Damen se había ido a vigilar toda la noche, ya que le tocaba. Y para mantenerme vigilada a mí por si ocurría algo, mandó a ese tal Jake del que tanto había oído hablar.
Él prefería haber llamado a Jack, pero hacía varios meses que no le veíamos ya que tuvo que viajar a Italia, por falta de Dominios. Brad estaba en México, Jonan en Argentina, Andrew en Corea del Sur, Cecil… bueno, de Cecil no se fiaba. Y Susan… Nadie sabía su paradero. Ni siquiera su abuela Adalia.
Jake era, con todo, un niño. Tenía dieciséis tiernos años, de pelo rubio y ojos negros, con el rostro siempre ruborizado ligeramente. Pero servía perfectamente para avisar a Damen si algo malo ocurría.
Pero el niño se había quedado dormido en el sofá.
Entonces se me acabó la tinta del boli. Me desesperé.
-¡No! –dije llevándome las manos a la cabeza.
Puede que pareciera una estupidez, pero para mí esto era muy importante. Mañana era domingo, y las tiendas estaban cerradas. Me puse a buscar más bolígrafos que fueran del mismo tono que el mío. Un simple bolígrafo Bic, pero no había.
Miré la hora: las diez menos cuarto.
La librería cerraba a las diez, así que… Quizá me diera tiempo.
Iba a avisar a Jake, pero el pobre se notaba que no dormía lo suficiente, ya que tenía ojeras bajo los ojos. Así que le dejé en casa durmiendo.
Cogí las llaves de casa, algún que otro euro para cogerme al menos tres bolígrafos y salí del apartamento. Bajé por las escaleras corriendo y salí a la calle. Como era invierno, ya era noche cerrada. Me subí la cremallera de la sudadera hasta el cuello, metí las manos en los bolsillos de ésta y empecé a andar.
Tardé unos minutos en llegar a la librería, y estaban a punto de cerrar, así que corrí.
-¡Espere! –grité-. ¡No cierre! ¡Espere!
La chica se volvió, y yo llegué a su lado.
-Lo… siento… -balbuceé por el cansancio-. Pero… Yo… Necesito… bolis… ¡Por favor!
La chica, obviamente, me miró sorprendida, pero asintió. Le pedí tres bolígrafos, y le tendí el euro.
-Quédese con el cambio. ¡Muchísimas gracias!
La chica asintió sonriendo y cerró finalmente la librería. Y se fue.
Me volví y empecé a andar, pero por la oscuridad y, la verdad, el miedo que tenía porque no había nadie por la calle, me hicieron desorientarme. Y eso que hacía tres años y varios meses que andaba por estas calles, pero estaba aterrada. Al final divisé un callejón para llegar antes a casa, así que fui hacia él y me metí.
Pero al final de ésta me aguardaba una sorpresa.
Un hombre vestido de negro apareció por él. Aterrada, me volví y me encontré con otro también vestido de negro. Uno era rubio y otro moreno, más o menos. No distinguía bien.
-Vaya, vaya, vaya. Mira qué tenemos aquí. Una chica perdida. ¿Quieres que te ayudemos, pequeña?
-Lucas, la estás asustando. Y si se nos asusta, la cosa no tendrá ninguna gracia.
El corazón me latía a cien por hora. Sentía la sangre latir en mis oídos. Tragué saliva del miedo, y hablé.
-Sois… sois… nefilim, ¿verdad? ¿Pero qué hacéis aquí por la noche?
Los hombres se miraron confusos entre ellos, y luego me volvieron a mirar.
-¿Cómo sabes tú de eso? Eres una simple humana…
El moreno me examinó con ojos entrecerrados.
-No, no es humana. Tiene algo… ¿Quién eres?
Apreté los labios e intenté escabullirme por un lado del callejón, pero me fue imposible. Me agarraron. Cerré los ojos, deseando que todo esto fuera una pesadilla.