(D)Salí de la pequeña habitación. Era de un bar del centro de la ciudad. Cuando me senté en un taburete de la barra, sentí varias miradas sobre mí, pero las ignoré.
Le pedí al camarero un Mojito, y me lo sirvió casi al momento.
-Señor… -dijo mientras yo le daba un sorbo al cóctel-. ¿Se encuentra bien Penny?
-¿La chica? Sí, está perfectamente.
Miré a mi derecha, y me encontré con la cara pecosa del chico que antes había venido a mi casa para avisarme.
-Puede… puede que usted no me recuerde… pero yo estaba en el grupo de Dominios nuevos… que visitó hace tiempo…
-Claro que te recuerdo, Brian. Aunque sois muchos, os conozco a todos y cada uno –contesté sin mirarle.
-Oh, sí, bueno… -se frotó el brazo, mirando el suelo-. Hum…
-¿Primero le llamas cabrón y luego no eres capaz de hablar con él? –dijo Jake, detrás del pelirrojo.
Sonrió ampliamente, y le puso una mano en el hombro. El otro le fulminó con la mirada.
-Aprende a callarte, Jake.
Éste puso los ojos en blanco.
-Es difícil hacerlo cuando me lo pones en bandeja, Brian.
Terminé el Mojito, me levanté todavía con las miradas del bar puestas en mí y le pagué al camarero.
-Ya sé que soy guapo, pero una foto os durará más –comenté mientras me iba.
(K)Estaba realmente asustada. No sabía qué hacer.
Me había escapado de las garras de mi cruel amo con el cuerpo de una niña de siete años. En realidad tenía más.
Estuve vagando por Buenos Aires, Argentina, durante los suficientes años como para que mi mente madurara, aguantando la sed y el hambre.
Entonces llegó aquel día.
Iba vestida con sólo una túnica blanca y una capa, completamente sucia y sin saber dónde ubicarme. Llovía a cántaros. Con el cansancio, me senté en el suelo, en un callejón. Tenía un frío horrible.
Hasta que apareció una sombra cerca de dónde yo estaba.
Cerré los ojos con fuerza por el terror, y luego sentí una mano en el hombro izquierdo.
-Hey, pequeña, ¿estás bien? –dijo una voz masculina y aterciopelada.
Abrí los ojos y me encontré con una bella cara, de pelo rubio y ojos verdes, pero veía un atisbo de desconfianza en ellos, a la vez que pena.
-Ven conmigo –me tendió la mano.
Me había quedado embobada mirándole, y ni siquiera me había dado cuenta de que le tomé la mano. Me levantó y me llevó con él, a lo que a primera vista parecía su casa. Era enorme.
Me condujo a un salón también grande y me sentó en un sofá, al lado de un fuego. Se fue y volvió con una manta. Me la puso sobre los hombros. Se volvió a ir.
Después de algunos minutos mirando el espacioso lugar y los decorados, el chico me trajo una taza caliente de alguna bebida espesa del color de mi pelo. Lo cogí y bebí un poco.
El chico sonrió, y se señaló a sí mismo sus labios con el dedo.
-Tienes manchado –dijo con suavidad.
Me pasé la lengua por los labios, y le miré. Volví a beber.
La verdad es que estaba bueno. Muy bueno.
-Es chocolate –sonrió-. Me llamo Jonathan, pero llámame Jonan. ¿Y tú?
-Kira –dije con un hilo de voz.
Asintió.
-Kira. Bonito nombre.
Le miré, y entonces supe qué era él por el tatuaje de su hombro. Había escuchado sobre ellos en los últimos cuatro años. Ángeles que mataban a seres como yo, sin piedad. Empecé a temblar.
-Tú… ¿vas a… vas a matarme? –pregunté con voz débil.
-Si quieres que te diga la verdad, debería. Pero no lo haré.
No pregunté el por qué. No quería saberlo.
Se cruzó de brazos y suspiró.
-El problema es que no sé qué hacer contigo. Yo tengo que irme ahora, así que…
Apretó los labios, pensativo. Entonces pareció que encontró alguna solución.
-Ya sé quién puede encargarse de ti.