*Antes de nada, me gustaría comentar algunas cosas.
Chiara, quizá sí, ése suele ser mi tipo de chico favorito, y como los de los demás son tan... no sé, unos santos, pues yo decidí hacerlos malos ;)
Y Melanie, sinceramente estoy totalmente de acuerdo contigo. No quería ni quiero ser grosera, pero yo hago este tipo de historias para que sean una sorpresa. Si, como ha dicho ella antes en el anterior comentario, sabéis lo que pasará más adelante, por favor, guardároslo para vosotras, y no se los desveléis a las que todavía no lo saben, porque entonces la sorpresa se fastidia. Así que por favor, no digáis nada. Me gusta que comentéis, lo sabéis todas perfectamente, pero no arruinando la historia. Como dijo Melanie, opinar que sabréis lo que pasará, pero no lo digáis ;)
Gracias, y ahí van los capítulos:
Ralph y yo llegamos esta vez a un pueblecito pequeño que parecía que él lo conocía perfectamente. Al entrar, nos bajamos del caballo y Ralph me cogió de la mano. Me llevó hasta una casa que había más o menos en el centro, y ató las riendas del caballo en un poste.
-¿Dónde estamos? –pregunté intimidada.
-Te quiero presentar a alguien.
Petó en la puerta. A los cuatro segundos, una chica de facciones bastante parecidas a Ralph apareció por ella. Al verlo, sonrió ampliamente.
-¡Primo!
-Hola, Victoria.
-¿Pero qué haces aquí? ¿No estás algo lejos de tu casa?
-La verdad es que sí, pero ya que volvíamos, decidí venir a visitarte.
Se dieron dos besos en las mejillas y luego la chica reparó en mí. Sonrió todavía más.
-Vaya, vaya, ¿pero quién es la niña de tus ojos?
Yo no dije nada. Seguramente estaba ruborizada, porque sentía arder la cara por el comentario que dijo. Ralph sonrió al ver mi timidez, y me dio un beso en el pelo.
-Es Raquel, ¿la recuerdas? La niña con la que yo pasaba todo el día cuando éramos pequeños.
Un brillo de comprensión apareció por los ojos de Victoria.
-¡No me digas que es esa niña tan mona! –se acercó a mí y me abrazó-. ¡Pero bueno, qué digo, si ahora todavía estás más guapa! Ah, ¡pero pasad! No os quedéis ahí.
Ambos pasamos.
Al rato, nos vimos sentados alrededor de una mesa tomando té delante de un fuego. La verdad es que se estaba genial ahí dentro.
-Increíble –Victoria no me quitaba los ojos de encima.
Le sonreí un poco incómoda, y empecé a beber de mi té.
-¿Increíble qué? –preguntó Ralph.
-¿Tú qué crees? Nunca habría creído que tú, exactamente tú, cayeras en las redes de Cupido.
Ralph empezó a reír.
-¿Por qué lo dices?
-¿No se nota? Sin duda estás muy enamorado de ella –dijo señalándome con la cabeza.
Por la sorpresa, escupí el té de mi boca, manchando el mantel de la mesa. Empecé a toser. Ralph se levantó rápidamente y me dio palmadas en la espalda.
-¡¿Estás bien?! ¡Raquel!
Dejé de toser. Asentí débilmente. Ralph suspiró y se volvió a sentar en su sitio, bastante nervioso.
-Un día vas a matarme del susto.
-Lo siento –me disculpé avergonzada.
Victoria estaba intentando limpiar el mantel con un paño.
-Por favor, déjame ayudarte… -dije con un hilo de voz.
-No te preocupes, esto se seca como si no hubiera pasado nada –se sentó, y yo con ella-. Pero bueno, ¿y esa reacción? Ralph, ¿todavía no le has dicho que la quieres?
Me quedé con la boca abierta. Vaya, Victoria no se andaba por las ramas, y aunque sé que su intención era buena, me estaba empezando a poner nerviosa.
Ralph miró a la mesa.
-Bueno, yo…
-Es… esto… ¿podéis disculparme? Vuelvo ahora –dije.
Bajo sus miradas preocupadas, salí de la casa rápidamente. Como era casi de noche, no había nadie por la calle. Me senté en un banco de piedra que había por allí, viendo las estrellas del cielo junto con la luna llena. Una noche muy romántica, sin duda.
Suspiré. Después de un rato, sentí unos pasos detrás de mí.
Me volví despacio al escuchar los pasos, y me encontré con los ojos preocupados de Ralph. Me sonrió débilmente y se sentó a mi lado, en el banco. Miró al cielo.
-Vaya, menuda luna, ¿eh? Bonita noche.
-Sí, supongo.
Posó sus ojos en los míos, pero yo aparté la mirada al suelo. Él alzó mi barbilla para obligarme a verle.
-Eh, Raquel, por favor, mírame. Hablemos, ¿de acuerdo? –suspiré-. ¿Qué te pasa?
-Nada.
Bufó.
-Cuando las mujeres decís que nada, es que es algo, así que…
Le miré directamente a los ojos, y noté cómo se estremecía.
-Está bien. Victoria tiene razón. ¿Por qué nunca me has dicho que me quieres?
-Bueno, ¿tú me lo has dicho a mí?
Apreté los labios.
-No –contesté con un hilo de voz-, pero tú ya sabes… bueno, eso…
-¿Qué sé el qué?
-Eso.
-Eso pueden ser muchas cosas, Raquel.
Ralph sabía perfectamente lo que quería decir, pero estaba segura de que quería escucharlo.
-Eso… que te quiero… -contesté rápidamente y muy, muy bajito.
Me miró divertido, y con una sonrisa burlona.
-No me he enterado de nada.
-Que te quiero –otra vez muy rápido pero un poquito más alto.
-¿Eh?
-¡Que te quiero! –grité. Me tapé la boca con las manos.
Me sonrió con dulzura y maldad sana.
-Eso era lo que quería.
Se levantó, se cruzó de brazos y miró al cielo.
El corazón me empezó a latir con rapidez, ya que la luz de la luna le daba reflejos plateados a su pelo dorado y le hacía brillar los ojos de un modo mágico. Me miró y sonrió antes de volver a mirar la luna. Me levanté y me coloqué a su lado.
-Te eché muchísimo de menos todos estos anteriores años –dijo-, pero todo ese sufrimiento habrá valido la pena si paso los años que nos quedan juntos.
Sentí cómo me ruborizaba. Me cogió de la mano y las miró debajo de la luz. Yo me perdí en sus ojos. Esto que sentía por él era demasiado fuerte. Quizá por todos estos años que permanecimos separados. Y estaba segura de que él sentía lo mismo.
Alzó la otra mano y me acarició la mejilla. Se inclinó y apoyó su frente sobre la mía, cerrando los ojos. Yo también los cerré, disfrutando de ese momento único.
-¿Sólo… eres así conmigo? –susurré.
-¿Así cómo? –dijo todavía con los ojos cerrados.
-Bueno… este lado tuyo tan tierno… no sé, desde el baile nunca te había visto… así, como ahora.
-Tampoco hacía falta –los abrió-. ¿O prefieres compartirlo con las demás personas?
Me acerqué más a él y apoyé mi cabeza en su hombro. Él, un poco sorprendido, apoyó su mejilla en mi pelo, rodeándome con los brazos.
-Si te dijera que no… ¿creerías que soy una egoísta?
-No. Sólo pensaría que me quieres para ti sola.
-Entonces no. No quiero compartirlo…
Sentí cómo sonreía, y miró la luna.
-Me encantaría regalarte la luna…
-No tienes que prometerme la luna.... Me basta si sólo te quedas conmigo un rato debajo de ella.
Rió débilmente.
-Entonces deseo concedido.
Y nos besamos, hasta que empezó a hacer frío de verdad y entramos dentro.