¡¡Cazadores de Sombras: Ciudad de ángeles caídos!! *¬*

jueves, 30 de septiembre de 2010

Capítulo 48 (D)

Cuando iba arrastrando por el suelo a Elisa porque no quería moverse del sitio, llamaron a la puerta.
-Venga ya… -murmuré soltándola y dejándola caer tendida al suelo.
-¡Ay! –se llevó una mano a la cabeza.
Me acerqué a la puerta y la abrí. Tres de mis ángeles, novatos, me miraban nerviosos.
-Señor, ¡hay un problema! –dijo el del medio.
-¡Sí! ¡Al ángel Jake le está atacando un demonio! –dijo el de la derecha.
Suspiré. Jacob era otro ángel novato realmente malo en la lucha y bocazas.
-¿Un demonio Mayor?
-Esto… No, señor… Uno normal y corriente…
Les cerré la puerta.
-¡Señor! –gritaron desde fuera.
Volví a abrir la puerta.
-No vale la pena. ¿Me estáis tomando el pelo? Sois cuatro. Él uno, y pequeño. Así que no me toquéis las narices.
Me volví para ver a Elisa todavía en el suelo, pero no estaba. Apreté la mandíbula y cabreado, les volví a cerrar la puerta.
-¡Elisa! ¡Vuelve aquí ahora mismo si no quieres que te traiga yo a la fuerza! –le grité.
-¡Señor! –volvieron a gritar los de fuera.
-¡Largaos de una maldita vez, estúpidos cobardes! –dije sin siquiera abrir la puerta.
Escuché suspiros y pasos que se iban. Bien.
Fui al comedor y me la volví a encontrar escribiendo. Esta vez la cogí en brazos. Ella se revolvió, pero no la solté.
-Damen, escúchame…
La callé con un beso.
-Nada de “Damen, escúchame” porque no te haré caso.
-Si me dejaras estudiando, entonces harías de mi día un día perfecto.
-Sabes… Dios hace cosas perfectas. Pero hay que admitirlo, conmigo se lució. ¿No te llega con eso?
Finalmente suspiró con cansancio. Elisa ya debería saber que yo siempre gano.
Aunque ella y yo dormíamos en la misma cama, todavía no… No quiso hacerlo. Yo, por supuesto, respeté su decisión y esperaría.
Me quedé despierto hasta que ella se hubo dormido, por si acaso, y luego yo con ella.
Por la mañana me desperté normal, pero cuando me incorporé y miré hacia Elisa, ésta se iba a caer de la cama.
Sinceramente me planteé dejarla caer. Sería divertido verla enfadada. Pero supongo que una pequeña parte de mi amor por ella y mi sentido común (quizá también Pepito Grillo) me decían que la ayudara. Así que alargué el brazo, la rodeé por la cintura y la atraje hacia mí.
Ella se despertó también. Se dio la vuelta y me miró con ojos soñolientos y llorosos. Me sonrió, se incorporó y bostezó. Eso me hizo sonreír. Adoraba verla por la mañana. Siempre era la vez que realmente me daba cuenta de cuánto la amaba. Aunque me metiera con ella, le hiciera bromas y demás, la quería. Y aunque las veces eran muy escasas, me gustaba demostrárselo.
Pero claro, no ocurría a menudo.
-¿Sabes? Estuve a punto de dejarte caer. Me encantaría ver tu cara despertando con la marca del suelo en ella –me reí.
Elisa me fulminó con la mirada, se levantó y fue. Suspiré y la seguí.
-Eh, Elisa. Cielo, sabes que era una broma, ¿verdad? –dije cuando ambos llegamos a la cocina.
Se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
-Déjame, ¿quieres? No estoy para bromas.
Fue hacia la cafetera y se sirvió café en una taza. Me acerqué por detrás, le aparté el pelo del cuello y le besé la nuca. Noté cómo se estremecía.
-¿Estás enfadada? –volvió a suspirar, y se giró otra vez hacia mí, quedándose encerrada entre mi cuerpo y la encimera.
-Es que, lo único que quiero ahora mismo, es terminar mi trabajo. Y tú no me dejas.
-Y yo lo único que quiero ahora es tenerte para mí solo todo el día. Déjame al menos esto. Es lo único que te pido. Por favor.
Elisa alzó las cejas sorprendida. Yo no solía decir por favor. En realidad, sólo lo dije una o dos veces en mi vida. Así que al final, asintió con los labios apretados.
-Está bien –cogió su taza, y me miró-. Damen, si no sales de aquí, no podré pasar.
-Entonces dime las palabras mágicas que hacen que esté a tu voluntad.
Puso los ojos en blanco.
-Hum… ¿Por favor? –Negué con la cabeza-. ¿Cariño? –volví a negar-. ¿Te quiero?
-Bien, pero ahora dilo como si lo sintieras.
-Cariño, no voy a decirlo “como si lo sintiera”, porque en realidad sí lo siento. Te quiero –y para mi sorpresa, me besó.
Yo, medio anonadado, me aparté y la dejé irse, aunque lo hice a regañadientes.
Terminamos de desayunar y nos fuimos.