¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

sábado, 20 de febrero de 2010

Capítulo 21 (E)

Yo seguía sentada, llorando en silencio, y Damen estaba apoyado contra la pared, con los ojos cerrados, supongo que pensando en qué debíamos hacer.
Y de repente apareció un bicho de cuatro patas.
Asustada, lancé un grito pequeño, pero lo dejé cuando vi que no era un bicho, era el gato Yin Yang, del que me habló mi hermano pequeño en una ocasión. Era un gato negro excepto las patas y la punta de la cola, que eran blancos. Se acercó a mí, le acaricié la cabeza y ronroneó.
Damen bufó.
-¿No... te gustan los gatos? -le pregunté todavía con lágrimas en las mejillas, algo temblorosa.
-No, los odio. Me parecen seres estúpidos, y los perros también.
Al gato se le erizó el pelo.
-¿Y qué hacemos ahora? -pregunté, volviendo a llorar-. Yo... quiero ir junto con mi familia.
-Es obvio que quieres ir, pero no puedes. Mira, te ayudaré, pero no me molestes. ¿No tienes amigos o amigas con los que alojarte?
-Bueno, estaba ese chico del instituto...
Damen se enfadó.
-No, chico no.
-¿Por qué? ¿No es lo mismo que...?
-¡No, no es lo mismo! -gritó.
Ambos nos quedamos anonadados. Ni yo sabía porque se había puesto así, ni él tampoco parecía saberlo. Carraspeó.
-No... es lo mismo porque... él... ¡n-no sabe de nuestra existencia! Te irás con Susan, la chica que conociste ayer. La que también tiene un ángel.
-¡Pero...!
-Mira, la abuela de Susan me debe un favor, y estoy a punto de gastar ese favor contigo, así que ni se te ocurra quejarte.
Asentí despacio. Damen me cogió del brazo y me levantó bruscamente.
-¡Ay! -me quejé.
Chasqueó la lengua, y me soltó. Ambos íbamos por la puerta cuando el gato Yin Yang fue detrás mía. Me puse de cuclillas y le acaricié la cabeza. Volvió a ronronear.
-No, bonito, tú debes quedarte aquí -pero el gato no se iba.
-A ver, estúpido felino -reprimió Damen-. ¿Te crees que tenemos tiempo para tus estupideces gatunas? Yo creo que no, así que o te largas o te doy una pedazo patada en el culo que te va a llevar al Machu Pichu, ¿te ha quedado claro?
El gato tembló, como si hubiera entendido, pero no se despegaba de mí. Me encogí de hombros y me levanté con el gato en brazos.
-Bueno, así tendré compañía. En parte este gato me recuerda a ti -alzó una ceja.
-¿Que... te recuerda a mí? ¿Acaso me ves bigotes blancos en mi maravillosa cara, pelo negro, una cola asquerosamente larga y pelo por todo mi cuerpo? No, ¿verdad? Pues eso -y empezó a andar, dejándonos atrás.
Miré al gato y suspiré.
-¿Ves lo que tengo que aguantar todos los días? Pero bueno, contigo bonito, estaré mucho mejor que con ese imbécil -acaricié su mejilla con la mía, y éste volvió a ronronear.
-¡¡¡A ver, idiota, o mueves tu enorme culo del sitio o voy yo y te traigo aquí a patadas!!! -gritó Damen desde mucho más adelante.
Puse los ojos en blanco, dejé a Yin Yang en el suelo y ambos corrimos hasta Damen.
En una hora, estábamos en la tienda de la señora Adalia, la abuela de Susan y la que me había advertido de Damen en el pasado leyendo por cartas. Pero estaba cerrado. Aunque era obvio, porque todavía eran las siete u ocho de la mañana.
-¿Tenemos que esperar? -pregunté mientras daba ligeros saltitos con las manos en los bolsillos de la chaqueta.
-Pues... -miró hacia mí, y sonrió-. ¿Qué te pasa? ¿Tienes ganas de ir al baño?
-No, es que tengo frío.
Se rió, se acercó a mí y me pasó una mano por el hombro, pero yo me aparté. Me miró confuso.
-Baja esos humos, Don Juan, que ya tengo al gato para abrazar a alguien.
Se encogió de hombros, y nos fuimos a una casa apartada del lugar, con un césped delantero bastante verde, se notaba que lo cuidaban. Damen llamó al timbre.
Increíblemente, en una hora, me vi sentada en un sillón con un poco de café en la mano y rodeada por un ángel egocéntrico, una señora que leía el futuro en una simple baraja, una chica gótica y otro ángel demasiado curioso.
Me hizo sonreír. Damen estaba apoyado al lado de mi sofá, y el gato en mis rodillas, mientras Adalia y Susan intentaban entender.
-A ver, a ver -dijo Adalia-. Lo que quieres es que cuidemos de Elisa mientras estás fuera -Damen asintió serio-. ¿Y cuánto tardarás? No lo digo porque nos moleste cuidarla, al contrario, pero a lo mejor te echará de menos.
-Ya tengo al gato para sustituír su compañía, gracias -murmuré.
-¿Ves? Estará bien. Tardaré... nah, uno o dos días, pero no tiene a nadie más que sepa de nuestra existencia, así que...
-Vale, está bien -dijeron Susan y Adalia a la vez, sonrientes.
Me estremecí, y Brad, el ángel de Susan, rió.
-Ahora vas a saber qué es vivir en esta casa.
Reí. Damen se acercó a la puerta, y al abrirla, me entró una descarga por toda la espalda.
-Bueno, pues hasta pronto...
-¡¡Espera!! -le interrumpí mientras me levantaba con rapidez.
Todos se me quedaron mirando.
-¿Qué quieres ahora? -dijo impacientemente.
-Yo... no te irás, ¿verdad? Quiero decir... volverás pronto, ¿no? ¿Seguro que en uno o dos días?
Sonrió. Pero no de ese tipo de sonrisas burlonas o de satisfacción suyas, sino una verdadera. Se acercó a mí y me puso una en el hombro. Esta vez no me aparté.
-Sí, te lo prometo. No te dejaría sola en esto, ya lo sabes.
E hizo algo que no esperaba. Me besó en la frente. Fue rápido, pero cálido.
Y se fue. Me dejó un vacío en el pecho. ¿Añoranza? Puede, pero lo que más me preocupaba en ese momento es que me daba la impresión de que no le volvería a ver, y por ello una lágrima me resbaló por la mejilla, pero intenté que nadie se diera cuenta.