No está! –dijo alarmada-. No la encuentro.
-¿Has buscado bien?
-¡Sí!
Suspiré. Le indiqué con la cabeza que me siguiera y ambos caminamos por todo el barco buscando a Elisa, preguntando a la gente que había…
Pero en efecto, no estaba. Entonces empecé a asustarme de verdad.
Volvimos a rebuscar separados todo el barco, de arriba abajo, pero seguía desaparecida.
Me empezaba a agobiar, y subí otra vez afuera, dónde estábamos antes los tres mirando las olas, y Kira encontró una carta.
La cogí, la saqué del sobre y la leí.
Era un desafío. Habían capturado a Elisa, sin duda ese tal Keiran, y me desafiaba a encontrarla. Decía que él incluso me ayudaría. Sin duda estaba loco.
Pero no dejaría que ahora me arrebatara también a mi razón de vivir. Ya me quitó a mi mejor amigo, y esta vez no fallaré.
La media hora que quedaba para llegar la pasamos fatal, tanto Kira como yo, consumidos por la preocupación. Sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, un vacío, realmente doloroso e insoportable, pensando en que como ese hombre le tocara un solo pelo a mi niña, a mi vida, estaría muerto.
Al llegar bajamos. Desde la mañana hasta la tarde caminamos hasta Londres, dónde salía el tren. Sobre las nueve llegamos a la estación. El tren salía a las diez de la noche, así que saqué los billetes –y esta vez con compartimento, ya que se iba a hacer de noche e iba a ser un viaje de bastantes horas.
El hombre nos atendió, aunque primero nos examinó con la mirada nuestra ropa fuera de lugar en la época y mi pelo.
-¿Señor? –dijo finalmente.
-Deme dos billetes de tren con compartimento, por favor –contesté.
-¿Primera o segunda clase?
-Primera.
-Muy bien, señor.
Metí la mano en el bolsillo vacío de mis vaqueros e hice aparecer por magia muchas libras en monedas. Se las tendí, y él me dio los billetes.
Para matar el tiempo, nos dirigimos a un café. Aunque yo sentía el mismo ardor en el pecho por la pérdida, preguntándome cómo pude ser tan estúpido de dejarla ir sola.
Suspiré. Ahora lamentarme no me servía de nada.
Sentados en una mesa, dónde pronto el lugar iba a cerrar, justo cuando estaba dando el último sorbo al café, Kira dijo las primeras palabras desde que salimos del barco. No había hablado en todo el día.
-Tengo miedo –dijo mirando a su taza de té, que por cierto, yo no le veía la gracia de beber algo salido de una bolsita de hierbas.
-Mientras estés a mi lado, no te pasará nada. No dejaré que te arrebaten de mi lado a ti también –dejé la taza de café vacía en la mesa.
-No por mí, sino por Elisa. ¿Estará bien?
-No lo sé, Kira, no lo sé. Y ahora acábate eso.
Kira apretó los labios, asintió despacio y se lo bebió. Luego nos levantamos y fuimos a la estación.
El tren acababa de llegar justo ahora, y mientras, a unos pocos metros de nosotros, había una familia entristecida despidiéndose de una chica con gafas de unos catorce o quince años.
Sacudí la cabeza, y el tren justo acababa de llegar. Las puertas se abrieron a unos pocos pasos de nosotros, y todos los futuros pasajeros subieron al interior de éste. Miré a Kira. Ella me tendió una mano, y yo, un poco confuso, se la cogí.
-Así me siento más segura –dijo, y sonrió, pero con tristeza.
Echaba de menos a Elisa. Suspiré. No era la única.
Al final subimos también.
(E) Me desperté, pero por el terror que sentía, no abrí los ojos. No quería. Pero sentía que estaba acostada en algo mullido, sin duda una cama. Pero tenía un poco de frío, como si tuviera los brazos desnudos. Y juraría que yo llevaba una sudadera de manga larga.
Ay, madre, a saber en qué lío me había metido ahora.
viernes, 18 de febrero de 2011
Capítulo 76 (E)
Bajamos las escaleras, y salimos de la catedral. Kira vino hacia nosotros, pero no dijo nada. Nosotros tampoco.
Mientras caminábamos, Damen sacó de su bolsillo la carta que le trajo el hijo de… su madre –ejem-, que me llamó rellenita.
Mientras él la leía, frunciendo el ceño a veces y otras acariciándose el mentón pensativo, yo me fijaba en la poca gente que había en la calle vestida de abrigo, y ellos nos examinaban a nosotros por nuestra ropa. Siempre me había interesado por la historia, pero vivirla en primera persona era, sencillamente, emocionante.
Y sorprendida, miré a algunos ángeles guardianes hacer su trabajo, siguiendo a sus protegidos por la calle. Los ángeles de antaño.
-Hum… -me volví hacia Damen cuando oí su leve gruñido. Se volvió a guardar la carta y me miró-. Nada –sonrió.
Pero era una sonrisa falsa. En esa carta había algo malo, estaba segura, pero antes tenía más cuestiones que atender.
-Esto… ¿puedo preguntarte una cosa? –Asintió mientras guardaba las manos en los bolsillos de sus oscuros vaqueros-. ¿Cómo es que esa… cosa, o el hombre que vimos antes, o ese estúpido cartero, hablaban español y no francés?
-Magia. Nos adapté a los tres para que pudiéramos entenderlos y ser entendidos, pero en realidad ellos hablan francés. Un espejismo.
-Guau. ¿Puedo preguntar otra vez?
-Venga.
-¿Y cómo vamos a encontrar el lugar si no aparece en el mapa?
-No lo sé, buscando.
-Ah, y hum…
-Adelante…
-¿Cómo vamos a llegar a Inglaterra?
Se frenó, y Kira y yo con él. Miró al cielo.
-Pues…
-¿No puedes usar un Portal?
-No, aquí no… El único que se mueve mover por diferentes espacios tan rápido como el tiempo es Christopher, el ángel del espacio… Y obviamente no soy yo. Así que no.
-Hum.
Seguimos caminando hasta que Kira se soltó de un tirón de mi mano y salió escopeteada.
-¿Pero qué…? –dije-. ¡Kira!
Damen y yo nos volvimos hacia dónde había ido, y nos señaló con el dedo una estación de tren.
Alcé las cejas y sonreí. Miré a Damen, y éste había hecho lo mismo.
-Hum, bueno, quién lo diría. Al final me vais a hacer falta.
Asentí enérgicamente y seguimos a Kira hasta la estación. Entramos, y sorprendida me fijé en que había bastante gente. Pero claro, debía de salir al amanecer.
Miramos el reloj.
-Sale a las 7.45. –Informó Kira con los bracitos cruzados-. Y son las siete y media –miró a Damen interrogativa.
-Bueno, dado que en esta época todavía no se ha inventado el tren que pasa por el canal de la Mancha, tendremos que viajar en tren hasta la costa, ir en barco hasta Inglaterra, y viajar en tren hacia el norte –nos miró-. ¿Bien?
-Ajá –dije.
Después Damen sacó los billetes para sólo un viaje rápido, sin compartimento, y nos subimos al tren.
El viaje en total duró una hora y media más o menos. Pero no era el tren que buscábamos. Luego, como Damen dijo, cogimos el barco, en el puerto, en dirección a Inglaterra.
Pero ese fue el mayor error que pudimos cometer.
Los tres íbamos fuera, viendo las nubes y niebla que había a causa del temporal y la estación, y el mar y sus olas. Pero me entraron unas ganas terribles de ir al baño.
Aunque sea inmortal, tengo necesidades humanas, no es algo del otro mundo.
Así que les dije a Kira y Damen que me iba un momento al baño –desea que por favor lo hubiera-, y después de preguntar por ahí, descubrí que sí.
Entré, hice mis necesidades, luego me lavé las manos, y justo cuando salí, al otro lado de la puerta, vi a alguien…
Pero no puedo describir sus facciones porque me golpeó a la milésima de segundo la cabeza, y perdí el conocimiento.
Mientras caminábamos, Damen sacó de su bolsillo la carta que le trajo el hijo de… su madre –ejem-, que me llamó rellenita.
Mientras él la leía, frunciendo el ceño a veces y otras acariciándose el mentón pensativo, yo me fijaba en la poca gente que había en la calle vestida de abrigo, y ellos nos examinaban a nosotros por nuestra ropa. Siempre me había interesado por la historia, pero vivirla en primera persona era, sencillamente, emocionante.
Y sorprendida, miré a algunos ángeles guardianes hacer su trabajo, siguiendo a sus protegidos por la calle. Los ángeles de antaño.
-Hum… -me volví hacia Damen cuando oí su leve gruñido. Se volvió a guardar la carta y me miró-. Nada –sonrió.
Pero era una sonrisa falsa. En esa carta había algo malo, estaba segura, pero antes tenía más cuestiones que atender.
-Esto… ¿puedo preguntarte una cosa? –Asintió mientras guardaba las manos en los bolsillos de sus oscuros vaqueros-. ¿Cómo es que esa… cosa, o el hombre que vimos antes, o ese estúpido cartero, hablaban español y no francés?
-Magia. Nos adapté a los tres para que pudiéramos entenderlos y ser entendidos, pero en realidad ellos hablan francés. Un espejismo.
-Guau. ¿Puedo preguntar otra vez?
-Venga.
-¿Y cómo vamos a encontrar el lugar si no aparece en el mapa?
-No lo sé, buscando.
-Ah, y hum…
-Adelante…
-¿Cómo vamos a llegar a Inglaterra?
Se frenó, y Kira y yo con él. Miró al cielo.
-Pues…
-¿No puedes usar un Portal?
-No, aquí no… El único que se mueve mover por diferentes espacios tan rápido como el tiempo es Christopher, el ángel del espacio… Y obviamente no soy yo. Así que no.
-Hum.
Seguimos caminando hasta que Kira se soltó de un tirón de mi mano y salió escopeteada.
-¿Pero qué…? –dije-. ¡Kira!
Damen y yo nos volvimos hacia dónde había ido, y nos señaló con el dedo una estación de tren.
Alcé las cejas y sonreí. Miré a Damen, y éste había hecho lo mismo.
-Hum, bueno, quién lo diría. Al final me vais a hacer falta.
Asentí enérgicamente y seguimos a Kira hasta la estación. Entramos, y sorprendida me fijé en que había bastante gente. Pero claro, debía de salir al amanecer.
Miramos el reloj.
-Sale a las 7.45. –Informó Kira con los bracitos cruzados-. Y son las siete y media –miró a Damen interrogativa.
-Bueno, dado que en esta época todavía no se ha inventado el tren que pasa por el canal de la Mancha, tendremos que viajar en tren hasta la costa, ir en barco hasta Inglaterra, y viajar en tren hacia el norte –nos miró-. ¿Bien?
-Ajá –dije.
Después Damen sacó los billetes para sólo un viaje rápido, sin compartimento, y nos subimos al tren.
El viaje en total duró una hora y media más o menos. Pero no era el tren que buscábamos. Luego, como Damen dijo, cogimos el barco, en el puerto, en dirección a Inglaterra.
Pero ese fue el mayor error que pudimos cometer.
Los tres íbamos fuera, viendo las nubes y niebla que había a causa del temporal y la estación, y el mar y sus olas. Pero me entraron unas ganas terribles de ir al baño.
Aunque sea inmortal, tengo necesidades humanas, no es algo del otro mundo.
Así que les dije a Kira y Damen que me iba un momento al baño –desea que por favor lo hubiera-, y después de preguntar por ahí, descubrí que sí.
Entré, hice mis necesidades, luego me lavé las manos, y justo cuando salí, al otro lado de la puerta, vi a alguien…
Pero no puedo describir sus facciones porque me golpeó a la milésima de segundo la cabeza, y perdí el conocimiento.
viernes, 4 de febrero de 2011
Capítulo 75 (E)
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
Damen me empujó, y caí hacia atrás.
-¡Ay! –me quejé.
Miré hacia dónde estaba él, pero no lo encontré. Había desaparecido.
Hasta que escuché varios pasos a mi alrededor, pero eso es lo malo de estar en la oscuridad, que no ves nada.
Nunca había tenido tanto miedo en la vida. Ni siquiera cuando los nefilim me habían acorralado.
Me levanté despacio, tragué saliva sonoramente, y escuché un golpe fuerte y sordo contra el suelo.
-¡Damen! –dije sin poderlo evitar.
-Te pillé –dijo su voz, obviamente sin referirse a mí.
Miré a mi alrededor, y me fijé en una de las ventanas del cuarto, dónde estaba iluminado por la luz de la luna, en su silueta y algo que él pisaba.
Me acerqué despacio mientras el ser gruñía y se revolvía, pero Damen no le dejaba. Tenía un pie sobre el pecho del monstruo y un antebrazo apoyado en la rodilla, mirándolo con una sonrisa cruel.
-¿Qué tal, amigo mío?
-No… yo no… soy… no soy tu… amigo… -balbuceó casi sin aire la bestia.
-Tú sabes dónde está el hombre al que quiero asesinar con mis propias manitas, ¿verdad? –dijo medio cantando, ignorando su comentario y haciendo que todo esto pareciera más tétrico de lo que ya era.
-Qui…q…
-¡Suelta por esa sucia boquita! No tengo todo el tiempo, por si no te has dado cuenta.
El ser apretó la boca sin labios y negó débilmente con la cabeza. Damen apretó más su pisotón, y la bestia soltó un rugido medio apagado.
-Para que lo sepas, yo no soy un humano cualquiera. Bueno, sencillamente, no soy humano. Así que ten mucho cuidado, porque con sólo chasquear mis dedos, puedo hacer que vomites tu corazón junto con los demás órganos necesarios de tu organismo.
-¡Vale… vale! ¡Pero no… no me… me de… dejas… respirar!
En ese momento me pregunté por qué hablaba español y no francés, pero me abstuve de preguntar.
Damen aflojó el pie sobre su pecho.
-Venga, dilo ya.
-Lord Keiran vive en Inglaterra…
-Eso ya lo sé, no soy estúpido. Dime exactamente dónde.
-Nadie lo sabe. Dicen que vive en un lugar que no aparece en el mapa…
Miré con el ceño fruncido a Damen. ¿Como Saints?
-Así que no aparece en el mapa, ¿eh? ¿Y cómo se puede acceder a él?
-¡En un tren! Sólo unos pocos tienen la suerte de ir a ese lugar… o la desgracia.
-Eso me da igual. ¿Estás seguro? No me estarás mintiendo, ¿verdad? Porque sinceramente no te conviene.
-Tienes una carta del Lord Keiran, ¿verdad?
-Cómo lo sabes.
-La vi en tu bolsillo… y… Te la mandó él mismo…
-Hum, muy bien –Damen me miró-. Vámonos.
Dejó al ser tirado en el suelo, y me indicó con la cabeza que nos fuéramos. Pero de repente oí los pasos detrás de mí, y sin duda Damen también, porque sonrió, sacó un cuchillo de su bolsillo de la chaqueta y se dio la vuelta. Yo también, y vi que le había clavado el cuchillo en el corazón a la bestia justo cuando ésta se iba a abalanzar sobre nosotros. Cayó hacia atrás con una expresión de horror en el deformado rostro.
Miré a Damen con la boca abierta. Éste se encogió de hombros, le arrancó el cuchillo, lo limpió con el poco pelo del ser, y se lo guardó.
-¿Vamos?
Asentí despacio.
Hum. ¿Sentir miedo… o una especie de pánico por tu novio es normal o es que simplemente soy rara?
Quizá sean las dos cosas, pero es que estaba tan aterrada con el comportamiento tan feroz que estaba mostrando Damen en esos momentos, que no me atrevía ni a mirarle directamente a los ojos.
Aunque él no se dio cuenta, o hizo como que no se daba cuenta…
Damen me empujó, y caí hacia atrás.
-¡Ay! –me quejé.
Miré hacia dónde estaba él, pero no lo encontré. Había desaparecido.
Hasta que escuché varios pasos a mi alrededor, pero eso es lo malo de estar en la oscuridad, que no ves nada.
Nunca había tenido tanto miedo en la vida. Ni siquiera cuando los nefilim me habían acorralado.
Me levanté despacio, tragué saliva sonoramente, y escuché un golpe fuerte y sordo contra el suelo.
-¡Damen! –dije sin poderlo evitar.
-Te pillé –dijo su voz, obviamente sin referirse a mí.
Miré a mi alrededor, y me fijé en una de las ventanas del cuarto, dónde estaba iluminado por la luz de la luna, en su silueta y algo que él pisaba.
Me acerqué despacio mientras el ser gruñía y se revolvía, pero Damen no le dejaba. Tenía un pie sobre el pecho del monstruo y un antebrazo apoyado en la rodilla, mirándolo con una sonrisa cruel.
-¿Qué tal, amigo mío?
-No… yo no… soy… no soy tu… amigo… -balbuceó casi sin aire la bestia.
-Tú sabes dónde está el hombre al que quiero asesinar con mis propias manitas, ¿verdad? –dijo medio cantando, ignorando su comentario y haciendo que todo esto pareciera más tétrico de lo que ya era.
-Qui…q…
-¡Suelta por esa sucia boquita! No tengo todo el tiempo, por si no te has dado cuenta.
El ser apretó la boca sin labios y negó débilmente con la cabeza. Damen apretó más su pisotón, y la bestia soltó un rugido medio apagado.
-Para que lo sepas, yo no soy un humano cualquiera. Bueno, sencillamente, no soy humano. Así que ten mucho cuidado, porque con sólo chasquear mis dedos, puedo hacer que vomites tu corazón junto con los demás órganos necesarios de tu organismo.
-¡Vale… vale! ¡Pero no… no me… me de… dejas… respirar!
En ese momento me pregunté por qué hablaba español y no francés, pero me abstuve de preguntar.
Damen aflojó el pie sobre su pecho.
-Venga, dilo ya.
-Lord Keiran vive en Inglaterra…
-Eso ya lo sé, no soy estúpido. Dime exactamente dónde.
-Nadie lo sabe. Dicen que vive en un lugar que no aparece en el mapa…
Miré con el ceño fruncido a Damen. ¿Como Saints?
-Así que no aparece en el mapa, ¿eh? ¿Y cómo se puede acceder a él?
-¡En un tren! Sólo unos pocos tienen la suerte de ir a ese lugar… o la desgracia.
-Eso me da igual. ¿Estás seguro? No me estarás mintiendo, ¿verdad? Porque sinceramente no te conviene.
-Tienes una carta del Lord Keiran, ¿verdad?
-Cómo lo sabes.
-La vi en tu bolsillo… y… Te la mandó él mismo…
-Hum, muy bien –Damen me miró-. Vámonos.
Dejó al ser tirado en el suelo, y me indicó con la cabeza que nos fuéramos. Pero de repente oí los pasos detrás de mí, y sin duda Damen también, porque sonrió, sacó un cuchillo de su bolsillo de la chaqueta y se dio la vuelta. Yo también, y vi que le había clavado el cuchillo en el corazón a la bestia justo cuando ésta se iba a abalanzar sobre nosotros. Cayó hacia atrás con una expresión de horror en el deformado rostro.
Miré a Damen con la boca abierta. Éste se encogió de hombros, le arrancó el cuchillo, lo limpió con el poco pelo del ser, y se lo guardó.
-¿Vamos?
Asentí despacio.
Hum. ¿Sentir miedo… o una especie de pánico por tu novio es normal o es que simplemente soy rara?
Quizá sean las dos cosas, pero es que estaba tan aterrada con el comportamiento tan feroz que estaba mostrando Damen en esos momentos, que no me atrevía ni a mirarle directamente a los ojos.
Aunque él no se dio cuenta, o hizo como que no se daba cuenta…
martes, 1 de febrero de 2011
Capítulo 74 (E)
Mientras nos dirigíamos a la entrada de la catedral, Kira se fue hacia los escaparates a oscuras de las tiendas, y entonces Damen y yo escuchamos gritos:
-¡Eh! ¡El alto y la chica rellenita! ¡Esperad!
Nos giramos para ver si era por nosotros, y en efecto, lo de rellenita iba por mí. Un hombre medio calvo se nos acercó con una carta.
-¿Es usted el señor Damen?
-Sí, ese soy yo.
-Pues tome, tengo esta carta para usted.
El hombre le tendió una carta extraña, y Damen se la guardó en el bolsillo.
Y yo adelanté un paso.
-Oiga… ¿me ha llamado rellenita? –dije entre dientes.
Damen soltó una sonora carcajada. Le ignoré.
El hombre me examinó con la mirada y asintió.
-Sí, bueno…
-¡¿Usted cree que estoy gorda?! ¡¿Cómo se atreve a…?!
Pero el hombre, asustado, se giró sobre sus talones y salió escopeteado de allí. Miré a Damen. Se carcajeaba él solo, pero al ver mi cara, dejó de hacerlo.
-Hum… -risita-, lo siento, ejem…
-Todos los hombres sois iguales. ¡Me ha llamado gorda!
-Bueno, el término correcto por el que se ha referido a tu persona no es gorda, sino rellenita.
-¡Yo no estoy gorda!
-Hum… bueno, cielo, tienes que reconocer que has echado un poco de culo, pero por lo demás…
Se volvió a reír. Apreté los dientes y me dirigí a la catedral, subiendo los escalones. Damen vino detrás de mí hasta colocarse a mi lado, todavía con una sonrisita en los labios.
-Va, Elisa, sabes que lo decía en broma. Si estás como un palillo… ¿Estás enfadada?
-Déjame.
-Mira, esto es una pequeña venganza por no haberme hecho caso. ¿De acuerdo?
-He dicho que me dejes.
Se rió, y se encogió de hombros. Por fin nos adentramos en ese oscuro lugar. Me acerqué más a Damen, porque sinceramente temblaba de pies a cabeza.
Mientras caminábamos y veíamos los diseños de la catedral y las ventanas en la oscuridad, escuchamos ruidos en las torres superiores… Bueno, quizá el eco de esos ruidos.
Tragué saliva sonoramente. Damen me cogió la mano y la apretó.
-¿Estás bien? No tendrás miedo, ¿verdad? –susurró divertido.
-¿Yo? ¿Miedo? ¿Eso qué es? –pero mi voz horriblemente temblorosa me delataba.
Damen sonrió, y me acarició el dorso de la mano con el dedo pulgar, en círculos, para tranquilizarme. Parecía conseguirlo, pero escuchamos un gruñido animal, y volví a temblar de pies a cabeza.
Fuimos hacia unas escaleras y subimos… y subimos… y otra vez subimos… hasta que por fin llegamos arriba.
Bueno, yo arrastrada, porque era demasiado. Me recordaba a cuando subí las escaleras del edificio Celeste hasta el piso 81º corriendo, para decirle a Damen quién era yo en realidad.
Pero es que esto era mucho peor.
En el último escalón, me solté de la mano de Damen y me senté, poniendo la cabeza entre las rodillas flexionadas.
-Espera… un momento… -dije.
-Está bien –dijo.
Se agachó un momento, me acarició el pelo con suavidad y se levantó, mirando detrás de nosotros.
-Hum… tiene que estar por aquí…
-¿Estar…? ¿Pero qué… qué es lo que buscas?
Alcé la mirada desde el suelo, y él la bajó para mirarme. Sonrió con picardía. En ese momento, si no le conociera, pensaría que era un asesino en serie entre la oscuridad que le rodeaba. Además de que su extraño pelo plateado contrastaba.
-¿No conoces la leyenda de la bestia que habita en esta catedral?
-¿El jorobado? –alcé las cejas asustada.
-Hum, más o menos. Digamos… su primo lejano.
Otro gruñido rebotó en las paredes de piedra de Notre Dame. Yo me levanté de repente y me abracé sin poder contenerme a Damen.
Éste sonrió con satisfacción.
-¿Sabes? Dicen que antes de comerse a la gente, corta en trocitos a las personas y luego…
-¡Vale, vale, déjalo! –enterré mi cara en su pecho, amedrantada.
Él sonrió todavía más, y me apretó contra él. Luego me cogió de la mano y nos adentramos en la oscuridad total. Pero de repente escuchamos pasos, fuertes, y Damen frenó.
-¿Qué…? –susurré.
Él se llevó el dedo índice a los labios, signo de que me callara, y esperó. Miró al suelo, concentrado, y yo hice lo mismo, pero sin duda yo no percibía lo mismo.
-¡Cuidado! –dijo.
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
-¡Eh! ¡El alto y la chica rellenita! ¡Esperad!
Nos giramos para ver si era por nosotros, y en efecto, lo de rellenita iba por mí. Un hombre medio calvo se nos acercó con una carta.
-¿Es usted el señor Damen?
-Sí, ese soy yo.
-Pues tome, tengo esta carta para usted.
El hombre le tendió una carta extraña, y Damen se la guardó en el bolsillo.
Y yo adelanté un paso.
-Oiga… ¿me ha llamado rellenita? –dije entre dientes.
Damen soltó una sonora carcajada. Le ignoré.
El hombre me examinó con la mirada y asintió.
-Sí, bueno…
-¡¿Usted cree que estoy gorda?! ¡¿Cómo se atreve a…?!
Pero el hombre, asustado, se giró sobre sus talones y salió escopeteado de allí. Miré a Damen. Se carcajeaba él solo, pero al ver mi cara, dejó de hacerlo.
-Hum… -risita-, lo siento, ejem…
-Todos los hombres sois iguales. ¡Me ha llamado gorda!
-Bueno, el término correcto por el que se ha referido a tu persona no es gorda, sino rellenita.
-¡Yo no estoy gorda!
-Hum… bueno, cielo, tienes que reconocer que has echado un poco de culo, pero por lo demás…
Se volvió a reír. Apreté los dientes y me dirigí a la catedral, subiendo los escalones. Damen vino detrás de mí hasta colocarse a mi lado, todavía con una sonrisita en los labios.
-Va, Elisa, sabes que lo decía en broma. Si estás como un palillo… ¿Estás enfadada?
-Déjame.
-Mira, esto es una pequeña venganza por no haberme hecho caso. ¿De acuerdo?
-He dicho que me dejes.
Se rió, y se encogió de hombros. Por fin nos adentramos en ese oscuro lugar. Me acerqué más a Damen, porque sinceramente temblaba de pies a cabeza.
Mientras caminábamos y veíamos los diseños de la catedral y las ventanas en la oscuridad, escuchamos ruidos en las torres superiores… Bueno, quizá el eco de esos ruidos.
Tragué saliva sonoramente. Damen me cogió la mano y la apretó.
-¿Estás bien? No tendrás miedo, ¿verdad? –susurró divertido.
-¿Yo? ¿Miedo? ¿Eso qué es? –pero mi voz horriblemente temblorosa me delataba.
Damen sonrió, y me acarició el dorso de la mano con el dedo pulgar, en círculos, para tranquilizarme. Parecía conseguirlo, pero escuchamos un gruñido animal, y volví a temblar de pies a cabeza.
Fuimos hacia unas escaleras y subimos… y subimos… y otra vez subimos… hasta que por fin llegamos arriba.
Bueno, yo arrastrada, porque era demasiado. Me recordaba a cuando subí las escaleras del edificio Celeste hasta el piso 81º corriendo, para decirle a Damen quién era yo en realidad.
Pero es que esto era mucho peor.
En el último escalón, me solté de la mano de Damen y me senté, poniendo la cabeza entre las rodillas flexionadas.
-Espera… un momento… -dije.
-Está bien –dijo.
Se agachó un momento, me acarició el pelo con suavidad y se levantó, mirando detrás de nosotros.
-Hum… tiene que estar por aquí…
-¿Estar…? ¿Pero qué… qué es lo que buscas?
Alcé la mirada desde el suelo, y él la bajó para mirarme. Sonrió con picardía. En ese momento, si no le conociera, pensaría que era un asesino en serie entre la oscuridad que le rodeaba. Además de que su extraño pelo plateado contrastaba.
-¿No conoces la leyenda de la bestia que habita en esta catedral?
-¿El jorobado? –alcé las cejas asustada.
-Hum, más o menos. Digamos… su primo lejano.
Otro gruñido rebotó en las paredes de piedra de Notre Dame. Yo me levanté de repente y me abracé sin poder contenerme a Damen.
Éste sonrió con satisfacción.
-¿Sabes? Dicen que antes de comerse a la gente, corta en trocitos a las personas y luego…
-¡Vale, vale, déjalo! –enterré mi cara en su pecho, amedrantada.
Él sonrió todavía más, y me apretó contra él. Luego me cogió de la mano y nos adentramos en la oscuridad total. Pero de repente escuchamos pasos, fuertes, y Damen frenó.
-¿Qué…? –susurré.
Él se llevó el dedo índice a los labios, signo de que me callara, y esperó. Miró al suelo, concentrado, y yo hice lo mismo, pero sin duda yo no percibía lo mismo.
-¡Cuidado! –dijo.
Todo ocurrió en una milésima de segundo.
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