¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

jueves, 7 de enero de 2010

Capítulo 7 (Elisabeth)

Al volver a casa, comimos y me pasé toda la tarde con mi familia viendo álbumes para que pudiera recordar, incluso con Damen riéndose con las caras que poníamos en algunas fotos, pero tenía la mente en blanco. Por la noche, cenamos y yo me fui a mi cuarto. Me puse encima de la cama, pero sentada y con el pijama puesto, y Damen se sentó en el sillón, que ahora parece que le pertenecía. Me miraba expectante.
-¿Qué? ¿Qué quieres? -me preguntó.
-Tengo algunas preguntas que hacerte.
-Vale, pues dilas de una maldita vez y luego duérmete -miró por la ventana.
-Emm... bien, ¿quién es Kate?
Se puso rígido.
-Ya te he dicho que no es nadie. ¿Por qué sigues dándole más vueltas? Además, da igual.
-¿Por qué? No puede ser nadie si te importa tanto.
Me miró.
-¿Como...?
-Cada vez que digo su nombre reaccionas de un modo raro -junté las manos, entrelazando los dedos- Porfiii, tengo curiosidad. -le puse cara de cachorro.
Puso los ojos en blanco, y después de un largo y exasperado suspiro, empezó:
-Hace unos años, ahora no recuerdo cuantos, tuvimos que separarnos -cogió un hilo suelto del tejido del sillón y se puso a jugar con él- Ella y yo éramos inseparables. La verdad la quería como nadie. Nos conocimos cuando teníamos... no sé, ella cinco y yo seis. Me la encontré en la playa, haciendo un castillo de arena. Yo de entonces, y sin querer, me había caído por el Portal y acabé allí, prácticamente perdido. ¿No mencioné que ella era humana? -negué con la cabeza, emocionada por escuchar el resto de la historia- Pues lo era. Y obviamente podía verme.
-¿Obviamente? Mis padres, por ejemplo, no pueden verte...
-No, pero los niños con cinco años o menos sí.
-Ah, por eso Tommy tampoco puede verte.
-Claro. ¿No sabes quienes son los amigos imaginarios de los críos? Pues sus ángeles, o en raros casos, productos de su imaginación.
-Pero... entonces, lo que me dijiste de que yo era un bicho raro... ¿es cierto? ¿Y por qué Adalia también...?
Puso los ojos en blanco.
-Puedes verme porque conoces la verdad de lo que ves. Si tu ahora le explicas a tus padres sobre los ángeles como yo, dentro de poco también podrán verme, aunque claro, si antes te llevan al reformatorio... -me horroricé, y él se rió- Bueno, a lo que iba. Había muchos niños en la playa, pero la escogí a ella, todavía no sé por qué. Le dije que era un hijo de ángel y que me había perdido, y ella me ayudó. Al final mis padres me encontraron y me llevaron de vuelta a casa, pero yo... quería volver a verla. La echaba de menos. Así que me escapé unas cuántas veces, hasta que a los nueve años me di cuenta de que escaparme por la noche sería más efectivo que escaparme cuando ellos estuvieran mirándome. Y estuve así hasta... bueno, hasta que tenía quince años, y ella catorce. Me la llevé a mi casa. Todavía no sé como, pero la llevé. Aunque eso fue un gran error... ya que la descubrieron al cabo de unas semanas. Estaba prohibido llevar humanos al hogar. A ella la trajeron de vuelta aquí, bueno, a tu mundo, pero después de la desaparición, sus padres y ella se mudaron, y ahora ya no sé dónde vive -suspiró.
-¿Y tú...? ¿No te hicieron nada?
-Sí, sí que pagué por las consecuencias. Me maldijeron con que cada falta de la luna que hubiera, me transformaría. Supongo que les hacía gracia lo de la luna por los lobos, o algo por el estilo.
-¡¿Te conviertes en lobo?! ¿Eres un...?
-¿Qué? No seas absurda, los hombres lobo no existen. Y no, no me convierto en un perro. Me convierto en... otra cosa.
-Aaaah, por eso la adivina dijo que me toparía con un ser mítico... Así que eres tú, ¿eh?
-Sí, para mi desgracia sí.
-¿Desgracia por transformarte?
-No, desgracia por encontrarte a ti.
Le fulminé con la mirada.
-¿Y lo de que te ibas a enamorar? -pregunté- Porque me encantaría conocerla. Aunque pobre de la que tenga que aguantarte...
-Perdona nena, pero yo no me enamoro. Me parece una estupidez y una pérdida de tiempo. ¿No ves que es mejor ir de flor en flor que estar en una misma el resto de tu miserable vida?
-Venga ya. Segura que con las que has estado, alguna...
-No, ni una.
-Bah, no saldrías con tantas. A ver... ¿fueron... tres este año?
Apretó los labios y negó con la cabeza, pero esbozó una sonrisa burlona.
-¿Cinco? -volvió a negar- ¿Diez? ¿Veinte?
-Con el último ángel que he estado... una rubia preciosa, pero que la dejé colgada. Así que... treinta y seis en siete meses.
Me quedé con la boca abierta.
-¿Y si alguna te dice por ejemplo "te quiero"? -no sé por qué, pero quería insistir, aunque a mí me daba igual. Pero de una tuvo que enamorarse por lo menos- ¿Qué haces cuando pasa eso?
-Oh, bueno, en ese caso, le sonrío, le digo que voy al baño y me largo por patas. Y si te he visto no me acuerdo.
Fruncí el ceño. Luego dicen que las mujeres somos las complicadas.
-¿Y tengo que pasar dos malditos meses contigo? Qué bien. No sé quién soy, no conozco a nadie que al parecer me reconoce, y aún por encima tengo un tío chulo y egocéntrico persiguiéndome hasta que recupere mi memoria perdida. Bien, bien. -respiré hondo- Vale.
-Oye, que a mí me gusta la idea tanto como a ti.
Puse los ojos en blanco y me arropé con las mantas, todavía sentada. Damen me miró y sonrió:
-Oye, ¿no quieres que me acurruque a tu lado para darte calorcito? Seguro que estarías mejor y bien acompañada...
-Buenas noches, Damen.
Apagué la luz y me acosté. En la oscuridad le escuché reír por lo bajo. Qué gracioso.