Casi siempre me reía de las cosas que hacía Elisa. Me divertían.
Pero en el fondo estaba aterrado. ¿El por qué? Bien.
Los seres a los que mato se han dado cuenta de que si acaban conmigo, acabarán con los demás ángeles Dominios. Y para ello están intentando averiguar mi punto débil. Mi único punto débil.
Obviamente, era Elisa. Por ahora no lo saben, y de verdad espero que no se les ocurra de ningún modo. Porque si alguien, por algún mínimo o estúpido motivo, por muy pequeño que sea, le hiciera daño… estaba muerto. Completamente.
Y uno de mis mayores temores: Devon. Él sí que lo sabía. Y estaba seguro que no dudará en matarla, pero yo haré lo imposible por mantenerla a mi lado. Sinceramente, si volviera a perderla, mi mundo se derrumbaría por completo.
Pero intentaba, o no solía, pensar en ello.
Así que, simplemente, me divierto con mi niña.
En el baño, mientras intentaba sacar los pelos de su cepillo, recordó.
-¡Mierda! –soltó.
La miré divertido.
-¿Ahora qué? ¿Te acabas de acordar de la baba que dejaste en el cojín del sofá cuando dormías?
Me fulminó con la mirada.
-No. ¡Tengo que terminar el proyecto! ¡Se me había olvidado!
Dejó el cepillo dentro de un cajón y salió corriendo hacia el comedor, dónde tenía todos sus apuntes y libretas desperdigadas por la mesa. La seguí. Se sentó en la silla y empezó a leer. Suspiré. Me acerqué a ella y le puse una mano en el hombro.
-Cariño, ese proyecto tienes que entregarlo dentro de dos meses. Y ya tienes hecho más de la mitad. ¿Por qué no te relajas un poco?
Me miró con el ceño fruncido.
-No puedo. Si lo dejo para el último momento, ¡entonces sí que estaré desesperada!
Lancé otro suspiro hastiado. Ella volvió a leer.
-Mira. ¿Qué te parece si vamos tú y yo a algún sitio? Hace tiempo que no…
-Damen, tienes unas ojeras horribles. No creo que estés ahora mismo para dar una vuelta.
-Bien, vale. Pero mañana no tienes clase. Y yo tengo esta noche y el día de mañana libres. Así que duermo hoy y mañana nos vamos.
Elisa suspiró un poco desesperada.
-¿Pero qué dirán tus ángeles?
Bufé.
-Soy su jefe. ¿Qué porras me van a decir ellos? –Hizo un débil gruñido-. Sabes que no acepto un no por respuesta –le recordé.
-Pero el trabajo…
-Tienes toda la eternidad para terminar ese maldito trabajo.
-Está bien…
Sonreí.
-Me voy a duchar. Y, hazme el favor, no te chapes todo eso. No te servirá de nada.
Ella me sacó la lengua y se volvió a enfrascar en la lectura. Le di un beso en el pelo y me fui.
Mientras me duchaba, no pude parar de pensar en lo que le podría pasar a Elisa… En lo que hubiera podido pasar hace tres años y medio si no me hubiera recordado… O si simplemente no nos hubiéramos encontrado otra vez. Seguramente ahora viviría feliz con otro chico que por supuesto no sería yo.
Y eso me hacía enfurecer. Notaba como debajo del agua se me tensaban los músculos de los brazos al pensar en ello. Pensar que esos suspiros que a veces me regala no fueran por ni para mí, o si otro le quitara todos los besos que yo le robé. O todas las palabras significativas que me dice y me acarician el corazón como una suave pluma.
Era demasiado.
Salí de la ducha, me sequé, me vestí con sólo unos pantalones de pijama, dejando el pecho al descubierto con mi tatuaje negro de la cruz en el antebrazo y el otro, nuevo, que me caracterizaba de líder de los ángeles Dominios, la estrella de ocho puntas en el hombro. Los demás también lo tenían, pero ellos lo tenían en el hombro izquierdo. Yo en el derecho.
Descalzo, volví a entrar en el comedor.
-Tú también tienes que dormir, ¿sabías?
-Sí, soy consciente de ello.
-No lo parece.
Dejó el boli encima de la mesa y me miró.
-Mira, Damen. Tú vete a dormir. Yo me quedaré estudiando, ¿de acuerdo? ¡Ya sé que eres un cabezota, pero limítate a seguir esa pauta!
-Y tú eres el doble de cabezota que yo –le cogí de la mano y la levanté de la silla-. Ven, vamos.
Intentaba arrastrarla mientras ella forcejeaba hacia el otro lado. Pero como yo soy más fuerte, se rindió.
Menuda testaruda.