-¡Aaaaahh! –gritamos los dos.
Y al final caímos encima de tierra. Pero no habíamos sufrido daños, o por lo menos yo no.
Nos levantamos. Ralph me miró furioso.
-¡La madre que te parió! ¡Nos hemos caído! ¡Al final sí que vas a tener un gran retraso mental! ¡¿Y ahora qué pretendes hacer, eh?!
-¡Mi plan era escaparme yo sola para no casarme contigo! ¡Pero has venido también, así que quiero volver a casa!
-¡Pues ya somos dos!
Suspiró, y cerró los ojos.
-Vamos, Ralph, relájate… Vale –los abrió, y se cruzó de brazos, pensativo-. Está bien. Aquí no podemos quedarnos. Aunque esperáramos toda la noche, no podrían vernos ni oírnos. Y todo por tu culpa.
-¡Deja de repetirme que es mi culpa! ¡Ya lo sé, jolín!
-Bueno. Así que podríamos pasar el bosque, lo que nos llevaría aproximadamente una noche y parte de la mañana, y luego llegaríamos a la ciudad, a lo que podríamos pedir ayuda a alguien. Me conocen, así que nos prestarían un caballo para volver a casa.
-¿Y no podríamos ir andando?
-¿Estás loca? Si con el caballo tardaríamos cuatro horas en ir de la ciudad a tu casa, ¿cuánto crees que tardaríamos andando?
-¿El doble?
-Bueno, al parecer tan estúpida no eres. Los cálculos se te dan bien, ¿no?
Chasqueé la lengua, y empecé a caminar.
-Bueno, pues vamos, ¿no? Si nos quedamos aquí, no avanzaremos nada.
Ralph sonrió y empezamos a caminar.
Como era de noche, apenas se veía nada. Y yo me tropezaba seguido.
Y oía ruidos. Al final, temblorosa, me acerqué a su lado, y él me miró con sorna.
-Ah, ya entiendo. Cuando te apetece, te repugno tanto que ni siquiera puedo tocarte ni un pelo, y cuando te conviene, te acurrucas a mi lado como un gato. Increíble. Debe ser parte de tu encanto –dijo sarcástico.
Puse los ojos en blanco, pero seguí pegada a él. Tenía un miedo horrible.
-¿Crees que por aquí habrá… ladrones?
Ralph bufó, y sonrió con maldad.
-Es obvio que aquí hay proscritos de todas las clases, y no sólo eso, sino que te pueden robar, matar, o incluso violar. A mí no sé qué me harían, pero a ti sin duda…
Me dio unos toquecitos en la cabeza, y me apartó de él.
Yo empecé a temblar del miedo, y me paré en medio del camino. Después de unos cuantos pasos adelantados, Ralph se volvió hacia mí con los brazos cruzados.
-¡Eh! ¿Qué pretendes? ¿Quieres que lleguemos en pocos días o en un mes? Y eso si llegamos…
Llorando, corrí hacia él y me coloqué otra vez a su lado.
-Venga ya. ¿Estás llorando? –Lanza un suspiro hastiado-. Quién me mandaría a mí…
-¡Pues no hubieras venido a tocar las narices!
-Sí, eso es exactamente lo que hubiera tenido que hacer.
De repente escuchamos ruidos detrás nuestra. Se me erizó el vello de la nuca. Ambos nos volvimos despacio, y una cosa enorme venía corriendo hacia nosotros en la oscuridad.