¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

sábado, 16 de enero de 2010

Capítulo 9 (Elisabeth)

En el coche, con Tommy a mi lado derecho y Damen en el izquierdo -tuve que ponerme en el medio para que Tommy no sospechara-, me quedé mirando una especie de tatuaje con forma de cruz que Damen tenía en el brazo y que se le transparentaba por la blusa. Él se dio cuenta, y lo miró:
-Oh, ¿esto? -dijo adivinando mi pregunta. Yo asentí disimuladamente- Nada, es un tatuaje que nos ponen a todos los ángeles guardianes al cumplir los doce años.
-Oh...
-¿Cariño, has dicho algo? -me preguntó mi madre.
-Eh... no, no.
Al llegar, nos bajamos y entramos en el hospital. De repente me entró un escalofrío, y a Damen también. Mientras esperábamos nuestro turno con unas cuantas personas más en la sala, nos sentamos. Un niño de unos tres años que tenía en frente no paraba de mirarme, ni a Damen, que se había quedado de pie, y se acercó a él. El niño se giró para verle mejor, y el ángel se arrodilló hasta estar a su altura.
-Cariño, ¿qué ves? -le preguntó la madre.
El pequeño se limitó a sonreír y señalar a Damen, pero obviamente la madre no veía nada. Damen hizo aparecer una piruleta, con la que jugaba entre sus dedos.
-¡¡Mami, mira!! -gritó el niño con un grito ahogado y emocionado.
La madre miraba desconcertada, y todos los presentes en la sala igual. El ángel le tendió la piruleta y el niño extendió los bracitos para cogerla. Era una imagen increíblemente conmovedora, si no fuera porque estábamos en un hospital, rodeados de personas curiosas y enfermas de mente, y porque Damen siempre tiene que estropearlo todo.
Hizo desaparecer la piruleta, le sonrió burlonamente y le dijo:
-¿Qué te creías, chaval? ¿Que te lo iba a dar porque sí? Anda ya, que el caramelo éste es mío.
El niño rompió a llorar, con gritos incluidos. La madre estaba desesperada, y miré hacia Tommy, que observaba la escena con la boca abierta. La enfermera me llamó, indicando a mis padres que se quedaran dónde estaban. Pero Damen me acompañó. Era el mismo médico joven que había visto cuando me desperté.
-¡Hola, Elisa! Bueno, ven, siéntate aquí -me señaló la camilla.
Yo obedecí temblando. Me subí con dificultad por los escalofríos que me entraban, pero al final me senté. El médico vino hacia mí, y me empezó a palpar la cabeza. Me sonrojé. La verdad es que era bastante guapo.
-¿Tienes dolores de cabeza o algo parecido?
-No. O eso creo. ¿Debería?
-Bueno, normalmente cuando te vienen dolores de cabeza es que tu cerebro asocia algo que acabas de ver con algo de tu pasado, pero no pasa nada, tranquila. Espérame aquí. Vuelvo ahora.
El doctor se fue por otra puerta. Yo me quedé sentada allí, temblando, y Damen se acercó a mí, sonriendo maliciosamente. Fruncí el ceño.
-¿Por qué eres tan malo?
-¿Por qué eres tan repelente? -fruncí los labios-. Mira, ahora no me rayes con eso, ¿vale? -entrecerró los ojos- ¿Estás temblando?
-S-sí, pero no es por miedo.
-No, ya, claro. No es por miedo. Es porque el doctor está tan bueno que el corazón te va a mil, ¿no?
-No.
-¿Crees que no me he fijado?
-¿Celoso?
-Para nada. ¿O qué crees? Me divierte. Además porque el hombre tiene veinticinco, no creo que esté interesado en jovencitas de dieciséis con problemas de mente.
-¡Yo no tengo problemas de mente! No soy retrasada ni nada parecido.
-No, claro que no.
El médico apareció por la puerta con una enfermera detrás. Llevaba algo detrás de él. Una aguja.
Por instinto, me levanté rápidamente, apartándome de él.
-Elisa, por favor, tenemos que sacarte sangre para saber si tienes alguna otra enfermedad que pudiste contagiar en tu accidente. Será muy rápido, lo prometo, y no te dolerá.
Negué con la cabeza. Damen se reía de mí, que estaba sentado en la camilla con la cabeza apoyada entre las manos, disfrutando de mis problemas. Le lancé una mirada iracunda, dándole a entender que él era mi ángel guardián. Se limitó a encogerse de hombros.
Con que ese era su venganza. Muy bien, él lo ha querido.
Esquivando al doctor y a la enfermera que intentaban agarrarme, cogí la aguja y, sin saber muy adónde apuntaba, se lo tiré a Damen. Él lo esquivó y se levantó, enfadado.
-¡¿Pero qué puñetas te crees que haces?! ¡¿Te parece divertido jugar con agujas?! ¡Pues toma esto!
Hizo aparecer una aguja, y yo tragué saliva. Pero para mi sorpresa, se lo clavó al doctor en el brazo, y éste gritó, retrocediendo y tropezando con algunos chismes que no supe identificar. La enfermera también cayó. El ruido debió de llegar muy lejos, porque mis padres y más personas entraron en la sala. Papá me miraba con la boca abierta, y mamá... bueno, tenía mejor pinta. Tragué saliva, y Damen chasqueó la lengua.
-En menudo lío te has metido... -dijo sonriendo.
Apreté los puños.
-Emm... -empecé con voz temblorosa-. Es que... tenía una aguja y... bueno...
Mis padres me miraban enfadados, muy enfadados. A ver como salgo yo de ésta...