Me había quedado dormida después de todo lo que pasó. Me desperté al poco rato, y cuando abrí los ojos me encontré entre los brazos de Damen, con mi cabeza apoyada en su pecho desnudo, todavía en el lago. Él tenía la mejilla apoyada en mi pelo mientras me acariciaba la nuca, con los ojos cerrados, como si estuviera pensando en algo. Podía oír los latidos de su corazón, frenético, acompasados con los míos. Me incorporé un poco para verle mejor, y él abrió los ojos. Esos ojos turquesa que me miraban con un profundo amor eterno.
-Mi vida –susurró, y sonrió ligeramente.
Yo también le sonreí, y miré a mi alrededor.
-¿Cómo es que seguimos en el lago? –murmuré.
-No quería despertarte –siguió susurrando.
Me cogió el rostro con las dos manos, dejando resbalar las gotas de agua por sus antebrazos, en uno por encima del tatuaje de la cruz, y me besó en la frente con ternura. Luego en mis mejillas ruborizadas –no pude evitar sonrojarme-, el cuello y los labios.
Salimos más tarde del lago, nos vestimos, y Damen se agachó para coger una rosa ya putrefacta del césped.
Sopló ligeramente sobre sus pétalos, y ésta se fue abriendo y recuperando el color rubí despacio, quedando más hermosa que las demás. Me la tendió.
Yo la cogí con cuidado, por miedo a estropearla, y sonreí.
-Es preciosa.
-Como la mujer que tengo delante.
Le miré de hito en hito, y luego al suelo.
-¿Pasa algo? –me preguntó alzando mi barbilla con suavidad, para que pudiera mirarle-. ¿Hice algo mal?
-No… Es que tú me regalas tantas cosas… La vista del lago, la rosa… Y yo todavía no te he regalado nada.
-¿Es una broma? ¿Tú sabes lo que me acabas de regalar?
Le miré con el ceño fruncido.
-Elisa, amor, me acabas de obsequiar con el mejor regalo que una mujer puede hacerle a un hombre.
Le sonreí ampliamente y le besé. Volvimos por dónde aparecí yo aquí, por el túnel de hojas y ramas, y entramos en el Portal, llegando otra vez a casa.
Miré hacia el cielo por la puerta transparente del balcón, y me sorprendí.
-¿Pero… cuánto tiempo estuvimos en el lago?
-Técnicamente ninguno. Allí el tiempo no pasa. Más o menos como Narnia –se rió-. Por eso siempre me gusta ir allí para pensar y arreglar las cosas.
Asentí débilmente, y de repente escuchamos maullar a un gato.
Fruncimos el ceño y miramos alrededor para ver qué era, y di un pequeño respingo al constatar que era Yin Yang.
-¡Yin Yang! –me acuclillé, y vino hacia mí. Me levanté con él en brazos-. ¿Qué haces aquí, pequeño? –miré a Damen, que se había alejado un poco del gato-. Tommy debió de dejárselo aquí.
-Qué bien –dijo Damen entre dientes-. O lo echas tú, o lo hago yo.
Apreté más a Yin Yang.
-No puedes echarlo. ¡Es mi gato!
Puso los ojos en blanco. Cogí mi móvil del bolsillo del pantalón y llamé a mi hermano. Esperaba que no estuviera durmiendo. Descolgó a los tres tonos.
-Hum… ¿sí? –contestó con voz soñolienta.
Suspiré. Sí que estaba durmiendo.
-Tommy, siento mucho despertarte, pero te has olvidado a Yin Yang aquí.
-No, no lo olvidé. Quiero que te lo quedes tú.
Me dejó sin habla durante tres segundos.
-¿Có… cómo?
-Sí; verás, veo que últimamente… bueno, supongo que le quedarán como mucho seis años o menos… así que quiero que tú aproveches el tiempo que le quede. Yo ya lo tuve durante cuatro años, y aunque sé que lo echaré muchísimo de menos, en realidad es tuyo. Cuídalo bien.
-Pero Tommy… -me mordí el labio inferior-. Gracias. Te quiero mucho.
-Y yo a ti. Y ahora tengo que dejarte, que mis compañeros de cuarto me están mirando con ojos asesinos.
Me reí.
-De acuerdo. Buenas noches.
-Chao.
Y colgó. Miré a Damen. Ya debía de imaginarse qué pasaba por la sonrisa de mi cara.
-Oh, no. No. No. Este gato no va a vivir aquí.
-¿Por qué? ¡Por favor, Damen! Por favor…
Me miró a los ojos, y se ablandó un poco.
-Pero no es justo. Yo… -se cruzó de brazos-. Yo te quiero para mí solo. No quiero compartirte con un bicho con bigotes, peludo y que no para de soltar pelo negro por todos lados.
Me reí, dejé a Yin Yang en el suelo y abracé a Damen.
-Ya me tienes para ti solo todo el tiempo. Además te vendrá bien algo más de compañía.
-¿Con un bicho que se parece al gato de Sabrina? Espero que estés de coña –suspiró cuando le hice un puchero, y puso los ojos en blanco-. Qué haría yo en esta vida para tener en mi casa a eso –murmuró mirando a Yin Yang-. Está bien, pero si me da alguna clase de problema, entonces ese bicho estará muerto.
Sonreí y le besé. Miré la hora, y me quedé con la boca abierta.
-¡Las tres de la mañana! ¡Y yo tengo clase dentro de cinco horas! Y el proyecto no lo terminé… –suspiré angustiada.
Damen me cogió de la mano y me llevó a la habitación.
-Bueno, lo del proyecto ya lo terminarás en otro momento, pero podemos aprovechar tres horas tú y yo… -sonrió con malicia.
Me reí.
Ahora tendría también a Yin Yang a mi lado…