Ambos caímos. Pero lo que me desconcertó era que el suelo estaba mullido. Me levanté con cuidado, y miré a mi alrededor. Me quedé estupefacta.
Todo, absolutamente todo, eran nubes. Esponjosas y blancas. Lo más curioso, pero muy, muy curioso de todo, era que también había árboles y ríos. Era como si las nubes actuaran como si fueran la hierba del suelo.
Entonces recordé a Damen. Lo busqué con la mirada. Estaba detrás de mí con su forma humana, intentando incorporarse. Cuando lo consiguió, me horroricé. Estaba lleno de sangre, y la camisa blanca completamente rota.
Me acerqué a él, y me arrodillé a su lado. Le miré con ojos llorosos.
-¡Damen, estás sangrando mucho! –sollocé.
Él me miró con el ceño fruncido, y luego a sus heridas.
-No te preocupes por esto. Ya sabes que estoy acostumbrado.
Recordé cuando había descubierto en qué se transformaba y cómo sangraba.
Le abracé.
-Te voy a manchar –me dijo.
-¿Crees que eso me importa? –le repliqué separándome-. No seas ridículo.
-Elisa, no te preocupes. Porque sino me pones nervioso a mí.
Entonces le miré mejor. Detrás de él habían aparecido unas alas blancas tan esponjosas como las nubes que nos rodeaban. Se levantó, y las miró.
-Bueno, creí que no aparecerían, la verdad.
Empezó a desabrocharse la blusa, pero como era tan impaciente, se la arrancó. Le miré con la boca abierta.
-¿Pero qué haces? –dije con la voz un poco temblorosa.
-Da igual, ya estaba rasgada por las alas –la tiró al suelo, y sus alas se estiraron para luego volverlas a encoger.
Entonces me fijé en su pecho y abdomen. Los tenía llenos de heridas y algunas cicatrices. Y sangraba. Pero sin embargo me ruboricé igual.
Damen se examinaba el brazo izquierdo, dónde tenía la peor herida.
-Me estás mirando –repuso sin mirarme él a mí-. ¿Se puede saber por qué me estás mirando?
Sacudí la cabeza y carraspeé. Me sonrojé más.
-Na… nada. Hum –miré a mi alrededor-. ¿Esto… es el cielo?
Alzó la mirada y asintió.
-Si lo quieres llamar así, sí. Pero este lugar es casi inaccesible. Todavía no sé cómo conseguí hacernos entrar.
-Increíble.
El tatuaje negro en forma de cruz que tenía en el antebrazo izquierdo brillaba, aunque un poco de sangre lo tapaba mientras salpicaba el suelo. La nube de debajo se tornó roja.
-Damen, hay que curarte eso.
Él puso los ojos en blanco, y dejó caer los brazos a los costados.
-Cariño, eso dijiste la última vez que me viste sangrando, y entre tu hermano y tú acabasteis con mi salud y un poco de mi cordura. Así que no, gracias.
-Vamos, no fue para tanto… Además de que pensabas que…
Se acercó y me calló con un beso. Al separarnos, lo miré sorprendida.
-¿Y eso?
-Para que dejaras de hablar y porque me apetecía –se encogió de hombros-. No sabes lo relajante que es querer besar a alguien en ese momento y poder hacerlo.
Me reí. Lo sabía perfectamente. Ahora le besé yo.
-Sí, sí que lo sé.
Sonrió. Me cogió de las manos y las miró.
-Piensa en algo. Lo que más desees –me dijo.
-Pero eso ya lo tengo, justo delante de mí –repuse.
Se inclinó y me besó otra vez.
-Gracias, mi vida, pero ahora piensa en otra cosa.
Me vino a la cabeza un perro. Cerré los ojos, y de repente sentí unos ligeros empujoncitos en el pie. Abrí los ojos y bajé la mirada a mis Converse, dónde un cachorrito de la raza Shiba blanco me daba con la pata. Solté mis manos de Damen y me arrodillé. El cachorrito apoyó sus patas delanteras en mis piernas y me lamió la mejilla. Yo le acaricié la cabeza.
-¡Ay, qué cosita más bonita! –exclamé sonriendo.
-En el cielo puedes pedir cualquier cosa. Absolutamente lo que quieras. Y te dura tanto tiempo como desees.
Cogí al perrito en mis brazos y me levanté. Se lo tendí a Damen. Él retrocedió un poco.
-Vamos, sé que te gustan los perros.
-No creo que ahora sea el mejor momento para jugar con un perro.
Sus heridas todavía goteaban. Dejé al perro en el suelo, y desapareció. Miré a Damen otra vez. Se encogió de hombros.
-Te lo dije.
Entonces deseé un botiquín de primeros auxilios. Apareció en mis manos.
Damen apretó los labios.
-Ah, no. No.
Me acerqué a él, pero se cruzó de brazos, haciendo que los músculos se le tensaran y las heridas sangraran más por la presión.
-Damen… por favor… -susurré algo horrorizada por la hemorragia de los hematomas.
-No.
Empecé a llorar. Él dejó caer los brazos y resopló.
-Mierda –masculló-. Está bien, está bien.
Le sonreí. Sabía que no podía resistirse a las lágrimas de una chica.