Habían pasado dos años desde que Damen se había convertido en el líder de los ángeles Dominios. Él y los demás vigilaban día y noche alternativamente. Los nefilim salían por el día, y los ángeles caídos por la noche. Por no hablar de los demonios, que esos salían de noche y de día. O eso era lo que me había contado Damen.
No sabía mucho del tema, pero en realidad era interesante.
Cada vez se unían más ángeles capacitados para estar bajo las órdenes de él, y así era mucho más fácil todo, aunque también podían morir en la lucha.
Bueno, y yo… Estaba en mi tercer año de la universidad. Era duro, pero estaba segurísima de que era lo que yo más deseaba. Y Damen me apoyaba.
Una tarde, me había quedado dormida mirando en la televisión la serie House, cuando sentí el ruido de unas llaves en el exterior y el abrir de una puerta. Pero estaba tan cansada que no me molesté en abrir los ojos.
Sentí unos pasos débiles que repiqueteaban en el parquet y venían hacia dónde estaba yo.
Luego una mano suave acariciarme la mejilla. Y el tacto suave de unos labios cálidos contra los míos.
Entonces sí que abrí los ojos despacio, y me encontré con la bella cara de Damen muy cerca de la mía, mirándome con ojos tiernos.
-Hola, mi cielo –me susurró.
Chasqueé la lengua y me di media vuelta, dándole la espalda y quedándome cara al respaldo del sofá. Pero sonreí.
Él se sentó en el reposabrazos al lado de mi cabeza, y miró la tele.
-Vaya, así que te quedaste dormida mirando las noticias, ¿eh? Sí, claro, es considerable. La muerte de un niño enterrado vivo en el jardín de su propia casa no merece tu atención, ¿no crees?
Puse los ojos en blanco, y cerré los ojos.
-Me dormí viendo House –repliqué con voz débil por el sueño.
-Ya, claro. Sí, bonita serie. En realidad ese hombre me recuerda a mí.
-Sí… él también es un cabrón como tú, amor.
Damen soltó una carcajada, se inclinó desde el reposabrazos hacia mí y empezó a hacerme cosquillas.
Me revolví intentando zafarme, pero al final me rendí y empecé a reírme.
-¡Ay, vale, vale, me rindo! –Intenté decir entre risas-. De verdad.
Le miré. Damen sonrió ampliamente, y me empezó a besar la frente, la nariz, las mejillas, la barbilla, y los labios.
Luego se levantó, y yo con él. Bostecé, me rasqué la cabeza y apagué la televisión, interrumpiendo algún que otro anuncio de coches. Damen se rió al verme.
-Parece que tuvieras resaca –me dijo.
Sacudí la cabeza, e intenté desenredarme el pelo con los dedos, pero me daban tirones. Damen seguía riéndose. Le ignoré, y recorrí una pequeña parte del enorme apartamento para ir al baño y me peiné con el cepillo. Al terminar, dejé mucho pelo enredado en las cerdas. Suspiré.
Damen apareció en el baño, y alzó las cejas.
-Un día te vas a quedar calva, cielo –y volvió a reírse.
Volví a poner los ojos en blanco, y le miré.
-¿Sabes? Creía que con la responsabilidad que cargas ahora habías madurado. Ya veo que no.
-Ay… mi pequeña e ingenua niña. ¿Nunca escuchaste eso de “los niños crecen y las niñas maduran”?
-Sí, supongo. Y sin duda tiene razón.
Damen se cruzó de brazos y asintió.
Le quería con todo mi corazón, pero a veces me sacaba de quicio.