¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

domingo, 4 de julio de 2010

Capítulo 9

El monstruo venía hasta nosotros, hasta que estuvo demasiado cerca como para distinguirlo. Ralph sonrió animadamente.
-¡Ben! Sabía que no serías capaz de quedarte allí arriba. Buen chico.
Era su maldito caballo. Me llevé una mano al pecho y suspiré. Me acerqué a ellos. Ralph acariciaba el hocico de la bestia. Ésta relinchaba suavemente.
-Bien. Entonces podrá llevarnos antes hasta la ciudad, ¿no?
Ralph miró hacia mí, alzando una ceja.
-¿Llevarnos? ¿Quién ha dicho que te vaya a llevar a ti también?
-No serás capaz de dejarme aquí, ¿verdad?
-Sinceramente me lo estoy planteando. Además de que sólo hay un sillín. Mira. Yo me voy con el caballo hasta la ciudad, pido ayuda, y vuelvo a por ti. ¿Te parece?
-¡No!
Comencé a llorar otra vez. Ralph alzó las manos para que parara.
-¡Era broma! Vaya, tú te lo tomas todo en serio, ¿no? Venga, monta de una vez. No quiero perder el tiempo.
Apreté los labios, pero le hice caso. Con su ayuda y el sillín, me subí al caballo, y luego él detrás de mí. Pero yo quería llevar las riendas.
-Oh, no. Ni de broma. No es por mal, Raquel, pero tú no sabes. Además de que nos perderíamos más de lo que estamos. No, gracias.
Y me las arrebató de las manos. Me crucé de brazos. Iba a apoyarme de espaldas por el cansancio cuando me di cuenta de que entonces me apoyaría en su pecho.
-¡Oye! ¿Qué te crees que soy? ¿Un respaldo de una vulgar silla? –Empezamos a avanzar-. Que te quede claro que ninguna mujer ha tenido el gran honor de subirse al caballo del príncipe Ralph, y mucho menos conmigo detrás de ella. Así que…
-Bueno, creo que ya sé por qué.
-¿Qué insinúas?
Volví la cabeza hacia él, y sonreí.
-Nada.
Miré otra vez al frente. Pude sentir cómo sonreía.
Durante el camino, me quedé medio dormida, pero varias personas saltaron de los árboles y nos rodearon. Eran cinco. Algunos tenían un aspecto terrible. Podían faltarles un ojo como una mano. Tragué saliva.
-¡Danos el caballo!
Ralph, para mi sorpresa, se rió.
-¿Cómo? Antes os doy a la chica.
Se me cortó la respiración, y le miré con la boca abierta.
Los proscritos se miraron entre ellos perplejos, pero luego sonrieron maliciosamente.
-Muy bien. Danos a la chica.
Ralph me agarró por la cintura. Ay, no. ¡Vale que es un ser despreciable, pero no lo puede ser tanto! ¡¿Acaso valgo menos que un estúpido caballo?!
Aunque al parecer para él sí.
-¡Espera, Ralph, hagamos una cosa! ¡Te juro que me casaré contigo, prometido!
-Demasiado tarde, guapita.
Iba a tirarme del caballo cuando hizo algo inesperado. Aprovechando la distracción de los ladrones pensando que me iba a dejar caer, agarró fuertemente las riendas con una mano y mi cintura con la otra, y el caballo empezó a trotar rápidamente. Yo cerré los ojos, escuchando las exclamaciones de sorpresa de los otros.