¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

viernes, 30 de julio de 2010

Capítulo 16

Me había quedado petrificada. Si este libro era suyo, eso quería decir…
No, no podía ser. Quizá aquel niño fuera un amigo al que le diera el libro, y luego me lo diera a mí o…
O quizá sí era él.
-Tú… tú eres…
Él también me miraba de hito en hito, petrificado. Nunca lo había visto tan vulnerable como parecía ahora. Es más, creí que era imposible verlo así.
-Por supuesto –dijo-. Tienes un año menos que yo, vives en el mismo lugar desde que me separé de ti, y lo más importante, te llamas Raquel. Era obvio. Qué estúpido he sido.
-¿Todavía te acordabas de mi nombre?
-Nunca me olvidé de él.
-¿Y no pensaste que podría ser yo…?
Negó con la cabeza.
-No. No te recordaba físicamente. Y no iba a parecer un idiota preguntándote si eras la niña que jugaba conmigo de pequeños a construir castillos de barro. No seas ridícula, Raquel. No es propio de mí causar esa mala impresión. Antes de nada, me gusta estudiar a la gente.
Sin saber el por qué, el corazón me latió desbocado.
¿Es posible enamorarse de dos personas diferentes el mismo día?
Antes creía que era una estupidez, y sobre todo, imposible. Ahora ya no lo creo. Porque era lo que me estaba pasando.
-Nuestros… nuestros padres lo sabían, por eso me eligieron a mí. Y por eso tenían tantas ganas de que nos conociéramos, y que nos lleváramos bien –dije impresionada-. ¡Incluso mi sirvienta lo sabía! Esto es increíble.
Me crucé de brazos, frunciendo el ceño. Miré hacia Ralph, que sonreía ampliamente mirando el cielo, risueño.
-¿En qué piensas? –pregunté después de un rato.
-En que ahora tengo muchas más ganas de casarme contigo que antes –me miró de una forma que me derritió-. Muchísimas.
Me ruboricé completamente, y bajé la mirada hacia el río. Saqué mis pies de él, los sequé con mi capa y me puse los zapatos. Carraspeé.
-Bueno, sí, quizá…
-Qué pena que ahora te guste ese tal Edward. Aunque aún así estamos obligados.
-Sí… esto…
¡Edward! ¡Ya no me acordaba de él! Pero cómo acordarme cuando los ojos más bonitos del mundo sólo me miraban a mí…
Sacudí la cabeza. Ralph se levantó, estiró los brazos y los colocó detrás de la espalda. Luego se giró hacia mí.
-¿Qué? ¿Vamos? Te recuerdo que seguimos perdidos.
-Oh, eh, sí, claro.
Se rió y se fue hacia el caballo.
Suspiré, aunque no sabía si era un suspiro de alivio… o un suspiro por él. Quizá a medias.
Fui hacia el caballo también.
Ralph me ayudó a subir, y luego se subió, sentado detrás de mí. Cogió las riendas, y yo me vi entre sus brazos. Creí que iba a desmayarme.
Qué raro. Hace sólo un día lo odiaba con toda mi alma, y ahora…
Quizá del amor al odio haya un sólo paso, pero del odio al amor hay un paso todavía más pequeño.

miércoles, 28 de julio de 2010

Capítulo 15

Al llegar, Ralph ya me esperaba montado en el caballo. Algo apática, me subí detrás de él. Edward vino unos segundos más tarde, colocándose al lado del prior.
Me miraba con ojos llorosos, y yo también a él. Le sonreí por última vez.
-Que tengáis suerte –dijo el prior Tom.
Ralph asintió, cogió las riendas y nos fuimos de allí, dejando el pueblo atrás.
No pude evitar derramar unas lágrimas, que se perdieron en el camino.
-Qué, ¿has disfrutado? –me preguntó Ralph sin mirarme.
-¿Có… cómo?
-Ya me has oído. Te perdono esta vez porque es normal que…
-¿Qué me perdonas? ¿De qué me hablas? Tú no tienes que perdonarme nada. Me he enamorado, sólo es eso.
-Ya lo sé. Se os notaba.
-Entonces… ¿me dejarás quedarme con él?
Sentí como reía.
-Ni de broma. Todavía sigo queriendo ser rey.
Apreté la mandíbula, pero no repliqué. Ya no me quedaban ni fuerzas. Estaba destrozada por dentro.
-Qué raro. ¿No dices nada? Venga, ya que tú me diste la charla al llegar a ese pueblo, ahora me toca a mí. Dime, ¿qué le pasó a tu hermana?
-Pasó la mismísima mala suerte como la que voy a pasar yo.
-Ah, qué bien. Me encanta cuando dices eso.
-¿Por qué?
-Porque, cuando me insultas, sé que, aunque haya sido para sólo un segundo, has pensado en mí.
Me quedé con la boca abierta.
-¿Qué…? –intenté decir-. Lo… ¿lo dices en serio?
Se rió.
-¿Ves cómo eres vulnerable? Con cualquier estupidez bonita, aunque sea mentira, ya te enamoras.
-Ah, ya decía yo que algo tan bonito no era propio de ti.
-¿Verdad?
-Siempre tienes que estropearlo todo.
Eso pareció dolerle. Suspiró, y paró el caballo en un césped.
-Está bien, vamos a hablar, ¿quieres? Baja.
Algo asustada, obedecí. Bajé del caballo, y él hizo lo mismo. Lo dejó pastar, y se sentó en la orilla de un río que había allí. Primero vacilé, pero luego me decidí por sentarme a su lado.
Como no decía nada, miré hacía él. Éste se quedó mirando su propio reflejo, pero en vez de sonreír, estaba entristecido. No había ningún atisbo de humor en su rostro.
Al final, pensé algo. Hacía calor, así que me quité los zapatos y dejé mis pies colgando en el río. Ralph me miró, y sonrió. Volvió a mirarlo.
-No quería decir eso –empecé.
-Sí que querías, pero no te preocupes. Estoy acostumbrado a que la gente me odie. No tengo ese tipo de sentimientos que me hacen amar y ser amado a la vez.
Lo dijo tan convencido, que de verdad me conmovió.
Levantó la cabeza, y miró al cielo mientras hablaba.
-He… cometido atrocidades durante toda mi vida. Y lo que más me duele es que no me arrepiento de ello. Es más, me siento orgulloso.
Hice una mueca, y él lo notó. Sonrió.
-Lo siento. No lo comprenderías.
-¿Con cuántas vidas has acabado? –pregunté con un hilo de voz.
Bajó la vista hacia mí con sus brillantes ojos azules, y yo la aparté intimidada.
-Muchas. Muchísimas –suspiró-. Pero ahora no puedo hacer nada.
Yo no dije nada. Ni falta que hacía. Ahora sabía lo cruel que podía ser Ralph, pero también había descubierto que se daba cuenta de lo que hacía.
Le volví a mirar. Estaba pensativo. Luego miré en mi bolsa, y cogí mi libro. Me lo había regalado aquel niño en el que todavía seguía pensando, de pequeños, y desde entonces no me había separado de él. Suspiré. Quizá nunca le encontraría.
-¿Sabes leer? –le pregunté.
-Sí. Sé leer francés, inglés y latín –respondió sin mirarme.
Me quedé con la boca abierta. La mayoría de las personas no sabían leer, y escribir mucho menos. Quizá sólo los monjes, y lo único que leían eran libros de temas religiosos o, en algún raro caso, sobre las matemáticas y demás. Y nunca creí que a Ralph le interesara la lectura.
-¿Por qué? ¿Acaso no sabes?
-Sí, pero es la primera vez que… que veo… que conozco a alguien tan inteligente que…
Miró el libro decaído, pero al ver la tapa los ojos le brillaron.
-Ese libro… lo conozco.
-¿Ah, sí? –pregunté emocionada-. ¿Y por qué?
Alzó la mirada hacia mí completamente desconcertado, y tardó un poco en responder.
-Porque ese libro era mío.

domingo, 25 de julio de 2010

Capítulo 14

Edward y yo nos sentamos en un banco de piedra al lado de la iglesia, y me contó su historia.
-Verás, no soy de aquí. Nací en Francia. Durante mi niñez estuve viajando de un lugar a otro, pasando por Italia, Alemania, España… Viví en Santiago de Compostela y Toledo durante diez años. Pero cuando cumplí veintidós años quise independizarme, y me vine a Inglaterra. Ya puedes ver que no he sido bien recibido –rió un poco, pero luego sus ojos se entristecieron-. Me acusaron injustamente, estuve prisionero durante unos meses y hoy era la fecha de mi muerte, pero al parecer Dios ha mandado un ángel precioso para protegerme.
Me mordí el labio inferior. El corazón me latía rápidamente. Edward se acercó un poco más a mí, y fue acercando despacio su cara hacia la mía…
Hasta que oímos un molesto carraspeo.
Avergonzados, nos separamos enseguida, y alcé la mirada. Era Ralph.
-Ejem. Siento molestar –dijo irritado-. Pero he encontrado a alguien que quizá pueda ayudarnos.
Un hombre de mediana edad apareció detrás de él.
-Éste es el prior Tom.
Me levanté, y le hice una rápida reverencia.
-Es un placer conocerle, prior.
-Lo mismo digo, muchacha. El príncipe me ha contado vuestra dura situación.
-¿Prí… príncipe? –balbuceó Edward.
Miré hacia él, y le sonreí.
-Sí, es el príncipe Ralph. ¿No te lo habías imaginado ya?
Para la sorpresa de todos, Edward se levantó de un salto y le propinó un puñetazo a Ralph en la mejilla. Éste también se defendió, devolviéndoselo, y ambos cayeron al suelo. Varios guardias les separaron.
-¡¡Tú!! –gritó Edward-. ¡Tú mataste a mi hermano!
-¿Qué yo qué? ¡Ni siquiera…! –Pareció caer en la cuenta-. Ah… sí, sí que lo maté –dijo finalmente orgulloso y sonriente.
Edward forcejeó para volver a pegarle, pero los guardias lo tenían bien amarrado.
-Por eso me sonabas. Pero de todos modos ya está muerto, así que, ¿qué más da?
-¡¡Cómo te atreves a decir eso!! -parecía que iba a echarse a llorar-. ¡¡Eres un ser despreciable!!
-¡Ah, claro! Ahora el malo soy yo. Fue acusado, y yo lo maté porque me lo pidieron, nada más.
-¡¡Maldito hijo de…!!
-Eh, cuidado con lo que dices –los guardias soltaron a Ralph.
Yo sólo estaba paralizada y con la boca abierta.
-Lo llevaremos a prisión.
-¡No! –corrí junto a Ralph-. ¡Haz algo!
-¿Cómo? ¿Aún por encima? Merece pudrirse en ese lugar.
Empecé a llorar. Ralph me miró y puso los ojos en blanco.
-Ay, no. Ni se te ocurra. Para. ¡Para de llorar de una vez! –Yo seguí llorando-. ¡Vale, vale! ¡Eh!
Los guardias se volvieron hacia él.
-Está bien, soltadlo, ¡pero no quiero que se vuelva a acercar a mí!
Los guardias, algo confusos, soltaron a Edward. Éste se frotó la cara en el lugar dónde Ralph le había devuelto el puñetazo.
El prior Tom se acercó.
-Bueno, al parecer esto ha sido un incidente fortuito. Edward, escúchame. Sé que ahora no tienes adónde ir, así que me gustaría mucho que te hicieses monje.
-¡Monje! ¿En serio?
-Completamente. No tendrías ningún problema, te sobraría comida todos los días y tendrás refugio. ¿Te gustaría?
Edward miró hacia mí, y yo asentí. Eso sería lo mejor para él. Volvió a mirar a Tom.
-Está bien. Lo haré.
-Bien. Y vos, príncipe Ralph, podréis ir junto al conde. Sin duda os reconocerá.
-¿Con que el conde vive por aquí? Menuda suerte. Perfecto.
-Sí, si pasáis el bosque hasta el próximo pueblo enseguida llegaréis.
-Bien. Venga, vamos.
Me cogió del brazo, pero yo me solté.
-Déjame por lo menos despedirme de Edward.
Ralph lanzó un suspiro hastiado.
-Vale. Pero que sea rápido.
Edward me cogió de la mano y me llevó al otro lado de la iglesia, dónde no había nadie.
-Raquel, lo siento mucho. Muchísimo. Nunca creí que tú vendrías y… yo…
Me tocó la mejilla con la mano, y yo cerré los ojos.
-Te echaré muchísimo de menos… Apenas acabo de conocerte, pero puedo asegurarte de que… no sé, te amo. Te amo con todo mi corazón. Te amo muchísimo. Supongo que a esto se le llama amor a primera vista.
Entonces se inclinó y rozó brevemente sus labios con los míos. Era un beso cálido.
-Yo también te quiero… -le susurré contra su boca.
Podía sentir su corazón desbocado, al igual que al mío.
-La canción que te canté antes… quiero que la recuerdes para siempre. Es tuya.
Nos dimos un último abrazo, y escuchamos los gritos de Ralph al otro lado de la iglesia.
-¡¡¡¡Raquel, mueve tu maldito culo hasta aquí ahora mismo!!!! ¡¡No pienso esperar ni un minuto más!!
Suspiré fastidiada y miré a los ojos a Edward.
-Te prometo que volveré a por ti.
-Y yo te esperaré.
Le di un último beso y me fui de allí.

*Bien, puede que sea un poco confusa la entrada, pero ya lo entenderéis más adelante. Y quería decir con este mensaje que cuando termine con esta historia, seguiré con la de Night of Angels. Os explicaré todo en otro momento. Gracias ^^

jueves, 22 de julio de 2010

Capítulo 13

Me volví despacio, y todos le miramos con la boca abierta. El hombre tenía los ojos cerrados y cantaba una canción que no había escuchado nunca. Tenía una voz preciosa.

Ella existió, sólo en un sueño
él es un poema que el poeta nunca escribió
y en la eternidad los dos
unieron sus almas
para darle vida
a esta triste canción de amor.
Él es como el mar,
ella es como la luna
y en las noches de luna llena
hacen el amor
y en la eternidad
los dos unieron sus almas
para darle vida
a esta triste canción de amor.


Todavía tenía la boca abierta cuando me di cuenta de algo: no la cantaba porque sí.
Cuando abrió sus ojos, me buscó con la mirada, y me sonrió débilmente. Entonces supe que me la cantaba a mí, y continuó.

Él es como un dios,
ella es como una virgen
y los dioses les enseñaron a pecar
y en la inmensidad
los dos unieron sus almas
para darle vida
a esta triste canción de amor.


Cuando hubo acabado, unas lágrimas aparecieron por mis ojos. Todo el mundo estaba confuso, pero sin duda agradecidos por la dulce música.
El prisionero me volvió a sonreír. Y ahora iban a ahorcarlo. No podía permitirlo.
Me subí a la horca, y me puse a su lado. Primero miré a Ralph, que se había llevado una mano a la frente y negaba con la cabeza, indicándome que volviera a bajar. Miré al sheriff.
-¡Por favor! ¡Es inocente!
-Señorita, ¿sabe que por esto usted puede ser también ahorcada?
-¡No pueden hacer esto! ¿Es que no lo ven? ¡No hizo nada!
Como sabía que me iban a dar largas, fui por otro camino.
-Puedo pagarles.
El sheriff, el sacerdote y el caballero me miraron interesados.
-¿De cuánto estamos hablando, señorita? Veo por su ropa que es usted de un alto linaje –me dijo el caballero.
-Qué les parece diez libras a cada uno.
Se lo pensaron, y después de mucho rato asintieron.
-Está bien.
Cogí la bolsita que llevaba debajo de mi túnica y se los di a cada uno. Era muchísimo dinero, pero estaba segura que la vida de ese hombre valía la pena. El sheriff los contó, asintió y el caballero, con ayuda de dos guardias, le quitaron la soga y las cuerdas.
-Espero que tenga usted razón. No solemos hacer esto ni por asomo, pero parece usted muy convencida.
“Ya, por eso, y por el dinero, maldito bastardo”, pensé.
Bajé de la horca seguida del prisionero guapo y bajo las miradas asombradas de todos los presentes. Sobre todo de la furiosa mirada de Ralph.
Cuando llegué a su lado, éste se encontraba de pie apoyado en el caballo, con los brazos cruzados, y las piernas también cruzadas, por los tobillos. Su boca formaba una fina línea.
Se incorporó.
-Estarás contenta, me has traído a un loro.
-No me parezco a un loro -replicó el chico.
-Claro que sí. Se nota que tienes pluma. ¿Cómo si no cantarías esa estúpida canción? –alzó la mirada hacia el joven-. ¿Tú…? ¿Nos hemos visto antes? Juraría que ya…
Pero el chico le ignoró, se volvió hacia mí y me hizo una leve reverencia mientras me cogía la mano y me besaba el dorso de ésta.
-Muchísimas gracias, bella dama.
-Oh, por favor –farfulló Ralph poniendo los ojos en blanco.
El joven siguió ignorándole.
-Si no fuera por vos, yo…
-¡No, por favor! No te preocupes. Ha sido un placer. Sé que tú no has hecho nada.
-¿Pero cómo es posible que lo sepa? Sin duda goza de una inigualable inteligencia como de belleza.
Me sonrojé, y aparté la mirada avergonzada.
Ralph bufó.
-Oye, que yo te dije lo mismo antes de ayer y me diste una patada.
-Perdona –le miré ceñuda-, pero tú no me cortejaste. Tú sólo me dijiste tus estúpidos pensamientos sin que te los hubiera pedido.
-Es prácticamente lo mismo, querida.
-Ah, ¿pero no sois hermanos? –preguntó el chico.
Ambos pusimos cara de repugnancia.
-¡No! –dijimos al unísono.
-Oh, perdón…
-¡¿Cómo se te ocurre esa estupidez?! ¡¿Eres ciego o qué?! –le soltó Ralph enfadado-. ¡No nos parecemos en nada! Ésta es mi prometida.
-Ésta tiene un nombre, ¿sabías?
Al joven se le hundieron los hombros, y suspiró.
-Oh. Lo siento mucho. Así que estás prometida con él… Realmente no lo parece.
-¡No, pero espera! Si yo le odio. No me gusta. Es malvado, cruel, egoísta, ladino, pendenciero… ¡Es horrible!
-Oye, que sigo aquí… -murmuró Ralph.
-¿Cómo te llamas? –le pregunté sonriendo.
Me perdía en sus preciosos ojos.
-Me llamo Edward. Un placer. ¿Y vos, preciosa dama?
¡Ay! ¡Pero qué amable!
-Soy… soy… soy…
-Se llama Raquel. Eh, idiota, despierta. Yo soy Ralph. ¡Eh!
Me dio un toque en el hombro.
-¡Ay! ¡¿Qué?!
-Que despiertes. Recuerda que con el que te vas a casar es conmigo, no con este.
-Para mi desgracia… -dije en un susurro.
Y para mi sorpresa, también lo había susurrado Edward.
Ralph puso los ojos en blanco y se subió al caballo.
-Venga, vamos, ya que has tirado el dinero en éste, al menos haz algo útil.
Fruncí el ceño.
-Mejor. Tú te quedas aquí, yo iré a buscar a alguien que pueda… Bah, olvídalo. Tú sólo espérame aquí.
Suspiré, y Ralph empezó a avanzar y se fue.

martes, 20 de julio de 2010

Capítulo 12

Después de todo el duro camino sin interrupciones, llegamos a una ciudad que había por allí.
Pero apenas había gente por el pueblo. ¿Dónde estaban todos?
Ralph y yo nos bajamos del caballo. Ralph sujetó las riendas mientras caminábamos, mirando alrededor, igual que yo. Estaba desierto, pero cuando avanzamos un poco más, pudimos oír murmullos.
Fuimos hacia allí. Toda la gente estaba concentrada en un lugar. Y observaban algo. Alcé la mirada, y vi una horca de madera. Por las escaleras subía un hombre de más o menos la misma edad de Ralph seguido de unos hombres.
Iban a ahorcarlo.
Miré asustada a Ralph esperando a que hiciera algo, pero éste tenía los brazos cruzados y una estúpida sonrisa en la cara. Disfrutaba con esto.
-¿Es que no vas a hacer nada? –le reproché.
Me miró sin entender.
-¿Perdona?
-¿Te vas a quedar ahí parado viendo como ahorcan a un hombre inocente?
-Si es tan inocente, ¿por qué iban a querer ahorcarlo?
-¡Es inocente!
-¿Y por qué supones eso?
-¡Sólo tienes que mirarle la cara! ¡Está confuso! Normalmente los proscritos, bandidos o asesinos o cualquier otro, cuando van a la horca, se ve que están o arrepentidos, o avergonzados, u otra cosa. ¡Pero éste no! ¡Diles algo!
-¡Díselo tú!
-Yo soy una mujer. No me harían caso, o simplemente se reirían de mí.
Se me quedó mirando unos instantes, luego alzó la mirada y suspiró.
-Muy bien. A ver qué sacamos de esto. Coge esto –me tendió las riendas del caballo.
Las cogí, y él se fue hacia uno de los hombres, que por los ropajes supuse que sería el sacerdote. Le susurró algo al oído, pero el hombre negó con la cabeza. Se encogió de hombros, y volvió hacia dónde estaba yo.
-Lo intenté.
Apreté los dientes. Dejé las riendas y empecé a caminar.
-¿Qué haces?
-Si tú no vas a hacer nada, lo haré yo.
-Oh, por favor. No seas pesada.
Pero yo ya estaba entre el gran gentío. Me coloqué en la primera fila, dónde los niños miraban al hombre curiosos, otros traviesos y algunos no le hacían caso.
Respiré hondo, y un caballero le colocó la soga al cuello. Apretó el nudo, vigiló si tenía bien sujetas las cuerdas de las muñecas y los tobillos y luego asintió.
-Aho…
-¡Esperad! –interrumpí.
Todos me miraron. Y no eran pocos, por lo que me corté un poco, pero debía salvar la vida del hombre. Éste también me miraba, pero en cambio que los demás, me miraba esperanzado.
-¡No podéis hacer esto! ¡Ese hombre es inocente!
-¿Cómo lo sabes? –preguntó el que suponía que era el sheriff.
-Eh… eh… es… esto… yo…
-¿Lo conoce?
Al parecer la familia del prisionero no estaba. O quizá no tenía. Podía ser cualquier cosa.
Me fijé en él. Era joven. Tenía el pelo rubio y unos ojos verdes sin duda inteligentes. Y bastante guapo. No paraba de mirarme.
-No –susurré con un hilo de voz.
-Entonces…
Miré hacia Ralph, que tenía los brazos cruzados y todavía seguía sonriendo. Me miró, y se encogió de hombros. Iba a irme de allí derrotada cuando algo sorprendente pasó.
El prisionero empezó a cantar.

miércoles, 14 de julio de 2010

Capítulo 11

Durante todo el camino ninguno de los dos dijo nada. Hasta que me volvió a entrar otra vez la curiosidad.
-Oye, Ralph…
-¿Cómo…?
-Perdón. Príncipe Ralph –dije entre dientes.
Le miré, y él sonrió triunfal.
-¿Sí?
-¿Has tenido que matar alguna vez?
-¡Buf! Sí. Muchísimas. ¿Por?
Le miré horrorizada.
-¿A cuántos más o menos?
-¿Te refieres a niños o adultos?
Vale, esto ya era demasiado.
-¡Para!
Frenó el caballo. Intenté como pude bajarme de él. Al final caí sentada. Él me miró con una ceja alzada desde el caballo, interrogante.
Me levanté y me limpié mi túnica.
-¿Qué te pasa ahora?
-¡No puedo ir en caballo con un hombre al que ha asesinado a niños! ¡Y aún por encima que lo disfruta!
-Yo no he dicho que me gustase… Bah, tienes razón. Me satisface mucho. Muchísimo. ¿Pero qué más te da a ti, si total no los conoces?
-¡¿Y eso qué tiene que ver?! –me crucé de brazos.
-Venga… sube al caballo.
-No quiero.
-O lo haces tú o lo hago yo.
Le di la espalda. Sentí cómo se bajaba del caballo, y me cogió por la cintura.
-¡Suéltame!
Forcejeé, pero él tenía fuerza, y me arrastró hasta colocarme otra vez encima del caballo.
Se montó también y lo espoleó. Empezamos a cabalgar.
-Ahora ya sabes.
Le miré.
-Seguro que estás deseando pegarme como a todas las que has…
-Eh, eh, tranquilízate, ¿vale? Estás muy alterada, y eso no es bueno.
-Eres del tipo de hombres que les gusta ver el miedo en los ojos de una mujer inocente. Se te nota.
-Vaya, ¿sí? No sé si tomármelo como un halago o simplemente ignorar tú estúpido comentario que ni siquiera te había pedido que dijeras.
Puse los ojos en blanco. Increíble.

*Siento haber tardado en subir, pero es que no tenía tiempo. Y como mi imaginación es infinita, acabo de crear otro blog. Es este: Storyteller
Si queréis, entrar, si no, pues nada. Gracias.

miércoles, 7 de julio de 2010

Capítulo 10

Cuando estuvimos lo bastante lejos de aquel horrible lugar, me senté bien y me volví un poco hacia él.
-¡¿Pero tú eres imbécil?! ¡¿No podías haberme avisado?!
-Eres una mala actriz. Se hubieran dado cuenta de que no iba a darte.
-Y… ¿y se puede saber… por qué… no… bueno, ya sabes?
-Obvio. Sin esposa no hay trono. Ya te lo dije hace dos horas, cuando estábamos felices y discutiendo encima de la colina.
-Ya sabía yo…
-¿Qué esperabas?
-¿Pero no puedes elegir a otra pretendiente que esté dispuesta a casarse contigo? ¿Por qué yo? ¿Qué tengo yo de bueno que no tengan las demás?
-No lo sé. Creí que me lo dirías tú.
Apreté los labios, me crucé de brazos y fruncí el ceño. Le di la espalda, mirando al frente.
-Eh, venga, no te enfades. No fui yo quién te eligió. Fueron mis padres. Y justo tuvieron que elegir a la más testaruda y a la única mujer que no quiere ni verme en pintura. Con lo bien que salgo siempre… Niña, que sepas que pagarían toda su fortuna todas las mujeres de este lugar sólo para darme un inocente beso.
-Me alegro por ti. Lo único que me faltaba. Querer pagar para subir tu enorme ego. No, gracias.
-No soy un egocéntrico.
-¿Qué no? Mira, si tuvieras un hijo, ¿cómo lo llamarías?
-Bien, exceptuando que me repugnan los niños, Ralph.
-¿Si fuera una niña?
-Ralphina.
-¿De qué color pintarías su habitación?
-Azul, como mis preciosos ojos.
-¿Lo ves? ¡Eres un maldito egocéntrico! Dime algo para que te odie menos. Si te encontraras un gato muy, muy enfermo, pero que fuera un bebé, por la calle, ¿qué harías?
-Está claro. Darle una patada. Esa cosa no se me acercaría ni en broma. ¿Y si me contagia algo malo?
-¿Y un perrito?
-Lo mismo, pero el doble de fuerte. Esos bichos tienen pulgas. Es asqueroso.
Puse los ojos en blanco, y me callé. Ya no me apetecía escuchar más estupideces.

domingo, 4 de julio de 2010

Capítulo 9

El monstruo venía hasta nosotros, hasta que estuvo demasiado cerca como para distinguirlo. Ralph sonrió animadamente.
-¡Ben! Sabía que no serías capaz de quedarte allí arriba. Buen chico.
Era su maldito caballo. Me llevé una mano al pecho y suspiré. Me acerqué a ellos. Ralph acariciaba el hocico de la bestia. Ésta relinchaba suavemente.
-Bien. Entonces podrá llevarnos antes hasta la ciudad, ¿no?
Ralph miró hacia mí, alzando una ceja.
-¿Llevarnos? ¿Quién ha dicho que te vaya a llevar a ti también?
-No serás capaz de dejarme aquí, ¿verdad?
-Sinceramente me lo estoy planteando. Además de que sólo hay un sillín. Mira. Yo me voy con el caballo hasta la ciudad, pido ayuda, y vuelvo a por ti. ¿Te parece?
-¡No!
Comencé a llorar otra vez. Ralph alzó las manos para que parara.
-¡Era broma! Vaya, tú te lo tomas todo en serio, ¿no? Venga, monta de una vez. No quiero perder el tiempo.
Apreté los labios, pero le hice caso. Con su ayuda y el sillín, me subí al caballo, y luego él detrás de mí. Pero yo quería llevar las riendas.
-Oh, no. Ni de broma. No es por mal, Raquel, pero tú no sabes. Además de que nos perderíamos más de lo que estamos. No, gracias.
Y me las arrebató de las manos. Me crucé de brazos. Iba a apoyarme de espaldas por el cansancio cuando me di cuenta de que entonces me apoyaría en su pecho.
-¡Oye! ¿Qué te crees que soy? ¿Un respaldo de una vulgar silla? –Empezamos a avanzar-. Que te quede claro que ninguna mujer ha tenido el gran honor de subirse al caballo del príncipe Ralph, y mucho menos conmigo detrás de ella. Así que…
-Bueno, creo que ya sé por qué.
-¿Qué insinúas?
Volví la cabeza hacia él, y sonreí.
-Nada.
Miré otra vez al frente. Pude sentir cómo sonreía.
Durante el camino, me quedé medio dormida, pero varias personas saltaron de los árboles y nos rodearon. Eran cinco. Algunos tenían un aspecto terrible. Podían faltarles un ojo como una mano. Tragué saliva.
-¡Danos el caballo!
Ralph, para mi sorpresa, se rió.
-¿Cómo? Antes os doy a la chica.
Se me cortó la respiración, y le miré con la boca abierta.
Los proscritos se miraron entre ellos perplejos, pero luego sonrieron maliciosamente.
-Muy bien. Danos a la chica.
Ralph me agarró por la cintura. Ay, no. ¡Vale que es un ser despreciable, pero no lo puede ser tanto! ¡¿Acaso valgo menos que un estúpido caballo?!
Aunque al parecer para él sí.
-¡Espera, Ralph, hagamos una cosa! ¡Te juro que me casaré contigo, prometido!
-Demasiado tarde, guapita.
Iba a tirarme del caballo cuando hizo algo inesperado. Aprovechando la distracción de los ladrones pensando que me iba a dejar caer, agarró fuertemente las riendas con una mano y mi cintura con la otra, y el caballo empezó a trotar rápidamente. Yo cerré los ojos, escuchando las exclamaciones de sorpresa de los otros.

viernes, 2 de julio de 2010

Capítulo 8

-¡Aaaaahh! –gritamos los dos.
Y al final caímos encima de tierra. Pero no habíamos sufrido daños, o por lo menos yo no.
Nos levantamos. Ralph me miró furioso.
-¡La madre que te parió! ¡Nos hemos caído! ¡Al final sí que vas a tener un gran retraso mental! ¡¿Y ahora qué pretendes hacer, eh?!
-¡Mi plan era escaparme yo sola para no casarme contigo! ¡Pero has venido también, así que quiero volver a casa!
-¡Pues ya somos dos!
Suspiró, y cerró los ojos.
-Vamos, Ralph, relájate… Vale –los abrió, y se cruzó de brazos, pensativo-. Está bien. Aquí no podemos quedarnos. Aunque esperáramos toda la noche, no podrían vernos ni oírnos. Y todo por tu culpa.
-¡Deja de repetirme que es mi culpa! ¡Ya lo sé, jolín!
-Bueno. Así que podríamos pasar el bosque, lo que nos llevaría aproximadamente una noche y parte de la mañana, y luego llegaríamos a la ciudad, a lo que podríamos pedir ayuda a alguien. Me conocen, así que nos prestarían un caballo para volver a casa.
-¿Y no podríamos ir andando?
-¿Estás loca? Si con el caballo tardaríamos cuatro horas en ir de la ciudad a tu casa, ¿cuánto crees que tardaríamos andando?
-¿El doble?
-Bueno, al parecer tan estúpida no eres. Los cálculos se te dan bien, ¿no?
Chasqueé la lengua, y empecé a caminar.
-Bueno, pues vamos, ¿no? Si nos quedamos aquí, no avanzaremos nada.
Ralph sonrió y empezamos a caminar.
Como era de noche, apenas se veía nada. Y yo me tropezaba seguido.
Y oía ruidos. Al final, temblorosa, me acerqué a su lado, y él me miró con sorna.
-Ah, ya entiendo. Cuando te apetece, te repugno tanto que ni siquiera puedo tocarte ni un pelo, y cuando te conviene, te acurrucas a mi lado como un gato. Increíble. Debe ser parte de tu encanto –dijo sarcástico.
Puse los ojos en blanco, pero seguí pegada a él. Tenía un miedo horrible.
-¿Crees que por aquí habrá… ladrones?
Ralph bufó, y sonrió con maldad.
-Es obvio que aquí hay proscritos de todas las clases, y no sólo eso, sino que te pueden robar, matar, o incluso violar. A mí no sé qué me harían, pero a ti sin duda…
Me dio unos toquecitos en la cabeza, y me apartó de él.
Yo empecé a temblar del miedo, y me paré en medio del camino. Después de unos cuantos pasos adelantados, Ralph se volvió hacia mí con los brazos cruzados.
-¡Eh! ¿Qué pretendes? ¿Quieres que lleguemos en pocos días o en un mes? Y eso si llegamos…
Llorando, corrí hacia él y me coloqué otra vez a su lado.
-Venga ya. ¿Estás llorando? –Lanza un suspiro hastiado-. Quién me mandaría a mí…
-¡Pues no hubieras venido a tocar las narices!
-Sí, eso es exactamente lo que hubiera tenido que hacer.
De repente escuchamos ruidos detrás nuestra. Se me erizó el vello de la nuca. Ambos nos volvimos despacio, y una cosa enorme venía corriendo hacia nosotros en la oscuridad.