Me desperté en medio de mucha gente enferma. Los monjes y algunas mujeres cuidaban de ellos, y llevaban una máscara en la cara hecha de piel. Buen método para no contagiarse.
Me erguí despacio, pero me dolía todo, estaba sudando y el estómago lo tenía revuelto. Se podían escuchar gritos de enfado detrás de la puerta.
-¡¿Cómo que no puedo entrar?! ¡¡A mí no me prohíbes nada!! ¡¡Déjame entrar!!
-Pero señor, no podéis…
-¡¡Mi amiga está dentro!! ¡Déjame entrar o te juro…!
La puerta se abrió de repente, llamando la atención de todos los que estaban conscientes, y Ralph apareció por ella corriendo hacia mí, seguido de dos monjes que intentaban frenarlo.
-¡Raquel! ¡Me habías asustado! –Gritó bufando de cansancio cuando llegó-. ¡No vuelvas a hacerme eso!
-Lo siento… -dije sin fuerzas.
Me tocó la frente, e hizo una mueca.
-Estás ardiendo –susurró más para sí que para ambos.
Miró a su alrededor, y frunció el ceño. Una monja vino a nuestro lado, y se extrañó de que Ralph no tuviera la mascarilla.
-Oh, ¿vienes a ayudar? –le preguntó.
Ralph bufó.
-¿Yo, ayudar a estos moribundos? Qué más da, si total se van a morir igual –una señora que sudaba a chorros se giró hacia él asustada-. No, no me mire así, señora. A usted le doy cinco horas, así que yo si fuera usted no dormiría –y le guiñó un ojo.
La señora se desmayó del susto.
-¡Ralph, calla! –grité susurrando.
Se giró hacia mí, y me miró nervioso.
-No me refería a ti. Seguro que sobrevives, pero es que los demás tienen una pinta horrible. Mira ése, que incluso le sale pus de la piel. Y ese niño tiene unas manchas horribles en el cuerpo, y eso significa que se morirá dentro de poc…
De repente enmudeció, y se me quedó mirando horrorizado. No, no a mí, sino a mis brazos. Yo dirigí mi mirada a dónde él veía, y también me asusté. Me cogió rápidamente un brazo, y luego me miró despacio a los ojos.
-Significa que le queda poco de vida –concluyó ahora sin un atisbo de humor-. Y tú también tienes esos hematomas.
Tragué saliva con miedo, y pude notar que él también.
-Ralph… tengo miedo… -lloriqueé.
Él me abrazó con todas sus fuerzas, mientras me acariciaba el pelo con una mano.
-No puedo… no puedo perderte otra vez… -dijo con notable dolor en la voz.
Se separó de mí, y puso sus manos en mis mejillas mientras me apartaba el pelo mojado por el sudor hacia atrás.
-Te vas a recuperar, ¿me oyes? No te preocupes. Cuidaré de ti.
Reí débilmente.
-Pero Ralph, siempre has dependido de alguien y apenas eres capaz de cuidar de ti mismo… Además, ¿no decías que tú no te preocuparías nunca de cualquier persona que se te pusiera por delante aunque le cogieras cariño?
Sonrió levemente, pero con tristeza.
-Sí, pero hay una ligera diferencia. Tú no eres cualquier persona.
Me quedé embobada al escuchar sus palabras a la vez que me quedaba mirando sus preciosos ojos, pero un dolor repentino en el estómago y en la cabeza me consumía por dentro. Llevé mis manos a mi estómago, y me encogí de dolor.
-Raquel, ¿qué…? ¡Acuéstate!
Me empujó levemente, y me tendí en la cama. Y me volví a desmayar.
Abrí los ojos con cuidado, mirando el techo de piedra del convento. Y me sorprendí al descubrir que ya no me dolía nada. Me erguí, y me miré los brazos. Ya estaba bien. Sin embargo, miré a mi alrededor, ya que no había casi nadie; sólo una mujer y algún que otro hombre o niño dormidos, pero nadie más. ¿Qué había pasado?
Un monje apareció por la puerta, y al verme despierta, sonrió.
-¡Vaya! ¡Has sobrevivido!
-¿Cómo? –dije con un hilo de voz.
-Sí; la mayoría de las personas murieron con la enfermedad. Las personas que quedáis seguís vivas. Y tienes suerte, ya no puedes volver a contagiarte. No puedes contraerla dos veces. Y también, incluso, algunas personas ya ni la cogen –se cruzó de brazos pensativo-. Realmente extraño y fascinante. Pero bueno. Puedes irte.
Asentí sonriente. Bajé de la cama.
-Pero… ¿sabes dónde está un chico llamado Ralph?
-Emmm… ¿te refieres a ese joven rubio que intentaba por todos los medios entrar otra vez –dijo remarcando las dos últimas palabras- mientras maldecía y se cagaba en nuestro Señor? -Asentí un poco avergonzada-. Sí, seguramente estará afuera. Ah, y hazme un favor, enséñale modales, si no te importa.
Me mordí el labio inferior y asentí con una sonrisa.
Salí del convento, y lo busqué por todas partes. Al final me lo encontré en un banco, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos. Me acerqué a él despacio. Estaba segura de que me había sentido, pero ni se había molestado en mirar quién era. Me senté a su lado y le acaricié su pelo dorado. Él levantó la cabeza bruscamente, y al ver que era yo, abrió mucho los ojos y sonrió.
-¡Raquel!
Me atrajo hacia él por un brazo y me abrazó. Luego se separó, me miró de arriba abajo, y suspiró.
-Pensaba que… Bah, yo que sé qué pensaba ya.
-¿Cuánto tiempo llevo dormida? –pregunté.
-Tres días.
-¿¡Tres días?!
-Sí.
-Y… ¿y esperaste por mí… cuando podrías estar ahora mismo en tu casa?
Se encogió de hombros y bajó la mirada avergonzado.
¿Ralph, avergonzado de algo? ¿Pero quién es este y qué ha hecho con el verdadero Ralph?
Chasqueó la lengua.
-¿No recuerdas que te dejé bien claro que si no me casaba específicamente contigo no obtendría mi premio? –y sonrió con burla.
-Agh, ha vuelto el Ralph de siempre –mascullé.
Me miró interrogante, pero luego lo entendió, y se echó a reír.
-¿Qué te esperabas? Yo soy como soy, y al que no le guste, mando que lo ahorquen, y listo.
-Ah… por eso nadie te contradice…
-Vaya, qué sagaz estás últimamente, ¿no?
Ambos reímos otra vez, y nos levantamos.
-Venga –empezó-, ya que estás bien, habrá que seguir, ¿no crees?
Asentí, y nos subimos al caballo. Cuando empezamos a cabalgar, me vino una pregunta.
-¿Y dónde dormiste?
-Ah, en el hostal que había al lado, pero quería largarme de ahí cuanto antes. La hija de la mujer me tiraba los tejos. Y la mujer también.
Apreté la mandíbula, y carraspeé.
-Vaya, vaya, vaya. ¿Estás celosa?
-¿Yo, celosa? Por favor, no seas ridículo… En-en serio, no… ¿por qué debería…? –pero se me fue apagando la voz a medida que inventaba.
Él sonrió.
-Quizá, entonces, debería hablar más con jovencitas guapas para…
-¡Ni se te ocurra! –solté sin querer.
Me mordí la lengua, y me giré levemente para mirarle mejor.
Pero en vez de encontrarme con su mirada burlona, me topé con sus labios sobre los míos.
Al momento, los separó.
-Que te quede bien claro que te quiero a ti y sólo a ti.
Y me volvió a besar. Llevó una mano a mi pelo y otra a mi cintura, acercándome más a él, hasta que, sin darnos cuenta, nos caímos del caballo. Éste se quedó parado en el camino, y nosotros en el suelo. Ralph había caído de espaldas, y yo encima de él, aún así había dolido.
-Ay… -dijo sin respiración.
-¡¿Estás bien?! –dije mientras me incorporaba.
Pero él me envolvió entre sus brazos y me siguió besando, hasta que nos dimos cuenta de que llevábamos mucho rato todavía tirados en el suelo.
Nos levantamos. Yo sacudí mi capa. Luego le miré. Él sólo sonreía sin apartar los ojos de mí.
-De vez en cuando está bien que te pongas celosa, por cierto –concretó-. ¿Vamos?
Sonreí, asentí y nos volvimos a subir al caballo. Y esta vez espero que no nos volvamos a caer.