Me despertó principalmente un ruido extraño, y luego varias presiones en la cama por mis dos lados. ¿Qué pasaba?
Abrí los ojos y me encontré a Damen saltando en la cama, en mi cama. Con furia, me incorporé.
-¿Pero qué crees que haces? -pregunté poniendo los brazos cruzados.
-Saltar. ¿Estás tan ciega o eres algo retrasada para no darte cuenta? A lo mejor necesitas ponerte gafas...
-Ya sabes a qué me refiero. ¿Crees que tienes derecho a saltar en...?
-Por supuesto que sí -me interrumpió-. Además, de todos modos, tus padres van a venir en tres, dos, uno...
Dejó de saltar. A cambio, petaron en la puerta, y mis padres aparecieron por ella.
-Oh, Elisa, ya estabas despierta. Veníamos porque tienes que prepararte. Ya sabes.
-Ah, lo de... el neurólogo, ¿no? -dije comprendiendo.
-Bah, no te servirá de nada. Ya te digo yo que en un mes recuperarás la memoria -masculló Damen sonriendo.
Le lancé una mirada iracunda.
-Bueno, pues te esperaremos abajo -dijo mi madre.
Yo asentí. Se marcharon, cerrando la puerta, y yo me levanté de la cama, yendo a abrir la ventana descalza. Damen bajó también de ella y se fue junto al espejo del tocador.
-Pero guapo eres. Como te adoro -se dijo a sí mismo.
Suspiré, puse los ojos en blanco y negué con la cabeza. Me apoyé en el marco de la ventana, mirando al exterior, y todavía apoyada, volví la cabeza hacia él.
-¿Por qué eres tan... así? -pregunté molesta.
-¿Tan como? ¿Tan guapo, divertido y maravilloso? Bueno, nací así.
-No, eso no. Lo de mirar a todo el mundo por encima del hombro, como si tú fueras superior a los demás.
-¿No será que lo hago porque en realidad lo soy? Mira, olvídalo. Vístete de una vez.
Me incorporé, me crucé de brazos y esperé. Él se volvió hacia mí desde el espejo, mirándome confuso.
-¿A qué esperas?
-A que te vayas.
-¿Pero no ves, querida, que no pasa nada porque te vistas delante mía? Te juro que no miraré.
Señalé la puerta con un dedo. Damen puso los ojos en blanco, la abrió y salió, después de mascullar algo como "mujeres...". Me vestí rápidamente, hice mi cama y abrí la puerta. Vi a Damen sentado en el suelo del pasillo, con los brazos detrás de la cabeza y apoyado en la pared. Al verme, esbozó una sonrisa torcida. Tommy apareció por allí, saliendo de su cuarto, y vino hacia mí, dándome un abrazo.
-¡Buenos días! ¡Yo también voy al médico contigo! -le sonreí.
-Gracias por acompañarme -le di un beso en la mejilla.
Tommy me sonrió e iba hacia el baño, cuando Damen, todavía sentado, estiró una pierna y le hizo la zancadilla. Tommy cayó dando un traspié, y empezó a llorar.
-¡¡Tommy!! ¡¿Estás bien?!
Me arrodillé a su lado y le abracé, apoyando mi mejilla en su pelo. Me devolvió el abrazo y lloró en silencio. Me aparté un poco de él, con mis manos apoyadas en cada hombro suyo y le miré. Le enjuagué las lágrimas.
-¿Estás mejor? -pregunté.
Me sonrió de oreja a oreja. Asintió, nos levantamos y se fue al baño.
-Gracias -dijo antes de entrar. Asentí.
Y luego miré a ese maldito hijo de su madre, todavía sentado y riéndose de mi hermano. Le fulminé con la mirada.
-¡¿Y te ríes, pedazo de imbécil?!
La sonrisa se le borró del rostro. Se levantó desafiante, mirándome con los ojos entrecerrados, y se cruzó de brazos.
-¿Perdona? ¿Como me acabas de llamar? -dijo despacio.
-Na... nada.
-No, nada no. Me has llamado imbécil. Mira, nadie se atreve a insultarme, que te quede claro.
Me enfureció.
-¿Ah no? ¿Y qué vas a hacerme? ¿Me vas a pegar? Pues adelante. Porque no te tengo miedo.
Respiró hondo, y noté como estaba apretando los puños, porque tenía los nudillos blancos, y los músculos de los brazos sobresalían de la blusa blanca. Retrocedí unos pasos.
-¿Sabes? Tienes razón. No puedo pegarte, porque lo tengo prohibido y porque eso sería una fatalidad, pero te aseguro que tampoco te protegeré. Sólo llevo dos días aquí y ya quiero largarme. ¡Ja!
-¡Oye, yo no te he dado motivos para odiarme! ¡El problema eres tú, que me sacas de quicio!
De repente, Tommy abrió la puerta, salió y me miró confuso.
-¿Elisa? ¿Te... te pasa algo? -preguntó extrañado- Es que he oído gritos y...
-Emmm... no, no. Perdona. Hablaba conmigo misma. Es que me tropecé y... bueno... últimamente tengo mal genio. Lo siento, de verdad. Venga, ¿ya estás listo?
-¡Sí! -exclamó entusiasmado.
Asentí, le cogí la mano, ignorando a Damen, y bajamos. Antes de que pisáramos el primer escalón susurró:
-Me quedo porque no tengo más remedio, que si no...
Mis padres, Tommy y yo, seguidos de Damen, nos fuimos al médico. Aunque no sé para que viene, si total complicará más las cosas.