Al llegar junto a Sally y Thais, que me esperaban en la fuente de la plaza, sonrieron. Yo no, pero no porque no estaba feliz de verlas ni nada de eso, al contrario, sino porque casi ni recordaba como sonreír. Parece algo raro, pero era incapaz de hacerlo.
-Venga, Elisa, llegas tarde. ¿Qué pasó? ¿Al final tus padres no te dejaban venir? -preguntó Sally con los brazos cruzados, pero todavía sonriendo.
-No, no fue por eso. Es que... -intenté encontrar una excusa, pero no tenía la rapidez mental de mi hermano.
-¿Pero es que qué? -dijo Thais divertida-. ¿Tienes un novio secreto y no nos has dicho nada?
Me alarmé, porque al decir la palabra "novio" y "secreto", me vino a la cabeza ese maldito imbécil, aunque no tuviera nada que ver. Se dieron cuenta.
-¿He... dicho algo malo?
-No, no. Perdona. Tardé porque no sabía... qué ponerme. Emm... lo siento.
Mis reflejos son lentos...
Todas empezamos a caminar, mientras hablábamos -bueno, hablaban, ya que yo soy de pocas palabras- y se reían. Pero al desviar la mirada hacia un tienda, vi que al lado de la puerta de ésta había una figura... que conocía muy bien. Su pelo prácticamente blanco con destellos dorados le delataba. Damen estaba apoyado en la pared, con las manos en los bolsillos del pantalón, y me miraba sonriendo burlonamente.
Tragué saliva. Por favor, ahora no, ahora no...
Con nerviosismo, cogí a las dos chicas por los brazos y las llevé hacia la izquierda.
-Emmm... perdonadme, pero juraría que... que recuerdo... ese lugar -mentí.
-¡¿Qué?! ¡Ah, pues vamos! -gritaron ambas al unísono.
Ahora eran ellas las que me arrastraban.
Pero al girarnos, Damen ya estaba con su pose despreocupada en el lugar adónde nos dirigíamos. ¡¿Cómo podía ser tan condenadamente rápido?!
Las tres fuimos hacia una tienda, y ellas entraron. Yo me quedé fuera, aunque me costó horrores convencerlas. Me apoyé en el escaparate, y Damen apareció de repente a mi lado, con los brazos cruzados, pero ahora no sonreía; me miraba severamente.
-Pequeña idiota -empezó; puse los ojos en blanco-. ¡¿Pero tú en qué estás pensando?! Si te digo que debo estar contigo en todo momento, ¡es en todo momento! ¿Sufres algún retraso mental, o es que la amnesia te dejó el cerebro hecho trizas?
-Ja, ja. Me parto y me mondo -miraba hacia delante, pero desvié la mirada hacia él-. Mira, sé cuidarme sola. Acabas de verlo, ¿no?
Una mujer con un niño pequeño me miraba con extrañeza. No me extraña, mirando a una chica hablando sola, aunque el niño sonreía al mirar a Damen. Suspiré.
-De verdad que espero que este mes y medio que nos queda se pase rápido -murmuré-, ¡porque no te aguanto!
-¿Y tú crees que yo a ti sí? No seas estúpida, estoy más harto yo de ti que tú de mí.
Puse los ojos en blanco. Sally y Thais salieron.
-¡Vaya, Elisa, allí había cosas muy bonitas e interesantes!
-Si es así, ¿por qué no habéis cogido nada? -dije con mi tono de voz normal.
-Oh, bueno, porque... no sé -Sally pareció pensar, pero negó con la cabeza.
Las tres volvimos a andar.
-Elisa, ¿y por qué no vuelves a clase?
-¿A... clase? ¿A qué te refieres?
-Ya sabes, el insituto... Rob no para de preguntar por ti.
-¿Rob? ¿Quién es?
-¡Ah, es verdad! Jo, siempre se me olvida -se disculpó Thais. Damen se colocó cerca, escuchando con atención-. Es nuestro mejor amigo, pero todo el instituto sabe que le gustas -Damen bufó. Le fulminé con la mirada, pero volví a mirarla.
-¿Todo... el instituto? ¿Y eso qué es, un grupo o algo?
Sally, Thais e incluso Damen se echaron a reír.
-¡No! El colegio es el lugar dónde van todos los menores a "aprender" -usó un tono irónico en la última palabra.
Seguí sin entenderla, pero asentí.
-Deberías volver. Te echan mucho de menos. Nos preguntan siempre por ti.
-Sí -siguió Sally-. Ya estamos hartas de decir que estás bien. Ellos quieren verte.
-Bueno... les preguntaré a... mis padres -todavía me costaba decir que esos señores eran mis padres.
Habíamos llegado ya a sus casas, y yo me fui sola a la mía. Les dije que recordaba dónde estaba, aunque a lo mejor no fuera realmente verdad. Al llegar a un camino, bastante aislado y rodeado de árboles, me fijé que Damen ya no estaba conmigo. Sentí miedo. Siempre desaparece cuando le necesito, y cuando no quiero ni verle en pintura, aparece.
Pero seguía sin aparecer. Miré al cielo. Ya casi era de noche.
-No tengo miedo, no tengo miedo... -murmuré en voz alta.
De repente, escuché aullidos. Empecé a sudar de los nervios. Yo seguía caminando, pero el final del camino no llegaba. Ahora ruidos por entre los árboles. Empecé a temblar, pero no llamaría por Damen, porque eso significaría que soy débil y que no sé cuidarme sola.