Andamos durante toda la noche. Bueno, yo me había quedado dormida, y al despertarme me encontré con un brazo protector de Ralph rodeándome la cintura, y mi cabeza apoyada en su pecho. Y él tenía su mejilla apoyada en mi pelo. Empecé a sonrojarme, y el estómago me hacía cosquillas, pero me hice la dormida un poco más. Quería disfrutar del maravilloso momento…
Pero el tiempo pasaba muy rápido, así que al final me erguí, bostecé un poco y me froté los ojos. Ralph me miró con ternura, y para mi pesar, cogió las riendas con el brazo que antes me rodeaba.
-Lo siento. Te habías quedado dormida… Supuse que estarías más cómoda apoyada.
-¿No… no has dormido en toda la noche?
-No. Tranquila. Estoy acostumbrado. Además que es peligroso dormirse en este lugar. Pueden haber proscritos o bandidos. Nunca se sabe. Toda precaución es poca.
Asentí débilmente.
-Oye. Hace tiempo que no me dices que me odias. ¿Te pasa algo? –me preguntó divertido.
-No… -dije entre débiles risas-. No. Sólo es que quizá esté preparando un insulto muy grande para cuando llegue el momento… nunca se sabe…
-Ya te dije que, aunque parezca raro, me gusta que me insultes porque sé que has pensado en mí en ese segundo.
-¿Pero lo decías en serio?
-¿Y por qué no? Intento que te sea más cómodo asimilar todo esto, Raquel. Y creo que lo estoy consiguiendo.
“Sigue siendo el mismo de siempre”, pensé feliz.
Quizá por fuera se comportara como un arrogante, egoísta, hipócrita, con una dura piedra en vez de corazón, cruel, maltratador de animales y niños, asesino… y demás. Pero cuando le conoces mejor sabes que sólo es una máscara.
O quizá sólo se comporte así conmigo. Sonreí ante ese pensamiento.
-Mira, ya llegamos. Aquí es.
Miré hacia dónde él miraba. Y me quedé con la boca abierta. Era una ciudad enorme, y sin duda se estaba realizando una feria.
Nos bajamos del caballo cuando entramos. Era muy bonita. ¿Cómo es que no sabía que existía este lugar?
La gente iba feliz de un lado a otro, comprando en los puestos y demás. Una chica que vendía huevos en una cesta se quedó mirando a Ralph, intentado llamar su atención.
Me reconcomieron los celos. ¿Es que no veía que iba acompañado? Pero supongo que eso le daba exactamente igual.
Ralph buscaba con la mirada, y al final encontró lo que quería. Me cogió de la mano y me llevó hasta un castillo. Los guardias, al ver a Ralph, le hicieron una reverencia al reconocerlo.
-Alteza, el conde le espera.
-Sí, ya lo sé -contestó bruscamente.
El hombre tierno de hace unos momentos se había ido, dejando a uno muy diferente delante de mí.
-Pase, por favor. Déjeme, nos encargaremos personalmente de su caballo.
Ralph le tendió las riendas, y el guardia lo cogió y lo llevó a la parte de atrás del castillo.
Ambos entramos. El conde nos recibió en el vestíbulo.
-¡Oh, Dios mío! Príncipe Ralph, cuantísimo tiempo que hace sin veros. Sin duda habéis crecido para mejor.
-Gracias, conde William. Usted también…
El hombre estaba algo gordo.
-… también habéis crecido mucho –acabó.
El conde sonrió, y luego me miró.
-Vaya, y esta bella señorita debe de ser la hija de Jack, Raquel, ¿verdad?
-Sí. Mi prometida –agregó Ralph.
-Cómo habéis cambiado. Estáis muy guapa. Venga, es mediodía, y sin duda tendréis hambre. Querría invitaros a comer.
-No… no hace falta… sólo…
-¡Por favor! Ya tenemos todo preparado.
-Es… está bien… -dijo Ralph suspirando-. Vamos.
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Los tres pasamos al comedor. El conde William se colocó en la cabeza de la mesa, Ralph a su derecha, y yo a su lado.
Por la puerta aparecieron dos chicas jóvenes, una niña y, quién suponía, la mujer del conde.
La primera hija debía de tener unos veinticinco años, la segunda unos diecinueve o veinte, y la pequeña… siete u ocho. Se sentaron en frente nuestra, ya la mujer del conde a su izquierda de éste.
-¡Vaya, príncipe Ralph! Cuánto tiempo. Sin duda estáis más guapo.
La segunda hija del conde no le quitaba los ojos de encima, pero Ralph la ignoraba.
-Gracias por invitarnos, pero realmente no hacía falta todo esto, conde William.
-Sí que hacía falta. Vos y vuestro padre habéis hecho mucho por mí, y ya era hora de que os lo devolviera. Aunque por supuesto no es sólo esto.
-William, quizá en otro momento.
Mientras Ralph, el conde y su mujer hablaban, yo miraba con los ojos entrecerrados a la chica de diecinueve años, y ésta me fulminaba también con la mirada. En un momento dado me sacó la lengua. Yo fruncí el ceño.
-… ¿verdad, cariño? –le preguntó el conde a ésta.
Pestañeó y le miró.
-¿Cómo, padre?
-Digo que estás buscando a un marido que tengas sus ideas bien puestas, como el príncipe.
Ésta miró a Ralph, y sonrió como una estúpida.
-Por supuesto. Incluso me gustaría que fuera exactamente igual a vos, alteza.
Apreté la mandíbula. Ralph me miró de reojo, y sonrió divertido.
-Sí… eso está bien. Pero os recuerdo que yo ya tengo una prometida –se levantó-. Bueno, sin más dilación, y lo lamento mucho, pero debemos irnos. Queremos llegar cuanto antes a casa.
-¿Pero no queréis pasar aquí la noche? Veo que tenéis ojeras del cansancio. Sería bueno que recuperarais fuerzas.
Ralph vaciló, luego me miró y asintió derrotado.
-Está bien. Nos quedaremos. Gracias por vuestra hospitalidad.
-¡Un placer!
Al final nos quedamos dormidos por la mañana. Pero de todos modos estuvo bien, ya que descansamos como nunca. Aunque yo… había soñado por la noche. Con Ralph.
Y según mi sueño, vivía felizmente casada con él. Lo adoraba.
Cuando salimos del castillo del conde ya preparados, no me atrevía a mirarle a la cara.
Aunque no quisiera, sabía que cada vez me estaba enamorando más de él.
Y mirarle sabiendo todo lo que sentía por él me daba algo de vergüenza, como si le estuviera ocultando un secreto. O quizá porque me daba la impresión de que podía mirar a través de mí.
Durante el camino, montados en el caballo, tampoco me había atrevido a mirarle.
-¿Te acuerdas… -empezó él al ver que yo no decía nada- de cuando bailamos por primera vez?
-Sí…
-¿Y lo que te dije? ¿Que si yo te intimidaba porque no eras capaz de mirarme a los ojos?
-Ajá… -dije con un hilo de voz.
-Bien. ¿Te intimido… otra vez?
Fruncí el ceño, y me giré para verle, pero me volví otra vez al recordar el sueño.
-No… no es eso… yo…
-Oye, si te doy miedo me lo dices. Intentaré que no… -suspiró cansado-, hablaré con mis padres para que suspendan la boda.
Me estremecí del terror.
-¡¡No!!
El caballo, al oír mi desesperado grito, se asustó y empezó a trotar veloz.
-¡Hey, quieto! –dijo Ralph agarrando bien las riendas.
Sabía que era un experto jinete, así que controló al caballo en poco tiempo, pero éste frenó y ambos salimos disparados hacia delante.
-¡¡Ay!! –exclamamos al unísono al caer.
Nos incorporamos, quedando sentados, y Ralph miró hacia mí.
-¿Estás bien? –me preguntó con lo que parecía, para mi gran sorpresa, preocupación.
Consideraba a Ralph una persona de ésas que no se preocupan de los demás, sino de sí mismo. Lo había juzgado mal al parecer.
-Sí… ¿y tú?
Asintió, y miró al caballo, que se había ido al lado del camino a pastar otra vez.
Al pensar en nuestra caída, me entró la risa. Ralph me miró con una ceja alzada serio, pero no pudo resistirse y también se rió. Luego se levantó y me tendió una mano para ayudarme.
Me limpié la capa y el vestido, y me ruboricé un poco.
-Así que… -dijo-, al fin y al cabo sí quieres casarte conmigo. Porque ese grito incluso asustó al caballo.
Me reí otra vez, y él sonrió.
-Es bueno saberlo.
-Sí, bueno, es que… -aparté la mirada. El sueño me perseguía como loco, apareciendo en mi mente. Ralph se dio cuenta.
-¿Qué te pasa? ¿He hecho algo mal? –Suspiró-. Lo siento si te he ofendido con algo, pero es que…
-No, no. No es por ti… Bueno sí. Es por ti, pero no es nada malo.
-Entonces me gustaría escucharlo.
Nos sentamos debajo de un árbol, y le empecé a contar.