Mientras nos dirigíamos a la entrada de la catedral, Kira se fue hacia los escaparates a oscuras de las tiendas, y entonces Damen y yo escuchamos gritos:
-¡Eh! ¡El alto y la chica rellenita! ¡Esperad!
Nos giramos para ver si era por nosotros, y en efecto, lo de rellenita iba por mí. Un hombre medio calvo se nos acercó con una carta.
-¿Es usted el señor Damen?
-Sí, ese soy yo.
-Pues tome, tengo esta carta para usted.
El hombre le tendió una carta extraña, y Damen se la guardó en el bolsillo.
Y yo adelanté un paso.
-Oiga… ¿me ha llamado rellenita? –dije entre dientes.
Damen soltó una sonora carcajada. Le ignoré.
El hombre me examinó con la mirada y asintió.
-Sí, bueno…
-¡¿Usted cree que estoy gorda?! ¡¿Cómo se atreve a…?!
Pero el hombre, asustado, se giró sobre sus talones y salió escopeteado de allí. Miré a Damen. Se carcajeaba él solo, pero al ver mi cara, dejó de hacerlo.
-Hum… -risita-, lo siento, ejem…
-Todos los hombres sois iguales. ¡Me ha llamado gorda!
-Bueno, el término correcto por el que se ha referido a tu persona no es gorda, sino rellenita.
-¡Yo no estoy gorda!
-Hum… bueno, cielo, tienes que reconocer que has echado un poco de culo, pero por lo demás…
Se volvió a reír. Apreté los dientes y me dirigí a la catedral, subiendo los escalones. Damen vino detrás de mí hasta colocarse a mi lado, todavía con una sonrisita en los labios.
-Va, Elisa, sabes que lo decía en broma. Si estás como un palillo… ¿Estás enfadada?
-Déjame.
-Mira, esto es una pequeña venganza por no haberme hecho caso. ¿De acuerdo?
-He dicho que me dejes.
Se rió, y se encogió de hombros. Por fin nos adentramos en ese oscuro lugar. Me acerqué más a Damen, porque sinceramente temblaba de pies a cabeza.
Mientras caminábamos y veíamos los diseños de la catedral y las ventanas en la oscuridad, escuchamos ruidos en las torres superiores… Bueno, quizá el eco de esos ruidos.
Tragué saliva sonoramente. Damen me cogió la mano y la apretó.
-¿Estás bien? No tendrás miedo, ¿verdad? –susurró divertido.
-¿Yo? ¿Miedo? ¿Eso qué es? –pero mi voz horriblemente temblorosa me delataba.
Damen sonrió, y me acarició el dorso de la mano con el dedo pulgar, en círculos, para tranquilizarme. Parecía conseguirlo, pero escuchamos un gruñido animal, y volví a temblar de pies a cabeza.
Fuimos hacia unas escaleras y subimos… y subimos… y otra vez subimos… hasta que por fin llegamos arriba.
Bueno, yo arrastrada, porque era demasiado. Me recordaba a cuando subí las escaleras del edificio Celeste hasta el piso 81º corriendo, para decirle a Damen quién era yo en realidad.
Pero es que esto era mucho peor.
En el último escalón, me solté de la mano de Damen y me senté, poniendo la cabeza entre las rodillas flexionadas.
-Espera… un momento… -dije.
-Está bien –dijo.
Se agachó un momento, me acarició el pelo con suavidad y se levantó, mirando detrás de nosotros.
-Hum… tiene que estar por aquí…
-¿Estar…? ¿Pero qué… qué es lo que buscas?
Alcé la mirada desde el suelo, y él la bajó para mirarme. Sonrió con picardía. En ese momento, si no le conociera, pensaría que era un asesino en serie entre la oscuridad que le rodeaba. Además de que su extraño pelo plateado contrastaba.
-¿No conoces la leyenda de la bestia que habita en esta catedral?
-¿El jorobado? –alcé las cejas asustada.
-Hum, más o menos. Digamos… su primo lejano.
Otro gruñido rebotó en las paredes de piedra de Notre Dame. Yo me levanté de repente y me abracé sin poder contenerme a Damen.
Éste sonrió con satisfacción.
-¿Sabes? Dicen que antes de comerse a la gente, corta en trocitos a las personas y luego…
-¡Vale, vale, déjalo! –enterré mi cara en su pecho, amedrantada.
Él sonrió todavía más, y me apretó contra él. Luego me cogió de la mano y nos adentramos en la oscuridad total. Pero de repente escuchamos pasos, fuertes, y Damen frenó.
-¿Qué…? –susurré.
Él se llevó el dedo índice a los labios, signo de que me callara, y esperó. Miró al suelo, concentrado, y yo hice lo mismo, pero sin duda yo no percibía lo mismo.
-¡Cuidado! –dijo.
Todo ocurrió en una milésima de segundo.