Sin soltar la mano de Damen, nos dirigimos a nuestro compartimento, que estaba en los primeros vagones del enorme tren. Era enorme, la verdad. Una habitación con dos camas perfectamente hechas, una mesa, sofás… Y algún que otro decorativo. Me quedé con la boca abierta. Damen bajó la mirada hacia mí, y sonrió débilmente.
-Dormiremos aquí durante el viaje –miró por la ventana-. Dentro de poco será noche cerrada.
De repente, escuchamos un silbido, y por el susto, di un respingo. Y luego un débil traqueteo. El tren empezaba a andar. Le di un tirón a Damen en el brazo.
-¿Puedo ir afuera para ver cómo vamos? –pregunté.
Mirándole directamente a sus ojos azules, asintió.
-Está bien. Ve, pero ten cuidado. Yo reservaré una mesa en el restaurante. ¿No tienes hambre?
Asentí sonriendo. Solté su mano y me dirigí a la puerta, pero cuando pasé la puerta hasta el pasillo, le escuché:
-¡Kira!
Me asomé al interior.
-Ten mucho cuidado –volví a asentir, y me hizo una señal con la cabeza de que me marchara.
Salí corriendo, esquivando a la gente que colocaba sus maletas a los compartimentos de primera clase. Aunque no pude evitar chocarme con una señora:
-¡Ten cuidado, niña estúpida! No sé cómo pueden dejar a niños corretear por aquí…
Y entró en la habitación. La ignoré y llegué al pasillo de los compartimentos de segunda clase. Allí también la gente colocaba sus maletas, y volví a chocarme con alguien, pero esta vez con una niña. Le vi la cara. Era la misma niña de gafas, delgaducha, de quince años que habíamos visto antes Damen y yo.
-¡Ay, serás memo! –me miró-. ¿Y tú, niñita de ojos azules? ¿No sabes que es de mala educación chocarse con la gente? –me dijo. Yo, como solía hacer con la gente que no conocía, no dije nada-. ¿Qué? ¿Eres muda?
Volví a escuchar el silbido del tren, así que aparté a la chica de un empujón y corrí por el pasillo.
-¡Eh! –me gritó, pero sus gritos se perdieron entre la gente y sus murmullos.
Pasé por el restaurante, entre las mesas, todavía escuchando las quejas de la gente porque una niña estuviera corriendo en el tren, y por fin, pasando todo, llegué afuera, al último vagón. No había nadie, y por poco vi a la gente, a las familias que se habían despedido de los viajeros, llorando, consolándose por echarlos de menos, y demás.
Este mundo era muy curioso, pero me gustaba.
El tren empezó a ir cada vez más y más rápido, hasta que consiguió una velocidad estable, dejando la estación atrás. Yo me agarré a la barra y miré las vías, que se perdían por el camino.
Entonces sentí una mano en el hombro. Todos mis sentidos se alarmaron.
Me giré rápidamente, y volví a ver a la chica de antes.
-Hey –dijo.
Me sacudí su mano del hombro, la esquivé por un lado y entré corriendo en el vagón, dejando atrás su anonadada cara, pensando en por qué yo era tan desconfiada.
Entré en el restaurante. Ahora casi todas las mesas estaban llenas. Busqué con la mirada a Damen, y me lo encontré en una mesa al lado de la ventana, leyendo la carta que le había dado aquel cartero que había llamado a Elisa rellenita.
Me acerqué a él. Alzó la mirada del trozo del papel para mirarme, y al ver que no me sentaba, me indicó con la cabeza que me colocara delante de él. Me subí a la silla, me senté y miré a la ventana, a las estrellas que habían empezado a aparecer en el cielo.
-¿Estás bien? –me preguntó volviendo a mirar la carta.
-Sí.
-No lo pareces. Estás pálida.
¿Cómo pudo darse cuenta si apenas me había mirado?
A veces, me daba miedo.
-Hum… No, no, estoy bien.
-Entiendo.
Se guardó el sobre, y cruzó los brazos encima de la mesa. Nos miramos.
-¿Adónde vamos? –le pregunté.
-No lo sé. Al norte, supongo. Empezaremos a buscar por allí.
-Ya veo…
La chica de antes, otra vez, se acercó a nuestra mesa. Damen la miró con una ceja alzada.
-¿Puedo ayudarte en algo? -le preguntó.
-Sí. ¿Mi disculpa?
-¿Disculpa?
-No, tuyo no. El de ella.
-No me estaba disculpando. Es una forma de hablar. Quiero decir de qué estás hablando.
-Ella –me señaló con la cabeza- me empujó antes.
Damen me miró.
-Fue sin querer –me excusé.
-Bien, pues listo. Ahora déjanos en paz, niña. Tenemos cosas mejores que hacer, ¿sabías?
-¿Cómo? ¿Aún por encima? ¡Quiero mi disculpa!
Damen puso los ojos en blanco, y la chica, descaradamente, se sentó a mi lado.
-¿Pero qué…?
-Yo no me voy sin mi disculpa.
-Lárgate. No estoy para cuidar a crías.
-¿Y tu hija qué? También es una cría.
-No soy su…
-No es mi… -dijimos a la vez.
-Ya, claro, claro.
Damen suspiró derrotado. La chica era demasiado cabezota.
-Discúlpate, Kira.
La miré con los ojos entrecerrados.
-Perdón –solté entre dientes.
-Eso está muchísimo mejor –dijo, y se cruzó de brazos sobre la mesa-. Y bueno, ¿cómo os llamáis?
Miré a Damen. ¿Pero esta chica no se iba a ir…?