Después de que esos bestias me "curaran", Elisa me obligó reposo, aunque yo me negué, pero aún así me acosté en su cama durante toda la mañana. Era por la tarde y estaba casi dormido cuando oigo -con los ojos cerrados- que entra en la habitación, coge algo, y luego que se pone, si no me equivoco una chaqueta, y cuando alguien se pone una chaqueta es porque, o va a salir, o porque hace frío, y en la casa hay calefacción.
Quiere irse sin mí.
-¿Adónde vas? -le pregunté mientras abría los ojos y la vi, como suponía, con la chaqueta puesta y abriendo la puerta.
Se volvió despacio a mí, sonrió disculpándose y guardó las manos detrás de la espalda mientras se mecía con los talones de los pies.
-Emmmmmmmmmmmmm... ¿qué adónde voy? Bu-bueno... yo...
Me incorporé rápidamente ignorando el dolor y la miré con ojos entrecerrados.
-¿Ibas a salir con tus amigas SIN MÍ?
-Eh...
-¡Sabes que no puedes ir a ninguna parte si no estoy yo contigo! -me levanté, aunque el dolor fue más agudo- ¡Sino soy yo el que me la cargo, así que tú te quedas aquí!
Frunció el ceño y se cruzó de brazos.
-¡De eso nada! Soy libre de hacer lo que quiera, y ahora quiero y tengo que ir con ellas, así que me voy. Y tú te vas a quedar aquí porque estás enfermo y herido. Además, ¿qué me va a pasar? ¡Nada! ¡Así que déjame! -pasó al pasillo, y antes de cerrar la puerta, dijo:- ¡Que descanses bien!
Y cerró de un portazo. Yo me quedé a cuadros. Nadie, y menos una chica, me había hablado así. Si lo hacían, cobraban, pero a ella no puedo hacerle nada... aún así, molesta.
Respiré hondo, y me volví a acostar en su cama, intentando conciliar el sueño. Pero no venía. ¿Y si... esas cosas vuelven a por ella y le hacen daño? ¡Entonces Devon me volverá a echar la bronca! Y no me apetece oír otro sermón de los suyos.
Decidido, me levanté de la cama y fui detrás de ella.
Pero me topé en el pasillo, cómo no, con su adorable y puñetero hermanito.
-Hola... -dije entre dientes.
-No te voy a dejar pasar -dijo con voz severa mientras extendía los brazos-. No vas a llegar hasta Elisa, porque tiene que ir con sus amigas, y tú eres muy malo. Seguro que no...
-Mira, niño estúpido, tengo prisa, y como no me dejes pasar, prohibirme seguir a tu hermana será lo último que hagas, porque te voy a atar, a arrancarte los deditos uno a uno hasta que me pidas clemencia y luego voy a cortarte las piernas y la lengua para que no puedas volver a andar ni hablar. ¿Te ha quedado lo mínimamente claro? -tragó saliva, dejó caer los brazos en los costados y noté como las lágrimas acudían a sus ojos, pero se volvió corriendo a su habitación cuando terminé de hablar.
Sonreí satisfactoriamente. Bajé las escaleras, primero yendo hacia la cocina, y miré el reloj. Mierda, ese idiota me retrasó quince minutos.
Pero yo soy el idiota. ¿Por qué perseguirla corriendo cuándo tengo ese maravilloso portal?
En unos momentos, estaré molestándola como siempre y, aunque parezca contradictorio, eso me hace muy feliz.
¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*
jueves, 28 de enero de 2010
lunes, 25 de enero de 2010
Capítulo 13 (E)
*Siento molestaros, pero primero quería recomendaros dos blogs que me parecen muy buenos:
http://historia-inolvidable.blogspot.com/ Jae es una gran escritora, y me gustaría que más personas la leyesen. Os lo agradecería personalmente, y Jae seguro que también ^^
http://criticarfacil.blogspot.com/ Bueno, yo diría que Andi se plantea los fallos de los famosos... principalmente empezando por los famosos hermanos Jonas Brothers. Espero que las fans no os enfadéis, pero por supuesto criticará a todo el mundo u.u
Eso es todo. Os dejo leyendo:
Me quedé mirándole fijamente.
-Damen, tú... tú eres el... ¿cómo es que estás sangrando...?
-Ya te lo dije. Ayer vi la película de Superman, y quise emularle. Pero no salió como esperaba.
Suspiré con hastío. Él puso los ojos en blanco.
-¿Qué? Sí, vale, el bicho ése era yo. Pero creo que eso ya lo habías deducido, ¿no?
-¿Qué... qué eran esos bichos? -pregunté confusa-. ¿Y por qué te perseguían? ¿Y... por qué te conviertes en un dragón? ¿Y...?
-Oye, oye, las preguntas una por una. -Suspiró con cansancio, y me fijé que tenía sombras bajo los ojos-. Esos bichos eran seres de mi tierra, y principalmente venían a por ti. Pero los intercepté, maté a uno de ellos y luego empezaron a perseguirme mientras sobrevolábamos la ciudad. De todos modos ningún humano puede vernos, así que eso no me preocupaba. Luego los despisté y vine hacia aquí, para asegurarme de que ningún bicho de ésos no te hubiera hecho algo. Pero estaba muy cansado y sangrando, por lo que me puse a descansar en el césped, cuando viniste hacia mí. Después de todo acabé con ellos.
-¿Me... me protegiste?
-Sí, pero no te hagas ilusiones. Sólo te protejo porque estoy obligado a hacerlo. Nada más.
-Tranquilo, no me las hacía.
-Y en cuánto lo de por qué me convierto en un dragón -dijo, ignorando mi frase- ya te lo dije. Es un castigo.
-Oh, es verdad. Emmm... ¿no crees que deberías hacer algo con...? -señalé su brazo.
Se encogió de hombros.
-Puede.
-¡¿Puede?! ¡¿Es lo único que se te ocurre?!
-¿Qué más da? Aquí no puedo hacer nada, y si vuelvo a mi ciudad, Jenny, Andrew y Jack me cortarán la cabeza. Así que...
-Así que nada. Si quieres...
Pero fui interrumpida por unos suaves golpes en la puerta. Mis padres aparecieron por ella, estando detrás de Damen. Él se volvió hacia ellos, pero no se dieron cuenta de su presencia.
-Oh, vaya, Elisa, -dijo mi madre- no sabíamos que estabas despierta. Mira... te levantamos el castigo, pero porque sabemos que tienes pánico a las agujas. Incluso... tus amigas han llamado. Quieren que os encontréis esta tarde en la fuente de la plaza. Recuerdas, ¿no? -asentí-. Bien, quieren ayudarte a recordar, cariño. -Vaciló-. Bueno, hasta luego.
Era increíble que no se diera cuenta de que mi habitación estaba recubierta de sangre y que tenía delante de sus narices a un ángel que se convertía en un dragón las noches de luna y desangrándose.
-Vale, gracias -dije.
Me sonrieron y cerró la puerta. Pero Tommy volvió a abrirla despacio, la cerró y luego se volvió hacia Damen con expresión horrorizada.
-¡¡¡Aaaaahhhhhh!!! -gritó.
Mamá apareció corriendo por la puerta.
-¡¡¿¿Qué pasa??!! ¡¡¿¿Ocurre algo malo??!! -preguntó asustada.
-N... no, no -susurró Tommy-. Emmm... es que... me... me di un golpe en la mano contra la mesita de noche al pasar. Perdona.
Menuda rapidez mental.
-Oh, bueno, no me asustéis así, ¿vale?
Y se fue, cerrando la puerta. Tommy se volvió lentamente hacia Damen, que se había sentado en la cama y sonreía.
-¿Qué? ¿Eres débil o no eres débil? -dijo, como siempre, burlón, aún a pesar de que estaba herido.
Pero la sonrisa se le borró del rostro al momento, sustituyéndolo con una mueca de dolor.
-¡Damen! -exclamé, sentándome a su lado y sosteniéndole el brazo-. Vale, se acabó. Tommy, tráeme un botiquín de primeros auxilios o algo parecido. Es importante.
Tommy asintió con energía y se fue hacia el baño. Desde que me había despertado, había intuido que los niños, cuando se les da una "misión" importante, se emocionan. Me di cuenta de que Damen me miraba fijamente.
-¿Qué? -le pregunté, sin poder evitarlo, sonrojada por su atención.
-No, nada. Me preguntaba... si te trato tan mal, ¿por qué me ayudas?
-Bueno, tú me ayudaste a mí cuando ni siquiera sabía que estaba en peligro, así que... Ah, es verdad. ¿Por qué esos bichos venían hacia mí?
-Si te digo la verdad, no lo sé. De todos modos, no sería muy importante. Sólo eres una simple humana.
-Vaya, gracias hombre.
Tommy apareció con ese botiquín, y ambos empezamos a jugar a los médicos.
http://historia-inolvidable.blogspot.com/ Jae es una gran escritora, y me gustaría que más personas la leyesen. Os lo agradecería personalmente, y Jae seguro que también ^^
http://criticarfacil.blogspot.com/ Bueno, yo diría que Andi se plantea los fallos de los famosos... principalmente empezando por los famosos hermanos Jonas Brothers. Espero que las fans no os enfadéis, pero por supuesto criticará a todo el mundo u.u
Eso es todo. Os dejo leyendo:
Me quedé mirándole fijamente.
-Damen, tú... tú eres el... ¿cómo es que estás sangrando...?
-Ya te lo dije. Ayer vi la película de Superman, y quise emularle. Pero no salió como esperaba.
Suspiré con hastío. Él puso los ojos en blanco.
-¿Qué? Sí, vale, el bicho ése era yo. Pero creo que eso ya lo habías deducido, ¿no?
-¿Qué... qué eran esos bichos? -pregunté confusa-. ¿Y por qué te perseguían? ¿Y... por qué te conviertes en un dragón? ¿Y...?
-Oye, oye, las preguntas una por una. -Suspiró con cansancio, y me fijé que tenía sombras bajo los ojos-. Esos bichos eran seres de mi tierra, y principalmente venían a por ti. Pero los intercepté, maté a uno de ellos y luego empezaron a perseguirme mientras sobrevolábamos la ciudad. De todos modos ningún humano puede vernos, así que eso no me preocupaba. Luego los despisté y vine hacia aquí, para asegurarme de que ningún bicho de ésos no te hubiera hecho algo. Pero estaba muy cansado y sangrando, por lo que me puse a descansar en el césped, cuando viniste hacia mí. Después de todo acabé con ellos.
-¿Me... me protegiste?
-Sí, pero no te hagas ilusiones. Sólo te protejo porque estoy obligado a hacerlo. Nada más.
-Tranquilo, no me las hacía.
-Y en cuánto lo de por qué me convierto en un dragón -dijo, ignorando mi frase- ya te lo dije. Es un castigo.
-Oh, es verdad. Emmm... ¿no crees que deberías hacer algo con...? -señalé su brazo.
Se encogió de hombros.
-Puede.
-¡¿Puede?! ¡¿Es lo único que se te ocurre?!
-¿Qué más da? Aquí no puedo hacer nada, y si vuelvo a mi ciudad, Jenny, Andrew y Jack me cortarán la cabeza. Así que...
-Así que nada. Si quieres...
Pero fui interrumpida por unos suaves golpes en la puerta. Mis padres aparecieron por ella, estando detrás de Damen. Él se volvió hacia ellos, pero no se dieron cuenta de su presencia.
-Oh, vaya, Elisa, -dijo mi madre- no sabíamos que estabas despierta. Mira... te levantamos el castigo, pero porque sabemos que tienes pánico a las agujas. Incluso... tus amigas han llamado. Quieren que os encontréis esta tarde en la fuente de la plaza. Recuerdas, ¿no? -asentí-. Bien, quieren ayudarte a recordar, cariño. -Vaciló-. Bueno, hasta luego.
Era increíble que no se diera cuenta de que mi habitación estaba recubierta de sangre y que tenía delante de sus narices a un ángel que se convertía en un dragón las noches de luna y desangrándose.
-Vale, gracias -dije.
Me sonrieron y cerró la puerta. Pero Tommy volvió a abrirla despacio, la cerró y luego se volvió hacia Damen con expresión horrorizada.
-¡¡¡Aaaaahhhhhh!!! -gritó.
Mamá apareció corriendo por la puerta.
-¡¡¿¿Qué pasa??!! ¡¡¿¿Ocurre algo malo??!! -preguntó asustada.
-N... no, no -susurró Tommy-. Emmm... es que... me... me di un golpe en la mano contra la mesita de noche al pasar. Perdona.
Menuda rapidez mental.
-Oh, bueno, no me asustéis así, ¿vale?
Y se fue, cerrando la puerta. Tommy se volvió lentamente hacia Damen, que se había sentado en la cama y sonreía.
-¿Qué? ¿Eres débil o no eres débil? -dijo, como siempre, burlón, aún a pesar de que estaba herido.
Pero la sonrisa se le borró del rostro al momento, sustituyéndolo con una mueca de dolor.
-¡Damen! -exclamé, sentándome a su lado y sosteniéndole el brazo-. Vale, se acabó. Tommy, tráeme un botiquín de primeros auxilios o algo parecido. Es importante.
Tommy asintió con energía y se fue hacia el baño. Desde que me había despertado, había intuido que los niños, cuando se les da una "misión" importante, se emocionan. Me di cuenta de que Damen me miraba fijamente.
-¿Qué? -le pregunté, sin poder evitarlo, sonrojada por su atención.
-No, nada. Me preguntaba... si te trato tan mal, ¿por qué me ayudas?
-Bueno, tú me ayudaste a mí cuando ni siquiera sabía que estaba en peligro, así que... Ah, es verdad. ¿Por qué esos bichos venían hacia mí?
-Si te digo la verdad, no lo sé. De todos modos, no sería muy importante. Sólo eres una simple humana.
-Vaya, gracias hombre.
Tommy apareció con ese botiquín, y ambos empezamos a jugar a los médicos.
domingo, 24 de enero de 2010
Capítulo 12 (E)
Lo mato, no lo mato, lo mato... No sé decidirme. Pero por supuesto, yo estaría mejor si le matara. Pero claro, sería asesinato. Bueno, ¿matar a un ángel se considera asesinato?
Damen todavía seguía riéndose. Y yo intentaba no darle una... bueno, intentaba aguantar sus estupideces. Al final pude conciliar el sueño...
Me desperté más o menos a media noche. Encendí la luz, pero no veía a Damen por ninguna parte. Me entró un escalofrío. ¿Dónde estaba? Miré el despertador: la una de la mañana.
Fruncí el ceño. Me levanté de la cama tambaleante. ¿Pero por qué me levantaba?
Vale, sí, lo reconozco, estoy preocupada por Damen. Hala, ya lo he dicho.
Fui hacia la ventana, y aparentemente no vi nada, pero una sombra -sí, una sombra en plena noche- pasó por encima de mí, desapareciendo con la misma velocidad. Con miedo, retrocedí. Pero luego escuché ruidos, si no me equivocaba, en el jardín trasero de la casa. Tragué saliva, pero mi curiosidad era mayor que mi temor, así que me puse una chaqueta y unas zapatillas que encontré por ahí -desconocía si eran mías o no- y salí de mi habitación, dirigiéndome a las escaleras. Las bajé, abrí la puerta trasera de la casa y salí afuera, cerrándola detrás de mí. Con la oscuridad y el frío que hacía no distinguía bien casi nada, pero luego me acostumbré, y me horroricé: un ser enorme estaba tirado en el césped. Me acerqué un poquito más.
Aparentemente era un dragón, pero no de los que tienen todo su cuerpo lleno de escamas, son rojos escarlata y tienen alas de murciélago. No. Éste era diferente. El cuerpo era totalmente blanco, y en vez de escamas, estaba recubierto de fino pelo, como el de un delfín o una foca. Sus alas eran como las de un ángel: enormes y recubiertas de plumas doradas, y tenía unos ojos azules que reflejaban inteligencia, y luego unas garras del mismo color dorado que las alas. Era prácticamente como un cuadro de fantasía, o como un cuento de niños, salvo por una cosa: la espalda del ser y sus alas estaban manchadas de algo rojo... sangre. Estaba recubierto de sangre, que goteaba el suelo, y respiraba entrecortadamente. Por un impulso, me acerqué totalmente a él, y éste volvió su cabeza hacia mí. La verdad esperaba que me gruñese o algo parecido, pero en cambio se recostó en el césped y puso una especie de mueca de dolor. Sufría. Alcé una mano y le toqué el pelaje del cuello, algo que deseaba hacer unos minutos antes. Estaba suave, como el terciopelo. El dragón cerró los ojos, como si disfrutara de mis caricias, pero luego se levantó con violencia, atento, mientras aleteaba las doradas alas. Oí algo. Ambos alzamos la cabeza, y no sé qué eran exactamente, una especie de entre murciélagos y lagartos, se acercaban. Directamente hacia nosotros. Miré hacia el dragón. Había retrocedido unos pasos, aleteando con más fuerza y salpicando con un poco de sangre la terraza, dispuesto a volar. Me aparté de él con el pelo alborotado por el viento que manaba de las alas, y el ser empezó a correr, finalmente alzando el vuelo, creo, en dirección norte, por dónde se veía la luna. Pero los bichos eses le perseguían. Luego, todo se quedó en calma. Negué con la cabeza, y sentí algo líquido en las manos. Las alcé. Estaban manchadas de su sangre... Rápidamente, entré dentro de la casa, subí las escaleras y me fui a la cama, asustada. Me dormí enseguida.
Me volví a despertar por la mañana, conmocionada por lo que creo que fue un sueño, pero sin embargo no por los gritos o los saltitos de Damen. Qué raro. Me incorporé, y un gran alivio me recorrió el cuerpo. Damen estaba allí, sentado con un brazo detrás de la espalda en su -mi- sofá, mirándome sonriendo. Pero me di cuenta de que era una sonrisa forzada. Me levanté de la cama, pero al mirar al suelo, juraría que vi en la moqueta una mancha roja... Me acerqué a él.
-Damen, ¿qué te pasa? -le pregunté con preocupación en la voz.
-Nada, que me pasé toda la noche saltando de la ventana y volviendo a subir por ella. Sólo por diversión. Quería ver si podía volar, pero me parece que no ha habido suerte, y eso que soy un ángel -contestó sarcásticamente.
-Damen, por favor -me acerqué todavía más, a lo que se revolvió en el asiento-. ¿Qué...? ¿Qué escondes ahí? ¿Qué pasa, qué tienes?
-Nada.
-Nada no. Tienes algo. Déjame ver.
-No.
-Damen... -le puse cara de cachorrito, pero parece que con él no funciona.
-No... No me pasa nada, de verdad. Además, ¿por qué te preocupas? ¿No eras tú la que no me quería ver delante?
Respiré hondo... y salté hacia él. Por reflejo, se levantó rápidamente, y al momento estaba al lado de la puerta. Me levanté del sofá, alcé la mirada al respaldo y vi mucha sangre. Me volví hacia él.
Estaba sangrando. Por el brazo que escondía y por la espalda, mientras goteaba el suelo. Damen profirió una palabrota, y me miró despacio.
Me quedé con la boca abierta. Dijo que se convertía en un ser mítico...
Damen todavía seguía riéndose. Y yo intentaba no darle una... bueno, intentaba aguantar sus estupideces. Al final pude conciliar el sueño...
Me desperté más o menos a media noche. Encendí la luz, pero no veía a Damen por ninguna parte. Me entró un escalofrío. ¿Dónde estaba? Miré el despertador: la una de la mañana.
Fruncí el ceño. Me levanté de la cama tambaleante. ¿Pero por qué me levantaba?
Vale, sí, lo reconozco, estoy preocupada por Damen. Hala, ya lo he dicho.
Fui hacia la ventana, y aparentemente no vi nada, pero una sombra -sí, una sombra en plena noche- pasó por encima de mí, desapareciendo con la misma velocidad. Con miedo, retrocedí. Pero luego escuché ruidos, si no me equivocaba, en el jardín trasero de la casa. Tragué saliva, pero mi curiosidad era mayor que mi temor, así que me puse una chaqueta y unas zapatillas que encontré por ahí -desconocía si eran mías o no- y salí de mi habitación, dirigiéndome a las escaleras. Las bajé, abrí la puerta trasera de la casa y salí afuera, cerrándola detrás de mí. Con la oscuridad y el frío que hacía no distinguía bien casi nada, pero luego me acostumbré, y me horroricé: un ser enorme estaba tirado en el césped. Me acerqué un poquito más.
Aparentemente era un dragón, pero no de los que tienen todo su cuerpo lleno de escamas, son rojos escarlata y tienen alas de murciélago. No. Éste era diferente. El cuerpo era totalmente blanco, y en vez de escamas, estaba recubierto de fino pelo, como el de un delfín o una foca. Sus alas eran como las de un ángel: enormes y recubiertas de plumas doradas, y tenía unos ojos azules que reflejaban inteligencia, y luego unas garras del mismo color dorado que las alas. Era prácticamente como un cuadro de fantasía, o como un cuento de niños, salvo por una cosa: la espalda del ser y sus alas estaban manchadas de algo rojo... sangre. Estaba recubierto de sangre, que goteaba el suelo, y respiraba entrecortadamente. Por un impulso, me acerqué totalmente a él, y éste volvió su cabeza hacia mí. La verdad esperaba que me gruñese o algo parecido, pero en cambio se recostó en el césped y puso una especie de mueca de dolor. Sufría. Alcé una mano y le toqué el pelaje del cuello, algo que deseaba hacer unos minutos antes. Estaba suave, como el terciopelo. El dragón cerró los ojos, como si disfrutara de mis caricias, pero luego se levantó con violencia, atento, mientras aleteaba las doradas alas. Oí algo. Ambos alzamos la cabeza, y no sé qué eran exactamente, una especie de entre murciélagos y lagartos, se acercaban. Directamente hacia nosotros. Miré hacia el dragón. Había retrocedido unos pasos, aleteando con más fuerza y salpicando con un poco de sangre la terraza, dispuesto a volar. Me aparté de él con el pelo alborotado por el viento que manaba de las alas, y el ser empezó a correr, finalmente alzando el vuelo, creo, en dirección norte, por dónde se veía la luna. Pero los bichos eses le perseguían. Luego, todo se quedó en calma. Negué con la cabeza, y sentí algo líquido en las manos. Las alcé. Estaban manchadas de su sangre... Rápidamente, entré dentro de la casa, subí las escaleras y me fui a la cama, asustada. Me dormí enseguida.
Me volví a despertar por la mañana, conmocionada por lo que creo que fue un sueño, pero sin embargo no por los gritos o los saltitos de Damen. Qué raro. Me incorporé, y un gran alivio me recorrió el cuerpo. Damen estaba allí, sentado con un brazo detrás de la espalda en su -mi- sofá, mirándome sonriendo. Pero me di cuenta de que era una sonrisa forzada. Me levanté de la cama, pero al mirar al suelo, juraría que vi en la moqueta una mancha roja... Me acerqué a él.
-Damen, ¿qué te pasa? -le pregunté con preocupación en la voz.
-Nada, que me pasé toda la noche saltando de la ventana y volviendo a subir por ella. Sólo por diversión. Quería ver si podía volar, pero me parece que no ha habido suerte, y eso que soy un ángel -contestó sarcásticamente.
-Damen, por favor -me acerqué todavía más, a lo que se revolvió en el asiento-. ¿Qué...? ¿Qué escondes ahí? ¿Qué pasa, qué tienes?
-Nada.
-Nada no. Tienes algo. Déjame ver.
-No.
-Damen... -le puse cara de cachorrito, pero parece que con él no funciona.
-No... No me pasa nada, de verdad. Además, ¿por qué te preocupas? ¿No eras tú la que no me quería ver delante?
Respiré hondo... y salté hacia él. Por reflejo, se levantó rápidamente, y al momento estaba al lado de la puerta. Me levanté del sofá, alcé la mirada al respaldo y vi mucha sangre. Me volví hacia él.
Estaba sangrando. Por el brazo que escondía y por la espalda, mientras goteaba el suelo. Damen profirió una palabrota, y me miró despacio.
Me quedé con la boca abierta. Dijo que se convertía en un ser mítico...
miércoles, 20 de enero de 2010
Capítulo 11 (D)
Al llegar, los ángeles soldados me llevaron hasta la oficina Celeste, dónde Devon, en su despacho, me esperaba detrás de su escritorio con expresión nerviosa.
-¡¡Damen!! -me indicó, con mano temblorosa, que me sentara en la silla, delante suya, y con un gesto de la mano, mandó a los soldados irse, dejándonos solos.
Me recosté en la silla.
-¿Por qué querías verme, Devon? -pregunté.
-Lo sabes perfectamente.
-Bingo -le sonreí burlonamente.
Una gota de sudor le resbaló por la frente, y estaba totalmente rojo. Que yo sepa, no hacía mucho calor aquí.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-¿Que si... que si estoy bien? Que si estoy bien -miró detrás suya, por el gran cristal, mirando toda la ciudad-. ¡¡Claro que no estoy bien, Damen, claro que no!! -se volvió otra vez hacia mí, cogiendo un pañuelo de seda y pasándoselo por la cara- ¡¿Pero tú sabes lo que tuve que hacer e intentar convencer de que no te sometieran a un juicio?! Sabes que lo que hiciste con la chica está prohibido. ¡¡Prohibido!! ¿Sabes lo que eso significa? Pero bueno, qué digo, si a ti te entra todo por un oído y te sale por el otro. ¡¡No vuelvas a...
-... hacer esto!! -repetí con voz burlona- ¡No vuelvas a hacer esto! ¡No toques aquello! ¡No te aproveches de la hija de uno de los miembros de la Inquisición! -volví a mi voz normal- Mira, no me gustan las normas. Además, están para romperlas, ¿no es cierto? Pues eso hago.
-¡Pero es que no puedes! ¿No lo entiendes? ¿Tú que tienes en la cabeza, paja?
-No, tengo un cerebro, y mucho más grande que cualquier miembro de la Inquisición -señalé al cristal-. Así que... que quieres qué te diga.
-Pues que por favor, protejas a Elisa.
Me quedé rígido.
-¿Cómo sabes su nombre? Que yo sepa nunca te lo mencioné...
-Bueno, ¿por qué crees? Aquí llevamos a todos los que protegemos. Es normal que sepa su nombre.
-No, no. Me refería... a ella le gusta que la llamen así, pero su nombre es Elisabeth. ¿Cómo sabías...?
-Ah, bueno, porque me lo imaginé -dijo en tono brusco-. Pero esa no es la cuestión. Trátala bien, ya verás como en un futuro te arrepentirás de haberla tratado tan mal.
-No sé que te diga. Pero vale. Está bien. Seré un niño bueno y obediente. ¿Contento?
-Sí, la verdad es que sí. Puedes irte. Pero hazlo.
Me levanté y me fui a la habitación del portal. Entré.
Al momento, me encontré en la habitación de Elisa, pero... había alguien con ella. Ambos se giraron, y pude verle.
Oh, no.
-Oh, dios mío, no. Tú no -exclamé.
Jack se levantó fingiendo dolor.
-Gracias hombre. ¿Así es como saludas a tus amigos?
-Sí, es mi mejor método. ¿Qué haces aquí?
Elisa también se levantó.
-Pues Jack vino para hablar contigo, pero al no estar tú aquí esperó conmigo. Que sepas que tienes una joya de amigo.
Jack se sonrojó y la miró tímidamente.
-No, mujer, si es sólo...
-Oh, sí, claro, una joya. Qué pena que en vez de estar pulido, esté tuneado -exclamé.
Ambos pusieron los ojos en blanco. Jack se acercó a mí con los brazos cruzados.
-¿Tú sabes cómo se han puesto Jenny y Andrew cuando les dije que Devon te había llamado para echarte la bronca? -negó con la cabeza-. Eres...
-Guapo, lo sé, no hace falta que me lo repitas.
-No iba a decir eso...
-Mira, ahora mismo ellos dos me dan igual. Y...
-¿Quién es Devon? ¿Y por qué te ha echado una bronca? -preguntó la impertinente Elisa.
-Es nuestro jefecillo, que se pasa la vida...
-Damen, por favor, no seas maleducado delante de una señorita -murmuró Jack.
Alcé una ceja.
-¿Ves? Por eso nunca ligas.
Frunció el ceño, negó con la cabeza y se volvió hacia Elisa.
-Emmm... perdónale, Elisa, es que...
-¿Es que qué? Perdona, pero el que de pequeño lamió la cuna recién pintada fuiste tú... -dije sonriendo.
-¡Damen! ¡No seas así!
Le puso una mano en el hombro a Jack, consolándolo. Aparté la mirada.
Una especie de descarga me recorrió la espalda y el estómago. ¿Qué...? ¿Ce... celos? No, imposible.
Con furia, me acerqué a Jack:
-¡Venga, largo! ¿Era eso lo que tenías que decirme? ¡Pues venga!
-En realidad... te iban a someter a juicio... -balbuceó.
Abrí un portal, le cogí del brazo y le tiré por él. Se cerró.
-¿Juicio? ¿Por qué te iban a juzgar?
Me volví hacia ella, ahora aliviado de que Jack no estuviese aquí.
-Nada. Absolutamente nada.
De repente, alguien petó a la puerta y un niño de unos siete años apareció por ella, observándome. El tal Tommy. Pero...
-¿Niño? ¿Qué miras? No me digas que ésta te ha dicho...
-Perdona, -dijo indignada- pero ésta tiene un nombre.
-¿Tú... eres el ángel del que me habló Elisa? -preguntó todavía en la puerta, con miedo.
-Sí, niño soy yo. Como sé que sabes, sí, fui yo quién te puso la zancadilla en el pasillo. Me divierte ver niños mimados llorando. Sobre todo los débiles.
-¡Yo no soy un niño mimado ni débil! ¡Soy muuuy fuerte!
-Oh, claro niño. Mira -fui hacia la ventana de encima del sillón y la abrí-. Si te tiras por aquí y sobrevives, entonces eres muuuy fuerte. ¿Qué apuestas? -negó con la cabeza, asustado-. Buah, lo sabía. Niño débil. ¿Qué me esperaba?
Le sonreí con burla, y Tommy, con ojos entrecerrados se fue hacia la ventana, dispuesto -para mi asombro- a saltar.
Pero Elisa siempre tiene que fastidiar las fiestas. Fue hacia él y le arrastró a dentro.
-¡No! ¡Tommy, ve a tu habitación, por favor! ¡Y no hagas ninguna estupidez!
Tommy, resignado, giró sobre sus talones y se fue. Elisa se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada. Pero yo sólo sonreía.
-¡¡Damen!! -me indicó, con mano temblorosa, que me sentara en la silla, delante suya, y con un gesto de la mano, mandó a los soldados irse, dejándonos solos.
Me recosté en la silla.
-¿Por qué querías verme, Devon? -pregunté.
-Lo sabes perfectamente.
-Bingo -le sonreí burlonamente.
Una gota de sudor le resbaló por la frente, y estaba totalmente rojo. Que yo sepa, no hacía mucho calor aquí.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-¿Que si... que si estoy bien? Que si estoy bien -miró detrás suya, por el gran cristal, mirando toda la ciudad-. ¡¡Claro que no estoy bien, Damen, claro que no!! -se volvió otra vez hacia mí, cogiendo un pañuelo de seda y pasándoselo por la cara- ¡¿Pero tú sabes lo que tuve que hacer e intentar convencer de que no te sometieran a un juicio?! Sabes que lo que hiciste con la chica está prohibido. ¡¡Prohibido!! ¿Sabes lo que eso significa? Pero bueno, qué digo, si a ti te entra todo por un oído y te sale por el otro. ¡¡No vuelvas a...
-... hacer esto!! -repetí con voz burlona- ¡No vuelvas a hacer esto! ¡No toques aquello! ¡No te aproveches de la hija de uno de los miembros de la Inquisición! -volví a mi voz normal- Mira, no me gustan las normas. Además, están para romperlas, ¿no es cierto? Pues eso hago.
-¡Pero es que no puedes! ¿No lo entiendes? ¿Tú que tienes en la cabeza, paja?
-No, tengo un cerebro, y mucho más grande que cualquier miembro de la Inquisición -señalé al cristal-. Así que... que quieres qué te diga.
-Pues que por favor, protejas a Elisa.
Me quedé rígido.
-¿Cómo sabes su nombre? Que yo sepa nunca te lo mencioné...
-Bueno, ¿por qué crees? Aquí llevamos a todos los que protegemos. Es normal que sepa su nombre.
-No, no. Me refería... a ella le gusta que la llamen así, pero su nombre es Elisabeth. ¿Cómo sabías...?
-Ah, bueno, porque me lo imaginé -dijo en tono brusco-. Pero esa no es la cuestión. Trátala bien, ya verás como en un futuro te arrepentirás de haberla tratado tan mal.
-No sé que te diga. Pero vale. Está bien. Seré un niño bueno y obediente. ¿Contento?
-Sí, la verdad es que sí. Puedes irte. Pero hazlo.
Me levanté y me fui a la habitación del portal. Entré.
Al momento, me encontré en la habitación de Elisa, pero... había alguien con ella. Ambos se giraron, y pude verle.
Oh, no.
-Oh, dios mío, no. Tú no -exclamé.
Jack se levantó fingiendo dolor.
-Gracias hombre. ¿Así es como saludas a tus amigos?
-Sí, es mi mejor método. ¿Qué haces aquí?
Elisa también se levantó.
-Pues Jack vino para hablar contigo, pero al no estar tú aquí esperó conmigo. Que sepas que tienes una joya de amigo.
Jack se sonrojó y la miró tímidamente.
-No, mujer, si es sólo...
-Oh, sí, claro, una joya. Qué pena que en vez de estar pulido, esté tuneado -exclamé.
Ambos pusieron los ojos en blanco. Jack se acercó a mí con los brazos cruzados.
-¿Tú sabes cómo se han puesto Jenny y Andrew cuando les dije que Devon te había llamado para echarte la bronca? -negó con la cabeza-. Eres...
-Guapo, lo sé, no hace falta que me lo repitas.
-No iba a decir eso...
-Mira, ahora mismo ellos dos me dan igual. Y...
-¿Quién es Devon? ¿Y por qué te ha echado una bronca? -preguntó la impertinente Elisa.
-Es nuestro jefecillo, que se pasa la vida...
-Damen, por favor, no seas maleducado delante de una señorita -murmuró Jack.
Alcé una ceja.
-¿Ves? Por eso nunca ligas.
Frunció el ceño, negó con la cabeza y se volvió hacia Elisa.
-Emmm... perdónale, Elisa, es que...
-¿Es que qué? Perdona, pero el que de pequeño lamió la cuna recién pintada fuiste tú... -dije sonriendo.
-¡Damen! ¡No seas así!
Le puso una mano en el hombro a Jack, consolándolo. Aparté la mirada.
Una especie de descarga me recorrió la espalda y el estómago. ¿Qué...? ¿Ce... celos? No, imposible.
Con furia, me acerqué a Jack:
-¡Venga, largo! ¿Era eso lo que tenías que decirme? ¡Pues venga!
-En realidad... te iban a someter a juicio... -balbuceó.
Abrí un portal, le cogí del brazo y le tiré por él. Se cerró.
-¿Juicio? ¿Por qué te iban a juzgar?
Me volví hacia ella, ahora aliviado de que Jack no estuviese aquí.
-Nada. Absolutamente nada.
De repente, alguien petó a la puerta y un niño de unos siete años apareció por ella, observándome. El tal Tommy. Pero...
-¿Niño? ¿Qué miras? No me digas que ésta te ha dicho...
-Perdona, -dijo indignada- pero ésta tiene un nombre.
-¿Tú... eres el ángel del que me habló Elisa? -preguntó todavía en la puerta, con miedo.
-Sí, niño soy yo. Como sé que sabes, sí, fui yo quién te puso la zancadilla en el pasillo. Me divierte ver niños mimados llorando. Sobre todo los débiles.
-¡Yo no soy un niño mimado ni débil! ¡Soy muuuy fuerte!
-Oh, claro niño. Mira -fui hacia la ventana de encima del sillón y la abrí-. Si te tiras por aquí y sobrevives, entonces eres muuuy fuerte. ¿Qué apuestas? -negó con la cabeza, asustado-. Buah, lo sabía. Niño débil. ¿Qué me esperaba?
Le sonreí con burla, y Tommy, con ojos entrecerrados se fue hacia la ventana, dispuesto -para mi asombro- a saltar.
Pero Elisa siempre tiene que fastidiar las fiestas. Fue hacia él y le arrastró a dentro.
-¡No! ¡Tommy, ve a tu habitación, por favor! ¡Y no hagas ninguna estupidez!
Tommy, resignado, giró sobre sus talones y se fue. Elisa se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada. Pero yo sólo sonreía.
lunes, 18 de enero de 2010
Capítulo 10 (E)
Después de la enorme bronca que recibí, nos volvimos a casa. Al llegar, me fui rápidamente a mi habitación, con Damen -cómo no- siguiéndome. Al cerrar la puerta detrás mía, me volví hacia él con los ojos entrecerrados.
-¡Tú! -exclamé.
Haciéndose el graciosillo, miró a su alrededor, buscando a alguien más.
-Eso parece -y sonrió.
-¡No te hagas el gracioso conmigo! ¿Tú te consideras un maldito ángel de la guarda? ¡¿Desde cuándo?! ¡¡Porque en el hospital me parecía que no!!
-Sssshhh... -puso un dedo en sus labios- Que te van a...
-¡¡¡No me va a oír nadie!!! ¡¡Estoy harta de ti!! ¡Sólo porque no recuerde nada de mi vida no quiere decir que no recuerde como era yo! ¡Y tenía muy mala leche!
-Vaaale...
-¡¿Vale?! ¡¿Es todo lo que se te ocurre?! ¡¿Pero no ves que casi me da algo en aquella sala?! ¡¡Estaba...!! -Damen miraba al techo- ¡¡¡¡¿¿¿PERO ME ESTÁS ESCUCHANDO, PEDAZO DE IMBÉCIL???!!!!
Bajó la mirada hacia mí, confuso.
-¿Eh?
Apreté muchísimo los dientes, tanto que hasta me dolieron.
-¡Ya está! ¡¡Quiero que te vayas!!
-¿Que me vaya?
-¡¡¡¡¡¡¡Que te vayas de una vez!!!!!!!
-Oh, muy bien, vale. Me iré. De todos modos esta mañana recibí un mensaje de que tenía que volver a Saints.
-¿Eh?
-Mi ciudad. Bueno, pues me largo. Que tengas suerte.
De repente apareció una especie de portal amarillo y verde y desapareció por allí. ¿Estaba... estaba sola? ¿Totalmente sola? No me lo podía creer. Pero estaba castigada sin salir de mi cuarto, así que... ¿qué hago ahora?
Fui hacia la cama y me tendí en ella de espaldas, mientras miraba el techo. Vaya... estoy pensando... ¿lo... lo echo de menos? Sólo han pasado cinco minutos... ¿y ya le echo de menos? No, no, no. Ni de broma.
De repente, alguien petó en la puerta. Sin levantarme, le dije que entrara. Era Tommy. Me incorporé, y él me sonrió, cerró la puerta y se sentó a mi lado.
-Perdona si te molesto, pero es que... antes oí gritos, y pensé... que quizá...
-No, no... ya... no... es que...
-Eli, dime la verdad. No me creo que hables sola todo el tiempo. Por favor...
Le miré de hito en hito. Pero... era mi hermano pequeño, y por lo visto nos llevábamos muy bien...
-Emmm... ¿creerás que estoy loca?
-No.
-Vale... Verás, cuando... vine a casa por prim... bueno, después del hospital por primera vez, tenía un ángel esperándome en mi cuarto, y el problema es que sólo yo lo veo, y los niños muy pequeños, y siempre me está fastidiando. Y le acabo de decir que se largara, y...
Me miraba con la boca abierta, y revisé mis palabras. Hasta a mi me parecía increíble. Miré al suelo.
-No me crees -susurré-. Bueno, tranquilo, es normal, parece que estás hablando con una lunática y...
-No. Te creo.
Alcé rápidamente la mirada.
-¿Me... me crees?
-Sí, te creo -dijo... no como un niño, sino como un adulto-. Lo del hospital, el niño pequeño... y cuando me caí en el pasillo sin que hubiera nada para caerme. Y bueno, tus gritos. Puede que mamá y papá no te crean, pero yo sí.
Me entraron unas ganas locas de llorar, pero me aguanté. Me acerqué a Tommy y le abracé muy fuerte, a lo que de repente apareció otra especie de portal como cuando Damen se fue a los pies de la cama. Y por ella, un chico de unos diecisiete o dieciocho años, vestido prácticamente como éste último, con la blusa blanca y los pantalones negros. También se le marcaba el tatuaje en el brazo por debajo de la blusa. Era moreno, con el pelo castaño, y los ojos verdes, bastante atractivo. Tommy y yo nos levantamos de la cama y nos quedamos mirándolo. El chico cerró el portal y miró a su alrededor.
-Oh, eh... ¿no está Damen? -preguntó con voz dulce y tímida.
-No... se fue hace unas dos horas y media. ¿Quién...?
-Soy Jack, su amigo. Parece que llego tarde... -nos miró con una sonrisa-. Ya me habló de ti. Puedes vernos, ¿no? Y por lo visto, tu hermanito también.
Miré hacia él. ¡Es verdad! Pero Damen había dicho...
-Oh, ya, es que... bueno...
-Ya, ahora conoce la verdad de lo que ve.
Se inclinó hacia Tommy y le sonrió todavía más. Éste se había quedado inmóvil, pero estaba emocionado. Al ver que no respondía, se volvió hacia mí.
-Bueno, pues me quedaré hasta que vuelva.
-¿Cuando hablasteis? -pregunté confundida.
-Ayer por la noche. Por el móvil. Pero bueno, eso no es la cuestión. La verdad, tenía muchas ganas de conocerte -me tendió la mano-. ¿Eras...?
-Elisabeth, pero llámame Elisa. Encantada, Jack.
-Lo que no me había dicho es que tu nombre es tan bonito como tu cara -y me besó los nudillos; luego me la soltó.
Me sonrojé. Jo, ojalá me hubiera tocado éste...
-Bueno, yo... yo me voy ya. Elisa, luego me tienes que presentar a ese ángel tuyo, ¿vale? -me dijo Tommy, que había recuperado la razón.
Asentí todavía conmocionada. Se acercó a la puerta y se fue. Volví a mirar a Jack, que me sonreía.
-Bien, pues eso, te cuidaré yo hasta que Damen vuelva. Al pobre le van a echar una bronca...
-¿Una bronca? ¿Por qué?
-Por no protegerte como es debido. Por lo que veo, no os lleváis muy bien...
-No, me parece un chico horrible, arrogante, malo, de mente retorcida, malvado, maleducado... ¿Quieres que siga?
-Vaya, no. Pues tranquila, que yo no soy como él.
Se sentó encima de la cama, y me indicó con la cabeza que me sentara a su lado. Me encanta este chico.
-¡Tú! -exclamé.
Haciéndose el graciosillo, miró a su alrededor, buscando a alguien más.
-Eso parece -y sonrió.
-¡No te hagas el gracioso conmigo! ¿Tú te consideras un maldito ángel de la guarda? ¡¿Desde cuándo?! ¡¡Porque en el hospital me parecía que no!!
-Sssshhh... -puso un dedo en sus labios- Que te van a...
-¡¡¡No me va a oír nadie!!! ¡¡Estoy harta de ti!! ¡Sólo porque no recuerde nada de mi vida no quiere decir que no recuerde como era yo! ¡Y tenía muy mala leche!
-Vaaale...
-¡¿Vale?! ¡¿Es todo lo que se te ocurre?! ¡¿Pero no ves que casi me da algo en aquella sala?! ¡¡Estaba...!! -Damen miraba al techo- ¡¡¡¡¿¿¿PERO ME ESTÁS ESCUCHANDO, PEDAZO DE IMBÉCIL???!!!!
Bajó la mirada hacia mí, confuso.
-¿Eh?
Apreté muchísimo los dientes, tanto que hasta me dolieron.
-¡Ya está! ¡¡Quiero que te vayas!!
-¿Que me vaya?
-¡¡¡¡¡¡¡Que te vayas de una vez!!!!!!!
-Oh, muy bien, vale. Me iré. De todos modos esta mañana recibí un mensaje de que tenía que volver a Saints.
-¿Eh?
-Mi ciudad. Bueno, pues me largo. Que tengas suerte.
De repente apareció una especie de portal amarillo y verde y desapareció por allí. ¿Estaba... estaba sola? ¿Totalmente sola? No me lo podía creer. Pero estaba castigada sin salir de mi cuarto, así que... ¿qué hago ahora?
Fui hacia la cama y me tendí en ella de espaldas, mientras miraba el techo. Vaya... estoy pensando... ¿lo... lo echo de menos? Sólo han pasado cinco minutos... ¿y ya le echo de menos? No, no, no. Ni de broma.
De repente, alguien petó en la puerta. Sin levantarme, le dije que entrara. Era Tommy. Me incorporé, y él me sonrió, cerró la puerta y se sentó a mi lado.
-Perdona si te molesto, pero es que... antes oí gritos, y pensé... que quizá...
-No, no... ya... no... es que...
-Eli, dime la verdad. No me creo que hables sola todo el tiempo. Por favor...
Le miré de hito en hito. Pero... era mi hermano pequeño, y por lo visto nos llevábamos muy bien...
-Emmm... ¿creerás que estoy loca?
-No.
-Vale... Verás, cuando... vine a casa por prim... bueno, después del hospital por primera vez, tenía un ángel esperándome en mi cuarto, y el problema es que sólo yo lo veo, y los niños muy pequeños, y siempre me está fastidiando. Y le acabo de decir que se largara, y...
Me miraba con la boca abierta, y revisé mis palabras. Hasta a mi me parecía increíble. Miré al suelo.
-No me crees -susurré-. Bueno, tranquilo, es normal, parece que estás hablando con una lunática y...
-No. Te creo.
Alcé rápidamente la mirada.
-¿Me... me crees?
-Sí, te creo -dijo... no como un niño, sino como un adulto-. Lo del hospital, el niño pequeño... y cuando me caí en el pasillo sin que hubiera nada para caerme. Y bueno, tus gritos. Puede que mamá y papá no te crean, pero yo sí.
Me entraron unas ganas locas de llorar, pero me aguanté. Me acerqué a Tommy y le abracé muy fuerte, a lo que de repente apareció otra especie de portal como cuando Damen se fue a los pies de la cama. Y por ella, un chico de unos diecisiete o dieciocho años, vestido prácticamente como éste último, con la blusa blanca y los pantalones negros. También se le marcaba el tatuaje en el brazo por debajo de la blusa. Era moreno, con el pelo castaño, y los ojos verdes, bastante atractivo. Tommy y yo nos levantamos de la cama y nos quedamos mirándolo. El chico cerró el portal y miró a su alrededor.
-Oh, eh... ¿no está Damen? -preguntó con voz dulce y tímida.
-No... se fue hace unas dos horas y media. ¿Quién...?
-Soy Jack, su amigo. Parece que llego tarde... -nos miró con una sonrisa-. Ya me habló de ti. Puedes vernos, ¿no? Y por lo visto, tu hermanito también.
Miré hacia él. ¡Es verdad! Pero Damen había dicho...
-Oh, ya, es que... bueno...
-Ya, ahora conoce la verdad de lo que ve.
Se inclinó hacia Tommy y le sonrió todavía más. Éste se había quedado inmóvil, pero estaba emocionado. Al ver que no respondía, se volvió hacia mí.
-Bueno, pues me quedaré hasta que vuelva.
-¿Cuando hablasteis? -pregunté confundida.
-Ayer por la noche. Por el móvil. Pero bueno, eso no es la cuestión. La verdad, tenía muchas ganas de conocerte -me tendió la mano-. ¿Eras...?
-Elisabeth, pero llámame Elisa. Encantada, Jack.
-Lo que no me había dicho es que tu nombre es tan bonito como tu cara -y me besó los nudillos; luego me la soltó.
Me sonrojé. Jo, ojalá me hubiera tocado éste...
-Bueno, yo... yo me voy ya. Elisa, luego me tienes que presentar a ese ángel tuyo, ¿vale? -me dijo Tommy, que había recuperado la razón.
Asentí todavía conmocionada. Se acercó a la puerta y se fue. Volví a mirar a Jack, que me sonreía.
-Bien, pues eso, te cuidaré yo hasta que Damen vuelva. Al pobre le van a echar una bronca...
-¿Una bronca? ¿Por qué?
-Por no protegerte como es debido. Por lo que veo, no os lleváis muy bien...
-No, me parece un chico horrible, arrogante, malo, de mente retorcida, malvado, maleducado... ¿Quieres que siga?
-Vaya, no. Pues tranquila, que yo no soy como él.
Se sentó encima de la cama, y me indicó con la cabeza que me sentara a su lado. Me encanta este chico.
sábado, 16 de enero de 2010
Capítulo 9 (Elisabeth)
En el coche, con Tommy a mi lado derecho y Damen en el izquierdo -tuve que ponerme en el medio para que Tommy no sospechara-, me quedé mirando una especie de tatuaje con forma de cruz que Damen tenía en el brazo y que se le transparentaba por la blusa. Él se dio cuenta, y lo miró:
-Oh, ¿esto? -dijo adivinando mi pregunta. Yo asentí disimuladamente- Nada, es un tatuaje que nos ponen a todos los ángeles guardianes al cumplir los doce años.
-Oh...
-¿Cariño, has dicho algo? -me preguntó mi madre.
-Eh... no, no.
Al llegar, nos bajamos y entramos en el hospital. De repente me entró un escalofrío, y a Damen también. Mientras esperábamos nuestro turno con unas cuantas personas más en la sala, nos sentamos. Un niño de unos tres años que tenía en frente no paraba de mirarme, ni a Damen, que se había quedado de pie, y se acercó a él. El niño se giró para verle mejor, y el ángel se arrodilló hasta estar a su altura.
-Cariño, ¿qué ves? -le preguntó la madre.
El pequeño se limitó a sonreír y señalar a Damen, pero obviamente la madre no veía nada. Damen hizo aparecer una piruleta, con la que jugaba entre sus dedos.
-¡¡Mami, mira!! -gritó el niño con un grito ahogado y emocionado.
La madre miraba desconcertada, y todos los presentes en la sala igual. El ángel le tendió la piruleta y el niño extendió los bracitos para cogerla. Era una imagen increíblemente conmovedora, si no fuera porque estábamos en un hospital, rodeados de personas curiosas y enfermas de mente, y porque Damen siempre tiene que estropearlo todo.
Hizo desaparecer la piruleta, le sonrió burlonamente y le dijo:
-¿Qué te creías, chaval? ¿Que te lo iba a dar porque sí? Anda ya, que el caramelo éste es mío.
El niño rompió a llorar, con gritos incluidos. La madre estaba desesperada, y miré hacia Tommy, que observaba la escena con la boca abierta. La enfermera me llamó, indicando a mis padres que se quedaran dónde estaban. Pero Damen me acompañó. Era el mismo médico joven que había visto cuando me desperté.
-¡Hola, Elisa! Bueno, ven, siéntate aquí -me señaló la camilla.
Yo obedecí temblando. Me subí con dificultad por los escalofríos que me entraban, pero al final me senté. El médico vino hacia mí, y me empezó a palpar la cabeza. Me sonrojé. La verdad es que era bastante guapo.
-¿Tienes dolores de cabeza o algo parecido?
-No. O eso creo. ¿Debería?
-Bueno, normalmente cuando te vienen dolores de cabeza es que tu cerebro asocia algo que acabas de ver con algo de tu pasado, pero no pasa nada, tranquila. Espérame aquí. Vuelvo ahora.
El doctor se fue por otra puerta. Yo me quedé sentada allí, temblando, y Damen se acercó a mí, sonriendo maliciosamente. Fruncí el ceño.
-¿Por qué eres tan malo?
-¿Por qué eres tan repelente? -fruncí los labios-. Mira, ahora no me rayes con eso, ¿vale? -entrecerró los ojos- ¿Estás temblando?
-S-sí, pero no es por miedo.
-No, ya, claro. No es por miedo. Es porque el doctor está tan bueno que el corazón te va a mil, ¿no?
-No.
-¿Crees que no me he fijado?
-¿Celoso?
-Para nada. ¿O qué crees? Me divierte. Además porque el hombre tiene veinticinco, no creo que esté interesado en jovencitas de dieciséis con problemas de mente.
-¡Yo no tengo problemas de mente! No soy retrasada ni nada parecido.
-No, claro que no.
El médico apareció por la puerta con una enfermera detrás. Llevaba algo detrás de él. Una aguja.
Por instinto, me levanté rápidamente, apartándome de él.
-Elisa, por favor, tenemos que sacarte sangre para saber si tienes alguna otra enfermedad que pudiste contagiar en tu accidente. Será muy rápido, lo prometo, y no te dolerá.
Negué con la cabeza. Damen se reía de mí, que estaba sentado en la camilla con la cabeza apoyada entre las manos, disfrutando de mis problemas. Le lancé una mirada iracunda, dándole a entender que él era mi ángel guardián. Se limitó a encogerse de hombros.
Con que ese era su venganza. Muy bien, él lo ha querido.
Esquivando al doctor y a la enfermera que intentaban agarrarme, cogí la aguja y, sin saber muy adónde apuntaba, se lo tiré a Damen. Él lo esquivó y se levantó, enfadado.
-¡¿Pero qué puñetas te crees que haces?! ¡¿Te parece divertido jugar con agujas?! ¡Pues toma esto!
Hizo aparecer una aguja, y yo tragué saliva. Pero para mi sorpresa, se lo clavó al doctor en el brazo, y éste gritó, retrocediendo y tropezando con algunos chismes que no supe identificar. La enfermera también cayó. El ruido debió de llegar muy lejos, porque mis padres y más personas entraron en la sala. Papá me miraba con la boca abierta, y mamá... bueno, tenía mejor pinta. Tragué saliva, y Damen chasqueó la lengua.
-En menudo lío te has metido... -dijo sonriendo.
Apreté los puños.
-Emm... -empecé con voz temblorosa-. Es que... tenía una aguja y... bueno...
Mis padres me miraban enfadados, muy enfadados. A ver como salgo yo de ésta...
-Oh, ¿esto? -dijo adivinando mi pregunta. Yo asentí disimuladamente- Nada, es un tatuaje que nos ponen a todos los ángeles guardianes al cumplir los doce años.
-Oh...
-¿Cariño, has dicho algo? -me preguntó mi madre.
-Eh... no, no.
Al llegar, nos bajamos y entramos en el hospital. De repente me entró un escalofrío, y a Damen también. Mientras esperábamos nuestro turno con unas cuantas personas más en la sala, nos sentamos. Un niño de unos tres años que tenía en frente no paraba de mirarme, ni a Damen, que se había quedado de pie, y se acercó a él. El niño se giró para verle mejor, y el ángel se arrodilló hasta estar a su altura.
-Cariño, ¿qué ves? -le preguntó la madre.
El pequeño se limitó a sonreír y señalar a Damen, pero obviamente la madre no veía nada. Damen hizo aparecer una piruleta, con la que jugaba entre sus dedos.
-¡¡Mami, mira!! -gritó el niño con un grito ahogado y emocionado.
La madre miraba desconcertada, y todos los presentes en la sala igual. El ángel le tendió la piruleta y el niño extendió los bracitos para cogerla. Era una imagen increíblemente conmovedora, si no fuera porque estábamos en un hospital, rodeados de personas curiosas y enfermas de mente, y porque Damen siempre tiene que estropearlo todo.
Hizo desaparecer la piruleta, le sonrió burlonamente y le dijo:
-¿Qué te creías, chaval? ¿Que te lo iba a dar porque sí? Anda ya, que el caramelo éste es mío.
El niño rompió a llorar, con gritos incluidos. La madre estaba desesperada, y miré hacia Tommy, que observaba la escena con la boca abierta. La enfermera me llamó, indicando a mis padres que se quedaran dónde estaban. Pero Damen me acompañó. Era el mismo médico joven que había visto cuando me desperté.
-¡Hola, Elisa! Bueno, ven, siéntate aquí -me señaló la camilla.
Yo obedecí temblando. Me subí con dificultad por los escalofríos que me entraban, pero al final me senté. El médico vino hacia mí, y me empezó a palpar la cabeza. Me sonrojé. La verdad es que era bastante guapo.
-¿Tienes dolores de cabeza o algo parecido?
-No. O eso creo. ¿Debería?
-Bueno, normalmente cuando te vienen dolores de cabeza es que tu cerebro asocia algo que acabas de ver con algo de tu pasado, pero no pasa nada, tranquila. Espérame aquí. Vuelvo ahora.
El doctor se fue por otra puerta. Yo me quedé sentada allí, temblando, y Damen se acercó a mí, sonriendo maliciosamente. Fruncí el ceño.
-¿Por qué eres tan malo?
-¿Por qué eres tan repelente? -fruncí los labios-. Mira, ahora no me rayes con eso, ¿vale? -entrecerró los ojos- ¿Estás temblando?
-S-sí, pero no es por miedo.
-No, ya, claro. No es por miedo. Es porque el doctor está tan bueno que el corazón te va a mil, ¿no?
-No.
-¿Crees que no me he fijado?
-¿Celoso?
-Para nada. ¿O qué crees? Me divierte. Además porque el hombre tiene veinticinco, no creo que esté interesado en jovencitas de dieciséis con problemas de mente.
-¡Yo no tengo problemas de mente! No soy retrasada ni nada parecido.
-No, claro que no.
El médico apareció por la puerta con una enfermera detrás. Llevaba algo detrás de él. Una aguja.
Por instinto, me levanté rápidamente, apartándome de él.
-Elisa, por favor, tenemos que sacarte sangre para saber si tienes alguna otra enfermedad que pudiste contagiar en tu accidente. Será muy rápido, lo prometo, y no te dolerá.
Negué con la cabeza. Damen se reía de mí, que estaba sentado en la camilla con la cabeza apoyada entre las manos, disfrutando de mis problemas. Le lancé una mirada iracunda, dándole a entender que él era mi ángel guardián. Se limitó a encogerse de hombros.
Con que ese era su venganza. Muy bien, él lo ha querido.
Esquivando al doctor y a la enfermera que intentaban agarrarme, cogí la aguja y, sin saber muy adónde apuntaba, se lo tiré a Damen. Él lo esquivó y se levantó, enfadado.
-¡¿Pero qué puñetas te crees que haces?! ¡¿Te parece divertido jugar con agujas?! ¡Pues toma esto!
Hizo aparecer una aguja, y yo tragué saliva. Pero para mi sorpresa, se lo clavó al doctor en el brazo, y éste gritó, retrocediendo y tropezando con algunos chismes que no supe identificar. La enfermera también cayó. El ruido debió de llegar muy lejos, porque mis padres y más personas entraron en la sala. Papá me miraba con la boca abierta, y mamá... bueno, tenía mejor pinta. Tragué saliva, y Damen chasqueó la lengua.
-En menudo lío te has metido... -dijo sonriendo.
Apreté los puños.
-Emm... -empecé con voz temblorosa-. Es que... tenía una aguja y... bueno...
Mis padres me miraban enfadados, muy enfadados. A ver como salgo yo de ésta...
domingo, 10 de enero de 2010
Capítulo 8 (Elisabeth)
Me despertó principalmente un ruido extraño, y luego varias presiones en la cama por mis dos lados. ¿Qué pasaba?
Abrí los ojos y me encontré a Damen saltando en la cama, en mi cama. Con furia, me incorporé.
-¿Pero qué crees que haces? -pregunté poniendo los brazos cruzados.
-Saltar. ¿Estás tan ciega o eres algo retrasada para no darte cuenta? A lo mejor necesitas ponerte gafas...
-Ya sabes a qué me refiero. ¿Crees que tienes derecho a saltar en...?
-Por supuesto que sí -me interrumpió-. Además, de todos modos, tus padres van a venir en tres, dos, uno...
Dejó de saltar. A cambio, petaron en la puerta, y mis padres aparecieron por ella.
-Oh, Elisa, ya estabas despierta. Veníamos porque tienes que prepararte. Ya sabes.
-Ah, lo de... el neurólogo, ¿no? -dije comprendiendo.
-Bah, no te servirá de nada. Ya te digo yo que en un mes recuperarás la memoria -masculló Damen sonriendo.
Le lancé una mirada iracunda.
-Bueno, pues te esperaremos abajo -dijo mi madre.
Yo asentí. Se marcharon, cerrando la puerta, y yo me levanté de la cama, yendo a abrir la ventana descalza. Damen bajó también de ella y se fue junto al espejo del tocador.
-Pero guapo eres. Como te adoro -se dijo a sí mismo.
Suspiré, puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Me apoyé en el marco de la ventana, mirando al exterior, y todavía apoyada, volví la cabeza hacia él.
-¿Por qué eres tan... así? -pregunté molesta.
-¿Tan como? ¿Tan guapo, divertido y maravilloso? Bueno, nací así.
-No, eso no. Lo de mirar a todo el mundo por encima del hombro, como si tú fueras superior a los demás.
-¿No será que lo hago porque en realidad lo soy? Mira, olvídalo. Vístete de una vez.
Me incorporé, me crucé de brazos y esperé. Él se volvió hacia mí desde el espejo, mirándome confuso.
-¿A qué esperas?
-A que te vayas.
-¿Pero no ves, querida, que no pasa nada porque te vistas delante mía? Te juro que no miraré.
Señalé la puerta con un dedo. Damen puso los ojos en blanco, la abrió y salió, después de mascullar algo como "mujeres...". Me vestí rápidamente, hice mi cama y abrí la puerta. Vi a Damen sentado en el suelo del pasillo, con los brazos detrás de la cabeza y apoyado en la pared. Al verme, esbozó una sonrisa torcida. Tommy apareció por allí, saliendo de su cuarto, y vino hacia mí, dándome un abrazo.
-¡Buenos días! ¡Yo también voy al médico contigo! -le sonreí.
-Gracias por acompañarme -le di un beso en la mejilla.
Tommy me sonrió e iba hacia el baño, cuando Damen, todavía sentado, estiró una pierna y le hizo la zancadilla. Tommy cayó dando un traspié, y empezó a llorar.
-¡¡Tommy!! ¡¿Estás bien?!
Me arrodillé a su lado y le abracé, apoyando mi mejilla en su pelo. Me devolvió el abrazo y lloró en silencio. Me aparté un poco de él, con mis manos apoyadas en cada hombro suyo y le miré. Le enjuagué las lágrimas.
-¿Estás mejor? -pregunté.
Me sonrió de oreja a oreja. Asintió, nos levantamos y se fue al baño.
-Gracias -dijo antes de entrar. Asentí.
Y luego miré a ese maldito hijo de su madre, todavía sentado y riéndose de mi hermano. Le fulminé con la mirada.
-¡¿Y te ríes, pedazo de imbécil?!
La sonrisa se le borró del rostro. Se levantó desafiante, mirándome con los ojos entrecerrados, y se cruzó de brazos.
-¿Perdona? ¿Como me acabas de llamar? -dijo despacio.
-Na... nada.
-No, nada no. Me has llamado imbécil. Mira, nadie se atreve a insultarme, que te quede claro.
Me enfureció.
-¿Ah no? ¿Y qué vas a hacerme? ¿Me vas a pegar? Pues adelante. Porque no te tengo miedo.
Respiró hondo, y noté como estaba apretando los puños, porque tenía los nudillos blancos, y los músculos de los brazos sobresalían de la blusa blanca. Retrocedí unos pasos.
-¿Sabes? Tienes razón. No puedo pegarte, porque lo tengo prohibido y porque eso sería una fatalidad, pero te aseguro que tampoco te protegeré. Sólo llevo dos días aquí y ya quiero largarme. ¡Ja!
-¡Oye, yo no te he dado motivos para odiarme! ¡El problema eres tú, que me sacas de quicio!
De repente, Tommy abrió la puerta, salió y me miró confuso.
-¿Elisa? ¿Te... te pasa algo? -preguntó extrañado- Es que he oído gritos y...
-Emmm... no, no. Perdona. Hablaba conmigo misma. Es que me tropecé y... bueno... últimamente tengo mal genio. Lo siento, de verdad. Venga, ¿ya estás listo?
-¡Sí! -exclamó entusiasmado.
Asentí, le cogí la mano, ignorando a Damen, y bajamos. Antes de que pisáramos el primer escalón susurró:
-Me quedo porque no tengo más remedio, que si no...
Mis padres, Tommy y yo, seguidos de Damen, nos fuimos al médico. Aunque no sé para que viene, si total complicará más las cosas.
Abrí los ojos y me encontré a Damen saltando en la cama, en mi cama. Con furia, me incorporé.
-¿Pero qué crees que haces? -pregunté poniendo los brazos cruzados.
-Saltar. ¿Estás tan ciega o eres algo retrasada para no darte cuenta? A lo mejor necesitas ponerte gafas...
-Ya sabes a qué me refiero. ¿Crees que tienes derecho a saltar en...?
-Por supuesto que sí -me interrumpió-. Además, de todos modos, tus padres van a venir en tres, dos, uno...
Dejó de saltar. A cambio, petaron en la puerta, y mis padres aparecieron por ella.
-Oh, Elisa, ya estabas despierta. Veníamos porque tienes que prepararte. Ya sabes.
-Ah, lo de... el neurólogo, ¿no? -dije comprendiendo.
-Bah, no te servirá de nada. Ya te digo yo que en un mes recuperarás la memoria -masculló Damen sonriendo.
Le lancé una mirada iracunda.
-Bueno, pues te esperaremos abajo -dijo mi madre.
Yo asentí. Se marcharon, cerrando la puerta, y yo me levanté de la cama, yendo a abrir la ventana descalza. Damen bajó también de ella y se fue junto al espejo del tocador.
-Pero guapo eres. Como te adoro -se dijo a sí mismo.
Suspiré, puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Me apoyé en el marco de la ventana, mirando al exterior, y todavía apoyada, volví la cabeza hacia él.
-¿Por qué eres tan... así? -pregunté molesta.
-¿Tan como? ¿Tan guapo, divertido y maravilloso? Bueno, nací así.
-No, eso no. Lo de mirar a todo el mundo por encima del hombro, como si tú fueras superior a los demás.
-¿No será que lo hago porque en realidad lo soy? Mira, olvídalo. Vístete de una vez.
Me incorporé, me crucé de brazos y esperé. Él se volvió hacia mí desde el espejo, mirándome confuso.
-¿A qué esperas?
-A que te vayas.
-¿Pero no ves, querida, que no pasa nada porque te vistas delante mía? Te juro que no miraré.
Señalé la puerta con un dedo. Damen puso los ojos en blanco, la abrió y salió, después de mascullar algo como "mujeres...". Me vestí rápidamente, hice mi cama y abrí la puerta. Vi a Damen sentado en el suelo del pasillo, con los brazos detrás de la cabeza y apoyado en la pared. Al verme, esbozó una sonrisa torcida. Tommy apareció por allí, saliendo de su cuarto, y vino hacia mí, dándome un abrazo.
-¡Buenos días! ¡Yo también voy al médico contigo! -le sonreí.
-Gracias por acompañarme -le di un beso en la mejilla.
Tommy me sonrió e iba hacia el baño, cuando Damen, todavía sentado, estiró una pierna y le hizo la zancadilla. Tommy cayó dando un traspié, y empezó a llorar.
-¡¡Tommy!! ¡¿Estás bien?!
Me arrodillé a su lado y le abracé, apoyando mi mejilla en su pelo. Me devolvió el abrazo y lloró en silencio. Me aparté un poco de él, con mis manos apoyadas en cada hombro suyo y le miré. Le enjuagué las lágrimas.
-¿Estás mejor? -pregunté.
Me sonrió de oreja a oreja. Asintió, nos levantamos y se fue al baño.
-Gracias -dijo antes de entrar. Asentí.
Y luego miré a ese maldito hijo de su madre, todavía sentado y riéndose de mi hermano. Le fulminé con la mirada.
-¡¿Y te ríes, pedazo de imbécil?!
La sonrisa se le borró del rostro. Se levantó desafiante, mirándome con los ojos entrecerrados, y se cruzó de brazos.
-¿Perdona? ¿Como me acabas de llamar? -dijo despacio.
-Na... nada.
-No, nada no. Me has llamado imbécil. Mira, nadie se atreve a insultarme, que te quede claro.
Me enfureció.
-¿Ah no? ¿Y qué vas a hacerme? ¿Me vas a pegar? Pues adelante. Porque no te tengo miedo.
Respiró hondo, y noté como estaba apretando los puños, porque tenía los nudillos blancos, y los músculos de los brazos sobresalían de la blusa blanca. Retrocedí unos pasos.
-¿Sabes? Tienes razón. No puedo pegarte, porque lo tengo prohibido y porque eso sería una fatalidad, pero te aseguro que tampoco te protegeré. Sólo llevo dos días aquí y ya quiero largarme. ¡Ja!
-¡Oye, yo no te he dado motivos para odiarme! ¡El problema eres tú, que me sacas de quicio!
De repente, Tommy abrió la puerta, salió y me miró confuso.
-¿Elisa? ¿Te... te pasa algo? -preguntó extrañado- Es que he oído gritos y...
-Emmm... no, no. Perdona. Hablaba conmigo misma. Es que me tropecé y... bueno... últimamente tengo mal genio. Lo siento, de verdad. Venga, ¿ya estás listo?
-¡Sí! -exclamó entusiasmado.
Asentí, le cogí la mano, ignorando a Damen, y bajamos. Antes de que pisáramos el primer escalón susurró:
-Me quedo porque no tengo más remedio, que si no...
Mis padres, Tommy y yo, seguidos de Damen, nos fuimos al médico. Aunque no sé para que viene, si total complicará más las cosas.
jueves, 7 de enero de 2010
Capítulo 7 (Elisabeth)
Al volver a casa, comimos y me pasé toda la tarde con mi familia viendo álbumes para que pudiera recordar, incluso con Damen riéndose con las caras que poníamos en algunas fotos, pero tenía la mente en blanco. Por la noche, cenamos y yo me fui a mi cuarto. Me puse encima de la cama, pero sentada y con el pijama puesto, y Damen se sentó en el sillón, que ahora parece que le pertenecía. Me miraba expectante.
-¿Qué? ¿Qué quieres? -me preguntó.
-Tengo algunas preguntas que hacerte.
-Vale, pues dilas de una maldita vez y luego duérmete -miró por la ventana.
-Emm... bien, ¿quién es Kate?
Se puso rígido.
-Ya te he dicho que no es nadie. ¿Por qué sigues dándole más vueltas? Además, da igual.
-¿Por qué? No puede ser nadie si te importa tanto.
Me miró.
-¿Como...?
-Cada vez que digo su nombre reaccionas de un modo raro -junté las manos, entrelazando los dedos- Porfiii, tengo curiosidad. -le puse cara de cachorro.
Puso los ojos en blanco, y después de un largo y exasperado suspiro, empezó:
-Hace unos años, ahora no recuerdo cuantos, tuvimos que separarnos -cogió un hilo suelto del tejido del sillón y se puso a jugar con él- Ella y yo éramos inseparables. La verdad la quería como nadie. Nos conocimos cuando teníamos... no sé, ella cinco y yo seis. Me la encontré en la playa, haciendo un castillo de arena. Yo de entonces, y sin querer, me había caído por el Portal y acabé allí, prácticamente perdido. ¿No mencioné que ella era humana? -negué con la cabeza, emocionada por escuchar el resto de la historia- Pues lo era. Y obviamente podía verme.
-¿Obviamente? Mis padres, por ejemplo, no pueden verte...
-No, pero los niños con cinco años o menos sí.
-Ah, por eso Tommy tampoco puede verte.
-Claro. ¿No sabes quienes son los amigos imaginarios de los críos? Pues sus ángeles, o en raros casos, productos de su imaginación.
-Pero... entonces, lo que me dijiste de que yo era un bicho raro... ¿es cierto? ¿Y por qué Adalia también...?
Puso los ojos en blanco.
-Puedes verme porque conoces la verdad de lo que ves. Si tu ahora le explicas a tus padres sobre los ángeles como yo, dentro de poco también podrán verme, aunque claro, si antes te llevan al reformatorio... -me horroricé, y él se rió- Bueno, a lo que iba. Había muchos niños en la playa, pero la escogí a ella, todavía no sé por qué. Le dije que era un hijo de ángel y que me había perdido, y ella me ayudó. Al final mis padres me encontraron y me llevaron de vuelta a casa, pero yo... quería volver a verla. La echaba de menos. Así que me escapé unas cuántas veces, hasta que a los nueve años me di cuenta de que escaparme por la noche sería más efectivo que escaparme cuando ellos estuvieran mirándome. Y estuve así hasta... bueno, hasta que tenía quince años, y ella catorce. Me la llevé a mi casa. Todavía no sé como, pero la llevé. Aunque eso fue un gran error... ya que la descubrieron al cabo de unas semanas. Estaba prohibido llevar humanos al hogar. A ella la trajeron de vuelta aquí, bueno, a tu mundo, pero después de la desaparición, sus padres y ella se mudaron, y ahora ya no sé dónde vive -suspiró.
-¿Y tú...? ¿No te hicieron nada?
-Sí, sí que pagué por las consecuencias. Me maldijeron con que cada falta de la luna que hubiera, me transformaría. Supongo que les hacía gracia lo de la luna por los lobos, o algo por el estilo.
-¡¿Te conviertes en lobo?! ¿Eres un...?
-¿Qué? No seas absurda, los hombres lobo no existen. Y no, no me convierto en un perro. Me convierto en... otra cosa.
-Aaaah, por eso la adivina dijo que me toparía con un ser mítico... Así que eres tú, ¿eh?
-Sí, para mi desgracia sí.
-¿Desgracia por transformarte?
-No, desgracia por encontrarte a ti.
Le fulminé con la mirada.
-¿Y lo de que te ibas a enamorar? -pregunté- Porque me encantaría conocerla. Aunque pobre de la que tenga que aguantarte...
-Perdona nena, pero yo no me enamoro. Me parece una estupidez y una pérdida de tiempo. ¿No ves que es mejor ir de flor en flor que estar en una misma el resto de tu miserable vida?
-Venga ya. Segura que con las que has estado, alguna...
-No, ni una.
-Bah, no saldrías con tantas. A ver... ¿fueron... tres este año?
Apretó los labios y negó con la cabeza, pero esbozó una sonrisa burlona.
-¿Cinco? -volvió a negar- ¿Diez? ¿Veinte?
-Con el último ángel que he estado... una rubia preciosa, pero que la dejé colgada. Así que... treinta y seis en siete meses.
Me quedé con la boca abierta.
-¿Y si alguna te dice por ejemplo "te quiero"? -no sé por qué, pero quería insistir, aunque a mí me daba igual. Pero de una tuvo que enamorarse por lo menos- ¿Qué haces cuando pasa eso?
-Oh, bueno, en ese caso, le sonrío, le digo que voy al baño y me largo por patas. Y si te he visto no me acuerdo.
Fruncí el ceño. Luego dicen que las mujeres somos las complicadas.
-¿Y tengo que pasar dos malditos meses contigo? Qué bien. No sé quién soy, no conozco a nadie que al parecer me reconoce, y aún por encima tengo un tío chulo y egocéntrico persiguiéndome hasta que recupere mi memoria perdida. Bien, bien. -respiré hondo- Vale.
-Oye, que a mí me gusta la idea tanto como a ti.
Puse los ojos en blanco y me arropé con las mantas, todavía sentada. Damen me miró y sonrió:
-Oye, ¿no quieres que me acurruque a tu lado para darte calorcito? Seguro que estarías mejor y bien acompañada...
-Buenas noches, Damen.
Apagué la luz y me acosté. En la oscuridad le escuché reír por lo bajo. Qué gracioso.
-¿Qué? ¿Qué quieres? -me preguntó.
-Tengo algunas preguntas que hacerte.
-Vale, pues dilas de una maldita vez y luego duérmete -miró por la ventana.
-Emm... bien, ¿quién es Kate?
Se puso rígido.
-Ya te he dicho que no es nadie. ¿Por qué sigues dándole más vueltas? Además, da igual.
-¿Por qué? No puede ser nadie si te importa tanto.
Me miró.
-¿Como...?
-Cada vez que digo su nombre reaccionas de un modo raro -junté las manos, entrelazando los dedos- Porfiii, tengo curiosidad. -le puse cara de cachorro.
Puso los ojos en blanco, y después de un largo y exasperado suspiro, empezó:
-Hace unos años, ahora no recuerdo cuantos, tuvimos que separarnos -cogió un hilo suelto del tejido del sillón y se puso a jugar con él- Ella y yo éramos inseparables. La verdad la quería como nadie. Nos conocimos cuando teníamos... no sé, ella cinco y yo seis. Me la encontré en la playa, haciendo un castillo de arena. Yo de entonces, y sin querer, me había caído por el Portal y acabé allí, prácticamente perdido. ¿No mencioné que ella era humana? -negué con la cabeza, emocionada por escuchar el resto de la historia- Pues lo era. Y obviamente podía verme.
-¿Obviamente? Mis padres, por ejemplo, no pueden verte...
-No, pero los niños con cinco años o menos sí.
-Ah, por eso Tommy tampoco puede verte.
-Claro. ¿No sabes quienes son los amigos imaginarios de los críos? Pues sus ángeles, o en raros casos, productos de su imaginación.
-Pero... entonces, lo que me dijiste de que yo era un bicho raro... ¿es cierto? ¿Y por qué Adalia también...?
Puso los ojos en blanco.
-Puedes verme porque conoces la verdad de lo que ves. Si tu ahora le explicas a tus padres sobre los ángeles como yo, dentro de poco también podrán verme, aunque claro, si antes te llevan al reformatorio... -me horroricé, y él se rió- Bueno, a lo que iba. Había muchos niños en la playa, pero la escogí a ella, todavía no sé por qué. Le dije que era un hijo de ángel y que me había perdido, y ella me ayudó. Al final mis padres me encontraron y me llevaron de vuelta a casa, pero yo... quería volver a verla. La echaba de menos. Así que me escapé unas cuántas veces, hasta que a los nueve años me di cuenta de que escaparme por la noche sería más efectivo que escaparme cuando ellos estuvieran mirándome. Y estuve así hasta... bueno, hasta que tenía quince años, y ella catorce. Me la llevé a mi casa. Todavía no sé como, pero la llevé. Aunque eso fue un gran error... ya que la descubrieron al cabo de unas semanas. Estaba prohibido llevar humanos al hogar. A ella la trajeron de vuelta aquí, bueno, a tu mundo, pero después de la desaparición, sus padres y ella se mudaron, y ahora ya no sé dónde vive -suspiró.
-¿Y tú...? ¿No te hicieron nada?
-Sí, sí que pagué por las consecuencias. Me maldijeron con que cada falta de la luna que hubiera, me transformaría. Supongo que les hacía gracia lo de la luna por los lobos, o algo por el estilo.
-¡¿Te conviertes en lobo?! ¿Eres un...?
-¿Qué? No seas absurda, los hombres lobo no existen. Y no, no me convierto en un perro. Me convierto en... otra cosa.
-Aaaah, por eso la adivina dijo que me toparía con un ser mítico... Así que eres tú, ¿eh?
-Sí, para mi desgracia sí.
-¿Desgracia por transformarte?
-No, desgracia por encontrarte a ti.
Le fulminé con la mirada.
-¿Y lo de que te ibas a enamorar? -pregunté- Porque me encantaría conocerla. Aunque pobre de la que tenga que aguantarte...
-Perdona nena, pero yo no me enamoro. Me parece una estupidez y una pérdida de tiempo. ¿No ves que es mejor ir de flor en flor que estar en una misma el resto de tu miserable vida?
-Venga ya. Segura que con las que has estado, alguna...
-No, ni una.
-Bah, no saldrías con tantas. A ver... ¿fueron... tres este año?
Apretó los labios y negó con la cabeza, pero esbozó una sonrisa burlona.
-¿Cinco? -volvió a negar- ¿Diez? ¿Veinte?
-Con el último ángel que he estado... una rubia preciosa, pero que la dejé colgada. Así que... treinta y seis en siete meses.
Me quedé con la boca abierta.
-¿Y si alguna te dice por ejemplo "te quiero"? -no sé por qué, pero quería insistir, aunque a mí me daba igual. Pero de una tuvo que enamorarse por lo menos- ¿Qué haces cuando pasa eso?
-Oh, bueno, en ese caso, le sonrío, le digo que voy al baño y me largo por patas. Y si te he visto no me acuerdo.
Fruncí el ceño. Luego dicen que las mujeres somos las complicadas.
-¿Y tengo que pasar dos malditos meses contigo? Qué bien. No sé quién soy, no conozco a nadie que al parecer me reconoce, y aún por encima tengo un tío chulo y egocéntrico persiguiéndome hasta que recupere mi memoria perdida. Bien, bien. -respiré hondo- Vale.
-Oye, que a mí me gusta la idea tanto como a ti.
Puse los ojos en blanco y me arropé con las mantas, todavía sentada. Damen me miró y sonrió:
-Oye, ¿no quieres que me acurruque a tu lado para darte calorcito? Seguro que estarías mejor y bien acompañada...
-Buenas noches, Damen.
Apagué la luz y me acosté. En la oscuridad le escuché reír por lo bajo. Qué gracioso.
lunes, 4 de enero de 2010
Capítulo 6 (Damen)
Los dos fuimos hasta la plaza del pueblo sin hablarnos, en parte porque ni había nada que decir, y en parte porque Elisa no quería que le hablara, ya que parecería una estúpida hablando sola, aunque ya lo sea. Al entrar en la plaza, Elisa se quedó mirando. Me puse delante suya, chasqueando los dedos para que despertara.
-Hey, niña, despierta -dije.
Ella señaló a unas cuantas personas... no, no a las personas, sino a sus ángeles. Se quedó con la boca abierta y temblando, bajando poco a poco el brazo.
-¿Qu-qu-qué son...? -preguntó asustada.
-Pues como yo, tonta. Estamos obligados a seguir a todas partes a nuestros protegidos, aunque claro, ellos no los miran. Se podría decir... que tú eres diferente.
-¿Soy... un bicho raro?
-Bueno... -me quedé pensativo- Sí, lo eres sin excepción -me miró horrorizada- Venga, ahora no te me pongas melodramática. Vamos.
Al pasar al lado de una persona que hablaba con otra y que tenía un ángel, me fijé quién era.
-¡Eh, James! Cuánto tiempo chaval -le dije. Él, al verme, sonrió.
-¡Oh, Damen, ya te echaba de menos! ¿Y qué haces tú aquí?
-Nah, a cuidar de una amnésica.
James miró a Elisa con el ceño fruncido. Ésta se quedó paralizada.
-Tío, se parece mucho a Kate, ¿no?
Un agujero en el pecho se me abrió. James lo notó, tapándose la boca con una mano e intentado cambiar de tema.
-Ehhh... ¿Nos está mirando...?
-Sí, es especial. Puede mirarnos. No como el tuyo, que es tan imbécil como su ángel.
Estuvo a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor.
-Mmm... Qué fastidio.
-¡Hey! ¿Queréis dejar de hablar de mí como si no estuviera? -gritó Elisa.
Los dos humanos que hablaban se volvieron hacia ella enfadados, y nosotros también nos volvimos, pero sorprendidos.
-Joven, ¿tienes algún problema? -dijo el protegido de James.
-No... no, lo siento, es que... estaba... yo... bueno... lo siento -y empezó a correr.
-Em... James, te dejo, que no puedo perderla de vista. Chao -y corrí detrás de ella.
La busqué, y la encontré sentada en la fuente del centro de la plaza, mirando al agua. Fui hacia ella y me senté a su lado. Alzó la vista.
-Eh... Oye, no te lo habrás tomado a mal, ¿verdad? Es que estamos acostumbrados a que no nos escuchen, y claro... -intenté explicarme. Lo peor que me podría pasar es tener a una chica llorando, y si es por mi culpa, peor.
-No, no pensaba en eso. ¿Quién es Kate? -me preguntó.
Otra vez ese dolor agudo.
-Emmm... -mi voz temblaba ligeramente- Na... nadie. No es nadie. -miré hacia una tienda que había por allí- Oye, ¿fuiste alguna vez a esa tienda?
Elisa miró hacia allí, y puso los ojos en blanco.
-Ah, sí. Fui ayer, antes de que... -se quedó mirándola, pero no estoy seguro de que modo. Se levantó sin decir nada y fue hacia allí.
-¡Eh, espérame! -grité.
Me levanté y la seguí. Entramos en el pequeño recinto, dónde todo era o violeta o añil, y una mujer cincuentona estaba detrás de una mesa, con una bola de cristal cutre y una baraja de cartas al lado. La señora, al vernos, sonrió. Un momento, ¿al vernos?
-Vaya, vaya. Mira quién está por aquí. -dijo, pero no miraba a Elisa, sino a mí.
La miré entrecerrando los ojos. ¡La conocía!
-¡Espera un momento! ¡Tú eres Adalia! Y yo pensando que no te volvería a ver... pero para mi desgracia, te encontré -exclamé.
-¿Ya os conocíais? ¿Y tú también puedes verle? -preguntó Elisa.
-Sí, querida. Fue mi ángel una vez. Luego me cogió manía y no quiso saber nada más de mí.
-Normal, ¿no te parece? -dije con los brazos cruzados.
Adalia miraba a la chica ahora, pero sonriendo, como si la hubiera visto hace mucho. Nos ofreció asiento. Elisa se sentó en el sofá que había en una esquina, y yo me senté en el reposabrazos, a su lado. Hice aparecer un palillo y me lo puse en la boca.
-Bueno, ¿a qué habéis venido? -preguntó.
-Es que... -empezó Elisa- ayer... me leíste las cartas y la bola y todo eso, y no pude evitar... es que tuviste razón. Pero no lo entiendo. ¿Qué es eso de ser mítico? Damen no creo que sea...
Me puse rígido, y con la rapidez, casi me atraganto el palillo. Elisa se levantó asustada.
-¡Damen! ¿Estás bien? -preguntó.
-S... sí -tosí- Estoy bien. Un pequeño... contratiempo. -miré a la señora- Emm... Adalia, vieja loca, ¿qué le dijiste ayer?
-¿Con exactamente las mismas palabras? -preguntó. Los dos asentimos con rapidez- Había escogido la carta del ángel. Una muy buena carta que normalmente nadie escoge. En la bola vi que un ser mítico se cruzaba en su camino, protegiéndola. Un ser que quizá ya sabía que existía. -me dijo.
Mierda, maldita vieja asquerosa y bocazas.
-¿Qué es eso del ser mítico? -volvió a preguntar Elisa- No lo entiendo.
Doble mierda. Ahora la niña curiosa.
-Nada -dije fríamente sin mirarla.
-Pero los ángeles no son seres míticos. ¿Por qué...?
-Bueno, bueno, cielo, ya lo hablaréis en otro momento -se volvió hacia mí en una sonrisa- Chico, ¿te gustaría que te leyera el futuro?
-¿Como a ésta? -dije señalando con el pulgar a Elisa, que puso mala cara- No, gracias, además de que ya me lo leíste hace mucho tiempo.
-Por eso mismo, tu futuro debe de haber cambiado.
-Vale, pero entonces que sea el horóscopo. Es más rentable. Soy libra.
-Bien... -cerró los ojos, y la bola empezó a brillar- Veo que... en tu trabajo te irá... más o menos bien, depende de ti.
-Oh, ya, claro, normal -mascullé.
-En casa, o como vosotros lo llamáis el hogar, pasará algo que no te esperabas en ningún momento.
-¡A que Jack ha cumplido su sueño de disfrazarse de bailarina de cabaret!
Elisa me pegó en un costado, y yo me encogí de hombros.
-Y en el amor... al parecer te enamorarás de una persona que volverás a ver, una que está confusa con su vida. La encontrarás pronto.
-Sí, claaaro. Mira, Adalia, mi único amor verdadero es mi persona. Hasta a veces incluso me rechazo a mí mismo sólo para mantener el interés.
-Parece que la modestia la dejaste en casa, ¿no? -dijo ella poniendo los ojos en blanco- Ten cuidado con lo que que dices, Damen, porque algo pasará en tu futuro que te volverá a cambiar.
-¿Volver a cambiar? -preguntó Elisa- ¿Qué quiere decir con eso?
-Ya lo verás, querida. Hasta pronto.
Elisa y yo nos fuimos de allí. Volvíamos a su casa cuando me dijo:
-Vale, tú y yo tenemos que hablar sobre algunos asuntos. ¿De acuerdo?
Puse los ojos en blanco, pero no tenía otra alternativa. Quién me mandaría a mí...
-Hey, niña, despierta -dije.
Ella señaló a unas cuantas personas... no, no a las personas, sino a sus ángeles. Se quedó con la boca abierta y temblando, bajando poco a poco el brazo.
-¿Qu-qu-qué son...? -preguntó asustada.
-Pues como yo, tonta. Estamos obligados a seguir a todas partes a nuestros protegidos, aunque claro, ellos no los miran. Se podría decir... que tú eres diferente.
-¿Soy... un bicho raro?
-Bueno... -me quedé pensativo- Sí, lo eres sin excepción -me miró horrorizada- Venga, ahora no te me pongas melodramática. Vamos.
Al pasar al lado de una persona que hablaba con otra y que tenía un ángel, me fijé quién era.
-¡Eh, James! Cuánto tiempo chaval -le dije. Él, al verme, sonrió.
-¡Oh, Damen, ya te echaba de menos! ¿Y qué haces tú aquí?
-Nah, a cuidar de una amnésica.
James miró a Elisa con el ceño fruncido. Ésta se quedó paralizada.
-Tío, se parece mucho a Kate, ¿no?
Un agujero en el pecho se me abrió. James lo notó, tapándose la boca con una mano e intentado cambiar de tema.
-Ehhh... ¿Nos está mirando...?
-Sí, es especial. Puede mirarnos. No como el tuyo, que es tan imbécil como su ángel.
Estuvo a punto de decir algo, pero se lo pensó mejor.
-Mmm... Qué fastidio.
-¡Hey! ¿Queréis dejar de hablar de mí como si no estuviera? -gritó Elisa.
Los dos humanos que hablaban se volvieron hacia ella enfadados, y nosotros también nos volvimos, pero sorprendidos.
-Joven, ¿tienes algún problema? -dijo el protegido de James.
-No... no, lo siento, es que... estaba... yo... bueno... lo siento -y empezó a correr.
-Em... James, te dejo, que no puedo perderla de vista. Chao -y corrí detrás de ella.
La busqué, y la encontré sentada en la fuente del centro de la plaza, mirando al agua. Fui hacia ella y me senté a su lado. Alzó la vista.
-Eh... Oye, no te lo habrás tomado a mal, ¿verdad? Es que estamos acostumbrados a que no nos escuchen, y claro... -intenté explicarme. Lo peor que me podría pasar es tener a una chica llorando, y si es por mi culpa, peor.
-No, no pensaba en eso. ¿Quién es Kate? -me preguntó.
Otra vez ese dolor agudo.
-Emmm... -mi voz temblaba ligeramente- Na... nadie. No es nadie. -miré hacia una tienda que había por allí- Oye, ¿fuiste alguna vez a esa tienda?
Elisa miró hacia allí, y puso los ojos en blanco.
-Ah, sí. Fui ayer, antes de que... -se quedó mirándola, pero no estoy seguro de que modo. Se levantó sin decir nada y fue hacia allí.
-¡Eh, espérame! -grité.
Me levanté y la seguí. Entramos en el pequeño recinto, dónde todo era o violeta o añil, y una mujer cincuentona estaba detrás de una mesa, con una bola de cristal cutre y una baraja de cartas al lado. La señora, al vernos, sonrió. Un momento, ¿al vernos?
-Vaya, vaya. Mira quién está por aquí. -dijo, pero no miraba a Elisa, sino a mí.
La miré entrecerrando los ojos. ¡La conocía!
-¡Espera un momento! ¡Tú eres Adalia! Y yo pensando que no te volvería a ver... pero para mi desgracia, te encontré -exclamé.
-¿Ya os conocíais? ¿Y tú también puedes verle? -preguntó Elisa.
-Sí, querida. Fue mi ángel una vez. Luego me cogió manía y no quiso saber nada más de mí.
-Normal, ¿no te parece? -dije con los brazos cruzados.
Adalia miraba a la chica ahora, pero sonriendo, como si la hubiera visto hace mucho. Nos ofreció asiento. Elisa se sentó en el sofá que había en una esquina, y yo me senté en el reposabrazos, a su lado. Hice aparecer un palillo y me lo puse en la boca.
-Bueno, ¿a qué habéis venido? -preguntó.
-Es que... -empezó Elisa- ayer... me leíste las cartas y la bola y todo eso, y no pude evitar... es que tuviste razón. Pero no lo entiendo. ¿Qué es eso de ser mítico? Damen no creo que sea...
Me puse rígido, y con la rapidez, casi me atraganto el palillo. Elisa se levantó asustada.
-¡Damen! ¿Estás bien? -preguntó.
-S... sí -tosí- Estoy bien. Un pequeño... contratiempo. -miré a la señora- Emm... Adalia, vieja loca, ¿qué le dijiste ayer?
-¿Con exactamente las mismas palabras? -preguntó. Los dos asentimos con rapidez- Había escogido la carta del ángel. Una muy buena carta que normalmente nadie escoge. En la bola vi que un ser mítico se cruzaba en su camino, protegiéndola. Un ser que quizá ya sabía que existía. -me dijo.
Mierda, maldita vieja asquerosa y bocazas.
-¿Qué es eso del ser mítico? -volvió a preguntar Elisa- No lo entiendo.
Doble mierda. Ahora la niña curiosa.
-Nada -dije fríamente sin mirarla.
-Pero los ángeles no son seres míticos. ¿Por qué...?
-Bueno, bueno, cielo, ya lo hablaréis en otro momento -se volvió hacia mí en una sonrisa- Chico, ¿te gustaría que te leyera el futuro?
-¿Como a ésta? -dije señalando con el pulgar a Elisa, que puso mala cara- No, gracias, además de que ya me lo leíste hace mucho tiempo.
-Por eso mismo, tu futuro debe de haber cambiado.
-Vale, pero entonces que sea el horóscopo. Es más rentable. Soy libra.
-Bien... -cerró los ojos, y la bola empezó a brillar- Veo que... en tu trabajo te irá... más o menos bien, depende de ti.
-Oh, ya, claro, normal -mascullé.
-En casa, o como vosotros lo llamáis el hogar, pasará algo que no te esperabas en ningún momento.
-¡A que Jack ha cumplido su sueño de disfrazarse de bailarina de cabaret!
Elisa me pegó en un costado, y yo me encogí de hombros.
-Y en el amor... al parecer te enamorarás de una persona que volverás a ver, una que está confusa con su vida. La encontrarás pronto.
-Sí, claaaro. Mira, Adalia, mi único amor verdadero es mi persona. Hasta a veces incluso me rechazo a mí mismo sólo para mantener el interés.
-Parece que la modestia la dejaste en casa, ¿no? -dijo ella poniendo los ojos en blanco- Ten cuidado con lo que que dices, Damen, porque algo pasará en tu futuro que te volverá a cambiar.
-¿Volver a cambiar? -preguntó Elisa- ¿Qué quiere decir con eso?
-Ya lo verás, querida. Hasta pronto.
Elisa y yo nos fuimos de allí. Volvíamos a su casa cuando me dijo:
-Vale, tú y yo tenemos que hablar sobre algunos asuntos. ¿De acuerdo?
Puse los ojos en blanco, pero no tenía otra alternativa. Quién me mandaría a mí...
domingo, 3 de enero de 2010
Capítulo 5 (Elisabeth)
Noté como alguien me tocaba la mejilla con un dedo, pero no con cariño, sino con paciencia infinita.
-Eh, despierta de una vez -dijo una voz masculina.
Abrí los ojos y me encontré con el rostro del ángel de ayer. Con el ceño fruncido, me incorporé, me froté los ojos y bostecé. Luego le miré con odio.
-¿Por qué me despiertas? -pregunté adormilada.
-Bueno, de todos modos hubieran venido tus padres dentro de una hora más o menos, así que cómo es temprano y seguramente quieres estampar la cara de alguien en una pared, pues quizá querrías ver algo bonito que contemplar al abrir esos ojitos chocolateados.
-Emmm... ¿Por algo bonito que contemplar te refieres a tu cara?
-Naturalmente. ¿Qué si no?
-Oh, pues vale -me di la vuelta dándole la espalda, me volví a tumbar y cerré los ojos- Bueno, pues déjame dormir un poco más.
-No. Levántate.
Me volví, pero no del todo, y le miré incrédula.
-¿Quién eres tú para darme órdenes, y aún por encima maleducadamente?
-Pues tu ángel. Así que levanta ese pedazo de culo que tienes y vístete, que hay cosas qué hacer.
-¡Yo no tengo un gran...! -me quedé muda- ¿Cosas qué hacer? ¿Qué cosas?
-Bueno, tus padres han decidido llevarte al neurólogo. Para que recuerdes algo, aunque me parece que no va a hacer nada.
-¿Cómo sabes tú eso? ¿Les has espiado?
-Pues claro. ¿Cómo me iba a enterar entonces? No seas ingenua, niña. No tengo poderes ni nada de eso.
-¡Pero si ayer te vi hacer desaparecer el lima uñas!
-Bah, pero eso es por otra cosa. No tiene nada que ver. ¡Venga, levanta!
-No quiero.
Volví a ponerme bien otra vez y cerré los ojos. De repente sentí una presión a mi lado en la cama, y luego, a los dos segundos, me vi tirada en el suelo. Enfadada, me puse de rodillas. Damen estaba de rodillas encima de la cama, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
-¿Ves cómo hablando las cosas con tranquilidad y paciencia nos entendemos? -dijo sonriendo maliciosamente.
-¿Tranquilidad y paciencia? -me levanté, cerrando los puños- ¡¡Me acabas de tirar de la cama!!
-Detalles.
Puse los ojos en blanco. Me acerqué a la cama, pero vacilé: ¿podría tocarle o lo traspasaría como un fantasma? Pero si pudo tirarme de la cama...
Decidida, me subí en frente suya y le tiré ahora yo fuera de la cama. Damen cayó de espaldas, pero se levantó con elegancia, como si no hubiera pasado nada, y eso me enfureció más. Me bajé, me acerqué a él, le di la vuelta y le arrastré por la espalda hasta la puerta.
-Eh, ¿qué haces? -preguntó. Yo la abrí y le dejé en el pasillo. Me miró confundido.
-No pretenderás que me vista delante tuya, ¿verdad? -pregunté poniendo las manos en la cadera.
-Bueno... -se apoyó en el marco y me miró seductoramente- Por poder, se puede. A mí desde luego no me importaría -me guiñó un ojo.
-Pues a mí sí -y le cerré la puerta en las narices. Oí su gemido de dolor detrás.
Con rapidez, me vestí con unos vaqueros y una camiseta que encontré por mi supuesto armario. Hice mi cama, me peiné lo mejor que pude y abrí la puerta. Damen estaba apoyado en la pared mirando un cuadro de un río que estaba colgado. Al salir, me miró y enarcó una ceja.
Una especie de envidia me recorrió el cuerpo, ya que yo no sabía hacer eso. Me miró de arriba a abajo, y chasqueó la lengua, decepcionado.
-Vaya, podrías haberte puesto una minifalda y una blusa escasa de botones. Por lo menos me harías un poquito más feliz de estar aquí, ¿no crees? -dijo sonriendo.
-No. No lo creo.
Le ignoré y bajé las escaleras casi corriendo. Mis padres y mi hermano estaban en la mesa desayunando. Al verme sonrieron, y mi padre se levantó para recibirme.
-Cielo -dijo mientras me ponía una mano en el hombro, conduciéndome hasta la silla libre al lado de Tommy- Íbamos a despertarte dentro de una hora más o menos. Bueno -se sentó en su sitio- verás, nos gustaría llevarte a un médico para que pueda hacer algo con tus lagunas en la memoria. Espero que no te moleste.
-No, tranquilo. ¿Cuándo vamos?
-Hoy no podemos. Pero mañana sí. Mañana por la mañana. ¿De acuerdo?
-Por supuesto.
Damen apareció de repente detrás mía, apoyando una mano en el respaldo de mi silla.
-Hey, Elisabeth, ¿qué te parecería hacerle una perrería a tu hermanito? -me dijo, pero claro, sólo le oí yo.
-¡No! -solté.
Mi familia me miró extrañada.
-Eli, ¿qué te pasa? ¿Estás mal? -me preguntó mi madre.
La miré como si me acabaran de despertar de un sueño.
-¿Emm? Oh, yo... n-no, estoy bien. Perdonadme. No tengo hambre. Ehh... si no os importa, ¿puedo ir a dar un paseo por el pueblo? Sólo para ver si... recuerdo algo.
-Claro que no. Pero ¿seguro que quieres ir sola? -me preguntó mi padre.
-Sí, por favor.
-Oh, bueno. Está bien. Pero ven a la hora de comer, ¿de acuerdo? -asentí.
Me levanté de la mesa y empecé a andar hasta la entrada. Me puse unos tenis cualquiera, cogí una chaqueta, al parecer una trenca, y salí afuera. Damen fue detrás de mí como un perrito faldero, pero no lo era en absoluto.
-No vuelvas a hacer eso.
-¿Hacer el qué? -se puso a mi lado.
-Eso. Parecía que era estúpida. A saber qué estarán pensando.
-Es tu familia, ellos no piensan.
-¡Oye! ¡Cuidadito con lo que dices! -dije enfadada.
-Bueno, bueno, tranquilidad, ¿eh? Nunca pensé que tendrías tanto genio -entonces me miró con nostalgia, y tristeza. Fruncí el ceño.
-¿Qué? ¿Por qué me miras así?
-Eh... por nada. Bueno, ¿adónde vamos?
-A dar una vuelta. Y por favor, no me hables en público. Parecerá que estoy loca.
-¿Acaso dudas de que no lo estás? Miras ángeles.
Puse los ojos en blanco y aceleré el paso. Detrás mía, pude oír su risa burlona. Genial...
-Eh, despierta de una vez -dijo una voz masculina.
Abrí los ojos y me encontré con el rostro del ángel de ayer. Con el ceño fruncido, me incorporé, me froté los ojos y bostecé. Luego le miré con odio.
-¿Por qué me despiertas? -pregunté adormilada.
-Bueno, de todos modos hubieran venido tus padres dentro de una hora más o menos, así que cómo es temprano y seguramente quieres estampar la cara de alguien en una pared, pues quizá querrías ver algo bonito que contemplar al abrir esos ojitos chocolateados.
-Emmm... ¿Por algo bonito que contemplar te refieres a tu cara?
-Naturalmente. ¿Qué si no?
-Oh, pues vale -me di la vuelta dándole la espalda, me volví a tumbar y cerré los ojos- Bueno, pues déjame dormir un poco más.
-No. Levántate.
Me volví, pero no del todo, y le miré incrédula.
-¿Quién eres tú para darme órdenes, y aún por encima maleducadamente?
-Pues tu ángel. Así que levanta ese pedazo de culo que tienes y vístete, que hay cosas qué hacer.
-¡Yo no tengo un gran...! -me quedé muda- ¿Cosas qué hacer? ¿Qué cosas?
-Bueno, tus padres han decidido llevarte al neurólogo. Para que recuerdes algo, aunque me parece que no va a hacer nada.
-¿Cómo sabes tú eso? ¿Les has espiado?
-Pues claro. ¿Cómo me iba a enterar entonces? No seas ingenua, niña. No tengo poderes ni nada de eso.
-¡Pero si ayer te vi hacer desaparecer el lima uñas!
-Bah, pero eso es por otra cosa. No tiene nada que ver. ¡Venga, levanta!
-No quiero.
Volví a ponerme bien otra vez y cerré los ojos. De repente sentí una presión a mi lado en la cama, y luego, a los dos segundos, me vi tirada en el suelo. Enfadada, me puse de rodillas. Damen estaba de rodillas encima de la cama, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
-¿Ves cómo hablando las cosas con tranquilidad y paciencia nos entendemos? -dijo sonriendo maliciosamente.
-¿Tranquilidad y paciencia? -me levanté, cerrando los puños- ¡¡Me acabas de tirar de la cama!!
-Detalles.
Puse los ojos en blanco. Me acerqué a la cama, pero vacilé: ¿podría tocarle o lo traspasaría como un fantasma? Pero si pudo tirarme de la cama...
Decidida, me subí en frente suya y le tiré ahora yo fuera de la cama. Damen cayó de espaldas, pero se levantó con elegancia, como si no hubiera pasado nada, y eso me enfureció más. Me bajé, me acerqué a él, le di la vuelta y le arrastré por la espalda hasta la puerta.
-Eh, ¿qué haces? -preguntó. Yo la abrí y le dejé en el pasillo. Me miró confundido.
-No pretenderás que me vista delante tuya, ¿verdad? -pregunté poniendo las manos en la cadera.
-Bueno... -se apoyó en el marco y me miró seductoramente- Por poder, se puede. A mí desde luego no me importaría -me guiñó un ojo.
-Pues a mí sí -y le cerré la puerta en las narices. Oí su gemido de dolor detrás.
Con rapidez, me vestí con unos vaqueros y una camiseta que encontré por mi supuesto armario. Hice mi cama, me peiné lo mejor que pude y abrí la puerta. Damen estaba apoyado en la pared mirando un cuadro de un río que estaba colgado. Al salir, me miró y enarcó una ceja.
Una especie de envidia me recorrió el cuerpo, ya que yo no sabía hacer eso. Me miró de arriba a abajo, y chasqueó la lengua, decepcionado.
-Vaya, podrías haberte puesto una minifalda y una blusa escasa de botones. Por lo menos me harías un poquito más feliz de estar aquí, ¿no crees? -dijo sonriendo.
-No. No lo creo.
Le ignoré y bajé las escaleras casi corriendo. Mis padres y mi hermano estaban en la mesa desayunando. Al verme sonrieron, y mi padre se levantó para recibirme.
-Cielo -dijo mientras me ponía una mano en el hombro, conduciéndome hasta la silla libre al lado de Tommy- Íbamos a despertarte dentro de una hora más o menos. Bueno -se sentó en su sitio- verás, nos gustaría llevarte a un médico para que pueda hacer algo con tus lagunas en la memoria. Espero que no te moleste.
-No, tranquilo. ¿Cuándo vamos?
-Hoy no podemos. Pero mañana sí. Mañana por la mañana. ¿De acuerdo?
-Por supuesto.
Damen apareció de repente detrás mía, apoyando una mano en el respaldo de mi silla.
-Hey, Elisabeth, ¿qué te parecería hacerle una perrería a tu hermanito? -me dijo, pero claro, sólo le oí yo.
-¡No! -solté.
Mi familia me miró extrañada.
-Eli, ¿qué te pasa? ¿Estás mal? -me preguntó mi madre.
La miré como si me acabaran de despertar de un sueño.
-¿Emm? Oh, yo... n-no, estoy bien. Perdonadme. No tengo hambre. Ehh... si no os importa, ¿puedo ir a dar un paseo por el pueblo? Sólo para ver si... recuerdo algo.
-Claro que no. Pero ¿seguro que quieres ir sola? -me preguntó mi padre.
-Sí, por favor.
-Oh, bueno. Está bien. Pero ven a la hora de comer, ¿de acuerdo? -asentí.
Me levanté de la mesa y empecé a andar hasta la entrada. Me puse unos tenis cualquiera, cogí una chaqueta, al parecer una trenca, y salí afuera. Damen fue detrás de mí como un perrito faldero, pero no lo era en absoluto.
-No vuelvas a hacer eso.
-¿Hacer el qué? -se puso a mi lado.
-Eso. Parecía que era estúpida. A saber qué estarán pensando.
-Es tu familia, ellos no piensan.
-¡Oye! ¡Cuidadito con lo que dices! -dije enfadada.
-Bueno, bueno, tranquilidad, ¿eh? Nunca pensé que tendrías tanto genio -entonces me miró con nostalgia, y tristeza. Fruncí el ceño.
-¿Qué? ¿Por qué me miras así?
-Eh... por nada. Bueno, ¿adónde vamos?
-A dar una vuelta. Y por favor, no me hables en público. Parecerá que estoy loca.
-¿Acaso dudas de que no lo estás? Miras ángeles.
Puse los ojos en blanco y aceleré el paso. Detrás mía, pude oír su risa burlona. Genial...
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