Me volví a sentar en el sillón, con el gato en brazos. Adalia, Susan y Brad me miraban estupefactos.
-Guau... ¿acaba de pasar lo que creo que acaba de pasar? -preguntó Susan-. Nunca en la vida había visto a Damen... hacer algo cariñoso. Hasta creí que no tenía sentimientos. Ahora creo que ya sé por qué te ayuda -y sonrió burlonamente.
No la entendí, pero no me hizo gracia.
-Él sólo me ayuda porque es su obligación -señalé-. Cuando deje de ser mi ángel se marchará y ya no nos volveremos a ver. Listo.
Los tres se miraron confusos, pero luego sonrieron.
-¿Quién te dijo eso? -preguntó Brad.
-Él. Me dijo que sólo nos quedaban dos semanas. ¿Por...?
-Me parece que tu ángel no te ha dicho toda la verdad -comentó Adalia-. Ya sabes que él es muy mentiroso y convincente cuando se lo propone.
-¿Qué quieres decir?
-Bueno... ¿has contado bien, querida? ¿Seguro que son dos semanas?
Empecé a contar con los dedos, porque con los nervios no me concentraba bien. Y tenía razón: no nos quedaban dos semanas, sino que ya había pasado cinco días desde que debía irse.
-¡¿Cinco días?! -grité-. ¡¿Se ha quedado cinco días conmigo porque sí?!
-No creo que sea porque sí -respondió Brad-. A lo mejor es que te está cogiendo afecto, Elisa. Aprovéchalo: él nunca ha demostrado cariño con nadie, ni siquiera con sus padres.
-¿Y con sus ligues?
Brad bufó.
-No seas ridícula. Él lo único que hacía era aprovecharse de ellas hasta que las pobres se enamoraran de él y luega las dejaba. ¿Dónde ves un atisbo de amor en eso?
-Oh... bueno, ya... -intenté decir, pero me había quedado sin palabras.
En los dos siguientes días, Susan y yo fuimos como siempre al colegio, pero en la tarde de éste último, en la que estaba viendo la televisión con Susan, me sonó el móvil. Me disculpé y salí afuera, al jardín, dónde había un pequeño estanque lleno de peces japoneses y de colores. Después de buscarlo desesperadamente en mis bolsillos, los encontré, y en la pantalla me aparecía un número privado. Descolgué.
-¿Sí?
-¿Elisa? -preguntó una voz fría y grave.
-S... sí, soy yo.
-Bien. Voy a ir directamente al grano. Tu familia está conmigo. Si quieres salvarlos, debes venir a Saints, en Arglis.
-¿Saints? ¿Qué...?
Entonces recordé.
-La ciudad de la que me hablaba Damen... -murmuré.
-Exacto. Cada día tu familia está más cerca de la muerte, así que si no te das prisa, podría ser su fin. Suerte.
-¡Espera! ¡¿Y como pretendes que vaya hasta...?! -pero ya había colgado.
Los peces se asustaron con mis gritos, pero es que estaba muy nerviosa. Y se me ocurrió algo.
Entré rápidamente en casa de Adalia, y fui junto a Brad, que estaba en la cocina haciendo un sudoku. Al verme entrar, sonrió.
-Mira quién está aquí...
-Brad, necesito que me ayudes.
-¿Qué ocurre? -preguntó algo alarmado. Se levantó-. ¿Has visto algo raro? Porque si es así debes avisarme cuanto...
-Tú también puedes hacer portales, ¿verdad?
-¿Portales? Por supuesto -se cruzó de brazos-. Es lo mejor que se me da. Pero tengo prohibido hacerlos en casa de Adalia en su ausencia, así que no.
-¡Pero...!
-No -me crucé de brazos, e inventé algo.
-Oh, ya entiendo. Lo que pasa es que no sabes hacer eso tan fácil. ¿No te da vergüenza? Pero bueno, da igual. Ya sabía yo que Damen era el único capaz.
Se enfureció.
-¡Claro que soy capaz! ¡Te lo demostraré!
Ay... el poder de la psicología inversa.
Se acercó a la pared y dibujó con la mano un círculo, dónde parpadeaba fuego verde. De repente apareció una especie de agujero del mismo color, que desprendía energía.
-¿Y sabes como se utiliza? -le pregunté mientras terminaba.
-Claro. Para poder ir adónde quieras, sólo tienes que pensar el nombre del lugar al que quieres, y el portal entra en tus ondas cerebrales para poder interpretar el mismo sitio. Casi nunca se equivoca -asentí-. Bueno, lo cerraré ya, ¿vale?
Iba a cerrarlo, pero le cogí del brazo. Me miró confuso.
-Brad, quiero que le digas a Damen cuando venga que ha sido un gran amigo para mí, y que deje de buscar ya.
-¿A qué...?
Le sonreí, y Susan, con Yin Yang en brazos, aparecieron de repente por la puerta, mirando con terror.
-¡¿Pero qué...?! ¡Brad, sabes que tienes prohibido...!
-Susan, es culpa mía. Os echaré de menos -dije.
-¿Eh? ¿Qué...?
Pero ya no les di tiempo. Iba a saltar.
-¡¡No!! ¡¡Brad, frénala!!
Pero ya había entrado, pensando sólo en el nombre de Saints.