Devon se llevó a Damen del juzgado, y todos, un poco trastornados, se fueron de allí. Pero yo me quedé sentada, temblando. Sobre todo pensando en todo lo que me había olvidado. Jack me puso una mano en el hombro.
-Elisa, vamos –me zarandeó con suavidad-. ¿Elisa?
-Jack –le miré con ojos asustados. Él se puso nervioso.
-¿Te encuentras bien?
Susan y los demás me miraron al escuchar el tono preocupado de Jack.
-¿Qué le pasa? –preguntó Jonan.
Ellos seguían preguntando, pero dejé de escucharles cuando empecé a recordar más cosas.
Cómo me había encontrado con Damen la primera vez, como me contó hace tiempo. En la playa. Yo me dirigía hacia el agua cuando lo encontré inconsciente, mojado por las pequeñas olas, y con sus alitas pequeñas y blancas asomando en su espalda. Y me había explicado todo. Lo más curioso es que sólo lo veía yo, ya que no había más niños en esa playa… Cuando me caí del columpio en la casa de campo de mi abuela con siete años. Había empezado a llorar como loca, y Damen fue el único que consiguió consolarme, contándome un cuento y cantándome la canción de “Había un barquito chiquitito”. Nuestro primer beso… Lo más bonito que recuerdo de mi corta vida. Cuando me compuso una canción con la guitarra… O cómo se sonrojó la primera vez que me llamó “cariño” sin querer en vez de mi nombre, o cuando se había puesto celoso al darme un niño de mi clase una carta de amor... y él me había escrito otra más larga y sin duda más bonita, y que me había leído personalmente. Incluso cuando me presentó a todos al llevarme a Saints la primera vez. Me había encariñado con todos ellos, y ellos, conmigo.
Y el por qué Damen era el único que me llamaba Kate. Mi nombre completo es Elisabeth Katherine, y como todo el mundo me llamaba Elisa, él quiso ser una persona más importante en mi mundo y decidió llamarme Kate. El caso es que no entendía por qué él no recordaba que mi primer nombre era Elisabeth. Ni por qué no me reconoció.
Empecé a temblar. Ese niño, ese chico al que amaba tanto que incluso me dolía, iba a ser desterrado de su mundo, y todo por mi culpa.
Apreté los puños y me levanté con decisión.
-¿Estás…?
-Sí, estoy bien –interrumpí con la voz algo irritada por la monótona pregunta-. Tengo que irme –salí de allí en dirección al edificio Celeste.
(D) Devon me había llevado a su despacho, en Celeste. En realidad todo me daba igual ya.
¿De qué me servía vivir ahora mismo? No tenía a la mujer que amaba, ni a la chica, la única después de Kate que se había metido en mi corazón, que se había ido. No me dejaban ir junto mis amigos, e iba ser desterrado del mundo que en general conocía.
Al pasar, cerré la puerta detrás de mí. Devon se sentó en su sillón, detrás del escritorio, y yo me quedé de pie, en medio de la sala. No miraba a nada en concreto.
Empezó a hablar:
-Damen… Siento mucho todo esto, en serio, pero…
-Deja de mentir para quedar bien, Devon –le miré con una sonrisa arrogante-. Seamos sinceros. Tú estás encantado de que me convierta en un ángel caído. Pero tranquilo, estoy acostumbrado a que la gente me odie. No es nada nuevo.
Devon me sonrió, y sacudió la cabeza.
-Ay… Damen, sin duda tienes una inteligencia brillante, y creo que te echaré de menos.
-Ya, claro, sobre todo tú.
-Pues…
Sus palabras fueron apagadas por el repiqueo de unas zapatillas de deporte que subían las escaleras del último piso a toda velocidad. Entonces la puerta se abrió.
Sentí como el mundo se me caía encima. Elisa estaba encorvada, con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en su rodilla.
Qué mayor estaba. Y qué guapa.
Entonces, en una milésima de segundo, me vino el rostro de Kate a la cabeza, y era muy parecido…
Elisa intentaba respirar, con dificultad. Se recuperó al momento.
Pero yo todavía no me había recuperado.