Elisa estaba tardando demasiado. Miré a Kira, y ella a mí.
-Ve a ver qué está haciendo –le dije.
Ella asintió y se fue.
Al poco rato, vino hacia mí corriendo, sin Elisa por ninguna parte.
-¿Qué…?
-¡No está! –dijo alarmada-. No la encuentro.
-¿Has buscado bien?
-¡Sí!
Suspiré. Le indiqué con la cabeza que me siguiera y ambos caminamos por todo el barco buscando a Elisa, preguntando a la gente que había…
Pero en efecto, no estaba. Entonces empecé a asustarme de verdad.
Volvimos a rebuscar separados todo el barco, de arriba abajo, pero seguía desaparecida.
Me empezaba a agobiar, y subí otra vez afuera, dónde estábamos antes los tres mirando las olas, y Kira encontró una carta.
La cogí, la saqué del sobre y la leí.
Era un desafío. Habían capturado a Elisa, sin duda ese tal Keiran, y me desafiaba a encontrarla. Decía que él incluso me ayudaría. Sin duda estaba loco.
Pero no dejaría que ahora me arrebatara también a mi razón de vivir. Ya me quitó a mi mejor amigo, y esta vez no fallaré.
La media hora que quedaba para llegar la pasamos fatal, tanto Kira como yo, consumidos por la preocupación. Sentía como si me hubieran arrancado una parte de mí, un vacío, realmente doloroso e insoportable, pensando en que como ese hombre le tocara un solo pelo a mi niña, a mi vida, estaría muerto.
Al llegar bajamos. Desde la mañana hasta la tarde caminamos hasta Londres, dónde salía el tren. Sobre las nueve llegamos a la estación. El tren salía a las diez de la noche, así que saqué los billetes –y esta vez con compartimento, ya que se iba a hacer de noche e iba a ser un viaje de bastantes horas.
El hombre nos atendió, aunque primero nos examinó con la mirada nuestra ropa fuera de lugar en la época y mi pelo.
-¿Señor? –dijo finalmente.
-Deme dos billetes de tren con compartimento, por favor –contesté.
-¿Primera o segunda clase?
-Primera.
-Muy bien, señor.
Metí la mano en el bolsillo vacío de mis vaqueros e hice aparecer por magia muchas libras en monedas. Se las tendí, y él me dio los billetes.
Para matar el tiempo, nos dirigimos a un café. Aunque yo sentía el mismo ardor en el pecho por la pérdida, preguntándome cómo pude ser tan estúpido de dejarla ir sola.
Suspiré. Ahora lamentarme no me servía de nada.
Sentados en una mesa, dónde pronto el lugar iba a cerrar, justo cuando estaba dando el último sorbo al café, Kira dijo las primeras palabras desde que salimos del barco. No había hablado en todo el día.
-Tengo miedo –dijo mirando a su taza de té, que por cierto, yo no le veía la gracia de beber algo salido de una bolsita de hierbas.
-Mientras estés a mi lado, no te pasará nada. No dejaré que te arrebaten de mi lado a ti también –dejé la taza de café vacía en la mesa.
-No por mí, sino por Elisa. ¿Estará bien?
-No lo sé, Kira, no lo sé. Y ahora acábate eso.
Kira apretó los labios, asintió despacio y se lo bebió. Luego nos levantamos y fuimos a la estación.
El tren acababa de llegar justo ahora, y mientras, a unos pocos metros de nosotros, había una familia entristecida despidiéndose de una chica con gafas de unos catorce o quince años.
Sacudí la cabeza, y el tren justo acababa de llegar. Las puertas se abrieron a unos pocos pasos de nosotros, y todos los futuros pasajeros subieron al interior de éste. Miré a Kira. Ella me tendió una mano, y yo, un poco confuso, se la cogí.
-Así me siento más segura –dijo, y sonrió, pero con tristeza.
Echaba de menos a Elisa. Suspiré. No era la única.
Al final subimos también.
(E) Me desperté, pero por el terror que sentía, no abrí los ojos. No quería. Pero sentía que estaba acostada en algo mullido, sin duda una cama. Pero tenía un poco de frío, como si tuviera los brazos desnudos. Y juraría que yo llevaba una sudadera de manga larga.
Ay, madre, a saber en qué lío me había metido ahora.