¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

miércoles, 6 de octubre de 2010

Capítulo 50 (D)

El ángel caído se cruzó de brazos y sonrió burlonamente.
Yo, por mi parte, me guardé las manos en los bolsillos del pantalón y también le sonreí con sorna. Pero también me coloqué disimuladamente delante de Elisa. Sólo por si acaso, ya que temía…
-Vaya, por fin conozco al líder de los Dominios. Es un placer conocerte.
-Entiendo que lo sea –dije.
-Hum, menudo egocentrismo.
-Yo no soy egocéntrico. Simplemente soy realista.
-No seas tan gallito, Dominio. Estoy aquí para descubrir qué es lo que te atañe –miró a Elisa-. Y me parece que lo he encontrado –volvió a mirarme, pero yo ya no sonreía-. Estoy seguro de que a los demás les hará muchísima gracia y alegría saberlo.
Esto, obviamente, significaba que sabía lo que era Elisa para mí.
Debía deshacerme de él.
-Eso no va a pasar.
-¿Ah, no? ¿Y por qué?
-Porque antes estarás muerto.
Y me lancé a por él. Empezamos a pelear.
-Maldito idiota… -dijo.
-¿Idiota yo? Idiota el destino que te hizo inferior.
Eso le cabreó. Pero yo fui más rápido, me coloqué detrás de él y le cogí las muñecas. En la espalda tenía la cicatriz en forma de V al revés de las alas arrebatadas. Y pensar que yo estuve a punto de pasar lo mismo que él...
Le retorcí las muñecas.
-¡¡Ayy!! –Exclamó arqueándose del dolor-. Te crees el más fuerte… -balbuceó-. Pero no lo eres. No todo el mundo quiere ser como tú. Yo no te envidio.
-¡Ja! Chaval, la envidia que sientes hacia mí no te deja dormir. Sin embargo, alimenta mi ego todavía más. Así que ni te esfuerces en ocultarlo.
De repente vi las luces de un coche que iba a pasar por allí. Miré a Elisa, y le indiqué que se apartara. Ella asintió y se acercó a una columna.
Yo me hice invisible al ojo humano, así que justo cuando el coche iba a pasar por mi lado, arrojé al caído hacia delante.
Por supuesto, el coche lo atropelló. La cosa era que a los ángeles caídos sí podían verlos.
Pero éste ya estaba muerto. Avancé hasta Elisa cuando el conductor salía del coche, y me hice visible otra vez. Montamos en el nuestro, arranqué y salí de allí.
Mientras iba por la carretera, Elisa me miró.
-Damen, ¿qué está pasando? El chico ese me miró de una forma… extraña. Y tú te lanzaste a matarlo sin pensar siquiera.
Apreté el volante con las dos manos. Incluso los nudillos se me quedaron blancos. Elisa colocó su mano en mi hombro, y eso me relajó notablemente. La miré alternativamente con la carretera.
-Mira… Sí, hay un problema. No podía dejarlo vivir.
-Por qué. ¿Por qué era inferior a ti? –dijo con sarcasmo.
-¡No, porque te quería a ti! –solté sin pensar.
Elisa abrió mucho sus grandes ojos, y se quedó muda.
-¿A mí? –susurró-. ¿Pero por qué?
-Por mi culpa –dije sin mirarla-. Intentan encontrar mi punto débil.
-Que yo sepa tú no tienes… -se le fue apagando la voz poco a poco hasta que cayó en la cuenta-. ¿Yo… me consideras… de verdad me consideras tu único punto débil?
Asentí despacio. Elisa sonrió.
-Es lo más bonito que me has dicho en la vida. Bueno, en realidad lo acabo de decir yo, pero ya me entiendes.
-Claro que lo entiendo, Elisa. Claro que sí. Y ya que nos hemos puesto “pastelosos”, te seré sincero: aunque sabes que yo sólo muestro sentimientos de afecto hacia mí mismo a menudo, que no me interesa nadie más que mi belleza, es mentira. Tú me importas más que todo eso. Muchísimo más. Y si tengo que ir al fin del mundo, al infierno, matar a todo ser viviente que se cruce en mi camino o incluso hacerme daño a mí mismo, lo haré. Lo haré si eso te mantiene toda la eternidad a mi lado. Porque te quiero.
La miré. Tenía los ojos llorosos, y desvió la mirada hacia la ventana, mirando la noche y las luces de la ciudad que destacaban entre las estrellas y la oscuridad, provocando un efecto mágico en ello.
-Tú… ejem. Me… me pareces… Me pareces más… más perfecta que yo –dije, sin todavía poderlo creer, ni ella tampoco. Suspiré-. Y te quiero. Te quiero muchísimo. Pero no te acostumbres a que te diga esto, porque oye: tengo una reputación que mantener.
Elisa me miró y sonrió. Se inclinó en el asiento y me besó en la mejilla, provocándome, y a ella misma, un ligero rubor. Carraspeé.
Al final llegamos a casa, y Elisa ya se lanzó a por su proyecto.
Le había prometido que si pasaba el día conmigo, podría seguir con él por la noche. Y si hay algo que siempre cumplo, son las promesas, aunque me fastidien tanto como esta.