Por la mañana, me desperté por los rayos de sol que se reflejaban por la ventana.
Pero no sólo con eso. Un suave pelaje me acarició la mejilla. Y el suave tintineo de un cascabel.
Abrí los ojos y me encontré con los ojos verdes de un gato negro…
¡¡Yin Yang!!
Me incorporé, y Yin Yang maulló.
-¡¡Yin Yang!! –Grité cogiéndolo en brazos-. ¿Pero qué haces tú aquí? ¡Cómo te echaba de menos!
Yin Yang ronroneó.
-Me alegro de que te guste la sorpresa.
Alcé la mirada y me encontré a Damen apoyado, con los brazos cruzados, en el marco de la puerta, sonriendo.
-Damen… -sonreí.
Se incorporó, se acercó a la cama y se sentó a mi lado. Acarició la cabeza de Yin Yang.
-¿Cómo lo has…? ¿Y por qué…?
-Hum… Supongo que esto es mi disculpa por lo de ayer.
-Pero Damen, fui yo la que…
Negó con la cabeza.
-Te grité y demás, y bueno… No quería… Ayer fue la primera vez en la vida que me viste acabar con tres vidas a sangre fría… -suspiró-. Quiero que lo olvides. Y con respecto a cómo lo traje… Adivina quién vino.
Le miré confusa. Por la puerta apareció un niño de doce años.
Abrí mucho los ojos.
-¡¿Tommy?! –grité dejando a Yin Yang en la cama y levantándome.
Tommy sonrió ampliamente y asintió.
-Dios mío… qué mayor estás –comenté incrédula. Hacía prácticamente cuatro años que no le veía, por el hecho de que ahora vivía muy lejos de casa y que mis padres se extrañarían de que siguiera teniendo la apariencia de una chica de diecisiete años, en vez de una de veintiuno.
Tommy vino corriendo hacia mí y me abrazó. Yo le besé en el pelo.
-Cómo te eché de menos… -susurró.
-Y yo a ti, pequeño.
-Bueno, aquí el gato y yo sobramos, así que nos vamos. Estaremos en el salón –dijo Damen mientras cogía a Yin Yang en brazos y se iba.
Tommy y yo nos separamos, y le revolví el pelo negro con cariño.
-¿Cómo es que estás aquí? –le pregunté.
-Pues verás. Cuando te fuiste empecé a jugar al tenis. ¡Y se me da tan bien que voy a campeonatos! Cuando me enteré que el próximo iba a ser aquí, me alegré tanto que le supliqué a mi entrenador que me dejara venir. Y a papá y mamá también.
-¿Qué tal están?
-¿Papá y mamá? Bueno… Todavía siguen queriendo que vuelvas a casa, y no se fían de Damen, pero por lo demás, bien.
-Hum… La verdad es que me siento fatal por ello… -suspiré.
-Tranquila –miró a su alrededor-. Y bueno, qué bien os lo montáis. ¿Y este apartamento? Parece una casa dentro de un edificio –me miró-. ¿Crees que hay un hueco para mí en eso de lo que hace Damen?
-Ni se te ocurra. Es muy peligroso.
-Lo sé… Era broma.
Sonreí no muy contenta por su comentario y nos fuimos hacia el salón. Nos encontramos con Damen apartando a Yin Yang con una mano en el sofá mientras con la otra sostenía su café.
-¡Aparta, bicho! ¡Lárgate! ¡Fus, vete!
Yin Yang lo ignoraba e intentaba llegar por todos los medios a la taza de café, así que Damen chasqueó los dedos y Yin Yang desapareció de repente.
Tommy y yo nos asustamos.
Damen bebió de su café recostado en el sofá, tan tranquilo.
-¡¿Qué has hecho con Yin Yang?! –le pregunté nerviosa.
Dio otro sorbo al café, y me miró. Se encogió de hombros.
-Digamos que ahora está en un lugar mejor.
-¡¿Lo has matado?! –gritó Tommy con ojos llorosos.
-¿Hum? Ah, no. Lo mandé a una perrera.
-Pero… en la perrera sólo hay perros…
-Por eso mismo.
Tommy abrió mucho los ojos y se fue por la puerta a buscar a Yin Yang. Me crucé de brazos y miré a Damen.
-¿Te parece bonito?
-Lo qué. ¿Mi reflejo? Precioso. Pero claro, más bonito que mi reflejo soy yo mismo –y sonrió.
Puse los ojos en blanco y me fui a la habitación.
-¡Pero oye, tranquila, que después de mí y mi reflejo, lo más bonito eres tú!
-¡Olvídame! –le grité desde allí.
Escuché su risa, pero de todos modos daba igual, era un pesado.
Pero sinceramente no sé lo que haría sin él.