Kira se aferraba con fuerza a mi pantalón, asustada. Yo le daba de vez en cuando palmaditas en la espalda para calmarla.
El bosque estaba completamente oscuro, y con mis gafas de sol puestas, miraba todavía más negro, pero eso era bueno para mi vista.
-Damen, tengo miedo –dijo Kira al cabo del rato.
-Ya casi estamos.
-Cógeme en brazos, porfi –lloriqueó.
Suspiré hondo, me acuclillé y la cogí. Se agarró con fuerza al cuello levantado de mi cazadora y tragó saliva sonoramente.
-Hum… ¿no pasamos antes por aquí?
Frené, y fruncí el ceño.
-¿Qué dices?
-¡Sí, mira! Ese árbol –lo señaló con el dedo- ya lo pasamos.
-Todos los árboles son iguales. ¿Cómo sabes que ya lo vimos?
-Porque es el único árbol del bosque que no tiene hojas, Damen.
Apreté los labios.
-Ah. Sí, bueno, puede ser.
Nos desviamos del camino que habíamos seguido hasta ahora. Y mientras caminábamos, Kira miraba seguido hacia el suelo, a los pies de los árboles.
-¿Qué miras?
-Las hadas.
-¿Hadas?
Asintió y señaló a un punto, pero no había nada. La miré con una ceja alzada y una sonrisa burlona.
-Tú deliras, niña. –Ella se enfurruñó.
-¡Yo no deliro! ¡Había hadas!
-Ya, claro.
Finalmente encontramos la maldita salida.
Miramos al cielo. Había millones de estrellas. Y luego nos fijamos, delante de nosotros, en un enorme castillo antiguo. Oscuro como el bosque del que salimos, y de fondo, debajo de la colina dónde estaba, se podían ver las pequeñas luces del pueblo.
El castillo se parecía al de Drácula. Kira empezó a temblar.
-Yo no quiero ir.
La dejé en el suelo, y la miré.
-Debemos ir.
-No, yo no quiero.
Respiré hondo.
-Elisa está ahí dentro. ¿No quieres salvarla?
Apretó la mandíbula y miró al suelo. Frunció el ceño después de unos diez segundos.
-¿Seguro que Elisa está ahí?
-Tan seguro como que me llamo Damen.
Suspiró, y asintió despacio.
-Vale. Por Elisa.
Sonreí, y empezamos a caminar hacia la entrada.
Al llegar hasta las enormes puertas, alcé la mano para petar, pero las puertas se abrieron solas, sin que yo hiciera nada.
Le cogí la mano a Kira y empezamos a andar. Traspasamos las puertas y llegamos a un enorme vestíbulo. Un hombre trajeado, y cadavéricamente pálido, se inclinó en una reverencia y nos indicó con una mano que pasáramos a una de las habitaciones.
-Pasen, por favor. El señor les estaba esperando.
Asentí y seguimos al hombre hasta un enorme comedor.