¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

viernes, 30 de julio de 2010

Capítulo 16

Me había quedado petrificada. Si este libro era suyo, eso quería decir…
No, no podía ser. Quizá aquel niño fuera un amigo al que le diera el libro, y luego me lo diera a mí o…
O quizá sí era él.
-Tú… tú eres…
Él también me miraba de hito en hito, petrificado. Nunca lo había visto tan vulnerable como parecía ahora. Es más, creí que era imposible verlo así.
-Por supuesto –dijo-. Tienes un año menos que yo, vives en el mismo lugar desde que me separé de ti, y lo más importante, te llamas Raquel. Era obvio. Qué estúpido he sido.
-¿Todavía te acordabas de mi nombre?
-Nunca me olvidé de él.
-¿Y no pensaste que podría ser yo…?
Negó con la cabeza.
-No. No te recordaba físicamente. Y no iba a parecer un idiota preguntándote si eras la niña que jugaba conmigo de pequeños a construir castillos de barro. No seas ridícula, Raquel. No es propio de mí causar esa mala impresión. Antes de nada, me gusta estudiar a la gente.
Sin saber el por qué, el corazón me latió desbocado.
¿Es posible enamorarse de dos personas diferentes el mismo día?
Antes creía que era una estupidez, y sobre todo, imposible. Ahora ya no lo creo. Porque era lo que me estaba pasando.
-Nuestros… nuestros padres lo sabían, por eso me eligieron a mí. Y por eso tenían tantas ganas de que nos conociéramos, y que nos lleváramos bien –dije impresionada-. ¡Incluso mi sirvienta lo sabía! Esto es increíble.
Me crucé de brazos, frunciendo el ceño. Miré hacia Ralph, que sonreía ampliamente mirando el cielo, risueño.
-¿En qué piensas? –pregunté después de un rato.
-En que ahora tengo muchas más ganas de casarme contigo que antes –me miró de una forma que me derritió-. Muchísimas.
Me ruboricé completamente, y bajé la mirada hacia el río. Saqué mis pies de él, los sequé con mi capa y me puse los zapatos. Carraspeé.
-Bueno, sí, quizá…
-Qué pena que ahora te guste ese tal Edward. Aunque aún así estamos obligados.
-Sí… esto…
¡Edward! ¡Ya no me acordaba de él! Pero cómo acordarme cuando los ojos más bonitos del mundo sólo me miraban a mí…
Sacudí la cabeza. Ralph se levantó, estiró los brazos y los colocó detrás de la espalda. Luego se giró hacia mí.
-¿Qué? ¿Vamos? Te recuerdo que seguimos perdidos.
-Oh, eh, sí, claro.
Se rió y se fue hacia el caballo.
Suspiré, aunque no sabía si era un suspiro de alivio… o un suspiro por él. Quizá a medias.
Fui hacia el caballo también.
Ralph me ayudó a subir, y luego se subió, sentado detrás de mí. Cogió las riendas, y yo me vi entre sus brazos. Creí que iba a desmayarme.
Qué raro. Hace sólo un día lo odiaba con toda mi alma, y ahora…
Quizá del amor al odio haya un sólo paso, pero del odio al amor hay un paso todavía más pequeño.