¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

martes, 20 de julio de 2010

Capítulo 12

Después de todo el duro camino sin interrupciones, llegamos a una ciudad que había por allí.
Pero apenas había gente por el pueblo. ¿Dónde estaban todos?
Ralph y yo nos bajamos del caballo. Ralph sujetó las riendas mientras caminábamos, mirando alrededor, igual que yo. Estaba desierto, pero cuando avanzamos un poco más, pudimos oír murmullos.
Fuimos hacia allí. Toda la gente estaba concentrada en un lugar. Y observaban algo. Alcé la mirada, y vi una horca de madera. Por las escaleras subía un hombre de más o menos la misma edad de Ralph seguido de unos hombres.
Iban a ahorcarlo.
Miré asustada a Ralph esperando a que hiciera algo, pero éste tenía los brazos cruzados y una estúpida sonrisa en la cara. Disfrutaba con esto.
-¿Es que no vas a hacer nada? –le reproché.
Me miró sin entender.
-¿Perdona?
-¿Te vas a quedar ahí parado viendo como ahorcan a un hombre inocente?
-Si es tan inocente, ¿por qué iban a querer ahorcarlo?
-¡Es inocente!
-¿Y por qué supones eso?
-¡Sólo tienes que mirarle la cara! ¡Está confuso! Normalmente los proscritos, bandidos o asesinos o cualquier otro, cuando van a la horca, se ve que están o arrepentidos, o avergonzados, u otra cosa. ¡Pero éste no! ¡Diles algo!
-¡Díselo tú!
-Yo soy una mujer. No me harían caso, o simplemente se reirían de mí.
Se me quedó mirando unos instantes, luego alzó la mirada y suspiró.
-Muy bien. A ver qué sacamos de esto. Coge esto –me tendió las riendas del caballo.
Las cogí, y él se fue hacia uno de los hombres, que por los ropajes supuse que sería el sacerdote. Le susurró algo al oído, pero el hombre negó con la cabeza. Se encogió de hombros, y volvió hacia dónde estaba yo.
-Lo intenté.
Apreté los dientes. Dejé las riendas y empecé a caminar.
-¿Qué haces?
-Si tú no vas a hacer nada, lo haré yo.
-Oh, por favor. No seas pesada.
Pero yo ya estaba entre el gran gentío. Me coloqué en la primera fila, dónde los niños miraban al hombre curiosos, otros traviesos y algunos no le hacían caso.
Respiré hondo, y un caballero le colocó la soga al cuello. Apretó el nudo, vigiló si tenía bien sujetas las cuerdas de las muñecas y los tobillos y luego asintió.
-Aho…
-¡Esperad! –interrumpí.
Todos me miraron. Y no eran pocos, por lo que me corté un poco, pero debía salvar la vida del hombre. Éste también me miraba, pero en cambio que los demás, me miraba esperanzado.
-¡No podéis hacer esto! ¡Ese hombre es inocente!
-¿Cómo lo sabes? –preguntó el que suponía que era el sheriff.
-Eh… eh… es… esto… yo…
-¿Lo conoce?
Al parecer la familia del prisionero no estaba. O quizá no tenía. Podía ser cualquier cosa.
Me fijé en él. Era joven. Tenía el pelo rubio y unos ojos verdes sin duda inteligentes. Y bastante guapo. No paraba de mirarme.
-No –susurré con un hilo de voz.
-Entonces…
Miré hacia Ralph, que tenía los brazos cruzados y todavía seguía sonriendo. Me miró, y se encogió de hombros. Iba a irme de allí derrotada cuando algo sorprendente pasó.
El prisionero empezó a cantar.