¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

martes, 26 de octubre de 2010

Capítulo 55/56

Capítulo 55 (J)


Me había despertado un poco cansado después de las peleas que tuve ayer con tres demonios, pero estaba perfectamente.
A eso de las doce y media de la mañana, fui a dar una vuelta por las calles de Roma. Un poco de aire me vendría bien.
Pasé por la carretera y demás, por los parques, hasta llegar al puente Milvio, dónde estaba lleno de candados de las parejas que sellan su amor eterno.
Nunca me había parado a pensar si yo quería una compañera. Había visto, hace mucho, claro, a Damen ligar con cualquier mujer que fuera guapa. Pero yo no sería capaz de hacer algo así.
Mientras caminaba por el puente, me fijé en un candado azul dónde ponía las letras “J&A”.
Entonces me choqué con alguien.
Yo quedé de pie, pero ese alguien se cayó sentada al suelo. Y se le cayeron unas gafas.
-Scusa ma! –dije en italiano mientras me arrodillaba a su lado y la ayudaba a levantarse-. No era mi intención…
-No… no te preocupes, estoy bien. Fue un fallo mío. Es que me quedé mirando un candado… -la chica tenía un fuerte acento propio de los italianos.
-Sí, yo también, y sin querer…
Ambos miramos el candado azul de “J&A”, y nos volvimos a mirar. Sonreímos.
-Vaya… esto… ¿Hablas español?
-Sí, bueno… Mi madre es de España, y me enseñó desde pequeñita hablarlo…
-Oh, bueno, perdona. Hum. Soy un maleducado. Me llamo Jack –le tendí la mano.
-Yo… yo Amanda –me tomó la mano, y yo le besé los nudillos antes de responder.
-Precioso nombre, si me permites decirlo.
Amanda se quedó un poco en estado de shock, pero le volví a sonreír. Se ruborizó violentamente y volvió a mirar el candado.
-Vaya, qué casualidad, ¿no crees? Las mismas iniciales que en el candado –carraspeó avergonzada.
Me fijé en las gafas que estaban en el suelo, las cogí y se las tendí. Ella, agradecida, me sonrió y se las puso.
-Deberías tener más cuidado con ellas –le dije con voz dulce-. Podrías perderlas.
-Lo sé, es que siempre tengo la cabeza puesta en otro sitio –se rió.
Ése me pareció el sonido más maravilloso que había escuchado en la vida. El corazón me empezó a latir frenético.
Entonces la miré mejor. Era de tez morena, tostada, con unos ojos pequeños y azules detrás de unas gafas rosa pastel, y de pelo marrón chocolate.
Ansiaba alzar la mano y acariciarle la mejilla, para saber si era tan suave como parecía. Estaba seguro de que sí, pero me temía que sería de mala educación, así que me contuve.
Me di cuenta de que nos habíamos quedado mirando el uno al otro, y que todavía seguíamos en el puente.
Sacudí la cabeza, y le sonreí otra vez.
-Esto… te… ¿te apetece… no sé… -me rasqué la nuca, mirando al suelo-, tomar… algo? Una disculpa por el pequeño empujón…
-Pero no te preocupes, no fue nada.
-Pero no me quedaría tranquilo.
Sonrió y asintió.
-Me encantaría.
Fue increíble el poder que tuvieron sobre mí esas dos simples palabras.

Capítulo 55 (E)

Tommy y yo nos dirigimos al parque de atracciones. Era un sitio fantástico, incluso para pasar un rato con tu hermanito pequeño.
Nos montamos en todas las atracciones que pudimos.
Como por ejemplo, a los columpios que dan vueltas en el aire. Aunque de ahí salimos bastante mareados.
O también en dos montañas rusas increíblemente grandes, altas y largas, que iban a una velocidad impresionante. Aunque yo le tenía un pánico terrible a este tipo de cacharros, Tommy deseaba con todas sus fuerzas poder montar, así que no pude negarme.
Me recordaban a cuando caía por los Portales, y sentí un pequeño ramalazo de añoranza. Le pediría a Damen que hiciera alguno alguna vez.
Comimos en el McDonald’s que había cerca de un pequeño cine, también dentro del parque.
Luego fuimos a dar una vuelta para que nos hiciera la digestión y para no intentar vomitar, al menos yo, en cualquier atracción que montaríamos al cabo del rato.
Fuimos a los coches de choque, jugamos al Air-Hockey –que por cierto, me dio varias palizas-, y ya por la noche, la atracción más temida para mí: el Huracán, una lanzadera de ochenta metros de alto y que bajaba a una velocidad mayor que la gravedad. Muchísimo mayor.
Pero por supuesto, Tommy no podía esperar para montar.
Mientras hacíamos cola, sentí algo extraño en el estómago, aparte de los nervios. Una sensación extraña que sentía en la espalda. Miré a mi alrededor, encontrándome con alguna que otra mirada curiosa de un niño o un chico, pero no vi nada raro.
Hasta que miré al suelo, a mis pies, y me encontré con una especie de hadita corretear por allí, dirigiéndose, entre la gente, a la atracción. Alcé las cejas sorprendida, y miré a Tommy. Él también la había visto –gracias a mí o por mi culpa, todavía no lo tenía muy claro-, y se había quedado con la boca abierta.
-¿Has visto eso? –me preguntó.
-Sí, sí que lo he visto…
Damen nunca me había hablado de la existencia de esos seres. Aunque bueno, si sabías que los ángeles existían y que tu novio, compañero tuyo durante toda la eternidad, fuera el líder de un nivel importante de éstos, supongo que también habría que creer en seres diminutos y alados.
La cola acabó después de media hora, y subimos.
Empezamos a ascender. Sentía el corazón martilleándome el pecho rítmicamente, y la sangre palpitando en mis oídos con fuerza. Miré mis manos: temblaban, y cometí el enorme error de mirar más allá de ellas, al suelo, que ya estaba más o menos a cincuenta metros de mí. Tragué saliva, y miré hacia arriba.
Abrí mucho los ojos. El hada que había visto antes estaba quitando varios tornillos de la columna. Intenté gritar, pero no me salía ningún sonido. Avisé a Tommy, pero éste ya lo miraba. Empezó a tornarse pálido. Era increíble que las demás personas que habían subido con nosotros no eran conscientes de lo que estaba a punto de ocurrir.
Pensé rápido: hoy, en vez las Converse, había traído bailarinas, así que balanceé el pie, dejándola colgada por los dedos, y después del cuarto, impulsé el pie hacia arriba, con lo que la bailarina salió disparada hacia el hada.
No le dio. Y estábamos a punto de llegar arriba.
Lo intenté con el otro. Lo mismo, dejé colgar la bailarina por los dedos, y con un enorme impulso…
-Vamos… vamos… -susurré.
Salió disparada otra vez, y esta vez, por suerte o precisión –creo que por suerte-, le dio al hada, dejándola entumecida y confusa, y cayó al suelo.
-¡Oh, Dios mío! –solté sin querer. Por favor, que esté bien, que esté bien…
Las personas que se me habían quedado mirando por lo de las bailarinas miraron abajo, creyendo que gritaba porque ya estábamos arriba.
Y caímos.
La caída duró más o menos tres milésimas de segundo, pero bastó para dejarme temblando al bajarme. Tommy me ayudó con cuidado, y fuimos al dependiente de la atracción para que me devolviera las bailarinas, que según él, cayeron del cielo. Ejem.
Mi hermano y yo, después de calzarme y bajarnos del elevador, buscamos con la mirada al hada. No estaba. Eso quería decir que seguía viva. Suspiré aliviada.
Tomamos un helado sin hablar del tema, y volvimos a casa. Le acompañé al hotel donde se alojaba, y luego volví yo a casa.
Subí en el ascensor, abrí la puerta con las llaves y la cerré detrás de mí con los ojos cerrados, ya cansada. Me apoyé en la puerta, y suspiré. Luego abrí los ojos despacio, y me quedé con la boca abierta por lo que estaba viendo.
Delante de mí, en el suelo, doce rosas rojas formaban una flecha, rodeada de velas granate que alumbraban el salón, y que ésta señalaba un Portal.
Me planteé no entrar, pero algo tan especial como esto sólo lo podría haber hecho Damen.
Pasé por encima de las rosas y entré dentro.