La humana se me quedó mirando con una ceja alzada.
-¿Qué? ¿Me lo vais a decir o no?
-Mira, no soy tu niñera ni soy tu jodida cita, que te quede claro. Lárgate.
-¡Oh! Maleducado…
Esperaba que las inglesas no fueran todas así.
-Soy Damen, y ella Kira –ésta la fulminaba con la mirada.
-Muy bien. Yo Frida. ¿Y qué hacéis por aquí?
-Íbamos a cenar tranquilamente hasta que tú llegaste.
-Bien, pues yo también me voy a cenar. Adiós.
Se levantó por fin de la silla y se fue. Miré a Kira. Y ambos suspiramos aliviados.
-Menos mal.
-Ya…
Cuando vino el camarero, pedimos nuestra cena.
Yo pedí sólo un plato, pero Kira…
-Bien. Yo quiero rollitos de estos, champiñones con alioli, ternera asada, sin falta de patatas por favor, un poco de pulpo, estos calamares a la romana, un helado de copa de chocolate con nata por encima y un zumo.
El pobre hombre terminó de anotar todo, asintió sorprendido y se fue.
-¿Qué fue eso? –pregunté sonriendo.
Kira se encogió de hombros.
-Me gusta comer mucho.
-No sé dónde vas a meter toda esa comida.
Se señaló el pequeño estómago.
-Éste es resistente.
Me reí. A pesar de todas las preocupaciones que ambos teníamos, y por supuesto, la principal de todas, podía decirse que lo llevábamos bien.
Hicieron falta tres camareros para traernos toda la comida. Por supuesto, ellos estaban sonrientes.
-Aquí tienen. Hum, tienen cara de franceses, quizá. Así que bon apetite.
-Se equivoca. Somos de España.
-¡Oh, lo lamento! Entonces buen provecho.
Claro, ellos teóricamente estaban hablando en inglés, y por eso no distinguíamos.
Cuando se fueron, teníamos toda la mesa llena. Algunas personas se quedaban embobadas mirando comer a Kira todo el montón. Incluido un servidor.
-Kira, si comes así de rápido…
-Es que… –dijo con la boca llena.
Fruncí el ceño.
-Eh. No se habla con la boca llena –dije severo.
Kira asintió despacio y tragó.
-Lo siento –suspiró-. Es que estuve tanto tiempo sin comer…
Asentí. No lo comprendía, claro, pero sin duda sabía que era muy duro.
Cuando terminamos de cenar, nos fuimos al compartimento.
Al entrar, cerramos la puerta. Kira se puso a saltar en el sofá.
-Kira… -dije suspirando.
-Lo siento, papá…
Ella dejó de saltar. Ambos nos quedamos congelados por la última palabra que había pronunciado. Se ruborizó, bajó del sofá y carraspeó.
Miró a una de las flores de un jarrón que había de decorativo.
Me reí por dentro. Me había llamado papá. Papá. Qué raro sonaba.
Pero de repente, Kira cayó al suelo, desmayada.
-¡Kira! –corrí hacia ella.
Fruncí el ceño. Respiraba. Suspiré aliviado, pero me levanté del suelo y salí al pasillo.
Miré extrañado por el corredor a unas pocas personas que estaban tiradas en el suelo, inconscientes.
Y al final no pude evitarlo. Un gran cansancio se expandió por mi cuerpo, haciéndome cerrar los ojos inevitablemente, sumiéndome en una oscuridad total.