¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

miércoles, 28 de julio de 2010

Capítulo 15

Al llegar, Ralph ya me esperaba montado en el caballo. Algo apática, me subí detrás de él. Edward vino unos segundos más tarde, colocándose al lado del prior.
Me miraba con ojos llorosos, y yo también a él. Le sonreí por última vez.
-Que tengáis suerte –dijo el prior Tom.
Ralph asintió, cogió las riendas y nos fuimos de allí, dejando el pueblo atrás.
No pude evitar derramar unas lágrimas, que se perdieron en el camino.
-Qué, ¿has disfrutado? –me preguntó Ralph sin mirarme.
-¿Có… cómo?
-Ya me has oído. Te perdono esta vez porque es normal que…
-¿Qué me perdonas? ¿De qué me hablas? Tú no tienes que perdonarme nada. Me he enamorado, sólo es eso.
-Ya lo sé. Se os notaba.
-Entonces… ¿me dejarás quedarme con él?
Sentí como reía.
-Ni de broma. Todavía sigo queriendo ser rey.
Apreté la mandíbula, pero no repliqué. Ya no me quedaban ni fuerzas. Estaba destrozada por dentro.
-Qué raro. ¿No dices nada? Venga, ya que tú me diste la charla al llegar a ese pueblo, ahora me toca a mí. Dime, ¿qué le pasó a tu hermana?
-Pasó la mismísima mala suerte como la que voy a pasar yo.
-Ah, qué bien. Me encanta cuando dices eso.
-¿Por qué?
-Porque, cuando me insultas, sé que, aunque haya sido para sólo un segundo, has pensado en mí.
Me quedé con la boca abierta.
-¿Qué…? –intenté decir-. Lo… ¿lo dices en serio?
Se rió.
-¿Ves cómo eres vulnerable? Con cualquier estupidez bonita, aunque sea mentira, ya te enamoras.
-Ah, ya decía yo que algo tan bonito no era propio de ti.
-¿Verdad?
-Siempre tienes que estropearlo todo.
Eso pareció dolerle. Suspiró, y paró el caballo en un césped.
-Está bien, vamos a hablar, ¿quieres? Baja.
Algo asustada, obedecí. Bajé del caballo, y él hizo lo mismo. Lo dejó pastar, y se sentó en la orilla de un río que había allí. Primero vacilé, pero luego me decidí por sentarme a su lado.
Como no decía nada, miré hacía él. Éste se quedó mirando su propio reflejo, pero en vez de sonreír, estaba entristecido. No había ningún atisbo de humor en su rostro.
Al final, pensé algo. Hacía calor, así que me quité los zapatos y dejé mis pies colgando en el río. Ralph me miró, y sonrió. Volvió a mirarlo.
-No quería decir eso –empecé.
-Sí que querías, pero no te preocupes. Estoy acostumbrado a que la gente me odie. No tengo ese tipo de sentimientos que me hacen amar y ser amado a la vez.
Lo dijo tan convencido, que de verdad me conmovió.
Levantó la cabeza, y miró al cielo mientras hablaba.
-He… cometido atrocidades durante toda mi vida. Y lo que más me duele es que no me arrepiento de ello. Es más, me siento orgulloso.
Hice una mueca, y él lo notó. Sonrió.
-Lo siento. No lo comprenderías.
-¿Con cuántas vidas has acabado? –pregunté con un hilo de voz.
Bajó la vista hacia mí con sus brillantes ojos azules, y yo la aparté intimidada.
-Muchas. Muchísimas –suspiró-. Pero ahora no puedo hacer nada.
Yo no dije nada. Ni falta que hacía. Ahora sabía lo cruel que podía ser Ralph, pero también había descubierto que se daba cuenta de lo que hacía.
Le volví a mirar. Estaba pensativo. Luego miré en mi bolsa, y cogí mi libro. Me lo había regalado aquel niño en el que todavía seguía pensando, de pequeños, y desde entonces no me había separado de él. Suspiré. Quizá nunca le encontraría.
-¿Sabes leer? –le pregunté.
-Sí. Sé leer francés, inglés y latín –respondió sin mirarme.
Me quedé con la boca abierta. La mayoría de las personas no sabían leer, y escribir mucho menos. Quizá sólo los monjes, y lo único que leían eran libros de temas religiosos o, en algún raro caso, sobre las matemáticas y demás. Y nunca creí que a Ralph le interesara la lectura.
-¿Por qué? ¿Acaso no sabes?
-Sí, pero es la primera vez que… que veo… que conozco a alguien tan inteligente que…
Miró el libro decaído, pero al ver la tapa los ojos le brillaron.
-Ese libro… lo conozco.
-¿Ah, sí? –pregunté emocionada-. ¿Y por qué?
Alzó la mirada hacia mí completamente desconcertado, y tardó un poco en responder.
-Porque ese libro era mío.