Al llegar al comedor, nos paramos. Era enorme, con una gran mesa larga que ocupaba el centro de éste, y muchas sillas a los lados. Y en la cabeza de la mesa, se encontraba un chico joven y rubio. Alzó la mirada, y miró a Damen. Sonrió con una sonrisa torcida.
-Bueno, bueno, bueno. ¿A quién tenemos aquí? Mi querido amigo Damen.
-Tú eres Keiran.
-Sí, en efecto.
-Y sabes que pagarás por lo que le hiciste a mi amigo, ¿verdad?
El chico soltó una carcajada.
-Claro. Pero vamos, sentaos. Aunque la venganza se sirve mejor fría, también es bueno que se haga con el estómago lleno, ¿no crees?
Damen apretó la mandíbula, y ambos nos sentamos en nuestras respectivas sillas.
-Hum, qué raro. ¿Dónde está el hombre gallito del que tanto he oído hablar? –dijo Keiran.
-Dónde está Elisa.
-¡Pero bueno! ¿Por qué crees que está aquí?
-Me tomas el pelo. Hay que ser completamente retrasado mental para no darse cuenta de lo que está pasando.
-Hum. ¿Y no es mejor que primero cenes y luego la veas?
-¡No quiero comer nada! –Damen golpeó la mesa con el puño y se levantó de su asiento, tirando la silla hacia atrás-. ¡Dónde está!
Keiran cerró los ojos y alzó su copa. Bebió un sorbo y la volvió a dejar en la mesa. Sonrió otra vez. Eso me ponía el vello de punta.
-¿Quieres verla? ¿Estás seguro?
-¡Sí, claro que lo estoy!
-Muy bien.
Keiran le hizo un gesto de asentimiento al hombre pálido, y éste salió de la sala.
Después de unos pocos segundos, Elisa apareció por la puerta. Llevaba puesto un vestido blanco de asas que le llegaba hasta las rodillas, con el pelo negro ondulado, y los brazos detrás de la espalda. Iba descalza, como si estuviera en su propia casa. Con ese aspecto parecía una niña pequeña…
(D)Cuando la vi aparecer por la puerta, el corazón se me disparó. Pensé que se me iba a salir del pecho. Estaba guapísima, pero lo que no entendía era por qué Keiran la había vestido y peinado así. Me miraba con esos ojos oscuros llenos de inocencia, como los de una niña.
Luego miró a Keiran, y fue hacia él hasta ponerse a su lado, todavía con las manos detrás de la espalda. Keiran se levantó de su silla.
-Keiran, ¿querías verme? –dijo ella.
-Sí, querida. Quería que conocieras a este chico.
-¡Elisa! –dije sin poderlo evitar-. ¡Elisa, amor, estás bien!
Elisa me miró confusa, y frunció el ceño. Un ligero rubor se expandió por sus mejillas. Estaba… estaba tan hermosa…
-¿Por qué me llama “amor”? ¿Quién es?
Tragué saliva del miedo y el terror que sentía en esos momentos. Una enorme sensación de desasosiego me inundó la espalda, el estómago, las rodillas… Notaba que estaba al borde de las lágrimas.
No, no, no. Por favor, no. Otra vez no. ¡Otra vez no!
-¡¿No me recuerdas?! ¡Elisa, ¿no me recuerdas?! –pregunté con desesperación en la voz. No lo podía evitar.
Que te lo hicieran una vez podía ser soportable, pero dos veces… Era demasiado.
Me acerqué a ella y la agarré por los hombros.
-¡Elisa, soy yo, Damen! ¡Tu Damen! ¡Elisa, por favor!
Me entraron unas ganas irreparables de echarme llorar allí mismo, pero no. No me haría el débil delante de ese malnacido.
Elisa se sacudió mis manos de encima y retrocedió hasta colocarse detrás de Keiran.
Unos celos furiosos aparecieron en mi interior.
-¡No sé quién eres! ¡Déjame! –lloriqueó-. ¡Keiran! ¿Quién es? ¿Por qué me grita?
-Tranquila, cielo. Está bien –le contestó.
Kira se levantó de su silla, y se colocó a mi lado.
-Keiran, no puedes hacerme esto. Primero me quitas a mi mejor amigo, y luego al amor de mi vida. ¡¿Qué te hice yo para que me hagas todo esto?! -Pregunté desesperado.
-¿Qué qué me hiciste? ¡¿Qué qué me hiciste?! ¡Acabar con todo lo que yo quería, eso hiciste!
Así que ya sabes, ojo por ojo. Tú me quitaste a mi amor, yo te quito el tuyo.
-Déjala.
-¿Y qué vas a hacer si no lo hago?... Hum. Espera –miró a Elisa, y luego a mí con una sonrisa diabólica-. Le devolveré sus recuerdos y no la mataré… si te arrodillas.
-Si me arrodillo –repetí anonadado.
Solté una carcajada, y me crucé de brazos, sonriendo con burla.
Lo que me faltaba en esos momentos.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
domingo, 27 de marzo de 2011
viernes, 25 de marzo de 2011
Capítulo 83 (D)
Kira se aferraba con fuerza a mi pantalón, asustada. Yo le daba de vez en cuando palmaditas en la espalda para calmarla.
El bosque estaba completamente oscuro, y con mis gafas de sol puestas, miraba todavía más negro, pero eso era bueno para mi vista.
-Damen, tengo miedo –dijo Kira al cabo del rato.
-Ya casi estamos.
-Cógeme en brazos, porfi –lloriqueó.
Suspiré hondo, me acuclillé y la cogí. Se agarró con fuerza al cuello levantado de mi cazadora y tragó saliva sonoramente.
-Hum… ¿no pasamos antes por aquí?
Frené, y fruncí el ceño.
-¿Qué dices?
-¡Sí, mira! Ese árbol –lo señaló con el dedo- ya lo pasamos.
-Todos los árboles son iguales. ¿Cómo sabes que ya lo vimos?
-Porque es el único árbol del bosque que no tiene hojas, Damen.
Apreté los labios.
-Ah. Sí, bueno, puede ser.
Nos desviamos del camino que habíamos seguido hasta ahora. Y mientras caminábamos, Kira miraba seguido hacia el suelo, a los pies de los árboles.
-¿Qué miras?
-Las hadas.
-¿Hadas?
Asintió y señaló a un punto, pero no había nada. La miré con una ceja alzada y una sonrisa burlona.
-Tú deliras, niña. –Ella se enfurruñó.
-¡Yo no deliro! ¡Había hadas!
-Ya, claro.
Finalmente encontramos la maldita salida.
Miramos al cielo. Había millones de estrellas. Y luego nos fijamos, delante de nosotros, en un enorme castillo antiguo. Oscuro como el bosque del que salimos, y de fondo, debajo de la colina dónde estaba, se podían ver las pequeñas luces del pueblo.
El castillo se parecía al de Drácula. Kira empezó a temblar.
-Yo no quiero ir.
La dejé en el suelo, y la miré.
-Debemos ir.
-No, yo no quiero.
Respiré hondo.
-Elisa está ahí dentro. ¿No quieres salvarla?
Apretó la mandíbula y miró al suelo. Frunció el ceño después de unos diez segundos.
-¿Seguro que Elisa está ahí?
-Tan seguro como que me llamo Damen.
Suspiró, y asintió despacio.
-Vale. Por Elisa.
Sonreí, y empezamos a caminar hacia la entrada.
Al llegar hasta las enormes puertas, alcé la mano para petar, pero las puertas se abrieron solas, sin que yo hiciera nada.
Le cogí la mano a Kira y empezamos a andar. Traspasamos las puertas y llegamos a un enorme vestíbulo. Un hombre trajeado, y cadavéricamente pálido, se inclinó en una reverencia y nos indicó con una mano que pasáramos a una de las habitaciones.
-Pasen, por favor. El señor les estaba esperando.
Asentí y seguimos al hombre hasta un enorme comedor.
El bosque estaba completamente oscuro, y con mis gafas de sol puestas, miraba todavía más negro, pero eso era bueno para mi vista.
-Damen, tengo miedo –dijo Kira al cabo del rato.
-Ya casi estamos.
-Cógeme en brazos, porfi –lloriqueó.
Suspiré hondo, me acuclillé y la cogí. Se agarró con fuerza al cuello levantado de mi cazadora y tragó saliva sonoramente.
-Hum… ¿no pasamos antes por aquí?
Frené, y fruncí el ceño.
-¿Qué dices?
-¡Sí, mira! Ese árbol –lo señaló con el dedo- ya lo pasamos.
-Todos los árboles son iguales. ¿Cómo sabes que ya lo vimos?
-Porque es el único árbol del bosque que no tiene hojas, Damen.
Apreté los labios.
-Ah. Sí, bueno, puede ser.
Nos desviamos del camino que habíamos seguido hasta ahora. Y mientras caminábamos, Kira miraba seguido hacia el suelo, a los pies de los árboles.
-¿Qué miras?
-Las hadas.
-¿Hadas?
Asintió y señaló a un punto, pero no había nada. La miré con una ceja alzada y una sonrisa burlona.
-Tú deliras, niña. –Ella se enfurruñó.
-¡Yo no deliro! ¡Había hadas!
-Ya, claro.
Finalmente encontramos la maldita salida.
Miramos al cielo. Había millones de estrellas. Y luego nos fijamos, delante de nosotros, en un enorme castillo antiguo. Oscuro como el bosque del que salimos, y de fondo, debajo de la colina dónde estaba, se podían ver las pequeñas luces del pueblo.
El castillo se parecía al de Drácula. Kira empezó a temblar.
-Yo no quiero ir.
La dejé en el suelo, y la miré.
-Debemos ir.
-No, yo no quiero.
Respiré hondo.
-Elisa está ahí dentro. ¿No quieres salvarla?
Apretó la mandíbula y miró al suelo. Frunció el ceño después de unos diez segundos.
-¿Seguro que Elisa está ahí?
-Tan seguro como que me llamo Damen.
Suspiró, y asintió despacio.
-Vale. Por Elisa.
Sonreí, y empezamos a caminar hacia la entrada.
Al llegar hasta las enormes puertas, alcé la mano para petar, pero las puertas se abrieron solas, sin que yo hiciera nada.
Le cogí la mano a Kira y empezamos a andar. Traspasamos las puertas y llegamos a un enorme vestíbulo. Un hombre trajeado, y cadavéricamente pálido, se inclinó en una reverencia y nos indicó con una mano que pasáramos a una de las habitaciones.
-Pasen, por favor. El señor les estaba esperando.
Asentí y seguimos al hombre hasta un enorme comedor.
martes, 22 de marzo de 2011
Capítulo 82 (D)
Después de comprarle una chuchería a Kira, nos pusimos a buscar.
Recorrimos todos los parámetros de la aldea, en cada rincón, lo que fuera. Pero no había nada. Miramos en las casas por si Keiran se alojaba en alguna. Entrevistamos a las personas del pueblo por si alguno era él disfrazado… pero nada.
Hasta que encontramos a un grupito de niños, un poco mayores que Kira, jugando a la luz de la luna en una fuente.
Nos acercamos.
-Hey, chicos –empecé.
Los cuatro niños me miraron confusos por interrumpirles su juego.
-¡Tu pelo! –señaló uno-. ¡Es de plata!
-Sí. ¿Podéis ayudarnos?
Miraron a Kira, que se aferró a mi pierna con timidez, y otra vez a mí.
-¡No queremos!
Suspiré.
-¿Y si os digo que puedo hacer magia?
-¿Magia? –se miraron entre ellos.
-Sí.
Alcé la mirada hacia la fuente. Ellos también la miraron, y de repente aparecieron colores vivos en el agua.
-¡Guau! –gritó uno.
Otro tocó el agua, y al sacar la mano, ésta estaba pintada de rojo, verde, amarillo y azul. Los niños me miraron asombrados.
-¡¡Es un brujo!!
-¡No, un mago!
-¡Un hechicero!
-Sí, sí. Pero no lo digáis tan alto, y no se lo digáis a nadie, ¿queda claro? –asintieron emocionados-. ¿Qué sabéis sobre un tal Lord Keiran?
Los niños apretaron los labios, asustados. Sonreí. Eso quería decir que habían oído hablar de él.
-Vamos, no tengáis miedo.
Uno de ellos, el que suponía que era el que mandaba, avanzó un paso y me hizo una señal con la mano de que me acercara. Solté la mano de Kira y me acuclillé en frente del crío.
-Dicen –susurró- que es el hombre más malo de todos. Y es verdad. Un día nosotros fuimos por el bosque, y encontramos el camino para llegar a su castillo, que es muy, muy grande. Pero hay fantasmas, y lobos, y murciélagos… Da mucho miedo.
-¿Y por dónde se va a ese castillo?
Se dio la vuelta y me señaló un punto bastante apartado de la plaza, dónde se celebraba la fiesta.
-Por allí. Pero ten cuidado, porque te puedes perder rápido.
-Querrás decir que me puedo perder fácilmente.
-Eso.
Asentí y me levanté. Miré a Kira, le cogí la mano y les agradecí a los niños su ayuda.
Entonces pasamos por la plaza –dónde, extrañamente, todos y cada uno de los pasajeros del tren no parecían acordarse de eso, del tren- y nos dirigimos al bosque.
Recorrimos todos los parámetros de la aldea, en cada rincón, lo que fuera. Pero no había nada. Miramos en las casas por si Keiran se alojaba en alguna. Entrevistamos a las personas del pueblo por si alguno era él disfrazado… pero nada.
Hasta que encontramos a un grupito de niños, un poco mayores que Kira, jugando a la luz de la luna en una fuente.
Nos acercamos.
-Hey, chicos –empecé.
Los cuatro niños me miraron confusos por interrumpirles su juego.
-¡Tu pelo! –señaló uno-. ¡Es de plata!
-Sí. ¿Podéis ayudarnos?
Miraron a Kira, que se aferró a mi pierna con timidez, y otra vez a mí.
-¡No queremos!
Suspiré.
-¿Y si os digo que puedo hacer magia?
-¿Magia? –se miraron entre ellos.
-Sí.
Alcé la mirada hacia la fuente. Ellos también la miraron, y de repente aparecieron colores vivos en el agua.
-¡Guau! –gritó uno.
Otro tocó el agua, y al sacar la mano, ésta estaba pintada de rojo, verde, amarillo y azul. Los niños me miraron asombrados.
-¡¡Es un brujo!!
-¡No, un mago!
-¡Un hechicero!
-Sí, sí. Pero no lo digáis tan alto, y no se lo digáis a nadie, ¿queda claro? –asintieron emocionados-. ¿Qué sabéis sobre un tal Lord Keiran?
Los niños apretaron los labios, asustados. Sonreí. Eso quería decir que habían oído hablar de él.
-Vamos, no tengáis miedo.
Uno de ellos, el que suponía que era el que mandaba, avanzó un paso y me hizo una señal con la mano de que me acercara. Solté la mano de Kira y me acuclillé en frente del crío.
-Dicen –susurró- que es el hombre más malo de todos. Y es verdad. Un día nosotros fuimos por el bosque, y encontramos el camino para llegar a su castillo, que es muy, muy grande. Pero hay fantasmas, y lobos, y murciélagos… Da mucho miedo.
-¿Y por dónde se va a ese castillo?
Se dio la vuelta y me señaló un punto bastante apartado de la plaza, dónde se celebraba la fiesta.
-Por allí. Pero ten cuidado, porque te puedes perder rápido.
-Querrás decir que me puedo perder fácilmente.
-Eso.
Asentí y me levanté. Miré a Kira, le cogí la mano y les agradecí a los niños su ayuda.
Entonces pasamos por la plaza –dónde, extrañamente, todos y cada uno de los pasajeros del tren no parecían acordarse de eso, del tren- y nos dirigimos al bosque.
domingo, 20 de marzo de 2011
Capítulo 81 (E)
Sentí un poco de presión a mi lado, sobre dónde me encontraba, como ya dije, sin duda una cama, y algo inclinarse sobre mí.
Y una respiración chocar contra mis labios.
Entonces abrí los ojos de repente, y justo delante de mi cara, había alguien a punto de besarme.
Me incorporé con fuerza, chocando mi frente con la suya.
-¡¡Ayy!! –gritamos.
Caímos hacia atrás. Con una mano en el golpe, me reincorporé y le miré. Era un chico de la edad, más o menos, de Damen. De pelo rubio y ojos negros como el carbón.
Y me miraba furioso. Retrocedí hasta chocar contra la cabecera de la cama. Tragué saliva sonoramente.
-Oye… ¿Quién… quién eres tú…?
-¿Yo? Te lo diré. Me llamo Keiran. Bueno, por aquí me llaman Lord Keiran.
-¿Y… qué hago yo aquí?
-Hum. Nada, en realidad. Bueno, eres un reto.
-Un reto –mi cara debía de ser todo un poema.
-Sí. Estoy desafiando a tu… hum… ¿amado? ¿Cómo lo llamáis ahora?
-Novio.
-Eso. Damen merece sufrir.
-¡¿Pero por qué?! ¡¿Qué te hizo él que fuera tan grave…?!
-¡Mató a mi prometida y convirtió a mi hermana pequeña en uno de los suyos! ¿Tú sabes lo que duele eso? ¿Que te arrebaten lo que más quieres, lo más valioso que tienes en el mundo y en tu mundo, y que se salgan con la suya?
-Pero… tu hermana…
-Tu novio le metió cosas en la cabeza, cosas estúpidas, y ahora me odia. Y mi vida, mi todo, ya no existe. Se esfumó. Así que ahora le toca sufrir a él.
-No sabes el daño que le hiciste matando a su mejor amigo. Damen lloró por él. El Damen que yo conozco nunca lloraría por nada. Y míralo.
-Hum, gustoso pero insuficiente. Sé que lo que de verdad, de verdad en esta vida, que le va a dar ganas de suicidarse, de acabar con todo, es tu muerte. O tu odio hacia él. Dime, ¿qué es más práctico? ¿Matarte o hacer que le odies para el resto de tu vida y su vida?
Apreté la mandíbula.
-¿Vas a matarme?
-No, por ahora no. Sé que llegará pronto. Y quiero darle una sorpresa. A ver… ¿qué le dolería más…? –Sonrió con maldad-. Quizá si te corto un brazo…
-¡¿Que qué?! –abrí mucho los ojos.
-No. No sería… -se quedó pensativo un momento, mirándome fijamente. Alzó las manos y me cogió la cara. Cerró los ojos-. Te olvidaste de él.
-¿Qué? -Sacudí la cabeza para que me dejara, sin éxito-. ¡Yo nunca me olvidaría de él!
-Sí. En el pasado. Puedo verlo.
Fruncí el ceño. Sí, cuando Devon me quitó los recuerdos…
-Y eso le destrozó. Totalmente. ¿Qué pasaría si te olvidaras de él dos veces?
Supe lo que estaba pensando, y me aparté bruscamente de él.
-¡No! ¡Déjame! –Me protegí la cabeza con las manos, en un vano intento de que dejara mi mente en paz-. Por favor.
Keiran me cogió las manos, se acercó peligrosamente a mí y juntó sus labios con los míos.
Entonces sentí cómo todo se desvanecía. Otra vez. Y antes de desmayarme, pensé que ya estaba harta de que jugaran seguido con mis recuerdos. Algún día, todos pagarían por ello. Estaba segura…
Y una respiración chocar contra mis labios.
Entonces abrí los ojos de repente, y justo delante de mi cara, había alguien a punto de besarme.
Me incorporé con fuerza, chocando mi frente con la suya.
-¡¡Ayy!! –gritamos.
Caímos hacia atrás. Con una mano en el golpe, me reincorporé y le miré. Era un chico de la edad, más o menos, de Damen. De pelo rubio y ojos negros como el carbón.
Y me miraba furioso. Retrocedí hasta chocar contra la cabecera de la cama. Tragué saliva sonoramente.
-Oye… ¿Quién… quién eres tú…?
-¿Yo? Te lo diré. Me llamo Keiran. Bueno, por aquí me llaman Lord Keiran.
-¿Y… qué hago yo aquí?
-Hum. Nada, en realidad. Bueno, eres un reto.
-Un reto –mi cara debía de ser todo un poema.
-Sí. Estoy desafiando a tu… hum… ¿amado? ¿Cómo lo llamáis ahora?
-Novio.
-Eso. Damen merece sufrir.
-¡¿Pero por qué?! ¡¿Qué te hizo él que fuera tan grave…?!
-¡Mató a mi prometida y convirtió a mi hermana pequeña en uno de los suyos! ¿Tú sabes lo que duele eso? ¿Que te arrebaten lo que más quieres, lo más valioso que tienes en el mundo y en tu mundo, y que se salgan con la suya?
-Pero… tu hermana…
-Tu novio le metió cosas en la cabeza, cosas estúpidas, y ahora me odia. Y mi vida, mi todo, ya no existe. Se esfumó. Así que ahora le toca sufrir a él.
-No sabes el daño que le hiciste matando a su mejor amigo. Damen lloró por él. El Damen que yo conozco nunca lloraría por nada. Y míralo.
-Hum, gustoso pero insuficiente. Sé que lo que de verdad, de verdad en esta vida, que le va a dar ganas de suicidarse, de acabar con todo, es tu muerte. O tu odio hacia él. Dime, ¿qué es más práctico? ¿Matarte o hacer que le odies para el resto de tu vida y su vida?
Apreté la mandíbula.
-¿Vas a matarme?
-No, por ahora no. Sé que llegará pronto. Y quiero darle una sorpresa. A ver… ¿qué le dolería más…? –Sonrió con maldad-. Quizá si te corto un brazo…
-¡¿Que qué?! –abrí mucho los ojos.
-No. No sería… -se quedó pensativo un momento, mirándome fijamente. Alzó las manos y me cogió la cara. Cerró los ojos-. Te olvidaste de él.
-¿Qué? -Sacudí la cabeza para que me dejara, sin éxito-. ¡Yo nunca me olvidaría de él!
-Sí. En el pasado. Puedo verlo.
Fruncí el ceño. Sí, cuando Devon me quitó los recuerdos…
-Y eso le destrozó. Totalmente. ¿Qué pasaría si te olvidaras de él dos veces?
Supe lo que estaba pensando, y me aparté bruscamente de él.
-¡No! ¡Déjame! –Me protegí la cabeza con las manos, en un vano intento de que dejara mi mente en paz-. Por favor.
Keiran me cogió las manos, se acercó peligrosamente a mí y juntó sus labios con los míos.
Entonces sentí cómo todo se desvanecía. Otra vez. Y antes de desmayarme, pensé que ya estaba harta de que jugaran seguido con mis recuerdos. Algún día, todos pagarían por ello. Estaba segura…
miércoles, 16 de marzo de 2011
Capítulo 80 (K)
-Hum… -murmuré.
Giré sobre mí misma en el suelo, con los ojos cerrados, pero me di un golpe en la frente contra el armario.
-Ouch…
Me llevé las manos a la cabeza por el dolor, y abrí los ojos. En efecto, me encontré con mi amigo el armario.
Me incorporé, y busqué con la mirada a Damen. Al final me lo encontré sentado en el marco de la puerta, en el suelo, inconsciente.
Me levanté con el dolor palpitándome en la cabeza, y vi la habitación dar vueltas a mi alrededor, pero me acerqué igual. Le sacudí el hombro con suavidad.
-Damen… Damen, despierta… -susurré.
Damen abrió los ojos despacio, se los frotó con los dedos y parpadeó. Luego me miró.
-¿Kira? ¿Qué…?
Me encogí de hombros.
Con un poco de esfuerzo, se levantó, y se llevó una mano a la cabeza. Luego miró por la ventana. Frunció el ceño.
-Está oscuro… ¿Qué pasa aquí?
Tragué saliva sonoramente.
-Tengo miedo –murmuré temblando.
Damen me miró, se agachó y me levantó en brazos. Dejé de temblar. Salimos del compartimento hacia el pasillo, y las personas que estaban tiradas en el suelo dormidas empezaron a despertarse. Los ya despiertos se dirigían a las puertas del tren, para ver dónde estábamos.
Salimos del vagón. Miré a mi alrededor. Era una estación de tren, pero era imposible que hubiéramos llegado ya. La gente iba saliendo del tren poco a poco, hasta que finalmente también salió el maquinista, y todos los trabajadores.
-A ver… ¡A ver! ¡Por favor, tranquilidad! –gritó-. No sé qué ha ocurrido ni cómo hemos llegado hasta aquí, ¡pero que haya calma!
¿Calma? ¡Estábamos prácticamente a oscuras!
Me aferré al cuello levantado de la cazadora negra de Damen, asustada. Él me apretó más contra su pecho, dándome palmaditas en la espalda.
-Va, venga, tranquila –susurró mirando a algún punto del lugar.
Tenía los ojos entrecerrados. Quizá él podía ver a través de la oscuridad.
El bullicio que formaba la gente me ponía nerviosa. Podía sentir el miedo de todos y cada uno. Y eso ponía mis sentidos alerta.
De repente, una luz cegadora apareció al fondo del lugar, entre las sombras. Unas puertas.
La gente empezó a mirarse entre sí, desconcertada. Una chica empezó a ir hacia la puerta, curiosa. Por supuesto, era la misma de antes, la tal Frida. Los demás la siguieron con la mirada.
-¡Hey, mirad todos! –dijo después de ver lo que había en esa luz.
Todo el mundo empezó a caminar hacia allí, y nosotros también.
Al otro lado de las puertas, había una especie de plaza iluminada por luces de colores en los postes y las farolas. Pero era de noche, así que le daba un aspecto casi mágico al lugar.
Miré a Damen. Éste entrecerró los ojos, cegado por las luces, y mientras con un brazo me agarraba, con la mano del otro rebuscó en su bolsillo interior de la cazadora. Luego sacó unas gafas de sol de esas modernas y completamente opacas y se las colocó con un movimiento de muñeca. Frunció el ceño.
Un hombre bastante obeso y bajito, vestido de traje, apareció por la plaza. Se colocó delante de nosotros y sonrió. Abrió los brazos en un gesto de bienvenida.
-¡Vaya, hola a todo el mundo! Es increíble, nunca habíamos tenido tantos turistas…
El maquinista del tren se cruzó de brazos.
-Hum, en realidad no sabemos cómo llegamos aquí… íbamos hacia el norte cuando…
-Sí, bueno, a veces puede pasar el equivocarse de camino.
Eso debió de cabrear al maquinista, porque percibía su enfado y ansiedad.
-¿Perdone? Yo nunca me equivoco de camino, señor. ¡Vamos por las vías, por el amor de Dios!
-Bueno, bueno… No quiero empezar mal. Este es mi pueblo, False Palace.
-¿False… Palace? Es un nombre… hum… exótico, supongo.
-Sí, eso dicen. Bien, estamos en fiestas, así que podéis pasear por dónde queráis. ¡Oh, qué maleducado soy! Llámenme Richard. Adelante.
Damen suspiró, me dejó en el suelo, y me cogió de la mano. Miró a los lados.
-¿Y ahora? –pregunté con voz inocente.
-Hay que buscar. Está clarísimo que esto no fue una casualidad. Ese tal Keiran nos hizo una jugada.
-Hum –de repente me sonaron las tripas.
La gente se fue esparciendo, un poco confusa y conmocionada, algunos con ganas de volver al tren, otros asustados, otros curiosos…
Damen me miró divertido.
-¿Tienes hambre?
Asentí con timidez. Me apretó la mano y me indicó con la cabeza que empezáramos a andar.
-Vamos. Te compro algo y empezamos a buscar. No te separes de mí, ¿entendido?
Sonreí débilmente y empezamos a caminar.
Tenía tantas ganas de encontrar a Elisa…
Giré sobre mí misma en el suelo, con los ojos cerrados, pero me di un golpe en la frente contra el armario.
-Ouch…
Me llevé las manos a la cabeza por el dolor, y abrí los ojos. En efecto, me encontré con mi amigo el armario.
Me incorporé, y busqué con la mirada a Damen. Al final me lo encontré sentado en el marco de la puerta, en el suelo, inconsciente.
Me levanté con el dolor palpitándome en la cabeza, y vi la habitación dar vueltas a mi alrededor, pero me acerqué igual. Le sacudí el hombro con suavidad.
-Damen… Damen, despierta… -susurré.
Damen abrió los ojos despacio, se los frotó con los dedos y parpadeó. Luego me miró.
-¿Kira? ¿Qué…?
Me encogí de hombros.
Con un poco de esfuerzo, se levantó, y se llevó una mano a la cabeza. Luego miró por la ventana. Frunció el ceño.
-Está oscuro… ¿Qué pasa aquí?
Tragué saliva sonoramente.
-Tengo miedo –murmuré temblando.
Damen me miró, se agachó y me levantó en brazos. Dejé de temblar. Salimos del compartimento hacia el pasillo, y las personas que estaban tiradas en el suelo dormidas empezaron a despertarse. Los ya despiertos se dirigían a las puertas del tren, para ver dónde estábamos.
Salimos del vagón. Miré a mi alrededor. Era una estación de tren, pero era imposible que hubiéramos llegado ya. La gente iba saliendo del tren poco a poco, hasta que finalmente también salió el maquinista, y todos los trabajadores.
-A ver… ¡A ver! ¡Por favor, tranquilidad! –gritó-. No sé qué ha ocurrido ni cómo hemos llegado hasta aquí, ¡pero que haya calma!
¿Calma? ¡Estábamos prácticamente a oscuras!
Me aferré al cuello levantado de la cazadora negra de Damen, asustada. Él me apretó más contra su pecho, dándome palmaditas en la espalda.
-Va, venga, tranquila –susurró mirando a algún punto del lugar.
Tenía los ojos entrecerrados. Quizá él podía ver a través de la oscuridad.
El bullicio que formaba la gente me ponía nerviosa. Podía sentir el miedo de todos y cada uno. Y eso ponía mis sentidos alerta.
De repente, una luz cegadora apareció al fondo del lugar, entre las sombras. Unas puertas.
La gente empezó a mirarse entre sí, desconcertada. Una chica empezó a ir hacia la puerta, curiosa. Por supuesto, era la misma de antes, la tal Frida. Los demás la siguieron con la mirada.
-¡Hey, mirad todos! –dijo después de ver lo que había en esa luz.
Todo el mundo empezó a caminar hacia allí, y nosotros también.
Al otro lado de las puertas, había una especie de plaza iluminada por luces de colores en los postes y las farolas. Pero era de noche, así que le daba un aspecto casi mágico al lugar.
Miré a Damen. Éste entrecerró los ojos, cegado por las luces, y mientras con un brazo me agarraba, con la mano del otro rebuscó en su bolsillo interior de la cazadora. Luego sacó unas gafas de sol de esas modernas y completamente opacas y se las colocó con un movimiento de muñeca. Frunció el ceño.
Un hombre bastante obeso y bajito, vestido de traje, apareció por la plaza. Se colocó delante de nosotros y sonrió. Abrió los brazos en un gesto de bienvenida.
-¡Vaya, hola a todo el mundo! Es increíble, nunca habíamos tenido tantos turistas…
El maquinista del tren se cruzó de brazos.
-Hum, en realidad no sabemos cómo llegamos aquí… íbamos hacia el norte cuando…
-Sí, bueno, a veces puede pasar el equivocarse de camino.
Eso debió de cabrear al maquinista, porque percibía su enfado y ansiedad.
-¿Perdone? Yo nunca me equivoco de camino, señor. ¡Vamos por las vías, por el amor de Dios!
-Bueno, bueno… No quiero empezar mal. Este es mi pueblo, False Palace.
-¿False… Palace? Es un nombre… hum… exótico, supongo.
-Sí, eso dicen. Bien, estamos en fiestas, así que podéis pasear por dónde queráis. ¡Oh, qué maleducado soy! Llámenme Richard. Adelante.
Damen suspiró, me dejó en el suelo, y me cogió de la mano. Miró a los lados.
-¿Y ahora? –pregunté con voz inocente.
-Hay que buscar. Está clarísimo que esto no fue una casualidad. Ese tal Keiran nos hizo una jugada.
-Hum –de repente me sonaron las tripas.
La gente se fue esparciendo, un poco confusa y conmocionada, algunos con ganas de volver al tren, otros asustados, otros curiosos…
Damen me miró divertido.
-¿Tienes hambre?
Asentí con timidez. Me apretó la mano y me indicó con la cabeza que empezáramos a andar.
-Vamos. Te compro algo y empezamos a buscar. No te separes de mí, ¿entendido?
Sonreí débilmente y empezamos a caminar.
Tenía tantas ganas de encontrar a Elisa…
viernes, 4 de marzo de 2011
Capítulo 79 (D)
La humana se me quedó mirando con una ceja alzada.
-¿Qué? ¿Me lo vais a decir o no?
-Mira, no soy tu niñera ni soy tu jodida cita, que te quede claro. Lárgate.
-¡Oh! Maleducado…
Esperaba que las inglesas no fueran todas así.
-Soy Damen, y ella Kira –ésta la fulminaba con la mirada.
-Muy bien. Yo Frida. ¿Y qué hacéis por aquí?
-Íbamos a cenar tranquilamente hasta que tú llegaste.
-Bien, pues yo también me voy a cenar. Adiós.
Se levantó por fin de la silla y se fue. Miré a Kira. Y ambos suspiramos aliviados.
-Menos mal.
-Ya…
Cuando vino el camarero, pedimos nuestra cena.
Yo pedí sólo un plato, pero Kira…
-Bien. Yo quiero rollitos de estos, champiñones con alioli, ternera asada, sin falta de patatas por favor, un poco de pulpo, estos calamares a la romana, un helado de copa de chocolate con nata por encima y un zumo.
El pobre hombre terminó de anotar todo, asintió sorprendido y se fue.
-¿Qué fue eso? –pregunté sonriendo.
Kira se encogió de hombros.
-Me gusta comer mucho.
-No sé dónde vas a meter toda esa comida.
Se señaló el pequeño estómago.
-Éste es resistente.
Me reí. A pesar de todas las preocupaciones que ambos teníamos, y por supuesto, la principal de todas, podía decirse que lo llevábamos bien.
Hicieron falta tres camareros para traernos toda la comida. Por supuesto, ellos estaban sonrientes.
-Aquí tienen. Hum, tienen cara de franceses, quizá. Así que bon apetite.
-Se equivoca. Somos de España.
-¡Oh, lo lamento! Entonces buen provecho.
Claro, ellos teóricamente estaban hablando en inglés, y por eso no distinguíamos.
Cuando se fueron, teníamos toda la mesa llena. Algunas personas se quedaban embobadas mirando comer a Kira todo el montón. Incluido un servidor.
-Kira, si comes así de rápido…
-Es que… –dijo con la boca llena.
Fruncí el ceño.
-Eh. No se habla con la boca llena –dije severo.
Kira asintió despacio y tragó.
-Lo siento –suspiró-. Es que estuve tanto tiempo sin comer…
Asentí. No lo comprendía, claro, pero sin duda sabía que era muy duro.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos al compartimento.
Al entrar, cerramos la puerta. Kira se puso a saltar en el sofá.
-Kira… -dije suspirando.
-Lo siento, papá…
Ella dejó de saltar. Ambos nos quedamos congelados por la última palabra que había pronunciado. Se ruborizó, bajó del sofá y carraspeó.
Miró a una de las flores de un jarrón que había de decorativo.
Me reí por dentro. Me había llamado papá. Papá. Qué raro sonaba.
Pero de repente, Kira cayó al suelo, desmayada.
-¡Kira! –corrí hacia ella.
Fruncí el ceño. Respiraba. Suspiré aliviado, pero me levanté del suelo y salí al pasillo.
Miré extrañado por el corredor a unas pocas personas que estaban tiradas en el suelo, inconscientes.
Y al final no pude evitarlo. Un gran cansancio se expandió por mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos inevitablemente, sumiéndome en una oscuridad total.
-¿Qué? ¿Me lo vais a decir o no?
-Mira, no soy tu niñera ni soy tu jodida cita, que te quede claro. Lárgate.
-¡Oh! Maleducado…
Esperaba que las inglesas no fueran todas así.
-Soy Damen, y ella Kira –ésta la fulminaba con la mirada.
-Muy bien. Yo Frida. ¿Y qué hacéis por aquí?
-Íbamos a cenar tranquilamente hasta que tú llegaste.
-Bien, pues yo también me voy a cenar. Adiós.
Se levantó por fin de la silla y se fue. Miré a Kira. Y ambos suspiramos aliviados.
-Menos mal.
-Ya…
Cuando vino el camarero, pedimos nuestra cena.
Yo pedí sólo un plato, pero Kira…
-Bien. Yo quiero rollitos de estos, champiñones con alioli, ternera asada, sin falta de patatas por favor, un poco de pulpo, estos calamares a la romana, un helado de copa de chocolate con nata por encima y un zumo.
El pobre hombre terminó de anotar todo, asintió sorprendido y se fue.
-¿Qué fue eso? –pregunté sonriendo.
Kira se encogió de hombros.
-Me gusta comer mucho.
-No sé dónde vas a meter toda esa comida.
Se señaló el pequeño estómago.
-Éste es resistente.
Me reí. A pesar de todas las preocupaciones que ambos teníamos, y por supuesto, la principal de todas, podía decirse que lo llevábamos bien.
Hicieron falta tres camareros para traernos toda la comida. Por supuesto, ellos estaban sonrientes.
-Aquí tienen. Hum, tienen cara de franceses, quizá. Así que bon apetite.
-Se equivoca. Somos de España.
-¡Oh, lo lamento! Entonces buen provecho.
Claro, ellos teóricamente estaban hablando en inglés, y por eso no distinguíamos.
Cuando se fueron, teníamos toda la mesa llena. Algunas personas se quedaban embobadas mirando comer a Kira todo el montón. Incluido un servidor.
-Kira, si comes así de rápido…
-Es que… –dijo con la boca llena.
Fruncí el ceño.
-Eh. No se habla con la boca llena –dije severo.
Kira asintió despacio y tragó.
-Lo siento –suspiró-. Es que estuve tanto tiempo sin comer…
Asentí. No lo comprendía, claro, pero sin duda sabía que era muy duro.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos al compartimento.
Al entrar, cerramos la puerta. Kira se puso a saltar en el sofá.
-Kira… -dije suspirando.
-Lo siento, papá…
Ella dejó de saltar. Ambos nos quedamos congelados por la última palabra que había pronunciado. Se ruborizó, bajó del sofá y carraspeó.
Miró a una de las flores de un jarrón que había de decorativo.
Me reí por dentro. Me había llamado papá. Papá. Qué raro sonaba.
Pero de repente, Kira cayó al suelo, desmayada.
-¡Kira! –corrí hacia ella.
Fruncí el ceño. Respiraba. Suspiré aliviado, pero me levanté del suelo y salí al pasillo.
Miré extrañado por el corredor a unas pocas personas que estaban tiradas en el suelo, inconscientes.
Y al final no pude evitarlo. Un gran cansancio se expandió por mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos inevitablemente, sumiéndome en una oscuridad total.
martes, 1 de marzo de 2011
Capítulo 78 (K)
Sin soltar la mano de Damen, nos dirigimos a nuestro compartimento, que estaba en los primeros vagones del enorme tren. Era enorme, la verdad. Una habitación con dos camas perfectamente hechas, una mesa, sofás… Y algún que otro decorativo. Me quedé con la boca abierta. Damen bajó la mirada hacia mí, y sonrió débilmente.
-Dormiremos aquí durante el viaje –miró por la ventana-. Dentro de poco será noche cerrada.
De repente, escuchamos un silbido, y por el susto, di un respingo. Y luego un débil traqueteo. El tren empezaba a andar. Le di un tirón a Damen en el brazo.
-¿Puedo ir afuera para ver cómo vamos? –pregunté.
Mirándole directamente a sus ojos azules, asintió.
-Está bien. Ve, pero ten cuidado. Yo reservaré una mesa en el restaurante. ¿No tienes hambre?
Asentí sonriendo. Solté su mano y me dirigí a la puerta, pero cuando pasé la puerta hasta el pasillo, le escuché:
-¡Kira!
Me asomé al interior.
-Ten mucho cuidado –volví a asentir, y me hizo una señal con la cabeza de que me marchara.
Salí corriendo, esquivando a la gente que colocaba sus maletas a los compartimentos de primera clase. Aunque no pude evitar chocarme con una señora:
-¡Ten cuidado, niña estúpida! No sé cómo pueden dejar a niños corretear por aquí…
Y entró en la habitación. La ignoré y llegué al pasillo de los compartimentos de segunda clase. Allí también la gente colocaba sus maletas, y volví a chocarme con alguien, pero esta vez con una niña. Le vi la cara. Era la misma niña de gafas, delgaducha, de quince años que habíamos visto antes Damen y yo.
-¡Ay, serás memo! –me miró-. ¿Y tú, niñita de ojos azules? ¿No sabes que es de mala educación chocarse con la gente? –me dijo. Yo, como solía hacer con la gente que no conocía, no dije nada-. ¿Qué? ¿Eres muda?
Volví a escuchar el silbido del tren, así que aparté a la chica de un empujón y corrí por el pasillo.
-¡Eh! –me gritó, pero sus gritos se perdieron entre la gente y sus murmullos.
Pasé por el restaurante, entre las mesas, todavía escuchando las quejas de la gente porque una niña estuviera corriendo en el tren, y por fin, pasando todo, llegué afuera, al último vagón. No había nadie, y por poco vi a la gente, a las familias que se habían despedido de los viajeros, llorando, consolándose por echarlos de menos, y demás.
Este mundo era muy curioso, pero me gustaba.
El tren empezó a ir cada vez más y más rápido, hasta que consiguió una velocidad estable, dejando la estación atrás. Yo me agarré a la barra y miré las vías, que se perdían por el camino.
Entonces sentí una mano en el hombro. Todos mis sentidos se alarmaron.
Me giré rápidamente, y volví a ver a la chica de antes.
-Hey –dijo.
Me sacudí su mano del hombro, la esquivé por un lado y entré corriendo en el vagón, dejando atrás su anonadada cara, pensando en por qué yo era tan desconfiada.
Entré en el restaurante. Ahora casi todas las mesas estaban llenas. Busqué con la mirada a Damen, y me lo encontré en una mesa al lado de la ventana, leyendo la carta que le había dado aquel cartero que había llamado a Elisa rellenita.
Me acerqué a él. Alzó la mirada del trozo del papel para mirarme, y al ver que no me sentaba, me indicó con la cabeza que me colocara delante de él. Me subí a la silla, me senté y miré a la ventana, a las estrellas que habían empezado a aparecer en el cielo.
-¿Estás bien? –me preguntó volviendo a mirar la carta.
-Sí.
-No lo pareces. Estás pálida.
¿Cómo pudo darse cuenta si apenas me había mirado?
A veces, me daba miedo.
-Hum… No, no, estoy bien.
-Entiendo.
Se guardó el sobre, y cruzó los brazos encima de la mesa. Nos miramos.
-¿Adónde vamos? –le pregunté.
-No lo sé. Al norte, supongo. Empezaremos a buscar por allí.
-Ya veo…
La chica de antes, otra vez, se acercó a nuestra mesa. Damen la miró con una ceja alzada.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó.
-Sí. ¿Mi disculpa?
-¿Disculpa?
-No, tuyo no. El de ella.
-No me estaba disculpando. Es una forma de hablar. Quiero decir de qué estás hablando.
-Ella –me señaló con la cabeza- me empujó antes.
Damen me miró.
-Fue sin querer –me excusé.
-Bien, pues listo. Ahora déjanos en paz, niña. Tenemos cosas mejores que hacer, ¿sabías?
-¿Cómo? ¿Aún por encima? ¡Quiero mi disculpa!
Damen puso los ojos en blanco, y la chica, descaradamente, se sentó a mi lado.
-¿Pero qué…?
-Yo no me voy sin mi disculpa.
-Lárgate. No estoy para cuidar a crías.
-¿Y tu hija qué? También es una cría.
-No soy su…
-No es mi… -dijimos a la vez.
-Ya, claro, claro.
Damen suspiró derrotado. La chica era demasiado cabezota.
-Discúlpate, Kira.
La miré con los ojos entrecerrados.
-Perdón –solté entre dientes.
-Eso está muchísimo mejor –dijo, y se cruzó de brazos sobre la mesa-. Y bueno, ¿cómo os llamáis?
Miré a Damen. ¿Pero esta chica no se iba a ir…?
-Dormiremos aquí durante el viaje –miró por la ventana-. Dentro de poco será noche cerrada.
De repente, escuchamos un silbido, y por el susto, di un respingo. Y luego un débil traqueteo. El tren empezaba a andar. Le di un tirón a Damen en el brazo.
-¿Puedo ir afuera para ver cómo vamos? –pregunté.
Mirándole directamente a sus ojos azules, asintió.
-Está bien. Ve, pero ten cuidado. Yo reservaré una mesa en el restaurante. ¿No tienes hambre?
Asentí sonriendo. Solté su mano y me dirigí a la puerta, pero cuando pasé la puerta hasta el pasillo, le escuché:
-¡Kira!
Me asomé al interior.
-Ten mucho cuidado –volví a asentir, y me hizo una señal con la cabeza de que me marchara.
Salí corriendo, esquivando a la gente que colocaba sus maletas a los compartimentos de primera clase. Aunque no pude evitar chocarme con una señora:
-¡Ten cuidado, niña estúpida! No sé cómo pueden dejar a niños corretear por aquí…
Y entró en la habitación. La ignoré y llegué al pasillo de los compartimentos de segunda clase. Allí también la gente colocaba sus maletas, y volví a chocarme con alguien, pero esta vez con una niña. Le vi la cara. Era la misma niña de gafas, delgaducha, de quince años que habíamos visto antes Damen y yo.
-¡Ay, serás memo! –me miró-. ¿Y tú, niñita de ojos azules? ¿No sabes que es de mala educación chocarse con la gente? –me dijo. Yo, como solía hacer con la gente que no conocía, no dije nada-. ¿Qué? ¿Eres muda?
Volví a escuchar el silbido del tren, así que aparté a la chica de un empujón y corrí por el pasillo.
-¡Eh! –me gritó, pero sus gritos se perdieron entre la gente y sus murmullos.
Pasé por el restaurante, entre las mesas, todavía escuchando las quejas de la gente porque una niña estuviera corriendo en el tren, y por fin, pasando todo, llegué afuera, al último vagón. No había nadie, y por poco vi a la gente, a las familias que se habían despedido de los viajeros, llorando, consolándose por echarlos de menos, y demás.
Este mundo era muy curioso, pero me gustaba.
El tren empezó a ir cada vez más y más rápido, hasta que consiguió una velocidad estable, dejando la estación atrás. Yo me agarré a la barra y miré las vías, que se perdían por el camino.
Entonces sentí una mano en el hombro. Todos mis sentidos se alarmaron.
Me giré rápidamente, y volví a ver a la chica de antes.
-Hey –dijo.
Me sacudí su mano del hombro, la esquivé por un lado y entré corriendo en el vagón, dejando atrás su anonadada cara, pensando en por qué yo era tan desconfiada.
Entré en el restaurante. Ahora casi todas las mesas estaban llenas. Busqué con la mirada a Damen, y me lo encontré en una mesa al lado de la ventana, leyendo la carta que le había dado aquel cartero que había llamado a Elisa rellenita.
Me acerqué a él. Alzó la mirada del trozo del papel para mirarme, y al ver que no me sentaba, me indicó con la cabeza que me colocara delante de él. Me subí a la silla, me senté y miré a la ventana, a las estrellas que habían empezado a aparecer en el cielo.
-¿Estás bien? –me preguntó volviendo a mirar la carta.
-Sí.
-No lo pareces. Estás pálida.
¿Cómo pudo darse cuenta si apenas me había mirado?
A veces, me daba miedo.
-Hum… No, no, estoy bien.
-Entiendo.
Se guardó el sobre, y cruzó los brazos encima de la mesa. Nos miramos.
-¿Adónde vamos? –le pregunté.
-No lo sé. Al norte, supongo. Empezaremos a buscar por allí.
-Ya veo…
La chica de antes, otra vez, se acercó a nuestra mesa. Damen la miró con una ceja alzada.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó.
-Sí. ¿Mi disculpa?
-¿Disculpa?
-No, tuyo no. El de ella.
-No me estaba disculpando. Es una forma de hablar. Quiero decir de qué estás hablando.
-Ella –me señaló con la cabeza- me empujó antes.
Damen me miró.
-Fue sin querer –me excusé.
-Bien, pues listo. Ahora déjanos en paz, niña. Tenemos cosas mejores que hacer, ¿sabías?
-¿Cómo? ¿Aún por encima? ¡Quiero mi disculpa!
Damen puso los ojos en blanco, y la chica, descaradamente, se sentó a mi lado.
-¿Pero qué…?
-Yo no me voy sin mi disculpa.
-Lárgate. No estoy para cuidar a crías.
-¿Y tu hija qué? También es una cría.
-No soy su…
-No es mi… -dijimos a la vez.
-Ya, claro, claro.
Damen suspiró derrotado. La chica era demasiado cabezota.
-Discúlpate, Kira.
La miré con los ojos entrecerrados.
-Perdón –solté entre dientes.
-Eso está muchísimo mejor –dijo, y se cruzó de brazos sobre la mesa-. Y bueno, ¿cómo os llamáis?
Miré a Damen. ¿Pero esta chica no se iba a ir…?
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