Al llegar, los ángeles soldados me llevaron hasta la oficina Celeste, dónde Devon, en su despacho, me esperaba detrás de su escritorio con expresión nerviosa.
-¡¡Damen!! -me indicó, con mano temblorosa, que me sentara en la silla, delante suya, y con un gesto de la mano, mandó a los soldados irse, dejándonos solos.
Me recosté en la silla.
-¿Por qué querías verme, Devon? -pregunté.
-Lo sabes perfectamente.
-Bingo -le sonreí burlonamente.
Una gota de sudor le resbaló por la frente, y estaba totalmente rojo. Que yo sepa, no hacía mucho calor aquí.
-¿Estás bien? -le pregunté.
-¿Que si... que si estoy bien? Que si estoy bien -miró detrás suya, por el gran cristal, mirando toda la ciudad-. ¡¡Claro que no estoy bien, Damen, claro que no!! -se volvió otra vez hacia mí, cogiendo un pañuelo de seda y pasándoselo por la cara- ¡¿Pero tú sabes lo que tuve que hacer e intentar convencer de que no te sometieran a un juicio?! Sabes que lo que hiciste con la chica está prohibido. ¡¡Prohibido!! ¿Sabes lo que eso significa? Pero bueno, qué digo, si a ti te entra todo por un oído y te sale por el otro. ¡¡No vuelvas a...
-... hacer esto!! -repetí con voz burlona- ¡No vuelvas a hacer esto! ¡No toques aquello! ¡No te aproveches de la hija de uno de los miembros de la Inquisición! -volví a mi voz normal- Mira, no me gustan las normas. Además, están para romperlas, ¿no es cierto? Pues eso hago.
-¡Pero es que no puedes! ¿No lo entiendes? ¿Tú que tienes en la cabeza, paja?
-No, tengo un cerebro, y mucho más grande que cualquier miembro de la Inquisición -señalé al cristal-. Así que... que quieres qué te diga.
-Pues que por favor, protejas a Elisa.
Me quedé rígido.
-¿Cómo sabes su nombre? Que yo sepa nunca te lo mencioné...
-Bueno, ¿por qué crees? Aquí llevamos a todos los que protegemos. Es normal que sepa su nombre.
-No, no. Me refería... a ella le gusta que la llamen así, pero su nombre es Elisabeth. ¿Cómo sabías...?
-Ah, bueno, porque me lo imaginé -dijo en tono brusco-. Pero esa no es la cuestión. Trátala bien, ya verás como en un futuro te arrepentirás de haberla tratado tan mal.
-No sé que te diga. Pero vale. Está bien. Seré un niño bueno y obediente. ¿Contento?
-Sí, la verdad es que sí. Puedes irte. Pero hazlo.
Me levanté y me fui a la habitación del portal. Entré.
Al momento, me encontré en la habitación de Elisa, pero... había alguien con ella. Ambos se giraron, y pude verle.
Oh, no.
-Oh, dios mío, no. Tú no -exclamé.
Jack se levantó fingiendo dolor.
-Gracias hombre. ¿Así es como saludas a tus amigos?
-Sí, es mi mejor método. ¿Qué haces aquí?
Elisa también se levantó.
-Pues Jack vino para hablar contigo, pero al no estar tú aquí esperó conmigo. Que sepas que tienes una joya de amigo.
Jack se sonrojó y la miró tímidamente.
-No, mujer, si es sólo...
-Oh, sí, claro, una joya. Qué pena que en vez de estar pulido, esté tuneado -exclamé.
Ambos pusieron los ojos en blanco. Jack se acercó a mí con los brazos cruzados.
-¿Tú sabes cómo se han puesto Jenny y Andrew cuando les dije que Devon te había llamado para echarte la bronca? -negó con la cabeza-. Eres...
-Guapo, lo sé, no hace falta que me lo repitas.
-No iba a decir eso...
-Mira, ahora mismo ellos dos me dan igual. Y...
-¿Quién es Devon? ¿Y por qué te ha echado una bronca? -preguntó la impertinente Elisa.
-Es nuestro jefecillo, que se pasa la vida...
-Damen, por favor, no seas maleducado delante de una señorita -murmuró Jack.
Alcé una ceja.
-¿Ves? Por eso nunca ligas.
Frunció el ceño, negó con la cabeza y se volvió hacia Elisa.
-Emmm... perdónale, Elisa, es que...
-¿Es que qué? Perdona, pero el que de pequeño lamió la cuna recién pintada fuiste tú... -dije sonriendo.
-¡Damen! ¡No seas así!
Le puso una mano en el hombro a Jack, consolándolo. Aparté la mirada.
Una especie de descarga me recorrió la espalda y el estómago. ¿Qué...? ¿Ce... celos? No, imposible.
Con furia, me acerqué a Jack:
-¡Venga, largo! ¿Era eso lo que tenías que decirme? ¡Pues venga!
-En realidad... te iban a someter a juicio... -balbuceó.
Abrí un portal, le cogí del brazo y le tiré por él. Se cerró.
-¿Juicio? ¿Por qué te iban a juzgar?
Me volví hacia ella, ahora aliviado de que Jack no estuviese aquí.
-Nada. Absolutamente nada.
De repente, alguien petó a la puerta y un niño de unos siete años apareció por ella, observándome. El tal Tommy. Pero...
-¿Niño? ¿Qué miras? No me digas que ésta te ha dicho...
-Perdona, -dijo indignada- pero ésta tiene un nombre.
-¿Tú... eres el ángel del que me habló Elisa? -preguntó todavía en la puerta, con miedo.
-Sí, niño soy yo. Como sé que sabes, sí, fui yo quién te puso la zancadilla en el pasillo. Me divierte ver niños mimados llorando. Sobre todo los débiles.
-¡Yo no soy un niño mimado ni débil! ¡Soy muuuy fuerte!
-Oh, claro niño. Mira -fui hacia la ventana de encima del sillón y la abrí-. Si te tiras por aquí y sobrevives, entonces eres muuuy fuerte. ¿Qué apuestas? -negó con la cabeza, asustado-. Buah, lo sabía. Niño débil. ¿Qué me esperaba?
Le sonreí con burla, y Tommy, con ojos entrecerrados se fue hacia la ventana, dispuesto -para mi asombro- a saltar.
Pero Elisa siempre tiene que fastidiar las fiestas. Fue hacia él y le arrastró a dentro.
-¡No! ¡Tommy, ve a tu habitación, por favor! ¡Y no hagas ninguna estupidez!
Tommy, resignado, giró sobre sus talones y se fue. Elisa se volvió hacia mí y me fulminó con la mirada. Pero yo sólo sonreía.